Después de la muerte de su madre, Franco Félix decidió dedicarle toda una obra, el resultado fue “Lengua dormida”, una novela en la que atraviesa su propio duelo, las memorias de su protagonista y en la que se encarga de desmitificar la imagen de las madres. A través de su escritura, realiza un homenaje a la trayectoria de vida de Ana María, al tiempo que habla de la imposibilidad de entender la muerte. Un título en el que sincera como escritor y como hijo.
Félix narra la existencia de una mujer que, después de un accidente, se la pasó entrando y saliendo de diferentes clínicas en Hermosillo, Sonora (México), una ciudad en la que se llevó a cabo el último encuentro de sus vidas. El escritor mexicano narra aquí la biografía secreta de su madre, aquella a la que pudo acceder y en la que le interesó después de que ella se marchara.
“Vivió en la Ciudad de México, tuvo un marido, cuatro hijos y lo abandonó todo”, escribe Félix. El autor recorre en la novela las hebras que engarzaron sus existencias, pero, al mismo tiempo, se encarga de hacer una hagiografía de la pérdida, una carta de amor, atravesar el duelo desde un caleidoscopio de perspectivas y, sobre todo, realiza una búsqueda y un hallazgo propio y ajeno, el de su madre.
“Es una conversación, son todas aquellas conversaciones que quedaron pendientes y que no se dieron con mi madre, aquí las hago, el libro trata de rellenar huecos en su historia, la vida de mi madre siempre fue un enigma. Tenemos definidos los arquetipos de la madre, pero el ejercicio de estudiarla me ayudó a superar ciertos prejuicios que uno tiene sobre la mujer madre, sobre todo las ideas que tenemos los hijos hombres”, dijo Franco Félix a Crónica.
El autor advierte que “Lengua dormida” no es un manual para superar el duelo. Más bien se encarga de evocar aquello que no concluyo, lo que no tuvo cierre. En las páginas se encuentra una biografía atravesada por elementos de lo ficcional. En este ejercicio de narrativa, Félix trata desmitificar la imagen de la madre, desde la suya. Aterriza estas figuras educadoras y ejemplares, para presentarlas como seres con errores y defectos.
Ana María es retratada en las líneas como una mujer que arrastró el dolor toda su vida, pero que, valientemente y como forma de evasión, lo encubría bailando y enfiestándose. En la reconstrucción, el autor recuerda cómo su madre expresaba: “¡ay,,mis hijos!”, entre gritos y llanto, fue más tarde cuando se dio cuenta de que se trataba de otros hijos, sus secretos.
“Soñar me ayudó muchísimo a mantener esa conversación con mi madre. Sus últimas palabras en el hospital me las dijo a mí. Me dijo: “Llévame a casa”. Y no me la llevé, y luego falleció, y yo me quedé un poco trastornado por eso, la verdad. Los sueños me han ayudado a resolver estas conversaciones pendientes”, dijo Franco Félix en entrevista con El País.
En las poco más de 250 páginas editadas por el sello Sexto Piso, el autor reconstruye las memorias sobre su madre, y las de su alter ego. En la novela, Félix asegura que su madre cargaba con ella un algo de misterio, algo que observó de chico y que creció cuando se hizo consciente de la diferencia de los apellido entre él y su hermana.
Entre las muchas cosas que observaba con su toma de conciencia, le surgían más preguntas que no encontraban respuesta. Al tratar de buscarla, “mi madre lo que hizo fue dormir su lengua”. Félix impregna las páginas con momentos de memorias, charlas, recuerdos y hasta humor, tal vez porque este último nos salve del dolor, no como escondite sino como herramienta de superación.
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