Guerra, la novela perdida de Louis-Ferdinand Céline que fue hallada en 2021 y ahora se publica en castellano por primera vez, conduce al lector hasta el límite de lo soportable. Imposible sacudirse y desprenderse de la barbarie de la muerte y la violencia presentes desde la primera hasta la última línea.
Una de las razones que hace de la lectura de la obra de Céline (1894-1961) una tarea difícil es bien conocida: su virulento antisemitismo. Pero Guerra, un relato brutal sobre la convalecencia y la experiencia en el frente de batalla, tiene como uno de sus blancos preferidos no a los judíos -como en sus panfletos-, sino a las mujeres (seguidas de cerca por los árabes, los negros y los burgueses).
Es que la guerra consagra los valores masculinos y la heroicidad de los combatientes, la exaltación de los valores viriles sin cuestionar la tutela masculina sobre las mujeres. Solo que Céline, un pacifista que odiaba la guerra pero promovía una contra los judíos de Europa, muestra de un modo despiadado y magistral lo que la guerra provoca en los hombres, en sus cuerpos. Cómo la impotencia sexual masculina está ligada a la vergüenza de perder su vigor.
Céline desarma la idea que presenta al cuerpo herido y dañado como sinónimo de coraje guerrero. Por el contrario, en su mirada nihilista del mundo, los hombres son impotentes y las mujeres “sádicas”, “monstruosas” o prostitutas golpeadas o violadas.
Todo lo cuenta a través de un lenguaje crudo, lascivo, obsceno. Su estilo es deslumbrante, pero su visión del mundo estremece. Es el relato de alguien marcado por la violencia y que la reproduce en su texto.
El hallazgo
Tras el descubrimiento en el verano de 2021 de los manuscritos inéditos de Céline (nombre de una de sus abuelas y seudónimo literario de Louis-Ferdinand Destouches), la editorial francesa Gallimard publicó el 5 mayo de 2022 el primero de esos originales -Guerra- como si fuera una novela autónoma. Aunque algunos especialistas consideran que se trataría del borrador de un capítulo de Viaje al fin de la noche.
En todo caso, en el prefacio, se presenta a Guerra como un texto que Céline habría escrito en 1934, dos años después de Viaje al fin de la noche. Guerra, entonces, podría ser una especie de continuación de una de las obras más célebres del escritor. Su edición fue elaborada por el historiador Pascal Fouché con un prólogo del abogado, escritor y legatario de Lucette Destouches, la viuda de Céline, François Gibault. A la publicación de Guerra le siguió la de Londres, editado en octubre de 2022. En 2023 está prevista la publicación en Francia de La voluntad del rey Krogold y Casse-pipe (1952).
El 16 de julio de 1934, Louis-Ferdinand Céline escribe al editor de Viaje al fin de la noche, Robert Denoël: “He decidido editar Muerte a crédito, primer libro. El año próximo Infancia, Guerra, Londres”. Publicada noventa años después de esta carta, Guerra es un acontecimiento histórico. También lo es la historia inverosímil de su desaparición y posterior recuperación.
Misterio y aparición
Según una investigación del diario Le Monde, los manuscritos fueron recuperados y no robados, como afirma François Gibault en el prólogo de Guerra. La gran paradoja es que estos manuscritos, pertenecientes a un ferviente antisemita, habrían sido conservados y salvados por un miembro de la Resistencia, Yvon Morandat, y entregados en la década de 1980 al periodista Jean-Pierre Thibaudat, antiguo miembro del staff del diario Liberation, quien los tuvo en sus manos durante casi cuatro décadas y en el mayor secreto.
Su nombre no figura ni en el prólogo ni en el apéndice de esta edición. ¿Por qué? y ¿cómo es que esos manuscritos llegaron a sus manos? Thibaudat responde a la Policía judicial que en 2021, y luego de la denuncia de los herederos, lleva adelante la investigación: “Cuando era periodista en Libération, recibí una llamada telefónica de un lector que me decía que tenía documentos y manuscritos de Céline y que quería deshacerse de ellos”.
“Nos citamos en un café -sigue Thibaudat-. La persona llegó con dos enormes bolsas desordenadas (...). Lo único que quería era deshacerse de ellos, no venderlos. Lo que me importaba era que estos documentos no acabaran en la basura... En nuestro pacto, tenía que mantener en secreto su identidad y no entregar los documentos a la viuda de Céline… Había dado mi palabra y debía esperar la desaparición de Lucette Destouches para hacerlos públicos”. ¿Quién era ese lector? Nadie lo sabe. Pero lo que nunca imaginó Thibaudat es que la viuda de Céline, quien entonces tenía 75 años, moriría a los ¡107!
En 1944, cuando París fue liberada, Céline dejó su departamento y huyó junto a su esposa Lucette y su célebre gato Bébert –nombre de uno de los personajes de Guerra, pero también presente en otras novelas del autor– y se refugió en Sigmarigen, Alemania y luego en Dinamarca. Es entonces cuando Yvon y Claire Morandat, ambos destacados miembros de la Resistencia, se instalaron en aquel departamento que había sido requisado por las nuevas autoridades, como tantos otros bienes de los colaboradores de la época.
Después de la muerte de Lucette, Jean-Pierre Thibaudat contactó a un abogado especialista en derechos de autor que organizó un encuentro con los dos legatarios de la viuda y hoy en día los únicos autorizados a decidir sobre el destino de los valiosos manuscritos. Son François Gibault -quien hizo una denuncia por robo en 2021 que fue archivada- y Véronique Robert-Chovin, amiga de Lucette Destouches. Ninguno tiene relación de parentesco con Céline. Muerta en mayo de 2011, la única hija del escritor, Colette Destouches, renunció a la sucesión de su padre por una razón insólita: el valor de los bienes era inferior al importe de las deudas.
Pascal Fouché, historiador, gran especialista de Céline y editor de Guerra, cuenta en una entrevista que el encuentro con los manuscritos “es también el descubrimiento de un escritor que nos sorprende, que siempre se renueva. Era una época de su vida que no había sido contada… Esta obra recuperada puede alterar la cronología de sus escritos. Se hacen hipótesis. Creo que Céline escribió esta pequeña novela en el momento en que estaba escribiendo Muerte a crédito (publicada en 1936)… Se siente que es un primer borrador, escrito con cierta rabia. La escritura es a veces difícil de descifrar y hay poca puntuación. Céline habría modificado cosas en la relectura, pero este primer borrador es de una potencia excepcional”.
La edición de Guerra, que a los pocos días de publicada vendió los 80.000 ejemplares de la primera tirada y agotó en dos meses una segunda edición de 150.000 volúmenes, prueba el extraordinario interés por la obra celiniana ¿A qué se debe esa fascinación? ¿Se corre el riesgo de convertir a Céline en un pacifista traumatizado por la guerra, dejando de lado su compromiso antisemita y a favor del nazismo? Gibault, en el prólogo, evita hablar de aquel período.
Lo que la Primera Guerra les hizo a sus soldados
En la novela el paralelismo con la biografía del escritor es evidente. Es el relato de la convalecencia de Ferdinand, alter ego novelesco del escritor quien, en el otoño de 1914, cuando era el joven soldado Louis-Ferdinand Destouches, fue gravemente herido en el brazo derecho y luego trasladado y operado a Hazebrouck (norte de Francia).
Su doble literario, Ferdinand, protagonista de Guerra, único sobreviviente, se despierta entre sus compañeros muertos. Mientras vaga, herido, por el campo, se encuentra con un soldado inglés con quien intenta llegar a la ciudad de Ypres, Bélgica. Termina en un hospital militar en una ciudad de ficción que el autor llama Peurdu-sur-la-Lys, donde va a ser operado.
Esta estadía de varias semanas en el hospital de campaña ocupa la mayor parte del relato y termina con su partida a Londres -como lo hizo Céline en 1915- gracias a una prostituta, viuda de su compañero de cuarto que acaba de ser fusilado.
Guerra es también un libro sobre la primera herramienta con la que cuenta una persona: su cuerpo. En el caso de los soldados, un cuerpo esculpido por el combate. De golpe, la guerra ubica en un primer plano la supervivencia biológica. Ya no se trata del cuerpo de antes: es el brazo herido como “una esponja de sangre”, los oídos aullan, sufre migrañas, insomnio, vértigo, el dolor feroz lo invade todo.”Siempre he dormido así, con ese ruido atroz, desde diciembre ‘14. Atrapé la guerra en mi cabeza. Está encerrada en mi cabeza”, dice Ferdinand al comienzo de la novela.
Creíamos que la guerra había terminado, que se había convertido en una metáfora destinada a designar acontecimientos trágicos como los atentados terroristas, o para referirse a la pandemia de Covid-19. Creíamos que había desaparecido del vocabulario. O que aparecía solo detrás de nuestras pantallas, asomando en países lejanos. Incluso para los argentinos, para quienes la Guerra de Malvinas -otra guerra de trincheras, cuerpo a cuerpo- puso en evidencia la negación y las alucinaciones triunfalistas más tenaces expresadas en el vamos vamos Argentina/ vamos vamos a ganar.
La conmoción provocada por la invasión rusa de Ucrania (incluso Putin no habla de guerra sino de “intervención militar”, pero sus razones son otras), y a la vez la distancia emocional frente a la violencia de los combates y a la brutalidad de los crímenes perpetrados están quizas, en parte, vinculados a esta desaparición, a este ocultamiento que alimenta la apatía ante la ferocidad de la guerra y sus atrocidades. Pero Céline, a través de su obra, nos lo recuerda. Lo hace como una metralleta fuera de control que aniquila toda esperanza en el lector. La violencia verbal es extrema. El vocabulario, truculento, excesivo, pornográfico. No hay vía de escape.
Según Stéphane Audoin-Rouzeau, historiador francés de la Primera Guerra Mundial (8 millones de soldados franceses movilizados, 1.400.000 muertos solo en Francia), la guerra es una misión viril asumida que reafirma el estereotipo y la frontera entre los sexos. Progresivamente, explica en una entrevista, bajo el efecto de la duración del conflicto y de su violencia, el modelo masculino se desmorona. Los sufrimientos y las frustraciones acumulados por los combatientes instauran poco a poco una misoginia cuya intensidad aumenta ante el temor de una emancipación femenina.
Justamente, en Guerra, las mujeres son independientes, fuertes, impúdicas y sádicas como la enfermera madame L’Espinasse, que masturba a sus pacientes o los “tortura” con una sonda urinaria. Está Angèle, la prostituta, esposa del proxeneta a la vez sumiso y bestial, Bébert, vecino de Ferdinand en el hospital de campaña.
Es un relato en el que las mujeres están al servicio de los militares y soldados. La única comunicación posible son los insultos o los golpes. El flujo de injurias incluye términos despectivos del argot francés como grognasses, rombières, poufiasses. Sinónimos de puta. El sexo está en todas partes, como una revancha. La impotencia sexual marca el final de un ideal viril. Lo mismo le sucede a Jake Barnes -personaje de la novela de Hemingway The sun also rises, traducida al español como Fiesta-, un periodista que se vuelve impotente por una herida recibida también durante la Primera Guerra Mundial.
Esta omnipresencia del sexo se hace intolerable en una secuencia al final del relato, cuando Ferdinand debe esconderse mientras Ángèle se acuesta con un vigoroso militar escocés. La puesta en escena es propuesta por la propia Angèle: Ferdinand debe salir de su escondite durante el acto y hacerse pasar por el marido indignado de Angèle, con la esperanza de que el amante, avergonzado, le dé dinero a cambio de su silencio. Pero lo que comenzó entre una emboscada y fantasía porno, termina en una violación que Ferdinand observa como un voyeur extasiado desde el fondo de su armario.
“La piba estaba encima del tipo completamente desnudo y bien peludo, casi inconsciente. Ya no reaccionaba. Se dejaba zarandear en medio de un ronquido. He aquí un hombre que no coge desde hace meses. ¡Y, opa! Se la montaba de nuevo un rato. Ella trataba de sacárselo de encima para gritar. Él se lo impedía con su boca”, dice Guerra.
Para el narrador el sexo -cruel, punitivo, dominador– se presenta como la razón misma de la existencia. El único modo de permanecer vivo.
Violencia por encima de todo
François Gibault retrata a Céline como”un anarquista que ama el orden, un pacifista que ama el ejército”. Se puede agregar que es también un escritor violentamente misógino y antiburgués. Respecto de la burguesía, hay una escena en la que sus padres son invitados a almorzar a la casa de un poderoso hombre de Peurdu-sur-la-Lys. Los invitados beben, desentendidos de lo que se ve a través de las ventanas: un desfile de soldados camino a una muerte certera.
Aparece entonces una fuerte disyunción entre la guerra y la lengua de los padres. Ferdinand no soporta el palabrerío vacío de sus padres. La ruptura se hace evidente a través del odio que siente por ellos: “Nunca he visto u oído algo tan repugnante como mi padre y mi madre”. No aguanta sus palabras huecas, su discurso moral y patriótico, su desapego.
Para Ferdinand, la lengua de sus padres es una provisión para el autoengaño. Una manera de hacer de la existencia algo bonito y así enmascarar la muerte. Ellos “no concebían este mundo de atrocidades, una tortura sin limites. Entonces lo negaban. Considerarlo solo como un hecho posible los horrorizaba más que todo”.
En este relato la violencia supera a la guerra misma. Se encuentra en cada hombre, en cada mujer. Céline solo ve en sus semejantes el predominio de los instintos más bajos, y así lo expresa en una entrevista televisiva en 1959: “Si todos los hombres no quisieran ir a la guerra, es muy simple, dirían no voy. Pero tienen el deseo de morir; hay un deseo, hay una misantropía en el hombre”.
En Guerra la narración fluye como una sinfonía enloquecida. Y en las diferentes secuencias del libro lo grandioso se codea con lo nauseabundo. La valentía y la cobardía son extremas, el frenesí sexual está omnipresente, el móvil es siempre miserable: dinero, depravación, misoginia. Ferdinand -el narrador- es un ser amoral al que se le tolera todo en nombre del horror del combate. Ferdinand -el escritor- lleva hasta el límite el argot urbano y popular con el que expone la crueldad de la guerra, el cretinismo de los hombres, la hipocresía de los buenos sentimientos y las ilusiones perdidas.
¿Por qué leer un texto que repugna y fascina a la vez? La respuesta la da el mismo Céline : “He aprendido a hacer música, a soñar, a perdonar y, ya lo ven, a hacer bella literatura también, con algunos trocitos de horror arrancados al ruido que no acabará”.
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