Autobiografía, retrato sobre la masculinidad, el aislamiento y el deseo femenino, “El estado del mar”, de Tabitha Lasley, es una de las publicaciones más recientes de la editorial Libros del Asteroide, un libro que consigue sumergir a los lectores en el relato de cómo al interior de una tormentosa subcultura predominan las peleas, el trabajo duro y la competitividad.
Traducido por la madrileña Catalina Martínez Muñoz, responsable de las traducciones al español de las obras de autores como Wilkie Collins, Joseph Conrad, Doris Lessing y Thomas Hardy, entre otros, este libro presenta una serie de reflexiones de la autora en torno a la crisis de la cultura masculina que impera en el mundo.
En estas páginas, alrededor de 288, Lasley se da a la tarea de derribar las ideas preconcebidas sobre el amor, la atracción y el conflicto entre clases.
Celebrado como uno de los debuts más destacados en el Reino Unido durante los últimos años, “El estado del mar” es una pieza de alta factura, que merodea los límites de la novela, el reportaje y el testimonio.
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Al borde de los 30 y habiendo salido de una complicada relación, Tabitha Lasley se ve en la necesidad de dejar su trabajo en la revista londinense para la que prestaba sus servicios desde hacía varios años, y gasta sus ahorros en el alquiler de un apartamento en la ciudad de Aberdeen, en el noreste de Escocia; allí se instala durante seis meses, con el ánimo de escribir un libro sobre las plataformas petrolíferas y la gente que trabaja en ellas.
Conforme se adentra en sus historias, Lasley va comprendiendo la forma en que actúan y se relacionan entre ellos, pero lo que más llama su atención es la postura que adoptan cuando hay mujeres cerca. Cuanto más tiempo pasa en esta ciudad, Lasley entiende que su presencia ocasiona un comportamiento extraño en los trabajadores y en ella misma. Justo en ese momento conoce a un hombre que pone en riesgo todo el proyecto, así como su tranquilidad emocional.
Fueron cerca de cuatro años los que la autora llevaba dedicada a la escritura de un libro cuyas anotaciones le fueron robadas de su apartamento. En el momento en que esto ocurre, decide aventurarse y es sí como termina metida en esta particular ciudad escocesa. Gracias a una serie de entrevistas que realiza durante medio año, consigue darle forma a un proyecto que no tenía por qué haber surgido como surgió.
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Sin embargo, no era la primera vez que Lasley se acercaba al tema, no tanto de las petrolíferas, sino de la masculinidad y sus dinámicas. Cuando conoce a este hombre misterioso, su proyecto pasa a ser mucho más personal. Caden, que así se llama el sujeto en cuestión, forma parte de una clase social bastante definida. Es un hombre casado y con hijos, con problemas en su matrimonio, al igual que la mayoría de los hombres que habitan esta ciudad y trabajan en las petroleras. Cuando no tienen novia, tienen esposa, y, a veces, tienen las dos.
“En ciertos aspectos este fue el novio del que más aprendí. Era dos años mayor que yo, a una edad en la que esa diferencia se nota mucho. Me enseñó algunas cosas. Su evangelio hablaba de un mundo franco y austero del que yo sabía muy poco, pero sus enseñanzas se han quedado conmigo para siempre. Algunas se las he transmitido a otras personas. Me enseñó a atar las deportivas sin que se viera la lazada. A ceñir el anorak en la cintura para que siguiera pareciendo de chica. Me enseñó —sigo sin saber cómo lo sabía— a unir las plantas de los pies cuando iba a correrme, para intensificar el placer. Me habló del hardcore antes de que se convirtiera en happy hardcore, cuando tenía ese ritmo sincopado y ese aire de fatalidad inminente. Intentó enseñarme, con escaso éxito, a pelear, a dar un puñetazo. Me contó que todos los chicos tienen que resignarse a que les den una paliza por lo menos una vez en la vida. Él había dado unas cuantas, pero también había recibido una, cuando unos desconocidos lo levantaron y lo llevaron a hombros por la estación de tren, como lleva el equipo de fútbol victorioso a su capitán alrededor del campo. Luego lo tiraron en el andén, le pisotearon las costillas y le dieron patadas en la cabeza” - (Fragmento, “El estado del mar”, de Tabitha Lasley).
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En estas páginas, los lectores acudirán al testimonio reciente de la vida de quien escribe, a merced de su relación con este hombre y los descubrimientos que hace a partir de su comportamiento, ruidoso y rutinario, mientras vive una vida en la que la seguridad importa casi nada, la producción está en primer nivel y la distancia entre la vida y la muerte es nula y depende de cuánto y qué pueda haber en los bolsillos.
El análisis que hace Lasley de la masculinidad en este libro es, simplemente, fascinante, determinada ésta por la tecnología y las costumbres. Estos son hombres que habitan entre hombres, que intentan, de alguna manera, mantener un equilibrio en sus vidas, a merced de un mar que les es impredecible y los mantiene aislados.
Es, en últimas, “El estado del mar”, un testimonio personalísimo sobre alguien que para en su vida para entender la necesidad de seguir adelante, que recorre bares y hace apuestas, que ve a otros siendo infieles, que es infiel ella misma con alguien más, que escucha sobre suicidios y asesinatos, que escribe y escribe sin saber bien para dónde va, que logra este libro mitad novela, mitad no se sabe qué, y que es, en sí mismo, una verdadera pieza.
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