“El dolor parecía intolerable” y escribirlo llevó más de una década

La autora argentina Mori Ponsowy cuenta el detrás de escena de su más reciente libro, “La nueva vida de Valdi Bonetti”, y cómo el texto fue mutando en los más de diez años que le llevó terminarlo. Un duelo amoroso, un libro demasiado complejo como para escribirlo y la tentación de contactar a la ex de su ex.

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La escritora argentina Mori Ponsowy, autora de libros como "Busco a un amigo" y "Okasan", acaba de publicar su última novela, "La nueva vida de Valdi Bonetti", basada en una ruptura amorosa. (Alejandra López)
La escritora argentina Mori Ponsowy, autora de libros como "Busco a un amigo" y "Okasan", acaba de publicar su última novela, "La nueva vida de Valdi Bonetti", basada en una ruptura amorosa. (Alejandra López)

Cómo lo escribí” es un espacio de Infobae Leamos en el que autores y autoras cuentan el detrás de escena de los libros que acaban de publicar. Por qué eligieron los temas o historias que terminaron en sus páginas, cómo organizaron su trabajo, qué revelaciones aparecieron en el proceso de escritura, qué sensaciones hubo a medida que ese proceso ocurría o qué objetivo se propusieron.

Esta vez, quien cuenta en primera persona su experiencia de escritura es la autora argentina Mori Ponsowy, que acaba de publicar su nuevo libro La nueva vida de Valdo Bonetti, una novela que tardó más de una década en escribir y para la que se inspiró en el fin de su última relación amorosa.

Pero, como cuenta a continuación, lo que iba a ser una historia sobre el encuentro entre ella y la (otra) ex mujer de su ex pareja, terminó centrándose en la figura de este hombre “más grande que la vida”. Afirma la autora: “La escritura es como la vida: podemos hacer planes e imaginar situaciones, pero luego viene la vida con su ironía y su falta de piedad y desarma todo lo que tan minuciosamente habíamos armado”.

Cómo escribí “La nueva vida de Valdi Bonetti”

Recuerdo exactamente cómo nació la idea de esta novela: hacía muy poco que había terminado una relación con un hombre al que amé mucho y, como suele suceder en esos casos, me sentía triste, confundida y un tanto desesperada: todo al mismo tiempo. Sabía que no quería volver con él, pero a veces lo extrañaba tanto que el dolor parecía intolerable. La sospecha de que no volvería a enamorarme me resultaba aterradora.

Sin embargo, la idea que más me torturaba era que probablemente había cometido un error: pensaba que quizás tendría que haberme quedado con él. Quizás todo lo que en él me parecían defectos realmente no lo eran o, en todo caso, no eran tan graves como para terminar del todo. Quizás la exagerada era yo. Quizás la intolerante era yo.

En medio de todas esas dudas se me ocurrió llamar a su ex mujer. Supuse que si lograba encontrarme con ella y contarle lo que había pasado, ella me confirmaría que él era alguien con quien mantener una relación saludable era una misión imposible. Al fin nunca la llamé pero, mientras imaginaba los diálogos que podríamos haber tenido, pensé que en ese encuentro de dos mujeres que han amado a un mismo hombre podía haber un argumento para una novela.

Poco antes del fin de esa relación amorosa, por algún motivo había empezado a imaginar reiteradamente una situación en la que un hombre está solo, de noche, en medio de un terreno baldío. Hace mucho frío. El hombre enciende una hoguera y, de los lotes vecinos, empiezan a llegar perros callejeros. Los perros, macilentos y sucios, son su única compañía. El hombre mira el cielo y llora por la vida que ha desperdiciado.

El origen de La nueva vida de Valdi Bonetti fue esa imagen del hombre que implora al cielo, más la idea de las dos mujeres que se citan para hablar acerca de él. El encuentro de ellas sería el inicio de la novela y Valdi, rodeado de perros callejeros, en la noche, sería la imagen final.

Mori Ponsowy sobre "La nueva vida de Valdi Bonetti": "Demoré once o doce años en escribir esta novela". (Alejandra López)
Mori Ponsowy sobre "La nueva vida de Valdi Bonetti": "Demoré once o doce años en escribir esta novela". (Alejandra López)

Por supuesto, en el proceso de escritura nada de esto sucedió como lo había pensado y ni el principio ni el final son esos que mencioné. Demoré once o doce años en escribir esta novela. En el camino me di cuenta de que Valdi -la vida de Valdi- me convocaba mucho más que el encuentro de las dos mujeres. Además, a medida que avanzaba en la escritura, él se fue convirtiendo en un hombre distinto al que yo había imaginado: dejó de parecerse a aquel novio que ya para entonces había dejado de importarme y se convirtió en un personaje más complejo, más contradictorio y, también, mucho más querible.

El encuentro entre las dos mujeres que lo amaron sigue estando en la novela, pero no es una escena central. Sin embargo, por más que forcejée con la trama para poder usar la imagen de los perros y la hoguera, al fin tuve que abandonarla porque en esta historia no hay ni un solo perro. La escritura es como la vida: podemos hacer planes e imaginar situaciones, pero luego viene la vida con su ironía y su falta de piedad y desarma todo lo que tan minuciosamente habíamos armado.

Tuve que interrumpir la novela varias veces. La primera vez interrumpí la escritura porque tuve que reconocer que todavía no tenía las herramientas necesarias para escribir la historia que quería contar. Mis dos novelas anteriores eran más cortas, abarcaban un período de tiempo menor y tenían pocos personajes. En cambio, esta novela abarcaría toda la vida de una persona y, además, tendría de fondo un período determinado en la historia de Venezuela, que es el país donde todo esto transcurre. Yo no sabía manejar tantos elementos simultáneamente y necesitaba pulir mis herramientas de escritora antes de volver a Valdi. La manera de hacer todo esto fue escribir otra novela, una más compleja que las que ya había escrito, pero más simple y menos ambiciosa que la de Valdi. Así nació Busco un amigo.

La segunda vez que interrumpí la escritura fue años después, durante mi primer viaje a Japón. Esa vez ocurrió casi sin que me diera cuenta: mi intención durante ese viaje era avanzar un par de horas en la novela todas las mañanas antes de salir a recorrer Tokio, a donde se había mudado mi hijo, pero pocos días después de llegar sentí la necesidad de dejar a Valdi de lado y escribir sobre el viaje que estaba haciendo. Fue así como nació Okāsan.

Recién ahora me doy cuenta de que encontré mi voz como escritora con ese pequeño libro. Sin Okāsan no habría encontrado el tono que necesitaba para esta novela. Y aunque la versión final no tiene algunas de las escenas que imaginé al principio, siento que La nueva vida de Valdi Bonetti, tal como está ahora, es la historia que he querido contar todos estos años.

“La nueva vida de Valdi Bonetti” (fragmento)

Hacía mucho que no tenía noticias de Valdi cuando un día recibí un correo en el que me proponía que escribiéramos juntos un guion. Me haría bien, dijo. Lo necesito mucho. Alguna vez habíamos escrito a mano los primeros actos de una obra de teatro. Non stabili teatrino, se llamaba. Tomábamos martinis de noche y escribíamos. Non stabili. Como nosotros, en esa época.

Su correo tenía un tono que me pareció desesperado. Decía que estaba con poco trabajo, pero sospeché que poco quería decir más bien nada. Aquí ya nadie se acuerda de mí, dijo también. Y que le sobraba tiempo. Me gustaría levantarme cada mañana con la ilusión de encontrar un texto tuyo y sentarme a continuar la historia, dijo. Nuestra historia, agregó. No sonaba como el Valdi que yo había conocido. Para ese Valdi no había derrotas: su ingenio podía contra cualquier contratiempo. En el correo decía que no estaba seguro de que las circunstancias de Venezuela fueran una excusa o un atenuante, pero que se consideraba técnicamente fracasado. Tengo el mismo capital que tenía a los dieciocho años, dijo. No puedo ir a la panadería a comprarme un chocolate o un helado.

En el último párrafo me preguntaba por mí. Hacía cinco años que yo estaba en Buenos Aires. Cuando en mi respuesta le conté que trabajaba en una revista y que finalmente me había dedicado a escribir, su próximo correo llegó inmediatamente: Yo sabía, yo sabía, dijo. ¡Tenías que escribir! ¿Y has publicado algo? Dos libros, le contesté, pero en editoriales desconocidas y de tiradas muy pequeñas. ¿Has publicado LIBROS?, decía su respuesta. Como si el mero hecho de publicar me pusiera en un lugar especial. Le dije que sí, pero que no los leía casi nadie aparte de, tal vez, un par de amigas. Quiero escribir contigo, volvió a decir, e insistió con la idea de que escribiéramos a cuatro manos. Un guion, un cuento largo, un cadáver exquisito en el que las dos voces se camuflen y confundan una en la otra como una sola voz. Así dijo. Él, que siempre me había parecido tanto más talentoso que yo, me pedía que escribiéramos algo juntos.

Le contesté la verdad: que estaba trabajando en una novela, que escasamente tenía tiempo para eso, y que sería muy fácil perder el hilo si me distraía con otro proyecto. Oh, qué lástima, dijo, con lo mucho que quería escribir contigo. No sé tú, pero yo estoy terriblemente solo, y pensaba, con lo del texto como pretexto, reanudar de alguna manera el vínculo entre los dos. Me conmovió su franqueza, que mostrara su debilidad de esa manera. Fue entonces cuando decidí contarle que uno de los personajes de la novela estaba inspirado en él y decirle que, si quería, tal vez podría ayudarme contestando algunas preguntas sobre su propia vida. Quizás pueda servirte para retomar el hábito de la escritura y a mí podría darme ideas para la novela, dije.

Nos escribimos durante tres años. Me mandaba correos larguísimos. Tengo conmigo páginas y más páginas escritas por Valdi, para mí. Me gusta pensar que este libro lo habría hecho feliz. En cierto modo es suyo, aunque las palabras sean las mías. Los capítulos que alcanzó a leer le alegraban el día. Me los devolvía repletos de comentarios, correcciones y uno que otro signo de admiración. Lo que sigue no es la historia de su vida, sino tan solo una versión de su vida: una en la que calzan las piezas que pude juntar a lo largo de los años.

Cuando lo conocí, los dos trabajábamos en Leo Burnett. Yo había entrado a la agencia como redactora junior y él acababa de ser ascendido a director creativo. Lo que a otras personas les llevaba siete u ocho años, él lo había logrado en apenas tres. Decían que Valdi también pintaba, actuaba y que tocaba el piano y el violín. Solía citar de memoria frases de Cicerón, Shakespeare, Quevedo y, sobre todo, de Borges. Tuvo que pasar un tiempo antes de que yo empezara a preguntarme si las citas eran verdaderas o si las inventaba en el momento.

¿Qué no habría dado a cambio de tener una décima parte de su espontaneidad, su talento, su desenfado? Valdi siempre llegaba a trabajar después del mediodía; faltaba a las reuniones; se ausentaba durante días de la agencia sin dar explicación. Nadie sabía dónde estaba. Aunque algunos directores de cuenta no le tenían simpatía, ninguno se atrevía a criticarlo en público porque los clientes lo querían a él frente a sus campañas. Cuando volvía a la agencia lo hacía como si nunca se hubiera ausentado y con cara de tan pocos amigos que nadie se atrevía a reclamarle nada.

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