La sala está llena, hay más gente parada que sentada. Entre cientos de manos que agitan abanicos, al fondo se ven, recortadas contra una cartelera, las siluetas de Mariana Enríquez y Sandra Gasparini. Estamos en el Festival LEER de San Isidro, son las cinco de la tarde. A nadie detiene la ola de temperaturas apocalípticas: por lo menos doscientas personas llegaron para escuchar, y también para ver, a la llamada reina del terror.
La escritora argentina, autora de obras maestras como Las cosas que perdimos en el fuego y Nuestra parte de noche, fue invitada al festival para hablar del eje de esta quinta edición, “Lo tenebroso y lo espeluznante”. Su intervención se suma a la clase magistral que brindó el sábado la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero y a la mesa redonda de la que participaron unas horas antes Esther Cross, Luciano Lamberti, Ricardo Romero y Matilde Sánchez.
La biografía en la ficción
Para comenzar, Gasparini pregunta por los procesos de escritura de la autora, que en principio pueden dividirse en: a) “lo autobiográfico afantasmado”, b) los sucesos históricos traumáticos como la dictadura, las crisis de los 80 y 90, entre otros; c) las lecturas y las películas, y d) la música.
“A mí lo autobiográfico no me gusta”, empieza Enríquez, “entonces trabajo en ocultarlo porque quedo muy expuesta. Por eso, además de afantasmar lo deformo”. Lo que más le gusta hacer es “el robo de biografías ajenas”. En cuanto a los sucesos históricos traumáticos, señala que en su niñez y juventud se dio una coordenada de tiempo y lugar muy específicos: además de estar en la época de dictadura, Lanús y alrededores era una “zona liminal”.
La escritora habló de una zona de talleres mecánicos, negocios y fábricas que cerraron en la dictadura. Entonces, dice, cuando un chico de ocho o nueve años sale a la calle ve cantidad de gente en estado tóxico caminando por ahí, parrillas de ruta, “esos bolichongos medio siniestros donde claramente se prostituían mujeres”, la putrefacción del riachuelo. “Es una especie de regalo para un escritor de terror, eso es lo autobiográfico afantasmado”.
La historia en sus textos aparece con las desapariciones que se relacionan con la dictadura, un amigo desaparecido en 1993, el miedo al VIH y al embarazo en una Argentina en la que no había aborto legal y sin acceso a pastillas: “Vos terminabas en un sucucho en La Plata con un raspado, y con suerte te tiraban en la calle si tenías una hemorragia y no hacían cualquier cosa con tu cuerpo”.
Toda esa materia constituye lo histórico-siniestro. “Me asombra cuando me preguntan ‘¿por qué escribís terror?’ No sé, puedo escribir otras cosas, pero tengo elementos para escribir terror”.
¡Esta extraña influencia!
En cuanto a la literatura, el cine y la música, cada disciplina tiene lo suyo. La literatura que le gusta le da ganas de escribir, mientras que lo que toma del cine son “actores para hacer casting”: para escribir se imagina la foto de un actor. Por ejemplo, Alexander Skarsgård está encarnado en el personaje de Juan de Nuestra Parte de Noche.
El terror contemporáneo es relativamente reciente, explica. El terror escrito en los 70 era interesante pero muy bestseller (El exorcista, Tiburón) y tenías que escarbar mucho para encontrar otros autores que escribían en la época y eran difíciles de conseguir. Menciona a Lisa Tuttle, Poppy Brite, El país de octubre de Ray Bradbury, Soy Leyenda de Richard Matheson y El silencio de los inocentes como algunos exponentes de género que llegaban a cuentagotas.
“Ahora hay una generación de escritores de mi edad y un poco más grandes, en América Latina pero también en Estados Unidos; en todas partes hay un renacimiento del terror que tiene que ver con que hay más comunicación”, y agrega: “Ahora tenés una escena con editoriales que editan terror, con autores que publican terror, conmigo fueron fabulosamente generosos en todos lados, sobre todo los norteamericanos”. Y concluye: “Me parece que se entró en otro momento”, aunque advirtió que hay una parte de la narrativa de terror en Argentina que sigue siendo under.
Narrar la realidad
Los abanicos aletean como mariposas. Afuera hay gente sentada en el piso, algunos bajo el sol y otros a la sombra, mirando un televisor que reproduce a Gasparini en consulta a Enríquez sobre su trabajo como cronista.
“Ocurrió después”, responde la escritora, y cuenta que después de publicar Bajar es lo peor entró a trabajar en Página 12. Ella estudiaba periodismo para ser periodista de rock, “pero cuando entrás en un diario tenés que hacer lo que te dicen. No podía decir ‘quiero entrevistar a Robert Plant’”.
En el diario, Enríquez aprendió a escribir con urgencia, con un editor, con límites, a tomar decisiones sobre restricciones de caracteres muy estrictos. También a escuchar mucho a la gente. “Me acuerdo que hablaba con Hebe Uhart, ella me decía que el escritor argentino es muy sordo, habla todo el tiempo y no escucha a los demás”. Uhart, autora de Viajera crónica, le sugirió leer a los autores que hacen buenos diálogos, como Manuel Puig y Fray Mocho. “En una crónica una persona te habla y tenés que elegir si lo vas a citar o si lo vas a glosar. Esas decisiones me las enseñó el periodismo”.
Sobre los artículos y reseñas recopiladas en El otro lado, comentó: “Me costó bastante publicar los textos periodísticos, porque el periodismo es un trabajo que se paga y se hace a veces en contra de lo que querés hacer”. Además, añade con respecto a las columnas semanales: “A nadie le pasa algo interesante una vez por semana, y si te pasa, no es necesariamente algo que quieras contar”. “Y que pueda interesar”, agrega Gasparini.
Medicina, cuerpo y narración
Después de hablar de la diversidad sexual de sus personajes, Enríquez es consultada por la relación entre literatura y medicina, a propósito del último cuento publicado, de título “Metamorfosis”. En el cuento nuevo la autora habla de su “gusto por el discurso médico, que es pornografia pura”. Gasparini señala que amén del caso puntual de “Metamorfosis”, en la obra de Enríquez es habitual el vínculo con la jerga médica.
“Más allá de que tengo una especie de base con los textos médicos de mi madre”, aclara la autora, “yo leía muchísimo las novelas victorianas, que tienen mucha enfermedad, mucho cuerpo, mucha neurastenia, acompañado de monstruos que tienen que ver con el contagio, como el vampiro”.
“La enfermedad se me conforma como algo del orden del monstruo, y algo que es terrorífico”. Explicó que todos tuvimos o conocemos a alguien que ha transitado una enfermedad, y “todos sabemos lo terrorífico que es entrar en el discurso médico”. Es un código, una terminología que pone al cuerpo en un lugar de extrañamiento.
“Es el propio cuerpo monstruo”, sintetiza Gasparini, que aprovecha para conectar con otra pregunta sobre el cuerpo en textos como “Nada de carne sobre nosotros”, el cuento “Los peligros de fumar en la cama”, “Fin de curso”, “Las cosas que perdimos en el fuego”, Nuestra parte de noche y hasta en Bajar es lo peor. “El cuerpo es muy narrativo, es la última frontera”, responde Enríquez. No hay ninguna defensa, explica. Cuando el cuerpo es vulnerado por alguien más o por uno mismo, se acabó. Incluso en la sexualidad: “Pensá que en el sexo estás desnudo en la cama con un desconocido, a merced de otro”. Aunque señala que ahí puede estar, al mismo tiempo, parte del disfrute (“si sufrís pero repetís tanto es porque estás gozando”, citó).
La escritora del momento
La entrevista termina, el último tema es El año de la rata, un libro en colaboración con el artista Dr. Alderete. Sin embargo, una vez finalizada la charla, la escritora se queda por lo menos una hora más firmando libros, con paciencia y buena predisposición. No se va hasta que el último fanático (la palabra “lector” suena demasiado fría si se trata de Mariana Enríquez) haya conseguido una firma en su ejemplar y alguna que otra selfie.
“Vinimos solo a ver a Mariana Enríquez a pesar del calor, somos fanáticas de ella y su escritura”, explicaron a Infobae Leamos Mora, Ema y Mimi, de entre dieciocho y veinte años. “Fue muy interesante, se dispersó la charla en un montón de temas”, dijeron después de haber hecho firmar sus libros. Entre sus textos favoritos mencionaron “El chico sucio”, “La casa de Adela” y Bajar es lo peor.
Cae la tarde, afuera los niños escuchan a un Luis Pescetti que cabalga entre la música y la narración de terror. Este cronista, luego de recorrer algunos stands y comprar más libros de lo que hubiese querido, hace caso a las palabras de Adrián Dárgelos en su canción “Como eran las cosas”: “Creo que es momento para otra bomba de humo / y batirme en retirada”.
Ya en el remis, el chofer pregunta si el evento era gastronómico, ya que solo alcanzó a ver unas carpas a lo lejos y unos food trucks. Le respondo que era un evento literario con ferias de libros, charlas y música.
“Ah, ¿es en el que estaba Enríquez? Yo la escucho en Radio Nacional, es columnista con Mario Weinfeld”, dice el remisero. Y agrega, mientras espera que un semáforo se ponga en verde: “Es la escritora del momento, me parece”.
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