La Guerra Civil española obligó a los opositores de Franco al exilio en Francia. Familias enteras cruzaron la frontera a pie sacrificando todo. La escritora Isabel Allende lo cuenta maravillosamente en Largo pétalo de mar con la familia Dalmau (Roser Bruguera y su bebé) y la familia Del Solar como protagonistas, unidos por el pase maestro del poeta Pablo Neruda. Quizás, aquel acto heroico de haber organizado el rescate y luego el asilo en Valparaíso de más de 2300 españoles que huían de la guerra civil haya sido el mejor poema del premio Nobel de Literatura chileno.
“Ese día de verano, 4 de agosto de 1939, en Burdeos, quedaría para siempre en la memoria de Víctor Dalmau, Roser Bruguera y otros dos mil y tantos españoles que partían a ese país larguirucho de América del Sur, aferrado a las montañas para no caerse al mar, del que nada sabían. Neruda habría de definirlo como un «largo pétalo de mar y vino y nieve, con una cinta de espuma blanca y negra, pero eso no les habría aclarado su destino a los desterrados. (…) desde el muelle, Pablo Neruda los despidió agitando un pañuelo (…) También para él ese día sería inolvidable y años más tarde escribiría: Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema que hoy recuerdo , no podrá borrarlo nadie”.
Pero ese piletazo -del Atlántico al Pacifico- de Víctor y Roser, no fue para nada idílico. Y sería solo el inicio de las idas y vueltas que vendrían después. Víctor, un casi médico que sirvió en el frente y Roser, una cuidadora de cabras que es adoptada por los Dalmau, enamorada del hermano de Víctor. Por razones ajenas a su propia voluntad y la Guerra Civil española de por medio, escapan de Barcelona.
En Burdeos abordan el barco que los llevaría a Chile pero, antes se casan sin ser novios y, además, ella esperaba un bebé que no era de Víctor. Como sea, solo pisar tierra chilena, y empieza un maremágnum de cosas que ni ellos ni nosotros entenderemos. ¿O sí?
Hasta que un día, como si estuviera escrito, el cielo se les puso negro otra vez y de nuevo el exilio: “Venezuela recibió a Víctor con la misma despreocupada generosidad con que acogía a millares de inmigrantes de todo el mundo y más recientemente de la dictadura de Chile y de la guerra sucia de Argentina y Uruguay”.
Pero, ¿y donde terminaron estos dos al final? Y el bebe, ¿de quién era? No quisiera -y justo en la mitad de la novela- aplicar un alerta de spoiler y arruinar el estofado. Eso jamás. Pero sí les tiro un dato para avanzar en alguna de las respuestas posibles (igual las preguntas son miles, les aviso). “Habían aguardado ‘eso’ 9 años y cuando ocurrió no pudo alegrarse porque significaba abandonar lo que tenían (…) y volver al país que dejaron. Esa noche cuando lo habló con Víctor, él le planteó que, si no volvían pronto, nunca lo harían. Hemos empezado de cero varías veces, Roser. Podemos hacerlo una vez más”.
Largo pétalo de mar y su amalgama de amores, desamores, traiciones y lealtades, encuentros y desencuentros, así como la épica histórica que se filtra por todas las páginas, es una de las narrativas mejor logradas de la autora chilena. Un matrimonio perfecto entre ficción y realidad. Una y miles de vidas en medio de la tragedia y el horror, el desarraigo y lo incierto, y otras tantas circunstancias locas que arrastran a los personajes al abismo de donde siempre regresan (no sé cómo). Una trama que sabe cómo llevar al lector hasta ese lugar impensado y luego liberarlo para de nuevo sorprenderlo unas líneas más adelante y no soltarlo.
Y, como escribió la autora en el momento en que el protagonista se despide de un antiguo amor para regresar a la posibilidad de otro y, como para entender que nada es un montón, aunque la vida se venga abajo: “Si uno vive lo suficiente, todos los círculos se cierran”. Solo hay que saber esperar.
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