Como Michael Schulman de The New Yorker escribe en su nuevo libro, Oscar Wars: A History of Hollywood in Gold, Sweat, and Tears (La Guerra de los Oscar: una historia de Hollywood con oro, sudor y lágrimas), los premios de la Academia pueden describirse como un “juego”, un “desfile de moda”, una “carrera de caballos” e incluso “una orgía de autocomplacencia por parte de gente rica y famosa que piensa demasiado bien de sí misma”.
Pero, sostiene Schulman, la verdadera clave para entender los premios se reduce al poder: “quién lo tiene, quién se esfuerza por conservarlo, quién invade la ciudadela dorada para arrebatárselo”. Más que un mero recorrido por la historia de los Oscar, su libro es un viaje a través de las luchas de poder en Hollywood.
A veces, esos conflictos tienen menos que ver con los ejecutivos de los estudios y las estrellas doradas que con la interfaz entre Hollywood y el resto del mundo. Aunque la leyenda de cómo surgió Ciudadano Kane ha sido objeto de debate durante mucho tiempo, Schulman se centra en lo que ocurrió cuando William Randolph Hearst percibió las similitudes del personaje del título con él mismo.
Sus periódicos ignoraron la película. Entre bastidores, Hearst y sus compinches presionaron a Hollywood y amenazaron a la industria con prensa negativa. Louis B. Mayer, de MGM, reunió a un grupo de colegas para ofrecer a RKO 800.000 dólares para comprar todas las copias de Ciudadano Kane e incendiarlas. Aunque el plan no tuvo éxito, el mensaje más amplio fue recibido, y en los Oscar de 1942, escribe Schulman, se produjo una “derrota casi total de Ciudadano Kane.
Otras carreras por el Oscar fueron competiciones entre poderosas estrellas y cineastas. En 1950, dos películas importantes, Sunset Boulevard y All About Eve (La malvada), pusieron a la antigua estrella del cine mudo Gloria Swanson y a la veterana profesional Bette Davis en un refrescante punto de mira. Para las mujeres de Hollywood, escribe Schulman, ser una estrella era tener “el poder en un tornillo de banco” que sólo duraba hasta que se envejecía y se perdía la belleza juvenil.
Sin embargo, el enfrentamiento Swanson-Davis demostró que “las actrices que pasaban de los cuarenta no tenían por qué pasar suavemente al olvido”. El momento era perfecto, ya que “la primera generación de estrellas de Hollywood había llegado a la mediana edad, refugiadas en mansiones como fósiles que nadie se había molestado en excavar, y sus películas se desintegraban en las cámaras de los estudios”.
Cuando aborda la época de las listas negras, La guerra de los Oscar narra el impacto de la decisión de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de asegurarse de que cualquier sospechoso de ser comunista o de eludir las citaciones federales no pudiera optar a un premio. A medida que avanza, el libro lleva a los lectores a través de los extraños años del Nuevo Hollywood, cuando Dennis Hopper era un negociante, Cowboy de medianoche (1969) se ganó los elogios con una calificación X, y el improbable equipo formado por la joven Candice Bergen y el veterano Gregory Peck trabajaron juntos para “acabar con la resistencia a las nuevas ideas” en la Academia mediante la incorporación de nuevos miembros.
Schulman también se ocupa de Harvey Weinstein, escribiendo que a la gente le gustaba caracterizarlo como un “magnate matón que trataba el cine de autor como un jefe de la mafia”, incluso antes de que fuera ampliamente reconocido como un “depredador sexual que cubría sus huellas”. Schulman señala con razón que Weinstein equiparó la temporada de los Oscar a los ciclos electorales presidenciales, en los que el mejor candidato puede ser derrotado por una campaña mejor.
Sin embargo, no todo el mundo estaba de acuerdo con sus tácticas: cuando Weinstein emprendió una ofensiva bélica impulsando Shakespeare enamorado contra Rescatando al soldado Ryan, de Steven Spielberg, éste se negó a “meterse en el barro con Harvey”.
Schulman nos recuerda que la Academia ha sido a menudo menos progresista de lo que sus miembros quieren hacernos creer, presentándose a menudo tarde para el cambio político y cultural antes de jugar a la desesperada a ponerse al día. La campaña #OscarsSoWhite ha puesto de relieve estos problemas, o al menos lo ha hecho más recientemente, pero el capítulo de Schulman sobre el simbolismo nos recuerda que la lucha no es nueva.
El Museo de la Academia de Cine, por ejemplo, sigue esperando una representación adecuada de los padres fundadores judíos de Hollywood. Sin embargo, en medio de estas historias de ignorancia y fracaso, y de posturas y poder, Schulman ofrece una historia real de personas reales cuyas acciones tuvieron consecuencias, para bien y para mal.
Fuente: The Washington Post
Chris Yogerst es autor, historiador del cine y profesor. Su próximo libro, “The Warner Brothers”, saldrá a la venta en septiembre.
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