“El drama de mi vida es que no hubo un gran drama”, dice José Santamarina, que es escritor y también coordinador de talleres de escritura. Lo dice cuando habla de Hasta que no haya nada. No es el primer libro en el que haya participado, antes estuvieron las antologías Nenes bien y Cómo ganarle el Mundial a Brasil. Es, sí, su primer libro “solista”.
Es un libro hecho de cuatro historias -de esas que ocurren entre la infancia y la adolescencia y se revisan después, cuando es más fácil encontrar las palabras justas- pero sobre todo hecho de un tono. Un tono que es conmovedor y económico a la vez, y que atraviesa al narrador, un niño-adolescente que tiene cuatro hermanas mujeres y ningún hermano varón, y que se cría un poco en esa casa y otro poco en el Colegio Cardenal Newman.
Santamarina publica sus textos en La Agenda, Rolling Stone y Seúl y escribió sobre Enzo Fernández en Muchachos. La Selección que nos hizo felices, un libro editado por Leamos, el sello editorial de Infobae, y disponible para su descarga gratuita en Bajalibros.
“Los talleres de escritura son una excusa para también tener una conversación conmigo mismo, porque lo que supuestamente enseño son dificultades con las que también me puedo encontrar cuando me pongo a escribir”, dice en Podcast de autor, conducido por Julieta Roffo, periodista de Infobae. Y enseguida agrega: “La falta de drama es el drama de mi vida, es una de las cosas que tensa mi escritura porque aún ahora pienso ‘¿quién soy para contar experiencias de mi vida donde no hay un gran conflicto para contar?’”.
Algo -o alguien, siempre hay buenos editores para dar el empujón que envalentone lo suficiente- convenció a Santamarina de que, aunque no hubiera un enorme conflicto, aún así había historias para contar, y con esas historias hizo su libro. “Los que escribimos tenemos miles de horas de mirar una escena más que de vivirla”, explica el escritor durante el episodio de Podcast de autor, y enseguida suma: “Finalmente, tal vez, por el solo hecho de estar vivo hay algo para contar”. Tal vez tenga que ver con eso, o con otro aspecto que revela Santamarina: “La escritura es lo que me sale cuando no me sale otra cosa”.
La educación sentimental, esa que suele ocurrir más o menos en paralelo con la educación formal (sobre todo a la altura de la escuela secundaria y los primeros años siguientes), atraviesa el tono que, a su vez, atraviesa Hasta que no haya nada. “Esos años, los de la niñez y la adolescencia, constituyen una época en la que la palabra es un bien esquivo. Falta la palabra. Entonces la escritura puede convertirse en una forma, un lugar, para decir algo que antes no se pudo”, reflexiona Santamarina sobre esa especie de clima que atraviesa su obra.
El fútbol -su fanatismo por River lo antecede- es uno de los temas frecuentes en los textos que el autor de Cómo ganarle el Mundial a Brasil publica. Así que respondió por qué escribir sobre eso que para algunos “son veintidós tipos corriendo atrás de una pelota” puede ser tan bello. “Siempre que escribo sobre fútbol lo hago desde los márgenes. A veces, hacerlo desde la jugada misma no tiene sentido porque no hay nada que se pueda decir que sea mejor que volver a ver la jugada”. Tiene un ejemplo en la punta de la lengua: el gol que Julián Álvarez le hizo a Croacia en la Semifinal de Qatar llevándose todo -la pelota, los defensores, el arquero- por delante.
“El día que se suspendió el River - Boca de la Libertadores, que finalmente se jugó en Madrid, estuve siete horas encerrado en la cancha casi sin saber ni entender qué pasaba. Llegué a mi casa aliviado porque no tenía que entregar el texto sobre el partido, y después pensé ‘no, pará, estas siete horas son escribibles’. El fútbol no es necesariamente lo que está pasando en el campo de juego, puede ser otra cosa. Muchas cosas”, describe. El tono, sea cual sea la próxima historia, ya lo encontró.
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