“Médicos, maleantes y maricas”: ¿qué rol tuvo la comunidad LGBT+ en la construcción de Argentina como nación?

Se reedito el clásico libro de culto de Jorge Salessi, esta vez con una reescritura por parte del autor que se libera del rígido formato académico de la primera edición, por años descatalogada, para acercarle al público no especializado una minuciosa investigación sobre la relación entre sexualidad, género, higiene y criminología en Latinoamérica.

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La editorial Planeta reeditó el clásico hasta hace poco descatalogado de Jorge Salessi "Médicos, maleantes y maricas", esta vez con una reescritura por parte del autor que prescinde del formato académico original. "Un libro de culto que, en su primera edición, podía leerse como una historia de la homosexualidad en Argentina", escribió María Moreno.
La editorial Planeta reeditó el clásico hasta hace poco descatalogado de Jorge Salessi "Médicos, maleantes y maricas", esta vez con una reescritura por parte del autor que prescinde del formato académico original. "Un libro de culto que, en su primera edición, podía leerse como una historia de la homosexualidad en Argentina", escribió María Moreno.

Hay libros que son indispensables para comprender a fondo los procesos que llevaron a una nación a ser lo que es, libros que cambian para siempre la comprensión de nuestro pasado. Publicado por primera vez en 1995, Médicos, maleantes y maricas, del argentino Jorge Salessi, es uno de ellos.

Reescrito por el autor a casi 30 años de su publicación original, la editorial Planeta trae una nueva edición de este clásico, una obra pionera de los estudios de sexualidad, género, higiene y criminología en Latinoamérica, pero esta vez sin las obligadas rigideces académicas de su primera versión, que lo volvían inaccesible para el público no especializado.

“Un libro de culto que, en su primera edición, podía leerse como una historia de la homosexualidad en Argentina, y toda una estructura para imaginar la nación. Tres décadas más tarde, esta osada reescritura callejera de un clásico es un manual para pensar revulsivamente el pasado”, afirmó la escritora argentina María Moreno.

Desde las clínicas y cárceles en las que afloró el positivismo higienista de fines del siglo XIX hasta los conventillos, burdeles, plazas y baños públicos en los que una primigenia (y todavía no formada) comunidad LGBT+ comenzó a desarrollarse, Médicos, maleantes y maricas construye una historia argentina vista desde los márgenes.

“Médicos, maleantes y maricas” (fragmento)

Putos inversores y putas lesbianas sugestivas

Los textos de estos genios, científicos policías militares escritores de fines del siglo XIX, describieron toda una cultura de maricas delirantes loqueando llenas de plumas en fiestas de ambiente o yirando de noche buscando levante entre los arcos de la recova del bajo. Eran invertidos congénitos, pocos, o adquiridos acostumbrados a la envergadura gozosa de «los seductores de siempre», algo así como hombres masculinos a los que les gustaba dársela a otros hombres o travestis. Había sofisticados pederastas romanos importados, «activos»; era siempre importante investigar quién, cuándo y cómo la daban o la recibían.

La idea de que un hombre se apareara con otro un día arriba y al día siguiente abajo era escandalosamente peligrosa. Y ni hablar de bisexuales que se acostaban lo mismo con hombres que con mujeres, y para peor de clase alta; eran considerados degenerados impensables. Había que ser siempre lo uno o lo otro; aunque fueran fornicadoras parejas de un mismo sexo biológico, uno siempre hacía de «hombre» y el otro de «mujer», reconstruían la pareja heterosexual.

En los colegios de pupilas adolescentes había chicas uranistas que se escribían cartitas de amor que sugerían besitos y toqueteos de noche entre las sábanas; muchas de ellas también clasificadas como pasivas bajo la viperina sugestión de activas hipnotizadoras. En las clases trabajadoras había mujeres de un tercer sexo usurpador que competían con los hombres en el mercado de trabajo, y en los cientos de prostíbulos de la ciudad las regentas tenían a su puta preferida que, agotada del trabajo, se acostaba a descansar abriendo las piernas a los lamidos golosos de la madama.

En la literatura y en los discursos de las nuevas ciencias psicológicas y sociales, putos y putas de innumerables tipos y especies, eran evidencia de una realidad histórica o construcciones textuales, taxonomías científicas retorcidas y formas de representación de desviaciones burguesas presentadas como saberes de una sexualidad que, de acuerdo a la coyuntura social o económica, sirvieron a propósitos distintos.

Sin duda, los médicos trataban de controlar, estigmatizar y criminalizar una cultura vistosa de homosexuales y travestis que circulaban por todas las clases sociales de Buenos Aires. Pero las historias y los estudios también fueron un invento, una construcción deliberada de historias clínicas y casos que instalaron la idea de una enfermedad mental en potencia, una inversión que acechaba en puntos claves de la modernidad fastuosa, del mercado de trabajo, la estructura de clases tradicional y, sobre todo, las instituciones donde se instruía al nuevo sujeto argentino elector.

Los criminólogos hacían historia, historiaron, pero al mismo tiempo diseminaban lo que Eve Sedgwick llamó «pánico homosexual», el temor que desde fines del siglo XIX se usó para controlar las primeras comunidades de hombres que se identificaban como homosexuales, pero también para regular los lazos homosociales entre todos los hombres que estructuraban la totalidad de la cultura heterosexual y pública.

El libro hace referencia a varias controversias que inundaron los medios a fines del siglo XIX y comienzos del XX, como el célebre "Escándalo de los cadetes" o las fiestas y orgías protagonizadas por miembros de las clases aristocráticas y militares.
El libro hace referencia a varias controversias que inundaron los medios a fines del siglo XIX y comienzos del XX, como el célebre "Escándalo de los cadetes" o las fiestas y orgías protagonizadas por miembros de las clases aristocráticas y militares.

En la Argentina rica de la gran inmigración europea ese pánico sirvió para definir y apuntalar ideas de nacionalidad, de «raza», de clase social, al mismo tiempo que se trataban de cimentar fundamentos de una sexualidad única, heteronormativa, de géneros fijos, femenino para las mujeres y masculino para los integrantes de la etnia ideal que debía resultar de la homogeneización de las poblaciones recién llegadas.

En los estudios y tratados que vamos a ver, la recurrencia de detalles precisos en las vidas y prácticas homosexuales de tantos demostró que en el Buenos Aires de fin de siglo había muchos hombres que tenían relaciones sexuales con otros hombres; es evidencia de una realidad histórica. Pero las formas de representación de la homosexualidad de las mujeres, además de ser seguramente también una realidad histórica, dejó ver con más claridad la propagación exagerada de una ansiedad cultural que, como el miedo a las enfermedades epidémicas, fue usada para reprimir y estigmatizar a líderes grupos y poblaciones de mujeres que desbarataban la solidez de la cultura capitalista patriarcal, el ideal de la oligarquía terrateniente que tenía el Estado en sus manos.

Hasta las últimas décadas del siglo XX no se investigaron ni se documentaron mucho las vidas y costumbres de estos grupos de hombres que noventa años antes se identificaban como maricas. Las distintas coyunturas socio-históricas permitieron, o no, la visibilidad y la lectura de subjetividades y sujetos homosexuales o transgenéricos. Se podía o no se podía «hablar de eso».

Durante la dictadura criminal que terminó en 1983, los transgresores nos tuvimos que refugiar en las Fiestas, baños y exilios que describieron Alejandro Modarelli y Flavio Rapisardi. El único grupo genérico sexual que como tal se enfrentó a los delincuentes militares del Estado fueron las Madres de Plaza de Mayo. Pero con la democracia, en 1989 por ejemplo, en algunos libros y publicaciones empezaron a aparecer cada vez con más insistencia referencias que dejaban entrever las vidas, andanzas y peripecias de las locas de fines del siglo anterior.

Una alusión apareció ese mismo año en Soy Roca, un libro del historiador Félix Luna. Esa primera insinuación —y su tono homofóbico de época— la permitió el contexto del debate contemporáneo argentino e internacional sobre los derechos de los que no nos ajustamos a las normas genéricas y sexuales tradicionales. A la referencia de Luna le dio pie el principio del reclamo muy público de la CHA (Comunidad Homosexual Argentina), que en mayo de 1984 había publicado en uno de los diarios de distribución masiva de la capital una primera solicitada que exigía la derogación de los edictos policiales todavía utilizados para perseguir y arrestar homosexuales.

Entre 1984 y 1987 Carlos Jáuregui, César Cigliutti y Marcelo Ferreyra hicieron muy público el debate sobre los derechos de homosexuales y travestis, y Carlos con Lohana Berkins aparecieron junto al periodista Mariano Grondona en la pantalla chica de todas las noches, al mismo tiempo que se empezó a destapar la maraña delictiva del Estado militarizado y sus secuaces civiles entre 1976 y 1982. El debate se radicalizó y tuvo una repercusión inédita a mediados de 1989, cuando la CHA solicitó el otorgamiento de personería jurídica, que le fue negada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

En Soy Roca, en medio de ese primer debate público sobre el reconocimiento legal de una organización de homosexuales argentinos, el protagonista del libro de Luna hablaba escandalizado del Buenos Aires de Ingenieros y Rubén Darío: «Antes, los únicos maricas conocidos eran los porteros de los quilombos. Ahora me cuentan de Fulano o Mengano, gente bastante conocida, como incluidos en la categoría de los invertidos. ¡Y no les cuento en Europa! Aparecen con toda desenvoltura en los ambientes más refinados».

Los maricas no solo deambulaban entre la mala vida prostibularia, también se desenvolvían abiertamente entre la gente conocida en Argentina, como ocurría en el interior del exclusivísimo círculo de Liebenberg, los favoritos del Kaiser Guillermo II, la decadente gente bien de la Europa de 1900, en los dominios imperiales o en países serios como los Estados Unidos del 1990.

A fines del siglo XIX y del XX, la visibilidad de estas homosexualidades apareció como coletazos inesperados de los proyectos económicos neoliberales que supeditaron la economía argentina a un concierto capitalista internacional o global. En los últimos años del siglo XX el modelo económico y social argentino fue impuesto por el eje anglo-norteamericano, que llegó con el nuevo feminismo y el activismo gay de Stonewall, de la misma forma que a fines del siglo XIX lo habían impuesto los imperios ingleses, franceses y alemanes, junto con la refinadísima decadencia de la literatura europea finisecular o los atrevimientos estéticos de los pintores prerrafaelitas.

La visibilidad y el activismo de lesbianas y gays, maricas, homosexuales, invertidos o uranistas varios fueron el tiro que entró por la culata de los grandes saltos modernizadores de integración económica y cultural de la Argentina en el mundo. La conspicuidad de los homosexuales europeos de Luna era la de los hipercivilizados franceses que emulaba Rubén Darío en Buenos Aires.

La estética sospechosa, el estilo literario y la vida disoluta de los artistas se desvergonzó con el juicio a Oscar Wilde en 1895 en Inglaterra, al mismo tiempo que en Alemania empezaba el primer movimiento de liberación homosexual liderado por científicos y escritores como Magnus Hirschfeld y Adolf Brand. Era la degeneración de «alta cultura» en los venerables salones de las universidades, los círculos de la nobleza, la poesía y las clases letradas; y había llegado hasta los más augustos círculos militares de fin de siglo. En el ejército argentino tuvo un impacto sensacional la publicidad de las predilecciones de Friedrich Krupp, el amigo íntimo del Kaiser y heredero de los magnates del acero, fotografiado cual Tiberio con sus ragazzi en un gruta de espejos de cristal de roca de la Marina Piccola de Capri.

Entre 1906 y 1907 seis oficiales alemanes, chantajeados, se suicidaron para no tener que presentarse frente a los tribunales militares tras ser acusados de putos. Ya habían muerto moralmente veinte oficiales más, juzgados por homosexuales en años anteriores cuando, para colmo, se hizo pública la tierna pareja del príncipe Eulenburg, conde de Sandels, con el teniente coronel Kuno Graf von Moltke amerengados en festicholas con altos oficiales militares del entorno íntimo del emperador. Los círculos castrenses argentinos pararon el ojo alarmados.

Quién es Jorge Salessi

♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1946.

♦ Es escritor, profesor y doctor en Letras y en Filosofía.

♦ Estudió en la Universidad de Yale y fue nombrado titular de una cátedra vitalicia por la Universidad de Pennsylvania, donde es Profesor Emérito.

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