Circe Maia es de aquellas poetas cuya obra singular nos lleva a preguntarnos por el origen de su estilo, de sus lecturas, de sus experiencias, de sus relaciones con otras y otros poetas. La respuesta puede ser ejemplar: “En vez de un rezo, como en las familias cristianas de las viejas películas, el padre de Circe, en el almuerzo, antes de empezar la comida, recitaba poesía. Casi siempre de Rubén Darío.”, escribe el periodista Roberto García Belloso. O puede ser alegórica: “Para un niño es un misterio cómo el escarabajo tiene esos colores que cuando le da la luz, se ven así”, recuerda la poeta de su infancia durante los juegos veraniegos.
¿Podría ser que el nacimiento de la palabra poética en Circe Maia esté en su niñez y en la conjunción de su deseo con el de sus progenitores? Porque a aquel “rezo poético” laico y paterno podemos sumarle un primer libro publicado a sus 12 años como un capricho más bien adulto, Plumitas. Luego vendrán las lecturas a veces compartidas con su hermana Isis de Federico García Lorca y también del poeta uruguayo Julio Herrera Reisig. No obstante, la gran influencia en su obra es la del sevillano Antonio Machado, en particular del común interés y de su sensibilidad por el paso del tiempo en el vivir, dentro de un mundo real y cotidiano. Justamente, en el prólogo de su primer libro En el tiempo (1958) señala la poeta que la “misión del lenguaje poético es descubrir y no cubrir los sentidos presentes en la existencia”.
Circe Maia, quien este junio cumple 91 años, nació en Montevideo y vive desde hace ya 60 años en la ciudad de Tacuarembó, en el centro-norte de Uruguay. Estudió Filosofía y en cuanto se trasladó a esta ciudad ejerció la docencia secundaria hasta que fue “destituida” en 1973 por el gobierno militar de entonces mientras su esposo Ariel Ferreira estaba preso. De ese acontecimiento se acaba de publicar en la Argentina su libro Un viaje a Salto, editado por Las afueras, donde desde la perspectiva de su hija pequeña, y también desde el diario íntimo, narra esos momentos trágicos de su vida personal y política. Dice Maia al recordar el motivo de la escritura de este único relato dentro de su producción: “me interesaban los detalles, la realidad está llena de detalles que uno los pierde, ¿no es así?”.
Algo similar sucede en su obra poética desde el principio. Si bien, citando a Machado, Circe Maia afirma que la poesía es una “respuesta animada al contacto del mundo”, ese encuentro no pasa por los grandes eventos sino por la observación de las pequeñas cosas. Por ello, aunque sus palabras no dejan de ser palabra escrita remiten inevitablemente a la palabra hablada, a las voces comunes, en algunos casos escuchadas y anotadas. A su vez, es su mirada distanciada pero emotiva la que origina sus poemas; según ella “como una inquietud, casi como una incomodidad”. No hay allí una visión fija del mundo, una imagen congelada. Lo que se ve, lo que se siente, lo que se oye o se huele está unido a un pensamiento, Maia lo llama “pensamiento poético”, que cambia como las cosas y las personas con el paso de las horas, el día; el tiempo: “Hoja a quien la mirada/ te separa del resto y te hace única/ (O te descubre única… ¿lo eras?) / ¿Eras, antes de verte, tú y más nadie?” (‘Hoja’ en Cambios, permanencias, 1978). Una tradición que la poeta conoce muy bien a través de sus lecturas filosóficas vueltas poesía en su obra como una contemplación sensible y reflexiva.
En el 2007 la Biblioteca Nacional de Uruguay junto con Rebeca Linke Editoras reunió por primera vez sus 9 libros como Obra Poética. De esta manera, se pudo acceder a ellos ya que era muy poca su circulación o eran inhallables. Esto implicó un inmediato reconocimiento que la ubicó a la par de otras grandes poetas uruguayas como Ida Vitale e Idea Villariño. Dos años después la Academia Nacional de Letras de Uruguay la incorporó como integrante de número. Una formalidad que Circe Maia tomó con naturalidad al igual que su poesía, deudora de palabras que “de otra boca salen/ simples, directas, saltan, /sobre mi propia voz, la están alzando/ la levantan, la alumbran, están vivas, /las siento sobre mí como una ráfaga.” (´Palabras´, Presencia diaria, 1964).
En el tiempo
II
Los veranos de años futuros
niebla, humo dorado de mañanas
atardeceres nebulosos, noches
como frutas oscuras
pero de oscuras frutas no nacidas
como cuando están en flor los ciruelos
todavía en flor y el verano lejos.
Tiempo que no ha venido y que quizá ya empieza
a dibujar sus formas, despacio, a delinearse
así, como perfiles en las nubes
como formas de espuma o arena movediza.
Se adivina un silencio latente de rumores
una sombra madre de un chispear de luces
como un agua negra, río subterráneo
subiendo, acercándose a la luz de afuera.
Desde el presente, alzando los ojos a lo lejos
es posible pensar que han levantado el vuelo
y vienen por un aire silencioso, los días
con aletear sin ruido.
Y están después atrás, terriblemente fijos
-palabra dicha, hora vivida, noche muerta-
fijos de una fijeza feroz, y no se puede
no hay nada, no se puede
ni los ángeles pueden
tocar un solo punto del tiempo sumergido.
(de En el tiempo, 1958)
He visto
Policías. Soldados.
Camiones y camiones. O a caballo.
O a pie. Juntos, armados.
Veo tu rostro inquieto, ciudad querida
y en todos lados, miedo.
Planta voraz, trepándose a las casas
subiendo las paredes
devorando, creciendo.
Si te arranca del sueño
puesto delante de una luz- cuchillo:
¿Qué has de sentir? ¿Te taparás los ojos?
¿Sabrás quedarte y resistir?
Prepárate.
El día duro ya está amaneciendo.
(de El puente, 1970)
Voces en el comedor
La puerta quedó abierta
y desde el comedor llegan las voces.
Suben por la escalera
y la casa respira.
Respira la madera de sus pisos
las baldosas, el vidrio en las ventanas.
Y como por descuido se abren otras puertas
como a golpes de viento
y nada impide entonces que se escuchen las voces
desde todos los cuartos.
No importa lo que dicen.
Conversan: se oye una,
después se oye otra.
Son voces juveniles,
claras.
Suben
peldaños de madera
y mientras ellas suenan
-mientras suenen-
Sigue viva la casa.
(de Superficies, 1990)
Doble Imagen
Muchas veces el pensamiento
envidia a la mirada.
A la mirada sin pensamiento
a la pura mirada
Ahí están esos árboles
doblados, invertidos
en el reflejo de la laguna
y no, como otras veces,
con mucha claridad, no, porque el agua
está ligeramente rizada, muy ligeramente.
Entonces
la imagen está un poco
desdibujada
-la imagen inferior, temblando, apenas
un poco menos nítida-
Y es como si expresara alguna cosa
cuyo tema es la otra, sin duda.
Pero ¿Qué cosa?
¿Propone doble mundo?
Pensamiento confuso.
Mirada clara.
(de Lo visible, 1998)
En Circe Maia, Obra poética, Montevideo, Ediciones Biblioteca Nacional- Rebeca Linke Editoras, 2007. Hay una edición argentina de su obra La pesadora de perlas, Obra poética y conversaciones con María Teresa Andruetto, Coedición Viento de Fondo con Biblioteca Nacional Argentina y Biblioteca Nacional de Uruguay, 2013.
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