Nadie miró a Saramago como ella

Pilar del Río fue la compañera de vida del Nobel de Literatura durante décadas. En su libro “La intuición de la isla. Los días de José Saramago en Lanzarote” da cuenta de toda esa intimidad que los unió, y de las obsesiones y el oficio del escritor portugués.

Pilar del Río y José Saramago en Lisboa en 1987.

Nos fue propuesta una Declaración Universal de los Derechos Humanos y con eso creíamos que lo teníamos todo, sin darnos cuenta de que ningún derecho podrá subsistir sin la simetría de los deberes que le corresponden. El primer deber será exigir que esos derechos sean no solo reconocidos sino también respetados y satisfechos. No es de esperar que los Gobiernos realicen en los próximos cincuenta años lo que no han hecho en estos que conmemoramos. Tomemos entonces, nosotros, ciudadanos comunes, la palabra y la iniciativa. Con la misma vehemencia y la misma fuerza con que reivindicamos nuestros derechos, reivindiquemos también el deber de nuestros deberes. Tal vez así el mundo empiece a ser un poco mejor.

José Saramago, 1998, discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura.

Un escritor al que sus obsesiones no le daban sosiego (José Saramago), una isla atlántica y volcánica (Lanzarote) y una casa (A Casa) con jardín, tres perros (Camoens, Pepe y la antipática Greta) y una biblioteca. Pero también, junto al escritor, en la isla y en la casa, hay una mujer que, sobre el amor y desde el amor, evoca los días y los trabajos del escritor en el rincón del mundo que le dio un espacio donde crear y amar.

Quienes conocemos a esa mujer, Pilar del Río, sabíamos que no era una mujer cualquiera. No porque haya sido y sea periodista, traductora, alma de la Fundación con vocación ciudadana y universalista que lleva el nombre del Premio Nobel portugués, sino porque es una fuerza desatada de la naturaleza, un ser generoso y sensible y, ahora, también autora de un libro tan inclasificable como entrañable, pero sobre todo necesario y revelador, titulado La intuición de la isla. Los días de José Saramago en Lanzarote.

José Saramago mirado por su compañera.

“Este es un libro para amigos y amigas”, advierte e insiste Pilar del Río a lo largo del volumen. Y esto es verdad y es mentira. O es mentira y también es verdad si consideramos al lector un amigo más, cómplices a los que cientos de veces –miles de veces los escritores afortunados, millones de veces los muy afortunados, como Saramago-, sin haberles mirado jamás a los ojos, hemos hecho infinitas, casi todas las confidencias posibles, si aceptamos que la escritura es un acto de exhibicionismo premeditado e incontenible.

Pero, con este libro, esos millones de amigos de Saramago accederán a otras revelaciones que el pudor del autor no se atrevió a ventilar, pero que ahora Pilar del Río nos lo ilumina al entregarnos un retrato humano y literario más cabal del autor de La balsa de piedra mientras vivió en el sitio donde al parecer fue más feliz y, sin duda, más productivo.

Los días de Saramago en Lanzarote, la isla canaria donde plantó su casa, A Casa, corrieron desde el año 1992 hasta su muerte, en 2010. Fueron dos décadas pletóricas de creación y júbilo (varias novelas y visitas de decenas de amigos) y que tuvieron como momento público más trascendente la noticia que allí le llegó de que había sido el primer escritor de lengua portuguesa congratulado con el Premio Nobel de Literatura (cuando el galardón todavía solían recibirlo grandes escritores).

Lo más gratificante es saber que su vida isleña tuvo como origen un acto siempre ofensivo de censura, cuando el entonces primer ministro y luego presidente del Portugal democrático, Aníbal Cavaco Silva –y cito a la autora-, eliminó la novela El Evangelio según Jesucristo (1991) que había sido elegida por tres instituciones culturales para representar la nueva literatura portuguesa en Europa.

“El gobierno de Cavaco Silva justificó su decisión con tres razones: primera, el libro ofende a los portugueses, que son católicos y no toleran que se roce el dogma; segunda, el autor es un militante comunista y ya se sabe que los comunistas no representan a sus países; tercera, el libro está mal escrito”. Si la primera razón pudiera tener algún fundamento (fundamentalista), la segunda es tan ofensiva como los ostracismos a los que gobiernos comunistas sometieron a Pasternak o la Ajmátova, entre otros, y la tercera, un lamentable ejercicio de crítica literaria de unos políticos obtusos. Y de un país con un gobierno así decidió alejarse el escritor.

Del Río y Padura, dos observadores de la obra del Nobel portugués.

En breves capítulos, como viñetas centradas en un asunto, la autora recorre entonces las más diversas situaciones personales y afectivas, creativas y políticas o civiles de esa etapa tremendamente feraz de la vida de Saramago, para permitirnos completar a los lectores una imagen más acabada de su personalidad y sus obsesiones vitales.

De este modo está en el libro el Saramago que fue el hombre abierto y cordial que disfrutaba de los dones de la vida, desde el invariable desayuno de tostadas con aceite de oliva hasta la visita y compañía (casi siempre con cena incluida, mejor con bacalao y rociado con vino) de una pléyade de escritores, políticos, periodistas y amigos que pasaron en algún momento por A Casa e hicieron de la morada un lugar de referencia intelectual en el mundo cultural contemporáneo.

Pero, sobre todo, está retratado el escritor que, con la disciplina necesaria para su oficio, se encerraba en su estudio de trabajo para cumplir la mayor de sus obsesiones y necesidades, la escritura. Así, cada una de las novelas escritas en este período tiene en el libro su comentario propio, en un ejercicio de contextualización creativa y temporal que complementa el conocimiento de la obra en cuestión.

Con especial interés he encontrado en esos espacios dedicados a la labor artística varias respuestas que, en lo personal, siempre me ha perseguido porque las preguntas que las anteceden encierran lo que considero uno de los grandes misterios de la creación: ¿de dónde salen las ideas para escribir una novela?; ¿por qué una idea es “novelable” y otra no?; ¿cómo y de dónde llega, entre muchas, la idea destinada a convertirse en novela?

Y aparecen iluminaciones como esta: “La idea de escribir Ensayo sobre la ceguera se le presentó a José Saramago en un restaurante de la Madragoa en Lisboa, mientras esperaba un plato de bacalao asado con batatas a murro. ‘¿Y si todos fuéramos ciegos?’, se preguntó el escritor. Y enseguida se respondió a sí mismo: ‘Pero somos ciegos, ciegos que viendo no vemos’. En ese momento (…) supo que tendría que escribir Ensayo sobre la ceguera…”, esa novela de la que llegó a decir: “…no sé si voy a poder sobrevivir a este libro. Lo acabé en estado de convulsión”.

Saramago también dedicó libros a su vida en Lanzarote.

Y otra revelación como esta: “Con El Evangelio según Jesucristo, José Saramago no había terminado su relación con Dios. La frase “Hombres, perdonadle, él no sabe lo que ha hecho”, con la que acaba el libro, seguía resonando en su cabeza. ¿No sabe lo que ha hecho? ¿No sabe? Pero si es Dios… Y entonces (…) se puso a escribir (…) lo que faltaba por decir de esta historia fundacional de la civilización judeocristiana, ese desencuentro permanente de los hombres con la idea de Dios que tanto dolor y muerte ha producido a lo largo de los siglos”.

Y claro que está presente en el libro, pues es consustancial al hombre y al escritor, el Saramago consciente de su responsabilidad civil, con la que estuvo comprometido hasta el final de sus días y lo llevó a participar con su pluma e incluso con su presencia física en diversos procesos sociales y políticos que movieron su sensibilidad y reclamaron su solidaridad.

Por ello, como inmejorable colofón del recorrido propuesto, Pilar del Río incluye los resultados de las invencibles preocupaciones del escritor sobre nuestros derechos humanos, los derechos a la libertad y la vida, a la manera de pensar y de escribir, y los deberes que tales derechos entrañan, por los que José Saramago muchas veces se pronunció desde muchos púlpitos y que alentaron la redacción de la “Carta Universal de los Deberes y Obligaciones de las Personas”, finalmente redactada en 2017, y encabezada, como Saramago pensaba, por la afirmación de que “Todas las personas tenemos el deber de cumplir y exigir el cumplimiento de los derechos reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en el resto de instrumentos nacionales e internacionales y las obligaciones necesarias para garantizarlos con efectividad”.

Así, de cuerpo entero, íntimo y público, sale José Saramago de La intuición de la isla, quizás el más cercano y bello homenaje a su memoria y a su obra, pensado, vivido y escrito por la que fue su compañera de la vida, y sigue siendo la custodia de su pensamiento, la inefable Pilar del Río, a quien los admiradores de la obra saramaguiana debemos agradecer que abriera para todos las puertas de A Casa y nos dejara convivir con José Saramago y hasta con sus perros Camoens, Pepe y la no tan antipática Greta.

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