“Los que no entienden a Francisco es porque no conocieron a Bergoglio”, dice Francesca Ambrogetti. Junto a Sergio Rubin, es coautora de El Pastor, un libro que analiza los 10 años del pontificado de Francisco, que se cumplirán el próximo 12 de marzo. Y es que Francisco y Bergoglio no son muy diferentes, como si esta última década de mayores responsabilidades y visibilidad no hubieran hecho mella en el carácter del ex arzobispo de Buenos Aires.
Pero Ambrogetti hace una pequeña aclaración: “ha habido una absoluta continuidad, como si hubiéramos iniciado un diálogo en Buenos Aires que siguió en Roma. Lo único es que lo vimos en algunos momentos más eufórico, más alegre, con esa famosa sonrisa. Y eso se lo atribuimos al contacto con la gente, que, como Papa, es mayor que el que podía tener como cardenal. Eso lo revitaliza. Nos dijo con mucha seguridad que es un hombre feliz”.
Rubin concuerda en que Bergoglio y Francisco apenas si se diferencian en una mayor extroversión de este último, aunque recalca que antes hablaba poco y nada con los periodistas y, ya en el rol de líder católico, ha expandido su faceta comunicadora. “Antes hablaba con una voz chiquita, pero ahora se muestra con una gran fuerza. Pero en lo esencial, en lo personal, sigue siendo el mismo. Y sobre todo, en su concepción de la Iglesia y del mundo. Eso no ha cambiado”, dice el periodista.
No es sencillo mantener las ideas ni tampoco la tranquilidad, la parsimonia y cierta paz interior cuando se ocupa un rol tan relevante durante tantos años. Pero hoy, dicen los autores, Francisco se mantiene como hace una década, con la satisfacción del camino recorrido hasta ahora y sin preocuparse demasiado por lo que no ha hecho aún. Prefiere ocuparse antes que preocuparse. Y, aunque el Papa no lo admita, ha hecho mucho durante su pontificado.
Entre los temas principales del papado y, por lo tanto, de El Pastor, los autores también destacan la austeridad, la preocupación por los pobres, el combate a los abusos sexuales cometidos por miembros del clero, la transparencia en cuanto a las cuentas del Vaticano, las guerras, los refugiados, el medio ambiente. “Esos temas son los que compusieron este libro, que tiene un poco de anécdotas, de entretelones, y las preguntas y respuestas con él. Y además no podía faltar un capítulo dedicado a la Argentina”, dice Rubin.
Claro que este no fue un trabajo sencillo ni rápido, aunque Rubin y Ambrogetti contaran con la ventaja de haber conocido a Bergoglio desde que era cardenal, mucho antes de que fuera elegido como obispo de Roma. Fue en 2001, en una reunión en la que se conversó sobre la crisis argentina de aquel año. Quedaron impresionados con su personalidad, con sus reflexiones, con la profundidad con la que analizaba la situación político-económica del país y del resto del mundo. Y también con su sencillez.
Aquella reunión fue el disparador para El Jesuita, libro publicado en 2010 y reeditado mundialmente en 2013, luego de la asunción de Francisco. Pero en esa época Bergoglio casi no hablaba con periodistas y su primera respuesta ante la posibilidad de hacer un libro de entrevistas fue tajante: “no”. Finalmente aceptó en 2007 y, desde entonces, se reunieron una vez por mes durante dos años para hacer entrevistas que derivarían en aquel primer libro de la dupla.
El Pastor es una suerte de secuela, una continuidad que es avance y no quiebre. La confianza adquirida a lo largo de los años y al compartir momentos llevó a que el ahora Papa aceptara más rápidamente la nueva propuesta. Pero lo que demoró fue la realización del proyecto: esta vez las conversaciones se extendieron a lo largo de diez años, sobre todo durante el verano boreal, cuando Francisco suele tener más tiempo disponible.
En esas charlas se mechaban cuestiones personales con los grandes temas del pontificado, pero siempre manteniendo la rigurosidad lógica que implica entrevistar a una figura de la magnitud de un Papa. Luego se dividieron las tareas de la misma forma en que lo habían hecho a la hora de escribir El Jesuita: Ambrogetti se enfocó en la parte humana, en la historia personal, y Rubin se dedicó a los aspectos religiosos y políticos.
Un trabajo arduo
De todas formas, aun escribiendo a cuatro manos y dividiendo la tarea, resumir una década de conversaciones fue difícil. Todo fue grabado y los autores mismos desgrabaron las entrevistas, no delegaron ese trabajo porque, dicen, así las cosas se sienten de otra manera. Eran grabaciones muy largas que luego debieron clasificar temáticamente antes de comenzar a redactar. “No nos vamos a hacer los mártires”, dice Rubin, “pero fue un trabajo arduo”.
En el medio de tantas conversaciones, ha habido numerosos viajes papales, y en algunos de ellos participaron los autores. Por ejemplo, Sergio Rubin destaca la visita a Estados Unidos, que él cubrió y que recuerda como impresionante. Es que Francisco fue el primer Papa que habló en el Capitolio de Washington D.C. y fue ovacionado de pie por los representantes y senadores. “En ese momento pensaba que nosotros nos estamos matando en Argentina por el Papa, por si supuestamente es peronista o si es kirchnerista, unas peleas interminables... y en la primera potencia del mundo lo aplaudían tanto los demócratas como los republicanos. Al presidente de la cámara se le caían las lágrimas de la emoción”, reflexiona el autor.
Quizás sean esas mismas peleas interminables en Argentina las que hayan obligado a postergar la visita, el regreso del Papa a su tierra natal. No es verdad, dice Francisco en el libro, que no quiera volver al país, él mantiene su intención de hacerlo. Pero una de las razones implícitas es la grieta política. Desde la Secretaría de Estado del Vaticano le recomendaron que no viajara porque todo lo que dijera o hiciera podría convertirse en objeto de polémicas. Y él aspira a aportar para consolidar la unidad del país. Rubin afirma que hay dos opiniones: por un lado, considerar que Francisco debe esperar a que disminuya un poco la tensión política y, por el otro, que una visita ayudaría a disminuir esas tensiones. “Obviamente en un año electoral no va a venir, hay que ver qué pasa después de las elecciones”, agrega.
Ambrogetti, demostrando que su foco está puesto más en lo personal que en lo político, tiene una interpretación diferente: “por su carácter, él tiende a postergar las cosas que más quiere y privilegia lo que más debe. Es su manera de ser, que tiene mucho que ver con su origen piamontés. La familia de su padre vive a 600 kilómetros de Roma, pero él tardó nueve años en ir. Está convencido de que se debe al mundo”. A esto se le suma que Francisco nunca ha querido mostrar una preferencia por su país, a diferencia de Juan Pablo II, a quien se criticaba porque decían que había llenado de polacos la curia romana. Rubin opina que algo así sería impensable para este Papa.
Ambas visiones no son necesariamente incompatibles y puede entenderse que Francisco no quisiera quedar atrapado en una disputa política en su propio país. Más aun cuando es un Papa que ha trabajado tanto por el diálogo, que apunta a hacer una Iglesia más universal. Para Ambrogetti, esto tiene que ver con que el Papa sea argentino y con que haya crecido en una sociedad multicultural y multirreligiosa: “eso le abrió la cabeza y el corazón y hace que su pontificado sea tan diferente, con una mayor capacidad de inclusión y comprensión”.
En ese sentido, no sólo es relevante que sea argentino, sino que sea el primer Papa no europeo en casi 1300 años. Esto significa que trajo consigo una visión completamente diferente: ya no exclusivamente desde el centro hacia la periferia del planeta. Según la autora, este es un momento en el que la Iglesia apunta a ser más abierta, que se da cuenta que el eje del poder en el mundo se está deslizando y que occidente ya no es el único centro. “Muchos creen que este es históricamente el Papa que necesitaba la Iglesia para este momento”, opina.
A lo largo de una década de extensas conversaciones y entrevistas, se tocaron muchos temas, ¿pero Francisco esquivó alguno? ¿Fue al menos reticente al hablar de cuestiones que pudieran resultar polémicas o herir susceptibilidades? Los autores responden que no, que nunca trató de evitar nada. “Pero una vez nos censuró”, confiesa Ambrogetti con una sonrisa: “para el primer libro, grabábamos y, en la siguiente reunión, le llevábamos la desgrabación para que la corrigiera. En una de ellas, había un párrafo completamente tachado. Fue cuando le preguntamos si había tenido novia”. Rubin se ríe con la anécdota mientras su colega continúa y explica que a Francisco no le pareció adecuado incluir en el libro a una tercera persona implicada, a aquella novia. “Pero Sergio le dijo que eso lo hacía más humano y le respondió que tenía razón. Al final esa historia figura en el libro”, concluye con satisfacción la autora.
Diez años después, el Bergoglio que decidió no censurar una anécdota -aparece en El Jesuita- se parece mucho al Francisco que no esquiva ningún tema en El Pastor.
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