Hace tres años, en el mes de mayo, el mundo entero se estremeció con el asesinato de George Floyd a manos de un policía en Estados Unidos. Las imágenes del trágico suceso se viralizaron a través de las redes sociales y lo que parecía estar destinado a ser un asunto más de racismo en tierras americanas, terminó convirtiéndose en la excusa para que todo el mundo alzara su voz en contra del racismo.
Este acontecimiento llevó, también, a que varios jugadores activos, y jugadoras, de la NBA y la WNBA, hicieran públicas sus posturas al respecto y sus experiencias con el racismo, lo que abrió la puerta para que los seguidores del deporte entendieran la gravedad de este fenómeno en la actualidad, una realidad que la mayoría minimiza o desconoce.
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La NBA inició en el año 1949, con apenas once equipos. Era una liga de blancos, en esencia. Los accionistas se negaban a aceptar jugadores de color, pero tras la primera temporada, entendieron que había mucho más talento en los barrios negros y si querían que el proyecto continuara, debían mirar hacia allí.
Los dueños decidieron votar para ver si aceptaban o no a jugadores negros en la competición. Apenas un voto hizo la diferencia para que fueran incluidos. El tiempo fue pasando, alrededor de 15 años, y el sesgo aún era notorio. El primer quinteto de jugadores negros del que se tiene registro, aquel liderado por el legendario Bill Russell, se concretó apenas a mediados de la década del 50.
Así inició la NBA como la conocemos hoy, con un 80% de sus jugadores negros y el 20% restante, blancos. Si bien los porcentajes favorecen, en cuanto a presencia, a las personas de color, son los blancos quienes llevan las riendas del negocio. Hoy, entre las 30 franquicias que se encuentran activas, tan solo uno de los propietarios es negro: Michael Jordan, lo que da cuenta de que, al igual que cuando se fundó, el deporte sigue siendo manejado por la misma élite blanca.
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Todo empieza en las ligas universitarias. Para la mayoría de propietarios, cazatalentos y entrenadores, muchos de ellos, conservadores de la más alta envergadura, racistas, solo ven a los jugadores negros como elementos necesarios para el buen andar del espectáculo, y una buena fuente de ingresos. El hecho de ofrecerles un camino a los jugadores en la competición, becados por su condición física y la habilidad para el juego, impide que completen su periodo formativo. Los negros solo sirven para anotar puntos y entretener a la gente, parece ser la idea que permea este negocio.
Si bien los abusos en cuanto a contratos y otros asuntos han disminuido, el deporte sigue viéndose intervenido por la lógica del racismo. Con el surgimiento de Black Lives Matter, varios jugadores se animaron a relatar sus experiencias al interior de la competencia y sus encuentros con la fuerza pública, que suele detenerlos sin más, tan solo por el color de su piel. Cuando este fenómeno se extendió, la NBA consideró no reanudar competencias oficiales y estuvo cerca de no darle continuidad a la mejor liga del mundo.
A raíz de todo esto, y con el ánimo de trazar un mapa que permita entender el fenómeno del racismo en este deporte, no solo en Estados Unidos, el sociólogo español Pablo Muñoz Rojo escribe “Baloncesto y racismo. Una historia indisociable”, título publicado por la editorial Catarata.
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Son alrededor de 336 páginas en las que el autor se da a la tarea de acercarse a los escenarios más oscuros y corruptos de esta industria, aprovechando el contexto idóneo de la lucha política a partir de las movilizaciones que se dieron tras el asesinato de Floyd.
Con una prosa fluida y amena, Muñoz Rojo analiza el funcionamiento de las franquicias que hacen parte de la NBA y se adentra en las experiencias de jugadores y jugadores negros frente al racismo. Además, con buen tino, explora lo que defienden los sindicatos de este deporte, la historia del voto, las protestas, la supremacía blanca, el abuso policial y otros aspectos centrales en este camino por comprender los males que ocasiona el racismo en la sociedad.
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