Publicado originalmente en 1892, este relato tuvo sus primeros lectores gracias a una revista literaria en la que, periódicamente, aparecía un nuevo pasaje que deleitaba a los lectores, a través de entradas de diario. Su autora, Charlotte Perkins Gilman, norteamericana, feminista, inquieta, se basó en sus propias experiencias para contar esta historia sobre el descenso a la locura de una mujer tras dar a luz.
Narrado en primera persona, “El papel pintado amarillo”, título editado en español por la editorial Alpha Decay, es un grito de exigencia, tal y como lo señaló en su momento la también escritora Maggie O’farrell. “La exigencia de ser escuchada, de ser comprendida, de ser reconocida (...) Lo único que podemos hacer es escuchar”.
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Esta es la historia de una mujer que recién ha dado a luz. John, su marido, es médico y en el último tiempo no ha gozado de buena reputación debido a su aparente falta de ética. Ante las fuertes emociones que está viviendo, decide aislarla en una vieja finca de aspecto colonial, durante el verano.
John le ordena a la joven reposar y no hacer ningún esfuerzo, pero ella, recluida en su habitación, comienza a ceder ante la locura. En las paredes, reposan una serie de dibujos que comienzan a llamarle la atención. Al principio, solo es eso, algo a lo que prestarle atención, después se le convierte en una obsesión.
Pintadas de un color amarillo que asfixia, las imágenes se apoderan de la mente de la joven y no la dejarán tranquila. ¿Tiene todo que ver con su experiencia en el parto de su hijo? ¿Es todo pura imaginación suya?
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La trama ahonda en los tratamientos que recibían las mujeres de la época ante cualquier trastorno o enfermedad mental. Lo de la protagonista de esta novela es el reflejo de un episodio de depresión posparto. Desde la primera página, la autora se sumerge por completo en los pensamientos fragmentados de esta mujer y lleva a los lectores a lo más profundo de su psique.
La angustia y la obsesión de la protagonista se funden con el ritmo narrativo del relato y el lector vive de primera mano cada sensación, cada incomodidad. La prosa de Perkins Gilman es tan clara y fluida que acoge de principio a fin. La de “El papel pintado amarillo” es una narración inquietante sobre el ocaso de la mente cuando es vulnerada.
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“Me dice que hemos venido aquí únicamente por mí, para que pueda estar en reposo absoluto y tomar el aire tanto como me sea posible. «Querida, tu actividad dependerá de la energía que tengas», dice, «y, en cierto modo, la alimentación dependerá de tu apetito; pero aire puedes absorber todo el que quieras». Así que nos instalamos en la habitación infantil, en la planta de arriba. Es una estancia grande y espaciosa que ocupa prácticamente toda la planta, con ventanas orientadas en todas las direcciones, y hay mucha luz y está bien ventilada. Diría que primero fue habitación infantil y después cuarto de juegos y gimnasio, pues en las ventanas hay barrotes para los niños pequeños, y en las paredes hay anillas y otros objetos. Por cómo están la pintura y el papel parece que antes hubiese sido una escuela. Sobre el cabezal de la cama el papel está arrancado en grandes pedazos hasta donde puedo alcanzar, y también en otra punta de la habitación, en una zona grande junto al suelo. En mi vida había visto un papel tan horrible” - (Fragmento).
Son apenas 96 páginas las que componen la edición en español de esta pieza, que va acompañada por otro par de buenos relatos de la autora, una muestra fiel de lo transgresora que fue en su momento la pluma de Perkins Gilman, una autora que se atrevió, con su prosa, a desafiar las convenciones de su tiempo y el rol que la mujer ocupaba.
Considerada por algunos como un relato, esta historia fue escrita en su momento por la autora con el ánimo de denunciar el tratamiento que recibió por parte de los doctores tras un traumático parto. La historia, intensa en cuanto a su formato, es un diario, llamó la atención de los lectores en muy poco tiempo. Pronto se convirtió en una obra de culto.
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