Amélie Nothomb tiene novela nueva: no pudo despedirse de su padre por el confinamiento así que lo homenajea con un libro

“Primera sangre” es una carta a ese padre que murió apenas se decretó la cuarentena en Bélgica. Pudo haber muerto en un fusilamiento a los 28 años, pero sobrevivió y deseó una hija más: la escritora belga.

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Amélie Nothomb es una escritora prolífica y de enorme calidad. (Stephane Cardinale - Corbis/Corbis via Getty Images)
Amélie Nothomb es una escritora prolífica y de enorme calidad. (Stephane Cardinale - Corbis/Corbis via Getty Images)

“Me iré lejos, dichoso, como con una chica,/ por los campos, tan lejos como el gitano vaga”, escribió —en traducción de Andrés Holguín— Arthur Rimbaud en el poema “Sensación”. A los 20 años abandonó la literatura y se fue de París. Un caos aventurero lo llevó por Europa y África, fue vendedor, informante, atravesó desiertos, navegó mares. Casi dos décadas después, aquejado de fuertes dolores en una pierna, volvió a Francia. Se la amputaron en un hospital de Marsella. Al poco tiempo, el 10 de noviembre de 1891, murió. Por siempre joven, hacía menos de un mes había cumplido 37.

El primer punk, según Patti Smith, Rimbaud creía que el poeta tenía que vivirlo todo, sufrirlo todo. Así lo hizo. Lo dicho, hecho. Al revés, con lo hecho, dicho, Amélie Nothomb cumple, a lo largo de su obra, la premisa del poeta maldito a rajatabla. Así lleva tres décadas activa, con un libro publicado por año, siempre repleto de verdad, atravesada por el absurdo y la irreverencia. Primera sangre (Anagrama), su última novela, logra la cereza de ese postre.

El suspenso que mantiene la trama en tensión es la verdad, a la par de la ficción. O sea: literatura pura. Erudita y entretenida por igual, en Primera sangre la autora homenajea a su padre, fallecido el 17 de marzo de 2020, el primer día del confinamiento en Bélgica. No pudo despedirse y en la novela hace su duelo. Nada de llanto. Nothomb aborda su despedida como sabe, del modo que vive. Escribe.

De forma breve, fiel al estilo que ya es su marca registrada, la novela número 30 de la autora belga —reconocida con el premio Renaudot en 2021— es un Aleph borgeano de literatura y sentimientos. Al asomarse a las 147 páginas de este universo se puede ver desde todos los ángulos posibles, simultáneamente, una carta de amor al padre, a la pasión por la literatura y sus géneros, a la claridad narrativa, a lo inesperado, a la aventura, a lo dramático en lo humorístico y viceversa, a infinitos etcéteras.

La trama se tensa desde un presente de un segundo, que va de principio a fin del libro. Hay un hombre joven parado frente a un pelotón y las balas están por salir disparadas. Ese segundo abre la puerta a todo lo demás. Parodiado por el protagonista, puesto en acción por la autora. “Los doce hombres me apuntan. ¿Veo pasar mi vida ante mí? Lo único que experimento es una revolución extraordinaria: estoy vivo. Cada momento es divisible hasta el infinito, la muerte no podrá alcanzarme, me sumerjo en el núcleo duro del presente”.

Entonces comienza el viaje. El narrativo y el personal. Ese hombre joven a punto de morir se llama Patrick Nothomb. Primera sangre es sobre la vida del padre de la autora. El suspenso podría ser si se salva, aunque el spoiler es la realidad, entonces pasa a ser cómo lo logra. El resultado —en español por su traductor de siempre, Sergi Pàmies— es la delicadeza irónica habitual de su estilo, esta vez escrita con pulso íntimo. Hacia el interior de su historia familiar, y también de la literatura.

Una novela que comienza con el protagonista en el paredón, que entonces recuerda su vida, podría dialogar con Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Pero Nothomb no va por las convenciones de la narración clásica. “¡Y pensar que llegué a envidiarle a Dostoievski la experiencia del pelotón de fusilamiento! Ahora me toca a mí experimentar esta revuelta de mi ser más íntimo”, dice Patrick. Así la autora anuncia el giro, con un saludo sutil al escritor ruso que en 1849 fue indultado por el régimen zarista cuando ya tenía los ojos vendados.

En el recuerdo de Patrick, que pasa a ser el presente, aquel peligro de muerte se olvida, y también no. Durante la historia casi biográfica paterna —armada con verdades reales, algunas contadas y otras imaginadas o inventadas— hay siempre algún tipo de arma levantada, un peligro, un riesgo frente al protagonista. Y un giro casi impúdico, a la vez que cariñoso: la autora de esa primera persona narrativa es la hija. Ahora, en lugar de hablar desde la perspectiva de Jesús, como hizo en Sed (2019), Nothomb pasa a ser su propio padre.

En esa mamushka de sentidos, mientras espera las balas que vendrán hacia él, Patrick es también un bebé al que su madre, prematuramente viuda, mantiene lejos. El niño se cría con sus abuelos maternos, nutricios y cariñosos. Es como un Oliver Twist con privilegios, que vive en Bruselas, hambriento de afecto filial, igual de huérfano que el mítico personaje de Charles Dickens, y también que la autora de Primera sangre. Así se despliega el abanico lúdico de géneros. Y empieza la aventura. La de la historia y la de estar leyendola.

Jugar a estar

Si hay alguien ocurrente, inesperada y literaria esa es Amélie Nothomb, que ni siquiera se llama así y tampoco nació en el país que le da su título nobiliario. La baronesa Fabienne Claire Nothomb llegó al mundo en Kobe, Japón, en 1966. Su padre, Patrick, fue un diplomático belga y por eso su familia vivió también en China, Estados Unidos, Laos, Birmania y Bangladesh. La futura escritora, que sería elegida miembro de la Real Academia de la lengua y de la literatura francesas de Bélgica, conoció su lugar de origen recién en su juventud, cuando fue a la universidad.

Muchas de sus novelas fueron adaptadas al cine. Algunas, se construyen solo como diálogo y, sin embargo, están repletas de imágenes y acción. Por ejemplo la primera, Higiene del asesino (1992), o la hilarante y tensísima Cosmética del enemigo (2001). Nothomb maneja el absurdo con maestría, indaga en lo monstruoso de lo humano y logra, siempre, algo distinto a lo anterior, sorprendente. Es pura imaginación.

Su segundo libro, El sabotaje amoroso (1993), está basado en su vida. También Estupor y temblores (1999), por el que ganó el Gran Premio de novela de la Academia Francesa. Metafísica de los tubos (2000) y Biografía del hambre (2004) son otras de sus obras que ficcionalizan retazos de su historia personal. Nunca lo hace en plan confesional. Tampoco exhibicionista. Sus recuerdos son siempre un recurso, entre desfachatado y lúdico, para hacer literatura.

Otro de sus juegos recurrentes es meterse en la trama, aunque la novela no se trate sobre ella. Lo hace, entre otras, en la temprana Péplum (1996) y también en Antichrista (2003). Primera sangre conjuga un poco esos dos recursos. Y sin llegar a escribir su nombre propio, la vida o muerte de Patrick pone en riesgo la futura existencia de una tercera hija, la autora, que es, según el personaje protagónico, en ese momento solo un deseo a futuro.

A los seis años, el Patrick de la novela comienza a pasar sus vacaciones en las Ardenas, en el castillo de Pont d’Oye, de su familia paterna, los hasta ese momento misteriosos Nothomb. Entonces Primera sangre se convierte en un cuento de hadas pervertido, en donde reina un ogro egocéntrico, el abuelo Pierre, poeta y noble venido a menos, desentendido del mundo y su prole. El protagonista vive aventuras con esa “horda de hunos” que son sus tíos, un grupo salvaje de niños y adolescentes que viven con hambre y frío en medio de la pretensión nobiliaria.

Nothomb trabaja con sus recuerdos como recursos para sus novelas. Publica un libro al año.
Nothomb trabaja con sus recuerdos como recursos para sus novelas. Publica un libro al año.

Se pelean por comida, juegan al futbol, se embarran, encuentran una brusca complicidad familiar. Como un Mujercitas en estado crudo, que sucede en paralelo y ajeno a la Segunda Guerra Mundial. “La infancia tiene la virtud de no intentar responder a la estúpida pregunta: ‘¿Me gusta?’. Para mí se trataba de descubrir”, dice Patrick después de su segunda visita al castillo, y con el libro de poemas de Rimbaud en la mano. El parlamento podría ser de la autora, diciendo eso de sí misma.

Llega la adolescencia y Patrick busca su destino en tono de coming-of-age. Avanzan los años en pasos de comedia crueles y la historia pasea cómoda entre una conquista a lo Cyrano de Bergerac con un twist en un escenario de burguesía trash a lo Scott Fitzgerald. Hay intrigas casi palaciegas, picaresca, traición, suspenso, thriller, romance, historia, política y un desborde tan ordenado como lógico de recursos de géneros en función de volver al paredón de fusilamiento. Ahí en donde ese segundo entre el “apunten” y el “fuego” tiene que avanzar.

Amélie Nothomb es una gran escritora que hace novelas breves. Su narrativa es enorme y la contiene en libros cortos, repletos de fibra, sin hojarasca. Sus historias avanzan con claridad, anecdótica y simbólica. Cada tema —y su modo de verlo— es original. El pulso de escritura es urgente, entonces también lo es la lectura. Se consume al filo de la almohada (o del sillón). Excéntrica, inesperada y divertida (adjetivos que le cuadran también a la autora y a su obra completa), Primera sangre es, además de todo eso, conmovedora.

“Primera sangre” (fragmento)

Me llevan ante el pelotón de fusilamiento. El tiempo se estira, cada segundo dura un siglo más que el anterior. Tengo veintiocho años.

Frente a mí, la muerte tiene el rostro de los doce ejecutantes. La costumbre exige que, de entre todas las armas repartidas, una esté cargada con balas de fogueo. Así cada uno de ellos puede considerarse inocente del asesinato que está a punto de perpetrarse. Dudo que esta tradición se haya respetado hoy. Ninguno de esos hombres parece necesitar una posibilidad de inocencia.

Hace unos veinte minutos, cuando he oído que gritaban mi nombre, enseguida he sabido lo que significaba. Y juro que he suspirado de alivio. Como van a matarme, ya no tendré que hablar más. Llevo cuatro meses negociando nuestra supervivencia, cuatro meses en los que me he entregado a interminables asambleas con el fin de posponer nuestro asesinato. ¿Quién defenderá ahora a los demás rehenes? No lo sé, y eso me angustia, pero una parte de mí se siente reconfortada: por fin voy a poder callarme.

Desde el vehículo que me ha trasladado hasta el monumento, he contemplado el mundo y he empezado a apreciar su belleza. Qué lástima tener que abandonar un lugar tan espléndido. Qué lástima, sobre todo, haber necesitado veintiocho años de existencia para ser así de sensible.

Me han tirado del camión y el contacto con la tierra me ha encantado: este suelo tan acogedor y blando, ¡cómo me gusta! ¡Qué planeta tan agradable! Creo que podría disfrutarlo mucho más. Pero también para eso es demasiado tarde. Por un momento me alegra la idea de que en unos minutos mi cadáver vaya a ser abandonado sin sepultura.

Es mediodía, el sol dibuja una luz intransigente, el aire destila excitantes aromas a vegetación, soy joven y reboso salud, morir es demasiado estúpido, ahora no. Sobre todo no pronunciar palabras históricas, sueño con el silencio. A mis oídos no les gustará el ruido de las detonaciones que me van a masacrar.

¡Y pensar que llegué a envidiarle a Dostoievski la experiencia del pelotón de fusilamiento! Ahora me toca a mí experimentar esta revuelta de mi ser más íntimo. No, rechazo la injusticia de mi muerte, reclamo un instante más, cada momento es tan intenso, nada excepto saborear el transcurso de los segundos me basta para calmar la angustia.

Los doce hombres me apuntan. ¿Veo pasar mi vida ante mí? Lo único que experimento es una revolución extraordinaria: estoy vivo. Cada momento es divisible hasta el infinito, la muerte no podrá alcanzarme, me sumerjo en el núcleo duro del presente.

El presente empezó hace veintiocho años. En los balbuceos de mi consciencia, veo mi insólita alegría de existir. Insólita por insolente: alrededor de mí reinaba el dolor. Tenía ocho meses cuando mi padre murió en un accidente de desactivación de minas. Lo cual prueba que morir es una tradición familiar.

Mi padre era militar; tenía veinticinco años. Aquel día le tocaba aprender a desminar. El ejercicio fue breve: por error, alguien había colocado una mina de verdad en lugar de una falsa. Murió a principios de 1937.

Quién es Amélie Nothomb

♦ Nació en 1956 y es belga.

♦ Escribe en lengua francesa e integra la Academia de la lengua y de la literatura francesas de Bélgica.

♦ Es autora de Sed, Primera sangre, Estupor y temblores y Metafísica de los tubos, entre otros.

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