La poeta Muriel Rukeyser dijo una vez: “El mundo no está hecho de átomos, está hecho de historias”. Las que cuenta en sus libros la escritora estadounidense Rebecca Solnit (Bridgeport, Connecticut, 1961), la autora de Los hombres me explican cosas y una de las pensadoras y ensayistas más influyentes de la actualidad, es la de un tiempo de cambios, en que las voces de las mujeres y las minorías no solo resisten y le ganan al silencio, “histórica condición de la opresión”, sino que empiezan a imponer otras nociones de verdad, de eso que socialmente se considera “verdadero”.
Es que una de las tesis centrales de la autora es que “vivimos dentro de ideas”. Y que quienes instalan las ideas dominantes, las que rigen las vidas de casi todos, son quienes en definitiva detentan el poder: deciden, mandan, y a menudo someten.
Este lunes, Solnit ofreció una rueda de prensa a periodistas de todo el mundo, en el marco de la presentación de su nuevo libro ¿De quién es esta historia? para el mercado hispanoparlante.
“La población blanca en general y, sobre todo, los hombres blancos” el pasado y en buena medida en el presente, detentan esa fuerza. Pero la construcción de esos relatos hoy está en disputa, plantea ella: no solo eso, esos relatos están reescribiéndose, y a un ritmo vertiginoso. Somos testigos de un tiempo de profundas y definitivas transformaciones.
“Gran parte de mi obra ha sido contra la violencia y a favor de la humanidad de las víctimas -definió la escritora, que actualmente vive en San Francisco, en el marco de la conversación que mantuvo a través del Zoom con los periodistas y que coordinó desde España María Fasce, directora de sellos Lumen, Alfaguara y Reservoir.
“El mundo cambia de forma sorprendente a partir de acciones que muchas veces parecen insignificantes”, planteó Solnit en este marco. Y dijo: “Todos debemos trabajar para la mejor versión del futuro”.
En total, la estadounidense lleva firmados unos veinte libros que analizan la evolución del feminismo, la historia de la cultura occidental y los indígenas de Estados Unidos, el poder popular, los cambios sociales y los movimientos de insurrección, entre otros temas. Siempre con una visión optimista.
Entre sus éxitos, se incluyen Recuerdos de mi inexistencia, elegido por la revista Time como uno de los cien libros de 2020, y Cenicienta liberada, así como Wanderlust. Una historia de caminar, Esperanza en la oscuridad, Una guía sobre el arte de perderse, Un paraíso en el infierno y La madre de todas las preguntas.
-¿Cómo cree que las mujeres podemos resistir la naturalización de ciertos abusos y fomentar esa conciencia para acelerar los cambios? -consultó Infobae Leamos.
-Como mujer blanca siento que tengo algunos privilegios, aunque también sufro la falta de otros. Lo que siempre me planteo es que la solidaridad implica en todos los casos empatizar con aquellos y aquellas que no son exactamente como uno, preocuparse por quienes son como tú pero también por aquellos a quienes sentimos muy distintos, quienes no comparten tus rasgos. Ese es el gran poder del periodismo, de la literatura, del cine, de manera que todos somos responsables de ejercitar la empatía y ayudar a que otros también tomen conciencia de sus derechos, y que quienes no los tienen se sientan menos solos.
-¿El racismo, como el sexismo, son justamente resultado de la falta de empatía?
-Son el ejemplo perfecto de aquellos que se han distanciado como seres humanos de otros seres humanos. Nuestro trabajo es derribar esas murallas, tanto de las mujeres como de los hombres.
Solnit considera que su trabajo como escritora es escuchar y contar los relatos de quienes carecen del poder. Y que el feminismo es “un proceso de amplificación de voces” y también de creciente solidaridad.
La autora es conocida por haber inventado el término mansplaining (cuando un hombre explica algo de manera condescendiente y/o paternalista a una mujer), que plasmó por primera vez en su best seller Los hombres me explican cosas, cuando reflexionó sobre el hecho verídico y finalmente insólito de que un hombre haya querido explicarle un libro que ella misma había escrito.
Un poco de historia
Para comprender las circunstancias que forjaron el pensamiento de Rebecca Solnit hay que saber que padeció la violencia de género en carne propia: “Soy hija de una víctima y su victimario, de una madre sometida a la voluntad de un hombre violento, una historia que en su momento no podía contarse”, ha dicho.
Además, de chica -entre sus 12 y sus 15 años-, la autora fue víctima de acoso familiar y callejero, y aprendió más temprano que tarde que “ser una mujer joven significa estar siempre animada a imaginar tu propio asesinato. O, en el mejor de los casos, a ser tratada “como incompetente, como un juguete o una sirvienta. Así era, al menos, cuando yo era joven”, argumenta.
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A eso hay que sumar el hecho de que su cuerpo le provocaba una profunda vergüenza.
Esos traumas tempranos la convirtieron en una mujer fuerte, como resultado de una evolución a la que habrá que añadirle la influencia determinante que ejercieron sobre ella autores como Jorge Luis Borges, Pauline Kael, Susan Sontag, George Orwell, a quienes leyó desde su juventud.
Tenía apenas 19 años cuando, después de pasar una temporada en París, se mudó a un barrio marginal de San Francisco, la ciudad en la que vive actualmente y que, según admite, la avergüenza por la cantidad de atropellos a los que la ciudad tiene acostumbrados a sus habitantes.
Hay que trasladarse imaginariamente a ese sitio, poblado de afroamericanos y activistas medioambientales para terminar de entender las circunstancias que fueron moldeando a esta intelectual combativa, incansable activista del feminismo y los derechos humanos, que también reserva un lugar central a la política, el medioambiente y al arte en sus habituales espacios periodísticos (el diario británico The Guardian y la revista Harper’s, entre otros).
En los años de su formación, los homosexuales también eran tratados como criminales o como enfermos mentales, y el hecho de que todo eso haya cambiado es el vaso medio lleno en el que también fija su mirada la pensadora, que asegura que “vivimos y morimos por las historias” que nos contamos y nos cuentan” . Y que, por eso justamente, esas historias deberían importarnos a todos.
Los “dueños de la verdad” ante la revolución cultural
En ¿De quién es esta historia?, la ensayista se propone un objetivo ambicioso: desentrañar de qué manera y quiénes instituyen la narrativa de “lo verdadero”: eso que la cultura en definitiva, termina dando por hecho y de un modo u otro determina nuestras vidas.
Dice: “Nos encontramos en una batalla por el dominio de esa narrativa”.
Su nuevo libro señala, justamente, a los poderosos, que previsiblemente se aferran a sus privilegios y justifican la violencia, incluso, embarcados en esa defensa.
Según explica frente a la prensa esta mañana, “el autoritarismo que se ve en los Estados totalitarios, como Rusia bajo la presidencia de Vladimir Putin y en muchos hogares tienen mucho en común: lo importante es reconocer que los autoritarios intentan controlar lo que se dice y quienes hablan, culpabilizando a todos aquellos que pongan en jaque su poder. Los poderosos del mundo manejan la Economía, el ejército, pero sobre todo el discurso, lo que se consideran supuestas verdades, y la idea de que ellos deciden quién tiene permiso para enunciarlas”, dice.
Entonces, arenga: “Hay que aprender nuevas habilidades para resistir”.
Cuando se le consulta cómo hacerlo, propone: “Confiando en nuestros sentidos, nuestra observación, en el pensamiento crítico que cada uno de nosotros detenta, más allá de lo que nos dicenquienes detentan el poder. La resistencia debe y puede producirse en todas partes, en cada uno de nosotros. Se produce en muchísimas escalas, y todas suman.”
Si hay nuevas voces que vienen abriéndose paso es también, asegura, porque el periodismo y los editores les ha dado cabida en los medios: así, nos llegan voces como las de las mujeres, a partir de movimientos como el #Metoo y casos como el de Harvey Weinstein (el productor estadounidense que trataba a las mujeres como si fueran personas sin derechos ni jurisdicción sobre su propio cuerpo). O la de los hombres y mujeres de color, con otros como el movimiento Black Lives Matter. Las de los ecologistas.
“No es que antes del caso Weinstein no hubiera abusos, violaciones y atropellos de todo tipo -explica-, sino que, justamente porque los medios amplifican las denuncias, revierten la manera de pensar de millones de personas en simultáneo, y en este sentido el rol del periodismo fue importantísimo”.
Se trata, en todos los casos, de una batalla por la posesión del relato: la verdad se define en nuestras sociedades “como una posesión que pertenece de manera consustancial a algunas personas, sin importar qué ha sucedido, quién ha violado o linchado y qué muestran las pruebas. Lo que significa que los poderosos suelen dar por sentado su facultad de ‘dictar la realidad’, silenciando otras voces disonantes”.
La aberración es esa, denuncia. La buena noticia es que esas voces empiezan a permear en el discurso público.
Dice: “Sigue habiendo niveles de violencia inconcebibles contra las mujeres y los trans, que afectan a millones de personas, pero eso se revela cada día más escandaloso.”
En relación a lo que ocurre con la llamada “cultura de la cancelación”. Dice: “Que los conservadores callen de una puta vez, ya. Ellos van a tener que entender que las minorías y las mujeres tendrán voces cada vez más potentes”.
Hay hombres que por todo eso temen a las mujeres actuales. “¿Y el miedo que les hemos tenido hasta ahora? Confío en que podamos colaborar unos con otros y que la mayoría pueda sumarse a un cambio que resulta inevitable”, dice Solnit.
Quién es Rebecca Solnit
♦ Nació en Bridgeport, Estados Unidos, en 1961.
♦ Creció en California y a los 17 años se trasladó a París.
♦ Tiene una maestría en Periodismo de la Universidad de California.
♦ Escribió 17 libros.
♦ Se le atribuye el concepto de “mansplaining”, la explicación condescendiente de un varón a una mujer.
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