Cómo era ser lesbiana después de la dictadura pero antes del matrimonio igualitario

Por primera vez en Argentina, se publicó “Cris & Cris”, el hasta ahora inconseguible debut literario de la escritora, periodista y militante María Felicitas Jaime, conocida por ser una de las primeras mujeres en integrar la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). En el Día de la Visibilidad Lésbica, una novela repleta de erotismo, humor y hasta un final feliz.

A 30 años de su publicación original en España, se reeditó "Cris & Cris", la inconseguible gran novela lésbica argentina del siglo XX de la escritora, periodista y militante feminista María Felicitas Jaime, conocida como una de las primeras mujeres en integrar la Comunidad Homosexual Argentina.

“¿Cómo se construye una relación entre dos mujeres?”, se pregunta la escritora y periodista argentina María Felicitas Jaime en su primer libro, Cris & Cris, publicado originalmente en España en 1992 y rescatado del olvido, más de tres décadas después, por la editorial De Parado. “¡No tengo idea!”, responde la autora -no sin un característico dejo de humor- en la que, para algunos, tal vez por lo inhallable, es la gran novela lésbica argentina del siglo XX.

Si se tiene en cuenta el extenso recorrido de la literatura gay en Argentina -desde las interpretaciones románticas de la amistad entre Martín Fierro y el sargento Cruz hasta su crecimiento exponencial una vez terminada la última dictadura, pasando por figuras estelares como Manuel Puig o Néstor Perlongher-, es notoria la predominancia de la mirada masculina y la ausencia casi total de autoras mujeres.

No es que las lesbianas no hayan existido, claro. Libros como Monte de Venus (1976) de Reina Roffé o En breve cárcel (1981) de Sylvia Molloy son excepciones a lo que, con el diario del lunes, puede leerse como un pacto de silencio, un acuerdo tácito entre mujeres para resguardar entre cuatro paredes una intimidad que la comunidad LGBT+ trató, a partir de la década del 60 en adelante, de volcar en la esfera pública con el fin de visibilizar su realidad y lograr así su aceptación. Pero, vale aclarar, no es que los gays fueran más valientes. Incluso dentro de colectivos vulnerados existen los matices. Explica la narradora en Cris & Cris:

“Entonces era impensable andar por la calle luciendo la gaytud; los milicos, amparados en su propia constitución, su ley y su orden, mataban a los subersivos, homosexuales y sospechosos en nombre de dios y la patria, así que las mujeres lesbianas nos cuidábamos muy bien de andar coqueteando por San Telmo y aledaños: éramos amigas, buenas amigas, pero ni una mirada, ni un roce, ni un pestañeo porque, si los chicos la pasaban mal por maricas, la suerte de una mina gay era terrorífica”.

En un artículo publicado en 1985 en la revista Diferentes, que puede consultarse en el vasto archivo queer de Moléculas Malucas, María Felicitas Jaime (que firmaba como María No) escribe: “No es fácil ser homosexual en una ciudad como Buenos Aires (...). Si serlo fue difícil para los varones, mucho más duro fue para nosotras, no porque seamos más perseguidas: una estadística de entre casa demostraría que por una chica detenida hubo 10 chicos. La persecución con nosotras trabaja de manera diferente, a la mujer en general se le niega el derecho a su sexualidad, existimos en tanto objeto para el goce del hombre”.

Portada de "Cris & Cris", de María Felicitas Jaime, editada por De Parado.

Así, en su debut como escritora -que, hasta ahora, nunca había visto la luz en librerías argentinas-, Jaime invierte la tendencia: los (casi) ausentes en este libro son los hombres, cuya aparición en la trama es meramente incidental, decorativa. Cris & Cris es una novela de, por y para mujeres que aman a otras mujeres.

La narradora y protagonista es Mariana, una exitosa periodista de internacionales que trabaja en El Pasquín, una revista que fundó junto a su amiga y pretendida amante Cris. Para la década del 90 en la que transcurre la novela, El Pasquín -que apareció poco antes de la última dictadura militar y tuvo que pasar a la clandestinidad a partir de 1978- había abandonado parte de su actitud contestataria y, en consonancia con las tendencias neoliberales del momento, defendía tanto sus ideales como sus cuentas bancarias bajo el eslogan tácito del periodismo de la época: “cuanto más light, mejor”.

Pero, como esta no es una novela que gire en torno al pequeño círculo de periodistas lesbianas de fines del siglo XX, además de su amiga y casi amante Cris, durante una cena en casa de sus amigos Mariana conoce a una segunda Cris, una abogada pacata y refinada de la que queda instantáneamente prendada. Pero hay un problema: esta otra Cris está casada hace 20 años con un hombre.

“Desde que era una niñita me vi del brazo y por la calle con alguna mujer y cuando realicé ese sueño no lo hice desde una masculinidad frustrada: lo hice, lo hago, desde mi amor a lo femenino. Amo a las mujeres porque las entiendo, las comprendo, las vivo, las siento. Porque no necesito ser superior o inferior, somos pares, escribe la protagonista. Sin embargo, Cris no es cualquier mujer: “Está fuera de mi línea. Una línea de conducta que me impuse hace siglos, en cuanto supe a ciencia cierta que lo mío eran las mujeres: jamás una heterosexual, menos casada, ni siquiera para pasar un aburrido domingo”.

De todos modos, Mariana está tan aferrada a su máxima como Cris a su matrimonio. No solo una hará todo lo posible para seducir a su enamorada, sino que la otra le pedirá el tan dilatado divorcio a su marido el mismo día en que ambas se citaron por primera vez. Amor a primera vista, por qué no.

Además de su labor como periodista y militante feminista, María Felicitas Jaime escribió los libros "Cris & Cris", "Pasiones" y "Cenicienta en Chueca".

Después de un intenso primer mes que Cris pasa instalada en la casa de Mariana -según sus amigas, que no aprueban del todo a “la señora”, como llaman a la abogada, ambas parecen un matrimonio solo que sin la parte del sexo, ya que Cris prefiere dormir en el sillón y no en la cama de Mariana por considerarlo más “higiénico”-, una realización casi epifánica decanta en Cris y, en medio de una pelea, le confiesa su amor a la protagonista.

Es así que Cris, que estuvo casada 20 años con un exitoso abogado que solo le exigió que terminase la carrera “no porque fuera un progre de verdad sino porque necesitaba una esposa con título para su lucimiento personal”, conoce junto a Mariana, por primera vez en su vida, las inagotables posibilidades del amor.

Con una prosa con suficiente espacio para el erotismo y el humor -dos conceptos en cuya relación parece radicar la esencia de lo que se conoce como literatura gay-, Cris & Cris invita a lectores y lectoras a adentrarse en la cosmovisión lésbica en ese extraño limbo para las otredades argentinas que fue el período entre el fin de la dictadura y la aprobación del matrimonio igualitario, en el que fue una de las militantes lesbianas pioneras y una de las primeras mujeres en integrar la Comunidad Homosexual Argentina (CHA).

“Cris y yo seremos clandestinas en tanto no podamos darnos un inocente beso en público, en tanto yo no pueda disponer de mis bienes para ella, en tanto ella no pueda decir: Mariana, mi mujer. Seremos clandestinas en tanto la gente no pueda aceptar que lo que hace válido al amor, al deseo, no es la sexualidad sino la mutualidad”.

En Cris & Cris, -primera novela lésbica que publica De Parado, una editorial que, hasta ahora, solo publicaba hombres gays y que, sin embargo, anunció la próxima aparición de una Biblioteca María Felicitas Jaime con sus otros libros, también inconseguibles-, la autora logra definir con precisión los avatares del amor aunque, como desliza la protagonista en más de una ocasión, no siempre sea necesaria una definición.

“¿Cómo se construye una relación entre dos mujeres?... ¡Pavada de pregunta! ¿No estará la cena?... Es tarde y mañana hay que madrugar”.

Portada de "Cenicienta en Chueca", el último libro que publicó María Felicitas Jaime.

Así empieza “Cris y Cris”, de María Felicitas Jaime

Bellísima mañana de domingo. Percibo entre las persianas semiabiertas un cierto aire primaveral, una fragancia a jazmines, a tierra mojada. Ya temprano han regado la plaza San Martín. Florida y Santa Fe, pleno centro de Buenos Aires, y sin embargo en esta mañana ni siquiera se escucha el frenético ir y venir del horario de bancos; los negocios están cerrados; los turistas deben de andar conociendo La Boca, Belgrano, San Telmo.

Rox duerme a pata suelta. Siempre hace lo mismo: apenas huele el café recién preparado, abre los ojos, se estira como una gata hasta que le suenan todos los huesos y aparece en la cocina con cara de ¿por qué no me despertaste…?, años repitiendo la escena los sábados, domingos o cualquier otro día que se queda a dormir en casa, depende de su ánimo, del mío, de la altura del mes, de mis ganas de sacar el coche y llevarla… años compartiendo la cama, los desayunos, las cenas, los almuerzos tardíos, las aventuras, las broncas, la redacción; según ella también hemos compartido alguna mujer, pero yo tiendo a pensar que en eso nos hemos cuidado mucho.

Además, nunca tuvimos el mismo gusto, aunque reconozco que soy una ecléctica y no tengo muy en claro cuál es mi gusto en este tema. Nunca logré saber por qué Rox duerme con una pierna fuera de la cama… sobre la cama, pero fuera de las mantas; se acurruca, se tapa hasta la nariz y de pronto…, ¡plaff!, sale la pata de abajo de las mantas y aunque haga tres grados, allí se queda toda la noche. Manías.

Una sola vez hicimos el amor Rox y yo en todos estos años. Y hacía ya tiempo que nos conocíamos. Nos sentimos un poco incestuosas pese a haberlo pasado muy bien. Y sumar al lesbianismo el incesto nos pareció demasiado, así que decidimos dejarlo pasar con mucha más gloria que pena.

Tengo fiaca en esta mañana de domingo. Una fiaca profunda que me indica “no te levantés” en cuanto yo decido salir de la catrera. Como decía la madre de una novia encantadora que tuve alguna vez, “¿le lloran los niños?”, y con eso significaba que quien no tiene hijos podía hacer de su vida lo que quisiera. Y como no me llora ningún niño, hago de mi vida lo que se me ocurre. Y ahora, pese a la fiaca, se me ocurre que estoy muerta por un café ¿negro?, ¿con leche?, ¿con tostadas con manteca?…, ¡con mediaslunas! Pero para eso tendría que juntar coraje y vestirme, bajar, saludar al panadero, esperar el ascensor…, demasiado para mi fiaca dominguera.

Café con leche, tostadas con manteca y jugo de naranjas, este es el detalle continental de desayunos internacionales: jugo de naranjas; en los hoteles buenos es natural, en la mayoría es de bidón y tiene un gusto a plástico que mata. Me acuerdo de aquella colega yanqui que en medio de las balas de Sendero Luminoso, en Perú, estaba furiosa porque en el hotel no le daban jugo de naranjas natural…, el dueño estaba amenazado por la guerrilla porque nos había dado alojamiento a los corresponsales extranjeros y la mina insistía con el jugo natural… ¡Dios!, ¡qué pesada! Meses después volví a encontrarla en Libia y ahí sí que no rompía con jugos naturales: estábamos todos aterrados con Gadafi y sus muchachos.

Mientras se hace este café, abro la ventana del living-comedor…, ¡qué ciudad, Buenos Aires!, reconozco que vivo en un punto privilegiado, que este 8° piso en la esquina de Florida y Santa Fe es un lujo [larga historia la de este departamento, tan unida a mi propia historia que se me hace difícil la idea de vivir en otro lado, y no es una historia de amor, sino de intereses económicos, de ambiciones. Hace quince años que Cris dice que debía haberle exigido a mi digna tía Mariné el total de la fortuna que me dejó mi abuelo. Esas fortunas típicas de la Argentina y de los inmigrantes que no eran tanos o gallegos laburantes sino franceses que se alambraron media provincia de Buenos Aires con indios incluidos y a partir de allí “estas tierras fértiles” hicieron el resto y mi abuelo terminó siendo un terrateniente que deslumbró a la sociedad y a sus coetáneas, pero no se casó con una tana, gallega o criolla, eligió una irlandesa de ojos azules y claro linaje católico para fundar su familia argentina.

O sea: yo, Mariana, segunda generación de argentinos, no entiendo este país, no sé lo que son los indios y esto del V centenario me tiene harta porque en esta nación de chantas, formada por la brillante y extranjerizante generación del 80, siempre nos enseñaron que la Conquista… (ahora dicen Conquista, toda la escuela primaria y secundaria escuché hablar de Descubrimiento) nos trajo la civilización y por suerte en esta tierra pródiga nunca hubo demasiados indios y los pocos que quedaban, hacia 1870, fueron pulcramente exterminados por el General Roca y su Campaña del Desierto, héroe nacional este que tiene no sólo una de las avenidas y diagonales más importantes de Buenos Aires, sino que suma calles, callecitas, ciudades, pueblitos, aldeas, suburbios, compañías de seguros y un etc. interminable de homenajes.

En fin…, yo, Mariana, 35 años, periodista con una cierta especialización en “Internacionales”, que ejerzo esta profesión (¿oficio?) desde los 19, a quien le gustan las mujeres, que hace años que renuncié a definirme católica porque algún día me bautizaron, que tengo un leve sentido del humor y una fiaca incomparable en este día, soy nieta de terratenientes nacionalizados, fundadores de la Sociedad Rural, del Jockey Club, del Antiguo Club del Progreso, de algún innecesario pero patinoso Ateneo Cultural, de las Damas de Beneficencia y del antiperonismo.

Pero claro, para desgracia de mi abuelo materno, también tengo una familia paterna y esta sí que no relumbra por su árbol genealógico. No tengo muchos datos sobre ellos pero sé que eran tanos, chacareros, eso que suena tan despreciativo en las élites argentinas; mi padre, de eso me acuerdo con absoluta claridad, era mecánico de máquinas agrícolas, tenía su taller en San Antonio de Areco, donde vivíamos en una casa común y corriente, mi viejo se lavaba las manos con aceite y azúcar para sacarse la grasa y mi vieja, que era superjoven, se reía siempre.

Estábamos contentos en casa. Mi madre se preguntaba cuándo cambiaría de idea su padre y aceptaría su casamiento. No porque tuviera ganas de volver a vivir en San Isidro, sino para que el pobretón de mi padre pudiera instalar un taller en serio. Pero eran cuestionamientos humorísticos, en realidad me parece (y por supuesto, adorno las cosas con 29 años de distancia y una imagen borrosa de mis primeros seis años de vida) que éramos lo que podía llamarse una familia de clase media, feliz, progresista y sin demasiadas historias apasionantes.

Mi abuelo desheredó a mi madre cuando ella decidió casarse con mi padre, mi madre se casó lo mismo. Cuando yo nací cumplió con el formalismo de comunicar mi nacimiento y ellos cumplieron con el formalismo de decirle que por mí todo, pero si se separaba de mi padre, “ese mecánico” (habiendo tantos abogados de apellido deslumbrante, ella, para dar fe de su originalidad, se casa con un mecánico de apellido tano… demasiado… demasiado…).

Por testarudos papá y mamá siguieron adelante, ahora conmigo, que, a lo mejor, era una nena linda, simpática, rebelde, amorosa, por lo menos durante el poco tiempo que estuvimos juntos. Porque los dos tuvieron el mal gusto de morirse el mismo día y dejarme viva a mí. Fue un accidente de ruta. No me acuerdo de nada excepto que un día me desperté, me llevaron a un juez y, como no había nadie que me reclamara, ni familiar, ni vecino, ni deudo, el juez decidió que lo mejor era un orfanato hasta que alguien diera señales de vida.

Yo tenía 6 años y ni siquiera sabía muy bien mi apellido Mi foto apareció en los diarios con una notita que contaba mi historia por orden del juez (y tiene razón Cris cuando asegura que ahí comenzaron mis romances con la fama). Apareció un vecino de San Antonio de Areco, dio al señor juez todos mis datos pero lo mismo no se logró nada. Me resigné al orfanato: después de todo no tenía a papá y a mamá pero tampoco tenía que soportar llantos, pésames, misericordias, lástimas. Mis abuelos habían muerto, los de ambos lados, la única tía que tenía, hermana de mi madre, se casó, marchó a París y nunca supo de mi existencia, hasta que… hasta que…, ¡plin!, cuatro años después vino a enterarse por amigo comedido que tenía una sobrina de 10 años en un asilo en Buenos Aires… ¡Horror!, ¡una sobrina suya en un asilo!, y pegó la vuelta para la Argentina.

Antes de rescatarme a mí, tuvo el buen gesto de pasar por lo del abogado de mi abuelo y allí se enteró de que el viejo terrateniente había desheredado a mi madre mas no a mí, por lo tanto era yo dueña de unas miles de hectáreas en la provincia de Buenos Aires y de unos pesos (que en aquel entonces eran cosa seria y hasta cotizaban internacionalmente), todo a mi nombre con el abogado vivillo como albacea. Tía Mariné hizo los trámites burocráticos imprescindibles y yo, Mariana, a los 10 años reencontreme con la family.

Quién fue María Felicitas Jaime

♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1951. Murió en Mendoza en 2017.

♦ Fue escritora, periodista y militante feminista.

♦ Fue una de las primeras mujeres integrantes de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA).

♦ Escribió los libros Cris & Cris, Pasiones y Cenicienta en Chueca.

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