“No estoy acá y esto no está pasando”, se repite a sí mismo como mantra, una y otra vez, el narrador y personaje principal de Lame Lima, el nuevo libro de Martín Villagarcía. Después de su último trabajo, Nunca nunca nunca quisiera volver a casa, el escritor argentino regresa con unas nuevas crónicas de viaje, esta vez sobre sus aventuras y desventuras en la capital peruana.
Pero, a diferencia de lo que suele esperarse de este tipo de crónicas, más que poner el foco en mostrarle al lector los alucinantes paisajes limeños, su particular gastronomía o sus ofertas culturales, Villagarcía se centra en otra de las mejores formas de conocer una ciudad: el sexo.
Grindr, la aplicación masculina de levante por excelencia, tiene un papel protagónico en Lame Lima. Entrar a chusmear ese catálogo de torsos anónimos es lo primero que hace el narrador apenas llega al aeropuerto, mientras espera su turno para subir al avión: “Encuentro a un brasileño hermoso que puedo ver sentado a mi izquierda en el bar. Es alto como yo, grandote con barba. (...) Me parece que me mira. Estoy por escribirle y me llega un tap suyo. Le mando la única frase guardada que tengo: ‘Hola cómo va?’. ‘Estas re lindo, vamos un rato al baño?’ me pregunta. ‘Dale’, le contesto y lo sigo adentro”.
Estos encuentros -como las estrellas, fugaces y resplandecientes, aunque imperceptibles para quienes no los están buscando- serán la espina dorsal de Lame Lima, publicado por Lluvia Dorada Editora. Lo que en teoría iba a ser un típico viaje familiar en el que el narrador visita a sus parientes después de varios años, termina por convertirse en la búsqueda incesante de un varón que lo cambie todo, de alguien que, más que un polvo o un buen rato, esté dispuesto a dar y recibir amor.
“Me escriben varios para coger, pero ya no tengo ganas. Todos se hacen los amigables, pero nadie quiere más que sexo. Estoy fastidiado y deprimido. Necesito estar solo”, escribe Villagarcía, solo para encontrarse, inmediatamente después, con otro hombre. Como puede verse en la portada del libro, ilustrada por Santi Guevara, el narrador exprime hasta la última gota del jugo de Lima, incluso a sabiendas de que ningún hombre -por más alto, musculoso, culto o interesante- podrá saciar su sed.
Así, se suceden los encuentros con hombres de todo tipo: opulentos dueños de pisos lujosos y autos de alta gama, modestos jóvenes que comparten departamentos con amigos, pintores en silla de ruedas, pilotos, abogados, locas orgullosas y gays enclosetados. Pero, soterrada, una angustia parece perseguir al narrador a donde vaya, sin importar cuánto clonazepam tome o bajo qué sábanas se esconda.
Entre la herida todavía abierta tras la separación de su ex, la enfermedad de su abuela, la ansiedad omnipresente y la sensación constante e inevitable de que “algo terrible está a punto de pasar”, este personaje se pasea por una Lima cuya represión sexual lo sorprende al ser comparada con aquello a lo que acostumbra en Buenos Aires.
Pero para la mayoría, esa represión solo se da puertas afuera. Aunque las maricas no se pavonean por las calles, no se besan ni se toman despreocupadamente de la mano, dan otros indicios de su existencia. Hay, como en todo el mundo, fiestas para todos los gustos. Hay, también, miles de jóvenes de todo Perú que se mudan a la capital en busca de una aceptación citadina lejos del pueblo. Y, como deja entrever el narrador, Diario de una pasiva, el libro de Marcos Rodríguez que uno de sus amantes le recomendó ante su pregunta por literatura gay peruana, está agotado en casi todas las librerías a las que va.
“Siento que el mundo se viene abajo, pero intento que no se me note”, escribe Villagarcía. Sin embargo, algo de jugo le queda todavía a esa fruta que, generoso, comparte con el lector: “En el camino me cruzo con un hombre que lava dos mandarinas en una corriente de agua que sale del piso. Me mira a los ojos y me dice: soy una loca feliz”.
“Lame lima” (fragmento)
Me despierto y seguimos sin luz. Bajo a bañarme y otra vez me ilumino con la luz de bicicleta que me dio mi hermano. La cocina está muy ocupada, mis hermanas preparan tortilla de papas para el desayuno. Huele riquísimo. Me quedo a un costado y hago jugo de naranja y maracuyá. Desayunamos todos juntos y coordinamos el viaje de mañana. Cuando estamos por terminar vuelve la luz. Mi hermano pudo reparar el problema. Aprovecho que todos se van de compras al centro para irme yo por mi lado a caminar.
Busco en el mapa de Google el local de H&M más cercano y sigo la ruta. Afuera está nublado y hace frío. En el camino prendo un porro y fumo disimuladamente. Primero voy observando detenidamente a las personas que cruzo en mi ruta. Imagino de qué trabajan y cómo son sus vidas. Poco a poco empiezo a senir un agujero negro en el pecho. Siento un terror paralizante ante la inminente muerte de mi abuela. Miles de pensamientos negativos se agolpan en mi cabeza.
Respiro hondo y trato de calmarme. “No estoy acá y esto no está pasando”, me repito a mí mismo como un mantra. Me detengo un momento y trato de reconectarme con la realidad. Cierro los ojos y me concentro en mi respiración. El aire que entra y sale por mi nariz. Solo pienso en esa sensación por encima del bigote hasta que me tranquilizo un poco.
Vuelvo a abrir los ojos y me doy cuenta de que estoy en un área verde. Me fijo en el mapa, es el bosque Castilla. No estoy solo, hay gente moviéndose, haciendo deporte, trabajando, viviendo. Continúo caminando y sigo el recorrido tratando de no pensar en nada. Doblo a la izquierda y llego a mi destino: un enorme edificio corporativo. No se ve como un shopping ni nada parecido.
Camino hasta la mesa de informes y pregunto dónde está el local de H&M. El seguridad me contesta no hay ningún local, que ahí están las oficinas de H&M. Me siento un idiota. ¿Cómo no me di cuenta cuando lo busqué en el mapa? Le pregunto si hay algún local comercial cerca, pero todos están demasiado lejos y necesitaría tomar algún tipo de transporte público y no tengo ganas. Deshago mi camino y regreso rumbo a la Residencial, pero termino desviándome al Real Plaza.
Voy directo al local de Forever 21 y encuentro tres cosas para probarme: una remera blanca con el bordado de un ojo, un buzo gris con un paisaje urbano saliendo del bolsillo y un pantalón negro. Todo me gusta, pero el pantalón es demasiado grande y no hay otro talle, así que me llevo la remera y el buzo. Le entrego mi tarjeta de débito a la vendedora y pienso en “I Don’t Want It At All” de Kim Petras: Baby, don’t you fight it / Close your eyes and swipe it.
Regreso a casa y todavía no hay nadie. Quedé en almorzar con André, un chico de Grindr con el que vengo hablando hace un par de días. Le escribo para avisarle que ya estoy libre y acordamos encontrarnos en el Real Plaza. Ya empiezo a sentir que ese shopping es mi segundo hogar.
Espero a André en la vidriera de la librería Crisol. Me reconoce enseguida y nos saludamos con un abrazo. Tiene mi misma edad y es más bajo que yo. Está en su hora de almuerzo, así que buscamos un lugar para sentarnos a comer. Lo dejo elegir y vamos a Don Belisario, un restaurant que se especializa en pollo a la brasa. Creo que estoy comiendo pollo todos los días, pero no me molesta porque es lo más rico que hay.
El lugar es muy lindo, nos sentamos en una mesa de la terraza al aire libre. El mesero nos toma el pedido y trae una canasta con pancitos y salsas para untar. Está todo riquísimo. Mientras esperamos el plato principal, conversamos sobre la situación económica en Argentina y Perú. “¿Cómo nos ven desde afuera?”, le pregunto. “Como Venezuela”, me contesta contundente.
Prefiero cambiar de tema y aprovecho que nos traen los platos para preguntarle qué opina de la emancipación de Britney Spears. Enseguida descubro que es su ídola y me confiesa que teme que su nuevo novio se quiera aprovechar de ella. “No creo”, le digo, “es el personal trainer del manager de Lady Gaga, no me parece que sea un vividor”. “¿Piensas que ella está bien?”, me pregunta y le contesto que no sé. “A veces creo que le falta contención psiquiátrica”. Me pregunto si estoy hablando de Britney o de mí. André está de acuerdo. Me gustaría besarlo, pero en Lima no es tan simple como en Buenos Aires. No me animo a hacerlo adelante de todo el mundo en la calle. Nadie es afectuosamente demostrativo por miedo a las represalias. Cerca de las 3:30
André vuelve a su trabajo y nos despedimos con un fuerte abrazo. Cierro los ojos y trato de sentir su cuerpo contra el mío a través de la ropa. Yo vuelvo a casa y espero a que me pase a buscar Luis Felipe. Empecé a hablar ayer con él por Grindr y pegamos muy buena onda.
Mientras tanto leo Midori, la niña de las camelias. El relato es de una crueldad máxima, algo que seguramente le encantaría a Silvina Ocampo. Midori es una niña huérfana adoptada por una compañía de freaks de feria que la abusan de todas las formas posibles.
Una hora más tarde me recoge Luis Felipe en su auto. Me gusta su nombre compuesto porque me hace acordar a los galanes de Thalía en las telenovelas mexicanas. Camino a su casa me va acariciando la pierna con su mano derecha. Primero la rodilla y de a poco va subiendo hasta mi entrepierna. Charlamos sobre su trabajo y me cuenta que durante muchos años fue empleado de Aerolíneas Argentinas y que ama Buenos Aires. Llegamos a su casa en Miraflores y bajamos con el auto hasta el tercer subsuelo del estacionamiento. Siento que acá los edificios se construyen por igual en ambas direcciones verticales. Como es arriba, es abajo.
Su departamento es enorme y muy luminoso, lleno de arte y objetos hermosos. Hasta ahora no conocí ningún lugar que no me guste en Lima. Me ofrece agua y me sirve soda. Enseguida empieza a besarme y me lleva a su cuarto. De a poco nos sacamos la ropa y nos acostamos juntos. Me besa con desesperación, como si quisiera comerme la cara. Respondo con besos más cortos y puntuales mientras lo miro a los ojos para tratar de que baje un cambio.
(...)
Mientras nos vestimos, me ofrece llevarme de regreso a mi casa en su auto. Me cuenta que él estaba en el aeropuerto el mismo día que yo llegué porque había ido a recibir a una pareja de amigos argentinos. Sospecho que sé quiénes son y cuando los describe lo confirmo: son los mismos chicos que tuvieron problemas con su equipaje de mano para subir al avión en Buenos Aires. Me encantan este tipo de casualidades.
Durante todo el viaje de regreso, Luis Felipe me vuelve a acariciar la pierna con su mano derecha. Me deja en la puerta del edificio de mi papá y me despide con un beso. “Nos vemos en Buenos Aires”, me promete.
Llego a casa justo a tiempo para la cena, pero no tengo nada de hambre. Empujo la sopa con la cuchara durante un rato hasta que pasamos al postre: un turrón de Doña Pepa que compró mi hermana mayor. Se ve más rico de lo que es. Está un poco seco y pegajoso, pero lo prefiero a la sopa.
Andrés me avisa que va a volver tarde del trabajo, así que no voy a verlo. Me escriben varios para coger, pero ya no tengo ganas. Todos se hacen los amigables, pero nadie quiere más que sexo. Estoy fastidiado y deprimido. Necesito estar solo.
Finalmente acepto encontrarme con Robinson, que está por el barrio y dice que solamente quiere conocerme. Me espera abajo del cartel de Falabella del Real Plaza. Caminamos por San Felipe mientras yo fumo un poco, él no quiere. Es muy simpático y seductor. Hablamos de nuestros gustos y preferencias como si estuviéramos evaluando nuestra compatibilidad para formar una pareja. Le sigo el juego y antes de volver a casa a dormir, nos damos un beso. Se siente hermoso, como un beso de amor verdadero. Quedamos en escribirnos mañana a la noche cuando vuelva de la excursión. Mi hermano sigue trabajando. Me acuesto a escribir y me quedo dormido.
Quién es Martín Villagarcía
♦ Nació en Argentina en 1986.
♦ Es escritor.
♦ Publicó las plaquetas de poesía Afasia, Farsa, Cómo desaparecer completamente, Éxtasis y Sinergía.
♦ Además, es autor de los libros XXX y Nunca nunca nunca quisiera volver a casa.
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