En la primavera de 1970, el célebre cantante argentino Sandro se convierte en el primer latinoamericano que actúa en el Madison Square Garden de Nueva York, y en ese mes de abril, Gloria es una de las afortunadas asistentes al mítico concierto.
Gloria tiene veinte años y camina por las calles de la capital de Manhattan como queriendo olvidarlo todo, aprenderlo todo de nuevo.
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A Gloria la encontraremos hoy, porque hoy, dice el narrador de esta novela, hoy debería durar para siempre y ser el día perfecto. Eso, claro, si Gloria logra sacarse de la cabeza lo que vio y todo lo que, de repente, le llega a la memoria.
Gloria trabaja en los laboratorios fotográficos de AGFA, la compañía belga, recortando diapositivas, y hace poco se ha encontrado con unas imágenes que la han perturbado en demasía. Está preocupada, y aún más porque el Tigre se está tardando más de lo usual en aparecer, y no puede evitar recordar cuando asesinaron a su padre. Si Gloria consigue dejar todo eso de lado, quizá hoy sí pueda ser el día perfecto.
Ese hoy de Gloria, en el que el narrador ha llamado la atención de los lectores, se convierte en el hoy de ahora, que no es el mismo, cuando 50 años después de aquella época, al hijo de Gloria, que es escritor, se le da por asomarse a ese periodo de iniciación de su madre y se da cuenta de que sus juventudes, la de ella y la de él, no son tan distintas como pensaba.
El escritor es Andrés Felipe Solano, el colombiano que reside desde hace varios años en Seúl y que ha logrado mantenerse como una de las voces más interesantes de la literatura latinoamericana contemporánea. En este libro, titulado así, “Gloria”, revisita las memorias de su madre para descifrarla en la ficción, reconstruirla, a partir de la novela, como personaje.
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Al inicio, Gloria es para el autor un objeto de contemplación, pero con el correr de las páginas se convierte en un sujeto. Solano hace de lado el hecho de que se trata de su madre y la asume con la distancia necesaria para narrarla en la novela, y el lector sentirá eso, justamente, que no se trata de un testimonio, de una memoria familiar, sino de una buena pieza de ficción.
Ha contado ya el colombiano, en previas entrevistas, que la historia tenía un carácter híbrido para cuando comenzó a escribirla. En el momento en que encuentra la voz narrativa necesaria para contar, se da cuenta de que el carácter narrativo de la historia obedece a una novela con elementos de la crónica y el relato testimonial, una ficción que se sustenta en hechos reales, pero que no es eso, en esencia, sino una exploración de cómo el tiempo obra en la vida de una persona que existe y que es su madre.
Marcadas por una ciudad como Nueva York, las vidas de Gloria y Andrés se entrelazan en esta historia, como en la vida misma, y con la mirada del escritor, cuya prosa es sincera y tranquila, así como elegante y sofisticada, los lectores se adentran en la memoria de esta mujer que descubre un día que el amor no es eso en lo que creía sino un juego de nunca acabar, en el que hay que estarse balanceando, hacia atrás y adelante, para no caerse.
“Nunca ha fumado y quizás nunca vaya a prender un cigarrillo, pero en esta tarde, que decido imaginar populosa y brillante, debería hacerlo, debería aprovechar la demora de su novio para aspirar despacio el humo, consciente de la marca de colorete en el filtro, ya un poco ovalado por la presión nerviosa de sus labios. Envuelta en esa pequeña nube azul plata la espera es menos agónica, más llevadera, como dicen de ciertas dolencias, porque es eso, una inquietud que descubrió en la mañana al despertarse antes de lo usual, cuando la luz se arrastraba débil por la ventana de su habitación y aún no se oían animales tumbando botellas en esa esquina de Queens” - (Fragmento, “Gloria”, de Andrés Felipe Solano).
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La de “Gloria” es la historia de un solo día en la vida de una mujer, que contiene en sí mismo todos sus días por venir. “Son algo así como 18 horas caminando por Nueva York en los que caben 60 años”, ha dicho el autor.
La narración contiene pasajes de distintas épocas que se combinan con reflexiones del autor en torno a las relaciones filiales, en donde las contricciones de carácter moral desaparecen y es la libertad del relato la que se apodera del tono narrativo, la libertad del personaje que es Gloria en estas páginas.
Y si de personajes hablamos, no hay que dejar de mencionar a otro de los más importantes en esta historia. En casi toda la obra del escritor colombiano, la ciudad adquiere una dimensión protagónica, casi a la par de los protagonistas de sus historias. En “Gloria” no ocurre lo contrario. Aquí, Nueva York reclama su lugar y es escenario a la vez que actor.
Esta, la cuarta novela de Solano, es un libro cargado de emociones que, de acuerdo a lo que enuncia la editorial, concede al lector el privilegio de presenciar el inicio y todos los futuros posibles de una mujer a partir de un día en su vida.
Narrada con sutileza, la historia de “Gloria” se acerca de puntitas al lector, sin hacer ruido alguno, y se planta allí donde todas las buenas historias se quedan. Lo hecho aquí por el escritor colombiano es, quizá, lo más arriesgado que ha conseguido como novelista hasta el momento, una bocanada de aire fresco que condensa, como bien lo ha señalado Leila Guerriero, toda la potencia de su estilo elegante y feroz.
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