Pocas personas fueron homenajeados por poetas, tanto en vida como a la hora de su muerte. Josef Stalin, que murió hace justo 70 años, podría ser una de estas personas.
Considerado “el padrecito de los pueblos” dentro de las fronteras de la Unión Soviética y del mismo modo -por fuera- por los seguidores de lo que se dio en llamar “estalinismo”, la deformación burocrática levantada por los Partidos Comunistas del mundo, que postulaba que en la Unión Soviética se había llegado a la etapa social superior llamada “comunismo” y que debía defenderse ponderando sus triunfos alrededor del mundo, evitando las revoluciones populares violentas y respetando la diplomacia de la “guerra fría”, alcanzada con los Estados Unidos.
El 5 de marzo de 1953 Stalin -nacido en Georgia- moría en Moscú y los escribas oficiales del estalinismo cargaron bien la tinta de sus lapiceras. Hace setenta años, miembros de los partidos comunistas alrededor de todo el mundo lloraban el fallecimiento de su líder, con congoja sincera o cinismo verdadero. Pronto quienes habían hecho caso omiso de los crímenes de Stalin no pudieron sino abrir los ojos: fusilamientos a opositores, juicios públicos fraudulentos, políticas antisemitas, opresión de las minorías y masacres. A partir de 1953 los delitos políticos del “padrecito de los pueblos” obligarían a tomar partido.
O no. También podía no dejarse pasar por alto que Stalin mismo se había animado a hacer versos, había sido un poeta. En su primera juventud había ingresado al seminario eclesiástico en su Georgia natal y allí había comenzado su actividad como agitador, a la vez que se dedicaba a rimas donde ya se decía: “llévale alegría a tu patria”. No quedaron sus poemas en los manuales de literatura, puede el lector o lectora juzgar según su propio criterio.
Poema sin título
Por esta tierra, como un fantasma
vagaba de puerta en puerta.
En sus manos, un laúd
que tañía dulcemente.
En sus melodías soñadoras
como un rayo de sol,
se sentía la pura verdad
y el amor divino.
La voz hizo latir los corazones
de muchos,
corazones que se habían
petrificado.
Iluminó las mentes de muchos,
mentes que habían sido arrojadas
a la oscuridad.
Pero en vez de gloria,
donde el arpa tañía,
la muchedumbre le servía al paria
un vaso lleno de veneno...
Y le decían: “Bebe esto,
maldito seas,
¡que este es tu destino!
¡No queremos tu verdad.
ni tus sonidos divinos!”
El poema estaba firmado por Soselo, que era el seudónimo que usaba Stalin para estos menesteres. Quizás el que publicamos a continuación sea menos malo.
Mañana
El capullo de rosa se había abierto
y sus pétalos extendidos rozaban los de la violeta
el lirio se despertaba
e inclinaba su cabeza movido por la brisa.
En lo alto de las nubes la alondra
cantaba un himno de trinos
mientras el alegre ruiseñor
decía con dulce voz:
“Llénate de flores, oh tierra hermosa,
alegra el país de los íberos,
y tú, georgiano, mediante el estudio
lleva la alegría a tu patria”.
En fin, esta es parte de la obra poética de quien fusilaría a miles de opositores, instauraría el gulag como régimen de represión y detención y abriría paso a la burocracia soviética que, años después, daría la bienvenida a la restauración capitalista en la antigua Unión Soviética. El libro La vida privada de Stalin, de Lili Marcou da cuenta de su paso por el camino de las letras.
¿Un artista?
Más recientemente –es decir, caídos ya el Muro de Berlín y los regímenes estalinistas del Este europeo, Boris Groys, crítico de arte y ensayista nacido en Berlín del Este y que vivió en Rusia hasta los años ochenta, plantea una teoría polémica en su famoso libro Obra de arte total Stalin.
Allí, y a grandes rasgos, sostiene que el realismo socialista, lejos de ser enemigo de la vanguardia estética de los años veinte, llevó sus postulados de no deslindar el arte de la vida mediante su exacerbación. De este modo, los mecanismos de control y represión sobre la sociedad en términos generales permitió asignar a cada individuo un papel en la construcción estética de la Unión Soviética, de la que Stalin sería el demiurgo, el artista total para la obra social total. Si bien el planteo tuvo oposiciones a lo largo de los años, se puede afirmar que es una gran hipótesis, por lo menos.
En la mirada de su enemigo, Trotski
No se debería dejar sin mención a un libro escrito a la par del ascenso de Stalin tanto en la Unión Soviética como entre quienes orbitaban alrededor de los Partidos Comunistas del mundo. Stalin, el gran organizador de derrotas, de León Trotski, quien lo escribió en su confinamiento forzoso en Alma Ata -Kazajistán-.
Su objetivo era presentar las tesis que explicaban las derrotas de la Revolución Alemana de 1923, de la huelga general inglesa de 1926 o la derrota y masacre de la Revolución China en 1927. Trotksi había preparado este documento para ser presentado en el VI Congreso de la Internacional Comunista pero el estalinismo no permitió que fuera difundido.
Según Trotski, estas derrotas sentaron la base del fortalecimiento de la política stalinista. El libro también cuestiona una flamante teoría: que la supervivencia de Rusia ya no dependía de la revolución internacional -como venía sosteniendo el bolchevismo- sino del socialismo “en un solo país”.
Finalmente, existe toda una bibliografía aún en estudio y publicación desde la caída de la Unión Soviética sobre todo debido a la apertura a los archivos secretos del Estado Soviético.
El inglés Robert Service publicó en 2006 Stalin, una biografía, que tiene el mérito de contener mucha información salida de aquellos archivos, aunque el virulento anticomunismo de Service hace que por momentos dé por ciertos algunos pasajes que tienen más color literario que seriedad. Sin embargo, su inmersión en los archivos desclasificados hacen de su libro una biografía fascinante.
Isaac Deutscher, el biógrafo de León Trotski en su obra en tres tomos (El profeta armado, El profeta desarmado, El profeta desterrado) escribió Stalin, un biografía política en 1949, en medio del apogeo de Stalin, de la internacionalización de su figura como la de líder mundial proletario aunque, mientras tanto, continuara cometiendo crímenes políticos dentro y fuera de las fronteras de la Unión Soviética.
El libro llega a historizar a Stalin luego de la Segunda Guerra y cuatro años antes de su muerte. Por su audacia y los antecedentes del autor (Deutscher había sido miembro del Partido Comunista Polaco, cuya mayoría adhirió a las tesis de Trotski, con las consecuencias que aquello implicaba) se trata de un libro que merece ser leído.
La australiana Sheila Fitzpatrick (1941) pertenece a la generación más interesante de historiadores dedicados a explorar los acontecimientos ocurridos en Rusia luego de 1917.
Dedicada a esos estudios desde sus primeros años en la Universidad (impulsada por un padre que sostenía que la Unión Soviética era objeto de una campaña de desprestigio por parte de las potencias que la consideraban enemiga), se apasionó por un objeto de estudio sobre el que escaseaban materiales de referencia.
Viajó a Moscú para escribir un libro sobre Anatoly Lunarchavsky y en el camino su postura sobre el totalitarismo de la Unión Soviética no pudo ser refrendada con la documentación, que también daba cuenta de algunos procesos desde abajo. Eso la llevó a su último gran libro La vida cotidiana bajo el eestalinismo que mostraba la opresión estatal en varias esferas, pero que también mostraba cómo permanecían procesos sociales que se asemejaban, deformados, a las prácticas que se habían instaurado entre la clase trabajadora luego de la Revolución obrera de 1917.
Stalin, que murió hace setenta años, se proclamaba a sí mismo como el hombre que lideraba a las masas del mundo hacia el socialismo. No era así. Su constitución de una burocracia soviética y la política mundial que llevó adelante para estrangular la revolución en otros países marcaron una herida a los militantes que realmente propugnaban la transformación social. Mientras el concepto de socialismo siga opacado por las concepciones del estalinismo, la figura de Stalin, muerto hace 70 años, cercará como un fantasma los caminos de los revolucionarios de estos tiempos.
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