¿Existe el amor a primera vista? ¿Hay algo así como el destino? ¿Puede una tragedia arruinar lo que parecía eterno? ¿O, por el contrario, refuerza aquello que parece escrito en piedra?
Al comienzo de Un destino llamado Puerto, la nueva novela de la escritora argentina Magalí Escandell editada por V&R, un accidente automovilístico pone fin a lo que parecía una perfecta historia de amor. Antonia y Manuel se habían conocido en una playa de Puerto Pirámides, Chubut, en la que el flechazo fue instantáneo.
Después de tener una hija juntos, todo parecía ir viento en popa hasta el accidente de Manuel, que genera el derrumbe de Antonia, su amada. Ahora madre soltera, mientras aprende a reconstruir los cimientos de su vida, Antonia encuentra unos textos donde ese joven tan romántico cuenta su amor por ella y por la pequeña hija que trajeron al mundo, lo que la sorprende porque ella había escrito textos muy similares.
A partir de ese momento, se reconcilia con la vida y con la idea de que conoció el verdadero amor aunque haya sido por poco tiempo. Pasan los años, Antonia se enferma y muere. Le deja a su hija Mar una herencia literaria: la historia de ese amor en Puerto Pirámides, escrita de a dos. La hija de quienes fueron dos jóvenes completamente enamorados, se encarga de convertir la historia en una novela. Vuelve a esa playa donde todo comenzó, ahora con su marido y su hija, celebrando la historia de sus padres y la propia.
“La historia de amor de Manuel y Antonia en un pueblito idílico de la Argentina es perfecta. Rápidamente conquista al lector y lo emociona con las imágenes del lugar y de ese amor que nace entre ellos y se solidifica”, afirma la escritora de novela histórica y romántica Viviana Rivero. Por su parte, la autora Patricia Suárez agrega: “Un final a lo Romeo y Julieta y para paladares fuertes, que hará llorar a todas las lectoras”.
Así empieza “Un destino llamado Puerto”
La primera vez que Manuel vio a Antonia supo que pasaría el resto de su vida junto a ella. Recién había llegado al pueblo, tras algunos días de recorrer la zona. Le habían recomendado no irse sin conocer ese lugar de la península. Cansado y con algo de tiempo por delante, decidió bajar un instante a la playa que había divisado desde la parte alta del pueblo y entonces la vio. Antonia estaba sentada sobre una piedra observando el océano como tantas otras veces, ignorando que ese día cambiaría todo para siempre.
Sin saber por qué, se detuvo algunos minutos a observarla. El viento que corría esa noche más el aroma del mar lo convertían en el ambiente perfecto. Su mirada estaba clavada en aquella mujer que miraba en la dirección contraria a donde estaba él. Solo logró ver su cabello rojizo y lacio, que tocaba sus hombros y marcaba el comienzo de una espalda menuda. Los brazos finos y largos, apoyados sobre los costados, confirmaban la delgadez de su figura.
Manuel se desplazó un poco de su lugar con la intención de ver su rostro. ¿Qué imagen tendría aquella mujer que había captado su atención? Trató de cambiar de ángulo para observarla, pero, sin darse cuenta, pisó una botella de plástico que alguien había dejado en la playa.
El ruido alertó a Antonia, que giró la cabeza en busca del sonido que había interrumpido su pensamiento, y ante sus ojos apareció Manuel. Ambos se quedaron inmersos en la quietud, observándose, perdiéndose en esa mirada que sería la primera de tantas otras. Los grandes ojos verdes de ella completaron la imagen que Manuel estaba buscando, la pequeña y fina nariz se posaba sobre una sonrisa transparente. El rostro delgado y sereno de él cautivó de inmediato a Antonia, que no lograba apartar los ojos. ¿De dónde había salido aquel hombre que la miraba de lejos?
–¡Hola! –exclamó Manuel rompiendo el hielo–. Lamento interrumpir. No fue mi intención.
–¡Hola! No te preocupes –respondió ella, mientras se levantaba de la piedra con ayuda de las manos–. Solo miraba el horizonte.
–Recién llego y quise ver el mar. Desde arriba no se aprecia tanto su hermosura como desde aquí.
–Esta zona del pueblo es cautivadora. En temporada pueden verse las ballenas a lo lejos –afirmó señalando el océano–. Todos terminan enamorándose del paisaje. Es un pueblo encantador en todos sus rincones.
Manuel se acercó algunos pasos hasta quedar cerca de Antonia que se volteó nuevamente para mirar el mar. En pocos minutos el sol se ocultaría por completo y el paisaje sería en verdad deslumbrante. El agua calma, las amplias bardas y el cielo compusieron una imagen que los hechizó.
Los atardeceres en Puerto Pirámides eran mágicos. Los colores del cielo se mezclaban entre amarillos y naranjas, y las últimas aves apuraban el vuelo en busca de refugio. A lo lejos podían verse los acantilados con forma de pirámides, motivo por el que el lugar recibió aquel nombre. Ya casi no quedaba nadie, los visitantes se habían ido hacía algunas horas y los lugareños no solían visitar mucho la playa durante la semana.
El mar, calmo, reflejaba el último brillo del sol. La luna había empezado a trazar su recorrido para dejarse ver poco a poco. Manuel no había visto antes una escena tan perfecta. Esa imagen se grabaría por siempre en sus retinas. Su mente se encontró colmada de belleza y le costó diferenciar si era por el paisaje o por la presencia de Antonia. Todo parecía perfecto. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que algo lo movilizaba internamente, a la vez que un profundo sentimiento de calma comenzaba a habitarlo. Sintió que vibraba con el lugar, como si fuera capaz de fundirse con el paisaje.
–¿Turista? –se animó a indagar ella al notar que él se había acercado un tanto más, pero permanecía en silencio.
–Algo así –murmuró aproximándose algunos pasos.
–¿Algo así?
Antonia quería saber más. Sus ojos negros, tan intensos como la noche que comenzaba a aparecer, su cara fina y alargada, y el cabello recogido en un rodete la atraparon.
Manuel vestía bermudas de denim, una sudadera blanca y calzado deportivo de lona. En su hombro reposaba una mochila negra de cuero con una chaqueta del mismo color que colgaba de una de las correas. Su aspecto era relajado y distendido. Llevaba gafas recetadas que le daban un notable aire bohemio.
–Recién llegué, no tenía pensado venir a Puerto, pero algo en mi interior me dijo que no debía perderme este lugar –expresó con una leve sonrisa.
–Hiciste bien –afirmó ella–. Puerto es un lugar que todos deberían conocer.
–Debo admitir que no había escuchado hablar de este sitio. De haber sabido que encontraría tanta belleza junta, habría venido antes.
–Es que la mayoría de las personas solo conocen la Península Valdés como nombre general de la zona –explicó sin quitar sus ojos de los de él–. Pero pocos saben los nombres de los distintos lugares que la integran. Y Puerto, sin lugar a discusión, es de los más lindos.
–¿Tú? –indagó Manuel sin dejar de mirar cada centímetro de su rostro–. ¿Turista?
–En algún momento lo fui –señaló con serenidad y haciendo un ademán con los brazos–. Por cierto, soy Antonia.
–Un placer. Manuel.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de ambos mientras se estrechaban las manos. Los dos sintieron la energía del otro después de ese apretón. Algo que no habían esperado comenzaba a ocurrir y, sin saberlo, ese momento quedaría grabado en la memoria de los dos para siempre.
Quién es Magalí Escandell
♦ Nació en 1987 en Argentina.
♦ A los 10 años escribió su primer poema y, poco a poco, la escritura se volvió parte de su vida.
♦ Publicó su primer poemario en 2021, año en que también participó en una antología poética.
♦ En 2022, obtuvo la primera mención en el Certamen de Novela Romántica Lidia María Riba con Un destino llamado Puerto.
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