Hay quienes, al viajar, prefieren la sorpresa: no emprenden una exhaustiva investigación sobre ese próximo destino y, a fin de evitar posibles spoilers, evitan las guías turísticas, los consejos y los obligados puntos que hay que conocer sí o sí. Pero también están aquellos que, a la hora de emprender un viaje, lo arrancan mucho antes gracias a una minuciosa búsqueda en la que se empapan de todo lo que hay que saber sobre tal o cual destino.
Aquí, para aquellos viajeros precavidos, tres expertos argentinos en diferentes campos sugieren varios libros para recomendarle a un turista que quiera ir enterándose de cómo es la Argentina antes de venir a conocerla personalmente.
Los aspectos que se tocan son Literatura, Cine y Teatro y los encargados de las recomendaciones son el escritor Martín Kohan, el cineasta Rodolfo Hermida y el actor y dramaturgo Rafael Spregelburd.
Literatura
“Facundo”, de Domingo Faustino Sarmiento e “Historia universal de la infamia”, de Jorge Luis Borges
Por Martín Kohan. Escritor. Crítico. Docente en la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Facundo, de Sarmiento, sin duda. Porque en Facundo se encuentra algo crucial: lo que se supuso que la Argentina iba a ser. Para entender, no tanto lo que el país es, sino una serie de frustraciones y desencuentros nuestros, hay que entender qué es lo que se supone que la Argentina iba a ser. Facundo tiene que ver con ambas cosas: lo que es, y lo que se suponía que iba a ser y nunca fue; y las dos son significativas.
El otro que pensé como ejemplo es Historia universal de la infamia, de Borges, porque ahí hay dos claves. Primero, pensar la infamia, porque todos los textos son infames. Y después, allí está Hombre de la esquina rosada, donde primero está la secuencia de la infamia y, luego, el relato de lo que sería lo opuesto: el prestigio del coraje. Y eso es todo una formulación. Ahí hay una combinación clave.
Borges no está lejos de Facundo en relación con lo europeo, o con distintas expresiones de lo exótico. Sobre esa clave, se puede traducir una versión de lo nacional. Porque Borges hace un despliegue de versiones de la infamia en culturas diversas, y cierra con el primer relato en relación con todas las mitologías entre los orilleros, y la cuestión del coraje. Entonces: por un lado, infamia versus prestigio. Y por el otro, la reescritura de distintas tradiciones para establecer una propia, un juego entre disponer de todas ellas y, en clave de infamia, formular la estética de una tradición propia: el coraje, las orillas, los cuchilleros.
Borges era porteño y su mitología era de Buenos Aires, sí, pero descentrada, de las orillas; entonces en él hay todo un juego muy perfecto, porque él encuentra los modos de resolver la condición periférica, respecto de un centro que estaría en Europa. En vez de pensarla como una disminución, Borges hace de la periferia una potencia. Desplegando las figuras de la infamia, Borges hace uso de esa posibilidad de disponer de distintas tradiciones y, en ese gesto, formular una tradición propia, que es la del margen; en este caso, el margen de la ciudad. Esto es lo que trabajó Beatriz Sarlo en Borges - Un escritor en las orillas: construir con el margen y no desde el margen, porque termina ocupando un lugar central.
Sarmiento, para mí, no es muy distinto de Borges en este aspecto, porque él también tiene una condición periférica, porque es sanjuanino. (En su caso, está “descentrado” respecto de Buenos Aires.)
Entre el Facundo e Historia Universal de la Infamia puede haber una clave de qué se supone qué es la Argentina, que no sabemos muy bien qué es.
Cine
Por Rodolfo Hermida. Director y productor de cine, video y televisión.
Hay muchos buenos libros sobre historia del cine argentino, aunque no de la totalidad, sino que cada uno llega hasta distintos períodos. Para un panorama global, recomendaría Breve historia del cine argentino, de César Maranghello, que llega hasta 2005. O si no, Las grandes películas del cine argentino, donde el crítico Daniel López hizo una especie de antología, con 50 películas, llegando hasta 2010; éste es más completo. Y para el nuevo cine, el de Jens Andermann, que se titula así, Nuevo cine argentino (es de Paidós), y llega hasta 2015.
Después está uno que publicó el Instituto Nacional De Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) para el Bicentenario: Cine argentino de colección - 200 años de historia, 100 años de cine. Ahí yo tuve que ver porque hice la elección de las películas, hasta 2012, con crónicas, fotos y afiches; y el que escribió fue el crítico Claudio Minghetti.
Hay libros más eruditos, pero ésos son los que yo recomendaría para un lector no especializado que quiera tener un panorama de qué películas argentinas ver, así como de las complejidades de nuestro cine.
Si además pensamos que a ese lector le interesa la literatura, hay uno muy interesante: La literatura argentina y el cine, de Matthias Hausmann y Jörg Türschmann; éste es de 2019. Acá el cine se cruza con Bioy, Borges, Cortázar, Operación masacre, El Eternauta. Acá están, por un lado, las adaptaciones fílmicas de relatos de escritores argentinos (Cortázar posiblemente sea el que más se trasladó, y no sólo por directores argentinos como Manuel Antín, que fue el que más lo frecuentó, sino también por cineastas extranjeros). Por otro lado, en este libro también están las películas que directores argentinos hicieron sobre libros de otros países, como en el caso de La peste, de Camus, adaptada al cine por Luis Puenzo.
Otro libro muy interesante y poco difundido es Un país de película - La historia argentina que el cine nos contó, de Alejandra Rodríguez y Marcela López, que trata de qué hechos históricos sucedieron en nuestro país y cómo el cine los tomó. Y finalmente, mencionaría Cinematógrafos, de Edgardo Cozarinsky. Una reflexión sobre el cine en general, internacional, y luego sobre el argentino en particular, que es muy interesante porque quien la hace es a la vez director de cine y escritor.
Si de todos éstos tuviera que elegir solamente uno, para el turista que no es experto en cine y quiere conocer la Argentina, le diría que leyera el de Daniel López y el de Hausmann y Türschmann.
Pero, si leyendo esto se engancha con la cuestión del cine argentino y quiere algo más, le sugeriría que aproveche que está en Buenos Aires para ir a la biblioteca INCAA-ENERC (Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica), en Moreno 1199. Es la biblioteca de cine más importante de América Latina, y los que trabajan ahí son todos especialistas. Ahí va a poder encontrar mucho material que está agotado porque las librerías especializadas que había dejaron de importar de México y especialmente, de España; entonces, es un problema conseguir lo que no tenías desde antes.
Teatro
“Diccionario Utópico de Teatros” e “Historia de la mirada”
Por Rafael Spregelburd, actor, dramaturgo y docente.
En el Diccionario Utópico de Teatros la Compañía U, con “u” de “utópica”, se abocó a la recolección de múltiples entradas redactadas por artistas para un diccionario de teatro argentino con franco espíritu universal y atemporal. Se me antoja que dará que hablar en las décadas por venir.
El origen de la Compañía U fue el Teatro Nacional Argentin -Teatro Cervantes, donde estos tres creadores se reunieron bajo la dirección artística de Alejandro Tantanian. Además del director y dramaturgo, la compañía la completan Oria Puppo y Andrés Gallina. Junto a una treintena de coautores buscaron algo así como sellar un arca ante la inminencia de la derrota final, quizás la pandemia. La colección no lo explicita, pero cabe recordar que durante los aciagos meses de 2020 el teatro estuvo excluido de la vida social, toda reunión de alientos quedó perimida y era lícito preguntarse en esos momentos qué quedaría de él, de qué manera volvería a la normalidad, cuánto de nuevo fénix habría que reconocerle a lo que sobreviviera a tanta incertidumbre.
El resultado excede por completo el formato de la imprenta. Si bien la versión exquisitamente impresa por DocumentaA/Escénicas, especializada en artes escénicas y cultura contemporánea, estará disponible al inicio del año 2023, las colaboraciones de los 29 autores fueron filmadas y registradas como ponencias más o menos formales y como conferencias performáticas. Todo el material se encuentra de manera gratuita en el sitio de la Compañía U en YouTube.
En su portada, los curadores manifiestan que se trata de “un Diccionario que no busca fijar el sentido de una palabra. Un Diccionario que imagina teatralidades para un futuro posible”. Agrego que dado que lo único que existe es el desorden, un orden posible -por ejemplo- tan posible como arbitrario, es el alfabético. De allí que las cosas parecidas queden expuestas, desnudadas en su asociación rítmica, sonora, cuando uno las pone todas juntas.
El diccionario (nuestra forma de entrar en el desorden que es el mundo) conduce siempre a la paranoia de la entomología: ver lo otro en lo semejante. Así, estas pseudodefiniciones, al rozarse unas con otras, vuelven la atención sobre lo que ya sabemos de todo orden lingüístico: lo más importante del signo no es lo que designa, sino tal vez lo que no es. Y una sutil diferencia de concepción entre un teatro y otro los puede presentar fantasmalmente como opuestos.
Creo que a muchos de los convocados nos pasó algo parecido, algo que cada uno procesó de manera muy diversa. La paranoia es la del por qué a mí: ¿por qué yo tengo que hacerme cargo de la Desintegración y no del Teatro Político, o del Ñoqui, o del Kitsch? ¿Y si no quiero? ¿Y si no puedo? ¿Y si no me corresponde? ¿Qué han visto de mí en mi teatro quienes me piden que me haga cargo de esta entrada y no de la otra, a una o dos letras de distancia?
Así que este diccionario, que es la obra de artistas inquietos, expuestos como en una bruta colección de manifiestos (de patrimonios para heredarles a unos hijos que no existen o que hubieran preferido un chalecito en Mar del Plata) ofrece –en su comparación de insectos pinchados en prolijo telgopor con alfileres infectados- una perspectiva deliciosa: cada uno define lo que le atañe pero coquetea con su opuesto.
Es este un diccionario de antónimos, creo yo, más que de definiciones o sinónimos; cada entrada le ha caído a su ensayista probablemente como una acusación. Que es lo mismo que decir: como un nombre. O un adjetivo del cual hacerse cargo o no. Cada definición es una defensa apasionada, leída en voz baja, musitada más para adentro que para ese afuera intoxicado. Si nos estamos defendiendo, ¿quién es el fiscal? ¿El lenguaje, la tradición, la crítica, las instituciones teatrales?
Este diccionario sienta –espero- un antecedente enorme y es un orgullo que haya sido concebido aquí, en la Argentina, donde todo orden teatral es un caldo de cultivo siempre hirviente. Si otros asuntos de las disciplinas humanísticas (como la arquitectura, la música, la política o el psicoanálisis) fueran abordadas de esta manera lúdica y experimental creo que llegaríamos a conformar un arca interesante, una embarcación frágil y hermosa esperando el próximo diluvio para preservar lo que hemos sabido, lo que hemos amado, lo que hemos llorado.
Historia de la mirada, una incompleta recolección de ensayos del filósofo Eduardo del Estal no es estrictamente un libro sobre teatro y sin embargo, al enfocarse en el acto complejo del mirar, debo confesar que vuelvo a él una y otra vez para mis lecciones, tanto de dramaturgia como de actuación.
Del Estal propone una suerte de Gestalt de la mirada, alterando nombres y condiciones de los conceptos psicológicos preconcebidos y echa diáfana luz al menos sobre dos asuntos centrales para entender el futuro del teatro.
El primero es la distinción entre Sentido y Significado, una tensión inacabable, una dialéctica sin síntesis que es la que moviliza la máquina de significación. Una nueva manera de pensar el poder de las imágenes, pero también el de las representaciones, la narración y las dimensiones ontológicas que el teatro (un tótem in presentia) pone en jaque.
El segundo es el de la periodización de tres posibles edades de la mirada: la edad del ídolo, la edad del arte y la urticante edad de lo visuátil. La superposición en el ambiente contemporáneo de estas tres etapas explican (o complejizan) las fuerzas contradictorias que tironean del concepto de teatro.
Escrito como ejercicio poético, este libro es asombroso para muchas disciplinas, incluyendo a la plástica y a la música, y entre sus páginas nos hemos dado cita cientos de veces artistas de técnicas absolutamente disímiles, sólo para encontrar que aquí hay escrito un mantra de validez universal para aquello que hacemos.
Producción: Paula Ancery
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