El forense argentino que escribe novelas policiales: “Hay tres o cuatro motivos que se repiten constantemente en los homicidios”

Gaston Intelisano es especialista en criminalistica y autor de una saga policial. En “Elemental, mi querida ciencia (forense)” cruza la historia de su profesión con las novelas, los autores y los personajes de la ficción. Dice que tiene una ventaja en conocer el lugar de los hechos. Y que asesoró a otros autores.

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Gastón Intelisano trabaja en el Poder Judicial.
Gastón Intelisano trabaja en el Poder Judicial.

Los detectives policiales reservaron para ellos desde hace ya tiempo un rincón de la literatura polcial. Sin embargo desde el Sherlock Holmes de Conan Doyle, el Hercule Poirot o la Miss Marple de Agatha Christie, el inpector Jules Maigret de Georges Simenon o el Philip Marlowe de Raymond Chandler, el trabajo del investigador cambió. Los tiempos cambiaron. Y las historias también.

Gastón Intelisano tenía apenas 20 años y cursaba la carrera de criminalística cuando un tío suyo lo llevó un sábado a conocer la Superintendencia de la Policía Científica. Llegó lleno de preguntas y las hizo todas. Los que estaban ahí ese día lo vieron tan interesado, que le dijeron de seguir yendo. Y así empezó.

“Acompañaba a la médica forense Nora Nigro y lo que hacía era tomar notas. Iba al lugar donde estaba el cuerpo, ahí el médico forense hace primero un relato visual externo: ropa, heridas a simple vista, posición del cuerpo. Yo escribía todo. Después volvíamos y catalogaba fotos, archivaba, me pasaba los sábados en Científica”, cuenta.

Algo más pasó por esos días. Una tarde mirando libros en avenida Corrientes, encontró en una mesa de usados Post Mortem (1990), la primera novela de la escritora norteamericana Patricia Cornwell. La historia gira en torno a la Dra. Kay Scarpetta, una médica forense que usa los métodos más avanzados de la investigación criminalística para resolver asesinatos brutales.

Después de leer el libro el estudiante de criminalística y pasante forense de fin de semana, supo algo: que Cornwell, como él, había estado en los lugares que describía. “Ella en el año 2000 ya tenía diez novelas, empecé a leerlas y me llevó a otros autores. Ella es la creadora dentro del policial del subgénero del policial forense”, le explica Intelisano a Infobae Leamos y no es casual que traiga ese año a la charla.

En su último libro Elemental, mi querida ciencia (forense), de 2021, el autor se dedica a la historia de su profesión, pero cruzándola desde la primera página con muchas de las novelas, los personajes y las producciones que le dieron vida en la ficción. Al hacerlo surge un dato que no puede pasarse por alto. En el año 2000 se emitió el episodio piloto de CSI (Crime Scene Investigation), serie que catapultó a los científicos forenses a una fama sin precedentes.

Durante la década que siguió a ese estreno televisivo, los que hasta ese momento eran asistentes de los detectives, ayudantes grises de la policía, hombres de guardapolvo que informaban resultados de ADN o hacían autopsias, esos “bichos de laboratorio”; dejaron de ser personajes secundarios y se convirtieron en protagonistas. En Argentina durante esos años, la especialidad se ubicó entre las diez profesiones más elegidas por los estudiantes universitarios. Era un buen momento para ponerse a escribir.

“Yo he asesorado a escritores argentinos, españoles, franceses, dándoles algunas nociones de autopsia, entre otras cosas”. Gastón Intelisano

En 2011 Intelisano publicó su primera novela bajo el ala de ese subgénero que había descubierto con Cornwell, el policial forense. Se llamó Modus Operandi y a ese debut le siguieron Epicrisis, Error de cálculo ), Principio de Intercambio, La navaja de Ockham y para el año que viene piensa publicar la sexta parte de la saga.

Su protagonista es el ciminalista Santiago Soler (desde su última novela además Jefe de la División Escena del Crimen), que cuenta con un elenco estable: el inspector de la división homicidios Andrés Bataglia, la médica forense Andrea De Marco -inspirada en Nora Nigro, esa médica junto a la que Intelisano dio sus primeros pasos en una escena del crimen- y el fiscal Andrés Masachesi, alterego de Federico Alliende, secretario de fiscal en Mar del Plata.

—¿Cómo fue empezar a escribir policiales forenses?

—Cuando yo estudiaba Criminología la gente no sabía lo que era un perito, no estaba la figura del hombre que iba al lugar del hecho, levantaba los rastros y hasta los 90 o 2000, en la literatura argentina no existían o tenían una participacion muy superficial. Yo tenía amigos que escribían novelas de suspenso, Alejandro Soifer por ejemplo, y me acuerdo que con él también nos sentíamos medio parias, porque nuestros policías eran buenos.

—¿Y eso está mal?

—Dentro del policial argentino está esta cosa de que el policía no puede ser bueno. Mi personaje, Santiago Soler, es un tipo bueno dentro de aun ambiente en el que no es todo color de rosas, donde hay corrupción, donde hay violencia.

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—Eso termina siendo un diferencial para vos como escritor...

—Hace 20 años trabajo de esto y conozco mucha gente que quiere hacer las cosas bien, a través de la novela también quiero mostrar eso. Por un lado que la ciencia forense no es solo como la muestran en las series y por el otro que hay gente que quiere hacer las cosas bien.

—¿Cómo la muestran las series?

—Hay mucho mito alrededor de lo forense, como que tenés un pelo y resolviste un crimen. Hay muy pocas series que muestran las cosas tal cual son. Uno a veces mira los equipos que usan, los laboratorios donde trabajan y piensa: “acá (en Argentina) no tenemos nada”, pero en realidad no es así, esos laboratorios que se muestran no existen en ninguna parte. Por otro lado existe mucha tecnología, pero obviamente está centralizada en las grandes ciudades. Hace poco fui al Banco Nacional de Datos Genéticos, me invitaron para hacer una exhumación, y ese lugar es la NASA. Recuerdo que a principios de 2000 el servicio de medicina legal de Nueva Orleans era un trailer. No es sólo acá que faltan cosas. Allá los laboratorios de primera línea los tiene Nueva York o Washington, pero en Nuevo México o Alabama no tienen nada.

—En uno de los capítulos de tu último libro, Elemental mi querida ciencia (forense) hablás de la primera escena de la película El coleccionista de huesos basada en el libro de Jeffrey Deaver de 1997. Ahí el primer oficial que llega al lugar hace todo para preservar la escena del crimen, incluso parar un tren. Pero en el mundo real eso a veces no pasa ¿Hay novelas que retraten estos cabos sueltos del sistema?

—Esa película la fui a ver al cine el día que me inscribí en la carrera de Criminalística. En esa escena ella (la protagonista) para el tren, preserva la escena, pero cuando llega el que es su jefe, le dice: “¿qué más ibas a hacer?, ¿ibas a cortar el transito también?”: la reta por haber hecho las cosas bien. Eso habla del viejo policía, porque yo creo que todos los de 40 años para abajo ya tienen otra conciencia, hasta el pibe que es un suboficial raso sabe que no tiene que tocar nada, que hay que cercar el lugar.

CSI. Una serie clave para los forenses.
CSI. Una serie clave para los forenses.

—¿Y antes?

—Eso las generaciones anteriores no lo veían como impartante. Entraban, pisoteaban todo, a veces por desconocimiento y a veces lo hacían a propósito. Antes los policías quizás no tenían ni nociones de Criminalística, les decían “tomá y salí a la calle”. Hoy los policías no van a ser peritos pero tienen esa noción basica de que no tienen que dejar entrar a nadie, no dejar que nadie toque, hay otra cabeza que antes no había y que tampoco se reflejaba en las novelas.

—¿Te preocupa que en una novela policial todo sea verosímil?

—Eso quizás lo hago conmigo. Con mis novelas. Porque yo vendo mis novelas con ese condimento. Mi ventaja es haber estado realmente en una escena del crimen. Yo necesito chequear ese dato del que voy a hablar. No me sirve eso de la pantalla en blanco y ver qué surge. Necesito sentarme con fotos, con anotaciones, con datos. En mi primera novela, “Modus operandi”, que transcurre en Ciudad Universitaria, me fui con una cámara, recorrí todo el campus y saqué fotos de todas las locaciones que aparecen en la historia.

—¿Cómo sos con los policiales que escriben otros?

-Para la lectura soy super permisivo. Si esa es la historia, la acepto. En la ficción tenemos la excusa de “me tomé ciertas libertades” y con eso está todo cubierto. Ahora estoy leyendo una de las últimas novelas del español Lorenzo Silva, El mal de Corcira. Cuando él vino acá a la Argentina conseguí hacerlo entrar a la morgue judicial, él quería verla para su novela. Silva es abogado, estuvo en la Guardia Civil, entonces conoce ese mundo y se nota. Coincidimos hace unos años en el Festival Córdoba mata y durante una actividad me dijo justamente esto, que él tenía una forma de escribir medio como la mía: le gustaba consultar, tomar notas y con eso sentarse.

—¿Razonan demasiado mágicamente algunos de los detectives clásicos?

-Hay una romantizacion de lo que es la investigación de un crimen o qué hay detrás de una muerte. Eso le da otro peso a la historia y hace a la novela, pero en realidad hay tres o cuatro motivos que se repiten constantemente en los homicidios: venganza, celos, encargo y plata.

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—¿Siempre?

—Una vez cada tanto tenés un crimen que es complejo porque hay una trama detrás, pero más o menos es así. Hay una frase de Cornwell que dice que “la gente por lo general muere de la forma en que vive”. El que se dedica a la delincuencia seguramente vaya a morir en un tiroteo o lo va a matar uno de sus compañeros, y así en los distintos casos. Hay un investigador, un ex agente del FBI, John Douglas, en el que se basó la serie Mindhunter, que es el que empezó con esto de la perfilación de los asesinos y dice que siempre las muertes son “ponys” y que cada tanto hay un “unicornio”, refiriéndose a ese crimen medio complejo, oscuro, diferente. En las novelas uno siempre retrata a los “unicornios”, pero la realidad del crimen de todos los días es mucho más básica.

—En general en los clásicos, el Sherlock de Doyle, el Marlowe de Chandler, perseguían “unicornios”, pero además lo hacían solos...

—En esa época ellos tenían la desventaja de que la ciencia forense estaba en pañales. Recién empezaban a usarse las huellas dactilares, se usaba la antropometría, que no sólo era inexacta, era peligrosa. Te detenían si eras alto o bajo. Empiezan las primeras autopsias, investigaciones de homicidios con basamento científico. Esas historias con los adelantos que tenemos ahora serían muy distintas.

—¿Qué persiguen los policiales de hoy?

—Las novelas que leemos hoy en día son Sherlock con un poco más de ayuda. Porque con el cambio de época cambio también el crimen, se complejizó. Siempre la investigación va unos pasos atrás del crimen, va mutando. En los 80 en Estados Unidos el tema eran los asesinos en serie y hoy son los cazadores solitarios. Antes la gente tenía miedo de que un tipo entrara por la ventana a matarla y ahora tiene miedo de ir al cine.

Patricia Cornwell. Siempre presente.
Patricia Cornwell. Siempre presente.

—Pero debe haber historias que se vuelven poco creíbles para vos, haciendo lo que hacés, dedicándote a lo que te dedicás...

—En algunos uno siente que no es que la investigación se acomoda al caso, sino que el caso se acomoda a la investigacion. Pero cuando soy el que lee soy mucho más permisivo que cuando escribo.

—¿Cuánto se aleja la literatura policial del verdadero trabajo de campo?

—Un poco. En una novela hay que resumir, a todos los escritores nos debe pasar lo mismo, esto de decir: “hasta acá cuento, y ya de acá hacia adelante no sería ético o sería demasiado morboso”. Uno tiene que poner ese límite y ahí está lo que limita las descripciones por ejemplo. Pero en general la literatura policial que a mí me gusta, de enigma y procedimiento, está bastante bien descripta. Se nota que han estado en ese lugar o en uno similar, o que se han asesorado. Los escritores se asesoran cada vez más. Yo he asesorado a escritores argentinos, españoles, franceses, dándoles algunas nociones de autopsia, entre otras cosas.

—¿Alguna vez un libro de ficción te ayudó a resolver un caso?

—La realidad por lo general te da letra para la ficción. Conocer la cocina, una morgue, un lugar del hecho, me da mucho. Me da cosas que puedo transmitir: sensaciones, sentimientos, eso surge del estar todo un día en un lugar del hecho. Porque no es llegar y levantar dos o tres cosas e irse. Hay autopsias que duran cuatro o cinco horas. La realidad te da mucho más para la ficción.

—¿Y las novelas qué le dan al criminalista o al forense?

—Algunas novelas me abrieron la cabeza en la cuestión de, por ejemplo, un tipo particular de herida. De decirme a mí mismo: “ojo que hay armas que todavía no conocés”. Me acuerdo que en una de las últimas novelas de Cornwell, se encuentran con el cuerpo de un hombre que presenta una herida de arma blanca, pero que por dentro tiene lesiones como de arma de fuego. Y ahí la protagonista, Scarpetta, se encuentra frente a una pregunta que hay que responder. El arma que provoca ese tipo de herida, existe en la realidad.

—¿Si tuvieras que quedarte con un detective de ficción con cuál sería?

Kay Scarpetta, de Cornwell. Es la que les dio a los forenses visibilidad. Veo muchas características parecidas a los que nos dedicamos a esto. Gente muy curiosa, puntillosa, alguno te diría medio obse, pero tenés que serlo, porque justamente donde te perdés un detalle, las cosas salen mal. Somos personas ordenadas, nos gustan los mismos temas. Hace poco conocí antropólogas forenses, empezamos hablando de antropología y terminamos hablando de los Expedientes X.

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