Para la literatura colombiana es indiscutible el lugar que ocupa, y la relevancia que representa, una novela como “La vorágine”, de José Eustasio Rivera, que da cuenta de una de las épocas más complejas y violentas del país, previa a los acontecimientos que dividieron en dos la historia del país.
Los trágicos andares del poeta Arturo Cova y su amada Alicia, que se fugan a la selva amazónica, le sirven al autor para exponer la situación de colonos e indígenas, maltratados y sometidos a un trato inhumano por sus patrones durante la llamada “fiebre del caucho”, a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
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La de Rivera, sin embargo, no es la única novela que retrató esta etapa tormentosa. Unos años después de su publicación, en 1933, apareció un libro que relataba los acontecimientos que se daban al interior de las caucherías en la selva amazónica, en los departamentos de Caquetá y Putumayo. Su autor, César Uribe Piedrahita, un novelista antioqueño con estudios en Medicina, supo hacer denuncia de la realidad en estos sitios, mientras conseguía una de las piezas literarias más importantes de la literatura nacional durante el siglo XIX.
Salubrista y director del Instituto Nacional de Higiene, Uribe Piedrahita emprendió por su cuenta un viaje por los ríos Caquetá y Orteguaza para estudiar el veneno de algunas serpientes de la Amazonía colombiana. La situación en la zona, a merced de la explotación del caucho, le llamó tanto la atención que se sentó a escribir este libro.
Si bien el éxito de “La vorágine”, que surgió al interior de la generación de Los Panidas, de la cual hacían parte Ricardo Rendón, León de Greiff, Fernando González, el mismo Uribe Piedrahita, entre otros, eclipsó su protagonismo, “Toá. Narraciones de caucherías” es una tremenda novela cuya vigencia, hoy por hoy, le permite reclamar su lugar, noventa años después de su aparición original.
Esta novela de Uribe Piedrahita, también autor de “Mancha de aceite”, una ficción sobre la explotación petrolera en Zulia, explora la ferocidad de esta industria de los caucheros que llegó, incluso, a afectar otros territorios y a enfrentar a los comerciantes peruanos con los colombianos, desatando la guerra entre ambas naciones.
El conflicto tuvo lugar entre los años 1903 y 1908, y se reavivó en 1932, tras la invasión de agentes del Perú al puerto de Leticia. Tuvo su ocaso, finalmente, en 1934, por vías diplomáticas.
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El personaje principal de “Toá. Narraciones de caucherías” es Antonio de Orrantia, un médico de 25 años que tiene el sueño de conocer lo que viven las personas en las caucherías de la selva amazónica. Su anhelo es poder ejercer allí, ayudar a la gente. Lejos del exotismo que imagina, estas tierras le generarán profundas contradicciones en su ser y el encuentro intenso con la violencia y el racismo, así como el enfrentamiento ante sus propios prejuicios en el momento en que se enamora de Toá, una nativa del lugar.
Su voz es la que narra esta historia. Emite juicios y se refiere a los indígenas como salvajes, no como las víctimas que son. “Ahijú graznaron los indios”, se lee en un pasaje. El verbo ‘graznar’ se refiere al sonido que hacen los patos, y al ser usado con estas personas, el narrador los reduce a animales, a bestias.
Sin embargo, así como los denigra, el narrador los defiende ante los abusos cometidos por los invasores peruanos. No tanto por su condición de seres humanos, sino por el conflicto que le genera saber que estos “indios” que ocupan su tierra son atacados por extranjeros.
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Contradictorio y vulnerable, así es el narrador de esta historia, presentado ante los lectores con sus defectos y virtudes, “con planes de hacer ciencia y de trasladar a sus álbumes voluminosos todos los extraños paisajes de aquel mundo nuevo”. Antonio de Orrantia comprenderá que todo eso que persigue obedece a un mundo complejo, caótico, que subsiste entre la enfermedad, la fiebre del paludismo, y la inclemencia de la selva.
Para el director literario del grupo Planeta en Colombia, Juan David Correa, “Toá. Narraciones de caucherías” es un tremendo ejercicio de observación y de inmersión, “en el cual la oralidad y el alma de un puñado de personajes va devorando al lector cuando, muy pronto, irrumpe la violencia en cada una de sus páginas. No es, pues, testimonio, ni informe, ni descripción, sino la construcción narrativa o el intento desesperado de ello, por lo menos, de una atmósfera en la que los cuerpos sufren al igual que la naturaleza expoliada, cortada, herida y mutilada. Pero también es una aventura, un western, un monólogo interior y una bellísima exploración, a través de sus personajes y los diálogos, de una prosodia que resuena en el inconsciente del lector”.
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