La Santa Inquisición, que sólo lo era de nombre, no tenía ejército, policía ni poder de fuego, su única arma era el púlpito. Desde allí el oficiante lanzaba sus anatemas sobre quien hubiera osado contradecir de hecho o de palabra a la Iglesia católica Apostólica y Romana.
Cuando esto sucedía, el sujeto en cuestión era “desterrado de Dios”, la condena era ser apartado, cortado como se amputa un miembro, de la comunidad de creyentes que, obrando como turbamulta, sea encargaba de llevar a los reos ante los tribunales de la Inquisición y a las mazmorras donde se los atormentaba hasta que entraban en razón de fe o se alimentaba con ellos la hoguera. De lo que se trataba era de censurar, cerrarle la boca o secarle el tintero a todo aquel que pusiera en duda las praxis, la fe, los misterios de dios, la autoridad de la iglesia, en otras palabras, reprimir los delitos de opinión.
Todos los gobiernos tiránicos, y no pocas democracias con rasgos autoritarios se sumaron con mayor o menor entusiasmo a esta práctica purificadora imponiéndola con variada violencia. Las democracias occidentales, impulsadas por los vientos neoliberales se volvieron centrífugas y expulsan de su seno todo lo que resulte muy costoso económicamente, como el gasto social ahora a cargo de las oenegés donde se desgrava la caridad, o políticamente, como la censura, ahora en manos de entusiastas grupos que han hecho una maestría en el arte de ofenderse.
Son los campeones de lo “Políticamente Correcto”, celosos defensores de supuestos derechos incluso antes de que sean vulnerados.
El riesgo de ofender a alguien siempre se corre cuando ejercemos la libertad de opinión. Si se dice o publica algo que pueda remotamente interpretarse como que menoscaba la identidad sexual, las creencias, el género o a cualquier colectivo que alguien por alguna razón considere vulnerable, se alzará contra él, ella o elle, esta nueva turbamulta de bienpensantes que lo, la o le cubrirán con los mas abyectos insultos para in-extremis ser bloqueado sin miramientos o incluso expulsado de las redes sociales que son los templos donde hoy se congregan las buenas gentes, los justos y los puros de corazón.
Umberto Eco los caracterizó con su conocida certeza cuando dijo: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas”.
Lo grave de esto es que no pocas entidades responden con medidas concretas al temor que les inspira un posible anatema internético y proponen, por ejemplo, editar las aventuras de James Bond, novelas de puro entretenimiento que no suponen el menor peligro para la integridad física o moral de nadie, o las de Roald Dahl, para quitarles toda carga potencialmente ofensiva.
Esto recuerda a la década infame, cuando la Iglesia se pronunció en contra de las letras de tango, los censores de la dictadura del general Edelmiro Farrell produjeron un manual para regular las expresiones radiofónicas. Así, bajo la amenaza de multas y clausuras, y en defensa de la pureza del idioma, El bulín de la calle Ayacucho pasó a titularse Mi cuartito feliz; El ciruja se convirtió en El recolector; Yira Yira se llamó Camina camina y Qué vachaché devino Qué vamos a hacerle entre otra infinidad de disparates. Algún tanguero comentó que la calle Guardia Vieja debería renombrarse como Cuidado Mamá.
En algún momento, en Brasil, se produjo también una movida de los burócratas con la intención de preservar los derechos de los negros. Quisieron imponer que se los llamara “persona afrodescenciente”. El músico Edu Lobo los desafió a que encajaran en la rima del estribillo de su tema “Upa Neguinho” (upa negrito) por el más correcto “upa persona pequeña afrodescendiente”.
Ejemplos de burradas como estas hay miles. De esta misma calaña son los censores actuales que patrullan las redes en busca de réprobos, tan temidos como aquellos de la Inquisición o los esbirros de la tiranía. Los censores se ensañan particularmente con los artistas pero el verdadero blanco es la libertad, particularmente, la de expresión.
* Ernesto Mallo es un escritor argentino que vive en España. Es autor de novelas como “El hilo de sangre” y “La ciudad de la furia”.
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