El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo de Irene Vallejo es un ensayo literario que cuenta la historia del libro en su doble aspecto, material y espiritual, en Grecia y Roma, pero no es solo eso.
Es un libro de más de 400 páginas, publicado por Siruela en 2019, lleva más de 30 ediciones, más de 25 traducciones a distintos idiomas, más de 8 premios de gran envergadura.
Doctora en Filología Clásica de las Universidades de Zaragoza y Florencia, Vallejo es la primera sorprendida por el éxito enorme de su libro, del que dijo en una entrevista para Entremedios que el ensayo tenía todas las condiciones para NO ser un éxito. Ahí, la estimada Irene se equivocó.
He releído el libro este febrero solo porque sabía que era un placer increíble lo que iba a vivir por segunda vez pero, en esta ocasión, con el gusto de disfrutarlo más aún.
Vallejo parte de la historia de la Biblioteca de Alejandría para contar la historia del libro (el junco del Nilo es el material del que se hacía el papiro, producto monopólico de Egipto en la Antigüedad hasta la invención del pergamino). Las distintas metamorfosis del libro como objeto son descriptas en un estilo extraordinario. Vallejo nunca cita a pie de página ni nos agobia con un estilo académico. El ensayo fluye como un río, suave y serpenteante, en el que nos dejamos llevar por la escritura magnífica que incluye referencias permanentes a la actualidad (en literatura y cine, mayormente) y en la vida personal de la autora, para contar sus inicios como lectora y el papel fundamental de sus padres en enseñarle a amar la lectura.
En Matar a un ruiseñor, la novela clásica estadounidense, de Harper Lee, a la niña protagonista, Scout, la maestra de primer grado le pregunta cómo es que ya sabe leer y escribir, si recién entró en la escuela. Scout piensa sorprendida que, para ella, (para Vallejo, para mí, y para toda la familia lectora, como se dice en El infinito en junco) leer es como respirar. Uno apenas recuerda cómo aprendió. Es una actividad automática y vital. A esa familia lectora le escribe Vallejo, en primer lugar. Y resulta que somos muchos y muchas parientes en todo el mundo. Quien empiece a leer el ensayo no podrá abandonarlo y, tal vez, si no era pariente, se unirá inmediatamente a la gran familia. Porque el primer mérito de un ensayo sobre el libro es generar el gusto por la lectura y Vallejo lo logra.
Con una lengua espontánea, clara, sin miedo a las historias de vida propia, con un conocimiento de la lectura y del cine enorme pero nunca erudito, ya que las ideas se enlazan justo donde deben enlazarse. Y, como en todos los libros sobre libros, aparecen citas de nuestro Borges y de autores como Alberto Manguel y del crítico cultural Jorge Carrión, autores de libros sobre libros.
La historia del libro como objeto apoya la tesis de que este no morirá, aunque cambie su soporte. Acuerdo con la autora con que el libro en papel tampoco desaparecerá pues es demasiado práctico, como no desaparecieron la rueda o la cuchara.
El infinito en un junco se divide en dos partes: Grecia y Roma, aunque nunca se queda del todo allí. Constantemente volvemos al presente, a otras épocas, a las bibliotecas y a las librerías, a los grandes autores y a las grandes autoras, a las historias familiares. Cuánto de la Antigüedad Clásica vive en el texto que los y las lectores están leyendo, cuánto del pasado se actualiza en nuestro presente. Umberto Eco hablaba de la enciclopedia personal, en el sentido de lo que sabemos cada uno, cada una, del mundo.
La enciclopedia de Irene Vallejo es enorme pero no apabulla. Su sinceridad, su humildad, su relación natural con los libros (como la de Harper Lee y la de toda la familia lectora) son parte fundamental del tejido del texto y provocan esa sensación de estar conversando plácidamente.
Aunque soy docente hace 35 años, nunca me gustó del todo la escuela como estaba y como está.
Vallejo reconoce –coincidimos en eso una vez más- que la memoria guarda los poemas aprendidos en la escuela, cuando ya se han olvidado mucho de los contenidos “útiles” que se aprendieron al terminar los años de escolarización obligatoria. Todavía hay gente que opina que el estudiantado no debe aprender poemas de memoria. Es casi lo único que va a recordar en el futuro… “Que por mayo era por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor…”, sí, es el Romance del prisionero. Lo traje de mi recuerdo escolar, porque aunque soy docente hace 35 años, nunca me gustó del todo la escuela como estaba y como está.
Hay muchos más temas tratados en esta obra magnífica: la relación entre oralidad y escritura, la introducción de la puntuación en la escritura, la imprenta, los libros digitales, la formación escolar, la tremenda diferencia en la instrucción de varones y mujeres, el habla pública reservada a ellos y la privada, a nosotras.
Muchas de estas cuestiones van y vienen y son miradas y pensadas desde diferentes perspectivas. Un libro caleidoscopio que vuelve siempre a la Biblioteca de Alejandría, como símbolo de lo que significa el saber para la humanidad, la importancia de alfabetizar, el compartir e invitar a la lectura- del cómic a las grandes novelas- no interesa por dónde empezar-, de enseñar a leer y de tener figuras parentales o docentes que te inviten a la fiesta de la lectura.
Gracias, Irene Vallejo, por invitarnos a tu familia lectora. A quienes no llegaron aún, estamos esperando a que se nos unan, tendrán una gran bienvenida.
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