Fue un placer leer Conversación en la catedral. Lo había sido antes La ciudad y los perros. Había allí un buen escritor a quien la fortuna y Carmen Balcells favorecieron al incluirlo en el restringido y promocionado “boom” de la literatura hispanoamericana de los años 60 y 70, que dejó afuera a escritores de la talla de Augusto Roa Bastos, José Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, Guillermo Cabrera Infante, Manuel Puig y otros. Y entre las mujeres a Clarice Lispector, Elena Garro, Beatriz Guido.
Luego la orientación ideológica de Mario Vargas Llosa viró violentamente, por razones que aún hoy despiertan sospechas, desde el marxismo leninismo hacia el más retrógado liberalismo de derecha. Desde elogiar a Fidel hasta ensalzar a Bolsonaro hay un largo trecho.
Nunca he podido disecar la obra de su autor. Cuando (no) leo a Céline recuerdo su “Hitler no ha dicho nada contra los bretones o los flamencos. Nada de nada. Sólo se ha referido a los judíos porque no le gustan los judíos. A mí tampoco”. O el Premio Nobel noruego Knut Hamsun: “Hitler es un luchador por la libertad y el derecho para todas las naciones”. Lamento incluir en esta lista a Cioran, a Ionesco, a Gunther Grass. Todos ellos talentosos escritores y pensadores.
No puede quedar afuera Camilo José Cela, censor y delator al servicio del franquismo a quien la democracia, como a varios de los nombrados, dio la posibilidad de redimirse, olvido o perdón mediante. En Argentina debemos nombrar, lamentablemente, a Leopoldo Lugones, quien pagó su error con un sorbo de cianuro mezclado con whisky en un recreo del Tigre. Y no pocos más, algunos muy renombrados, que defendieron y defienden posiciones reaccionarias desde los buenos modales y “las cosas como deben ser”.
Es cierto que Vargas Llosa no puede ser acusado de fascista o nazi porque las formas de manifestarse políticamente de la derecha han evolucionado, no son las mismas de antes. Pero es indudable la inalterable oposición del peruano-español a los movimientos progresistas latinoamericanos, lo que le ha valido un lugar de privilegio en el canon de la literatura liberal internacional. Ahí están la ristra de condecoraciones y reconocimientos académicos, como su reciente incorporación a la Academia Francesa.
Cierta vez, conversando con el gran pintor catalán Antoni Tapies, le pregunté su opinión sobre Salvador Dalí: “Fue un gran pintor hasta que comenzó su decadencia moral. Su mercantilismo. Eso se reflejó en su obra”.
Quizá algo tenga que ver eso con la reconocida declinación de la calidad literaria de las últimas obras del peruano-español, a lo que se suma la recientemente publicada novela breve Los vientos que, según me contaron, trata sobre el declive de un personaje que no para de tirarse pedos. Y es cierto que algunas de sus declaraciones sobre nuestra Argentina mucho tienen de flatulencias verbales.
A la decadencia de Vargas Llosa se refirió sin pelos en la lengua el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, a raíz de sus declaraciones en las que acusaba a los pueblos de Latinoamérica de no saber votar y ungir gobiernos populistas o de izquierda: “Hace unos días me dio gusto escuchar, observar, constatar, la decadencia de Vargas Llosa”. Lo dijo a raíz de un discurso del peruano-español que presenció en televisión, acostado de noche junto a su esposa, Beatriz. Ésta lo cuestionó por perder el tiempo escuchándolo y entonces AMLO apagó el televisor.”Y esa noche dormí re bien”, remató, provocando las risas de los presentes.
Lo conocí a Vargas Llosa durante una de sus visitas a la Argentina, siendo yo Secretario de Cultura. Me impresionó como un refinado maestro de la seducción, dueño de una inmensa egolatría.
No fui el único a quien cayó mal. Vargas Llosa le hizo una entrevista a Borges en su casa al cabo de la cual el autor de El Aleph nunca quiso saber nada del visitante. El mismo entrevistador lo contó como si fuese algo cómico: “Escribí un artículo en el que, gravísimo error, mencioné que en su casa había una gotera que nos interrumpía constantemente la conversación”. Borges, seguramente por más motivos que por la referencia a la gotera, ironizaría cruelmente. Contó que en cierta oportunidad había aparecido “un peruano, que seguramente era vendedor de casas, y que había tratado de persuadirle de comprar una casa porque la anterior tenía goteras”.
No le faltaron razones al recordado Horacio González para declarar “persona no grata” a Vargas Llosa a raíz de una Feria del Libro, lo que desató una polémica que permitió reflexionar en amplia escala la relación entre el arte y la política.
No voy a leer Los vientos, descuento que está muy bien escrito. Voy a avanzar en cambio en la lectura de Hybris de Alberto Laiseca.
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