Carla Quevedo: “La corrección política tiene que quedar totalmente por fuera de la ficción”

La artista argentina habló con Infobae Leamos tras la reedición de su primer poemario, “Me peleé a los gritos con el mánager del spa”. Cómo es escribir en una lengua que no es la materna, por qué se fue del país, qué le molesta del éxito de “El secreto de sus ojos” y cuáles son los motivos por los que prefiere la escritura a la actuación.

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La actriz y escritora argentina
La actriz y escritora argentina Carla Quevedo, conocida por su rol en la película ganadora del Óscar "El secreto de sus ojos", habló sobre la reedición de su primer poemario, "Me peleé a los gritos con el mánager del spa". (Sebastián Arpesella)

La actriz y escritora argentina Carla Quevedo reeditó su primer libro, Me peleé a los gritos con el mánager del spa, un poemario sensible y ácido que explora la soledad y juega con las distintas personas que pueden habitar dentro de un yo, personas que incluso pueden hablar otros idiomas.

La carrera actoral de Quevedo despegó con fuerza gracias a su papel en El secreto de sus ojos como Liliana Colotto —la mujer asesinada y violada en la que se centra la historia—. Su debut no pasó desapercibido. El film, dirigido por Juan José Campanella, fue reconocido con un Óscar. La Argentina festejó ese premio a mejor película extranjera como si fuera un Mundial. Carla participó en otras películas, series y cortometrajes entre los que se destaca su rol como Alicia Muñiz en Monzón como esposa del boxeador argentino.

Pero esa actriz tiene un lado B, una contracara: la faceta que encontró luz en la escritura. En 2019 publicó Me peleé a los gritos con el mánager del spa, su primer libro, con la editorial Trópico impulsada por Manuela Frers, una compañera del secundario, y Fermín Huisman. El año pasado lanzó su primera novela, Cómo me enamoré de Nicolas Cage. Hoy volvemos a verla en librerías gracias a la reedición de su poemario por Penguin Random House.

Me peleé a los gritos con el mánager del spa nos regala poemas despojados, cínicos y tristes. Poemas agridulces, versos con humor, largas enumeraciones, búsquedas de Google, cartas que no fueron enviadas, formularios jamás formulados. En estos textos desparramados, Quevedo logra plasmar un editorial de la tristeza en todas sus formas, en todos sus matices. Son poemas de amor para cuatro ex novios, su perro Ramón y su mamá, poemas de desamor para la vida.

Carla Quevedo vivió más de 10 años en Estados Unidos. Este libro tiene una particularidad: la gran mayoría de sus poemas fueron concebidos en inglés y presentan una versión -no una traducción literal- en español hecha por la autora. Como puede pasarle a quienes habitan un país en el que se habla otro idioma, al poco tiempo de mudarse comenzó a pensar en inglés, a retar a su perro en inglés, a soñar en inglés. En el prólogo que agregó a esta edición, cuenta cómo esa posibilidad de alejarse de su lengua materna la emancipó. Encontró cierta libertad en las palabras, se permitió decir cosas. “El inglés termina siendo un personaje (...). Empecé a ser otra y necesité esconderme atrás de otro idioma”, dijo la artista a Infobae Leamos.

-¿A qué se debe esa libertad que encontraste en el inglés?

-No es que yo tuviera ningún problema en particular con el español. Es mi lengua, soy hiper argentina. Nací y me crié acá, pero mi vida adulta fue en Estados Unidos. Me mudé a los 21 años y estuve ahí más de una década. No fue algo que me planteé. Cuando empecé a recopilar mis poemas para este libro, me desayuné que la gran mayoría de las cosas que tenía escritas y trabajadas sobre todo eran en inglés. Cuando escribía en inglés accedía a ciertos temas, ideas, escenas que en español nunca había explorado. En este libro, el inglés termina siendo un personaje que me permite contar otro tipo de historias y hablar de otras cosas, así como hay libros que tienen varias voces.

-Las traducciones no son literales, son versiones con licencias. Algunos poemas incluso cambian su final en la versión en español. ¿Qué hay detrás de esa decisión?

-Hay algo de las lenguas que habilitan distintos mundos, distintas personalidades y también distintos caminos. De golpe, tenía un poema en inglés cuyo final era muy triste -como por ejemplo “Mi Casa Bonsai”, donde la narradora está sola, aislada y vive lejos-, y cuando me puse a traducirlo para que la narradora hablara en español, me la empecé a imaginar y me di cuenta de que esa casa de la que habla no es la misma casa; me pareció que podía empezar a crecer la alegría del hogar y me tomé esa libertad. En español los finales eran distintos y las energías de los poemas eran distintas.

-En el prólogo mencionás la lengua materna pero después cantás retruco y decís “la lengua de mi madre”. ¿Hay algo acá en la mirada de los que te conocen que te limita?

-Inevitablemente mi lengua materna está ligada a mi historia personal, a mí vínculo con mi mamá, con mi infancia, con mi gente, con el deber ser, con quién la gente que vivía en Argentina pensaba que yo era. Hubo algo más allá del terreno de la escritura. En lo personal empecé a ser otra y primero necesité esconderme atrás de un idioma como si fuera un personaje, como si fuera un vestuario que me ponía encima. Después volví a esa lengua materna. Una vez que pude liberarme de esa Carla que traía en español, pude pasarla por la licuadora del inglés y volver así a escribir en español, pero desde una experiencia nueva y tamizada.

-¿Por qué te fuiste del país y por qué volviste?

-Me fui como todos los que se van... escapando de algo. Quizás en ese momento no tenía tan claro que me estaba escapando ni de qué, pero con el diario del lunes veo que, más que buscar llegar a un lugar, estaba buscando irme de otro. Se fue volviendo cada vez más evidente para mí. Después de un larguísimo recorrido tanto en lo profesional como en lo personal, decidí volver a ocupar mi lugar, a reclamarlo, a decir ‘acá estoy’, a volver a tomar la palabra en lo personal, en mi idioma, en todos los sentidos. Decidí volver a este lugar también entendiendo que no necesariamente volver a vivir acá era volver a repetir una historia.

-¿Eso fue antes o después de El secreto de tus ojos?

-Fue después.

Por momentos Quevedo se siente
Por momentos Quevedo se siente un tanto molesta ante el reconocimiento que le brindó el éxito de "El secreto de sus ojos": "Mi desarrollo como actriz en esa película es ínfimo y fue hace casi 15 años".

-¿Te siguen reconociendo por ese rol y por el Óscar? ¿Te molesta?

-Un poco y un poco. Un poco me río, obviamente es algo re importante y para mí fue como una gran puerta a mi carrera. Fue esa primera oportunidad que dio comienzo a una carrera que que valoro y agradezco mucho, pero también es cierto que mi desarrollo como actriz en esa película es ínfimo y fue hace casi 15 años.

-Hay un verso que dice “te mostré mis libros y las tetas”. Con ese uso de artículos parece que los libros son más tuyos que lo corporal, que es más íntimo compartir el arte que lo físico. ¿Lo sentís así?

-Me encanta esa lectura. 100%, sí. Hay algo en mi vínculo con la lectura que es muy personal y, a la vez, es la herramienta para acercarme a los otros, para acercarme al mundo. Lo mismo con la escritura. Históricamente me costó mucho vincularme con los otros, me sentía sola con el mundo. Los libros son una forma de conexión. Para mí leer es subrayar, encontrar qué de lo que dice este autor resuena en mí, en qué palabras de un otro me veo reflejada. Entonces compartir esas lecturas es mostrarle al otro quién soy yo, cómo me veo, qué son las cosas que realmente me importan. De hecho no presto libros, para mí prestar un libro es más íntimo que prestar mi computadora. Hay algo de las anotaciones en esos márgenes que son las pistas de la búsqueda del tesoro, ahí está todo, ahí estoy yo.

-Recién decías que leer es una manera de acercarte a los otros. En estos poemas hay un registro epistolar. ¿Escribís para otros?

-Escribo para que me quieran. No sé si es para otros, pero sí es una forma de acercarme, ver qué en mí me acerca a los demás. Muchas veces recurro a la escritura como una forma de decir cosas que por ahí de otra manera no puedo, no me sale, no encuentro el lugar. A veces un vínculo se termina y quedan muchas cosas por decir que quizás ya no le corresponden a esa persona, entonces lo vuelco a la ficción o a la escritura como para que sean dichas y no queden dentro mío. Por ahí a través de ese mecanismo terminan llegando a una persona que las necesita más que ese otro que las inspiró.

-Es curioso porque estamos hablando de los otros, pero para mí este libro es un gran trabajo sobre la soledad en sus distintos matices. ¿Cómo te llevas con la soledad? ¿Con vos misma?

-Es interesante lo que decís, sí. Siempre escribo sobre la soledad. Este libro y la novela son una una exploración de la soledad y de las cosas que hacemos como humanos para vincularnos, eso es lo que nos diferencia de todo el resto de los seres vivos. Hay que diferenciar el estar solo de la soledad, son dos cosas distintas. Yo sé estar sola, me gusta mucho. Necesito de mi propio espacio. Me llevo bien conmigo pero otra cosa es la soledad, que es cuando ese estar sola se extiende a una cuestión vincular. Esa soledad no se la deseo a nadie.

-En la presentación del libro dijiste: “Cuando escribo me sale intentar correr el borde de los límites y abrazar la inmundicia. Explorar lo que no se quiere decir o mostrar”. ¿La ficción te resulta un escenario cómodo para explorar lo incorrecto? ¿Qué buscás romper con tu escritura?

-Busco romper mis propios límites, ver hasta dónde puedo estirar mi imaginación. La ficción es el escenario ideal para hacer todo lo indebido, todo lo incorrecto. La corrección política tiene que quedar totalmente por fuera de la ficción, es un escenario de mucha libertad donde puedo decir casi cualquier cosa. Me divierte mucho ver cuál es mi propio límite, qué tan cualquier cosa me animo a decir, qué tan incorrecta puedo ser. Hay algo de mucha libertad de explorar, aunque no digamos ciertos pensamientos no significa que no los tengamos. Me resulta súper lúdico ver qué tan “enferma” puede ser mi cabeza, que en realidad está lejísimos de la enfermedad. No está socialmente aceptado compartir las propias oscuridades y ese es mi lugar para explorar la fantasía en su máxima expresión.

-¿Te importan las conclusiones que los lectores de esa narradora ‘rompe-límites-exploradora-de-fantasías’ puedan sacar sobre Carla, la escritora de carne y hueso?

-No, no me parece que sea importante. A veces son lecturas erróneas. Vas a cualquier taller de lectura de escritura y lo primero que te van a dicen es diferenciar autor de narrador. Eso lo tengo muy presente. Mucha gente que admiro se arranca los ojos si le decís ‘literatura del yo’, toda literatura es literatura del yo. Ahora se puso un poco de moda este odio hacia la autoficción, me da un poco de risa. La visión en particular de un autor es lo interesante, después esa visión se divide, muta, cambia conforme se van armando distintos personajes. Parto de mis experiencias personales, pero en tanto y en cuanto una se pone a escribir ya está ficcionalizando. No existe tal cosa como ser “Funes el memorioso” y acordarte de todo tal cual pasó. Para mí es todo ficción y, a la vez, todo sale de mí. Escribo dentro de los límites de quién soy y de las experiencias que tuve.

-Publicaste Me peleé a los gritos con el mánager del spa en 2019. ¿Sentís que esa narradora te quedó lejos? ¿Cómo te sentiste reeditándolo?

-En la presentación, Rafa Otegui decía que en general los autores quieren quemar su primer libro y le dije que sí: yo también quiero quemarlo, pero a la vez lo veo como una foto de un momento. Para mí con los libros siempre terminan pasando cosas buenas. Una vez que el libro sale, ya no te pertenece más. Se editó hace cuatro años por primera vez, pero esos poemas fueron escritos durante los cinco años previos a la edición con lo cual yo ya tengo 10 años más que la narradora. Si hoy leyera el libro por primera vez, probablemente no subrayaría lo mismo que hubiera subrayado en ese momento. Empiezo de a poco a volver a mirarlo con una ternura que también permite la distancia.

-Sos artista en muchas facetas. ¿Cuál es la expresión artística en la que te sentís más vos? ¿La escritora o la actriz?

-Con la escritura, definitivamente. Para mí ser actriz es un trabajo. De a poco voy aprendiendo el oficio de escribir. Como actriz siento que soy una herramienta para contar historias de otros que no siempre me convocan a nivel personal y en la escritura siento una conexión mucho más personal. Conecto conmigo más que nunca cuando estoy escribiendo porque soy quien toma la palabra y decide qué tópicos, qué cosas me interesan explorar. Hay una elección genuina, hay algo mucho más de Carla ahí.

Carla Quevedo: "La narrativa es
Carla Quevedo: "La narrativa es un trabajo más de arquitectura. Con la poesía tengo un vínculo más cotidiano". (Sebastián Arpesella)

-¿Qué encontrás en la poesía que no encontrás en la narrativa?

-Uh, pregunta interesante, dejame pensar. Con la poesía tengo un vínculo más cotidiano. Leo mucha poesía, es algo que me acompaña desde los 15 años, me refugié ahí. Para concebirla no hace falta más que estar presente en un instante. Algo llama tu atención, hay una mirada que se posa sobre algo y ya empezás a transformarlo en poema. La narrativa es un trabajo más de arquitectura, no tiene tanto que ver con estar presente.

-Tenés un tono sensible y cínico. Lográs transmitir la profundidad de la emoción riéndote de vos misma. ¿Sos así en la vida? ¿El humor es importante para vos?

-Sí, sin duda. Para mí el humor es un arma contra el desasosiego, sin humor no sé si podría atravesar la vida. El humor no deja de ser una herramienta de defensa contra el mundo, la angustia, las injusticias, lo ridículo del sin sentido que a veces tiene estar vivo, ¿no?

-Nombraste ‘desasosiego’ y recordé la contratapa del libro: “El desasosiego existencial disimulado en un Ide Instagram”. Incluís las redes sociales en tus textos, ¿cómo influyen en tu arte?

-Creo que hay un miedo terrible a incluirlas. No quiero hablar de esnobismo, pero... Hay un discurso de hoy en día en el que ‘cualquier cosa’ es poesía. Entiendo todo ese discurso, en general es de un sector muy reducido que tiene miedo de que lo que hacen deje de ser exclusivo. Hay algo de la exclusividad que les da una sensación de superioridad y poder. Cuando las cosas se vuelven más masivas o accesibles para todos, entran en pánico, tienen miedo que les roben su commodity. Yo no soy Wolfgang von Goethe en el siglo XIX paseando por la campiña europea, eso no es la vida que me tocó vivir. No camino por el prado, no veo animales salvajes, yo voy al supermercado. Si la escritura tiene algo de valor, ese valor suele residir en lo genuino, en lo que no es impostado. Tu experiencia es tuya y de nadie más. Lo que escribís vos no lo puede escribir nadie más que vos y ese es tu valor. Es inevitable hablar de lo que uno conoce. Podría escribir poemas sobre Varsovia pero probablemente sería una estafa. Me interesa posar la mirada sobre lo que tengo alrededor y ver si en eso puedo encontrar algo de belleza.

-Jugás con el formato en estos poemas, ¿de dónde sale esa construcción lúdica que busca romper por sobre todo?

-Para mí la poesía es el juego absoluto, es la libertad. A veces esa libertad es agarrar un soneto tradicional y ver qué puedo armar con eso, a veces es ver si puedo armar una trama dentro de las búsquedas en Google. Son ejercicios, maneras de divertirme. Busco jugar.

-¿Qué es lo que más te gusta de Me peleé a los gritos con el mánager del spa?

-La tapa (risas). La amo. Hay algo de esta imagen, de esta niña: soy yo en un contexto de triunfo y de éxito pero que igual sigue siendo muy incómodo. Me pareció que eso que resumía la energía de de todo el libro. Estar en un lugar lleno de gente y sentirte igual muy sola o estar en tu casa y sentirte acompañada por tu perro. Hay algo de esa imagen que llevo conmigo todo el tiempo.

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