Pocos personajes en la historia consiguen seguir con vida, aun después de muertos, y son menos aún aquellos que, habiendo hecho cosas por las cuales merecen ser olvidados, siguen ocupando un lugar en la memoria colectiva.
El caso del narcotraficante colombiano Pablo Escobar es uno de ellos. A 30 años de su muerte, y tras todas las atrocidades de las que fue autor, todavía hablamos de él y la cultura popular se rinde ante sus pies, pues, más allá de todo lo malo que hizo, “el patrón del mal” se convirtió en un verdadero personaje.
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El fotógrafo Édgar Jiménez Mendoza, más conocido como ‘El Chino’, probablemente sea una de las personas que más se acercó al capo desde la admiración. Amigo suyo, en varias ocasiones se vio atraído por su figura. De ahí que se hiciera su fotógrafo personal.
‘El Chino’, por aquellos años, supo también registrar bajo su lente el día a día de la mafia en Medellín. Durante más de una década retrató encuentros y personajes. Se inmiscuyó tanto en la cotidianidad del narcotráfico que se ganó la entera confianza de Escobar, quien lo nombró, incluso, como uno de los coordinadores de su campaña al Congreso en 1982.
Jiménez Mendoza fue amigo del capo desde el colegio, estuvieron juntos en el Liceo Antioqueño. Escobar era cuatro meses menor que él y ya tenía una reputación hecha, gracias a su hermano, Roberto Escobar, que ganaba fama como ciclista. ‘El Chino’ era uno de los mejores estudiantes, y Pablo se volaba de clase para ir al cine o meter sus narices donde no lo habían llamado. Si bien cada uno tomó caminos distintos, la vida se encargó de reunirlos.
Tantas cosas vio ‘El Chino’ a través de su cámara, tantas las que vivió. Parte de la historia reciente de Colombia quedó registrada con su mirada, un periodo turbio de corrupción política, violencia y drogas. Por muchos años ha guardado entre sus archivos las imágenes de esta memoria colectiva que ansiamos jamás hubiese existido. A esos archivos llegó un día Jon Lee Anderson, como reportero de The New Yorker, en una de sus visitas a la capital antioqueña. Lo que vio, sumado a todo lo que investigó, lo escribió después en una crónica que tituló “Más allá de Pablo Escobar”.
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El encuentro entre ‘El Chino’ y Anderson, le permitió a Alfonso Buitrago, periodista y escritor, editor digital de El Colombiano, dar con el enigmático personaje y, con el tiempo, hacerse su amigo. De aquella relación, y de la incansable curiosidad de Buitrago, surgió la idea de recopilar todo el trabajo del fotógrafo en un libro.
Si bien la excusa de todo es Pablo Escobar, el libro “El Chino” se centra en él, precisamente, en la vida de este reportero visual cuyo nombre, aunque conocido por muchos, todavía no recibe la atención que merece. El libro es un intento por darle un lugar en la historia.
Con diseño del artista Santiago Rodas y la curaduría fotográfica del norteamericano Tom Griggs, “El Chino” repasa la compleja relación de Colombia con el narcotráfico y es, en esencia, un recorrido por la vida de este fotógrafo, su paso por la Anapo y el M-19, y su trabajo como pionero en la fotografía porno. Se trata de la compilación de las memorias de un hombre, pero también las de una ciudad como Medellín y un país entero como lo es Colombia.
“Creo que la historia del Chino ayuda a explicar la forma en la que el narcotráfico y la guerra contra las drogas se apoderaron de la economía, la política y la cultura locales, causándole a nuestra sociedad una especie de confortable entumecimiento al principio, similar al efecto de consumir cocaína, que favoreció el esplendor del negocio en Medellín en las décadas del setenta y ochenta del siglo pasado. Luego le produjo una resaca violenta con decenas de miles de muertos. Y el mito de Escobar sigue ejerciendo atracción en las generaciones actuales” - Alfonso Buitrago.
‘El Chino’ se hizo fotógrafo en un momento atípico, siendo todavía un muchacho de colegio. El profesor de Física, Israel Berrío, dirigía entonces un laboratorio de fotografía y allí fue a dar Jiménez Mendoza con su curiosidad. Pronto se haría con su primera cámara, una Fujica de medio formato, con la que empezaría a aprender el oficio. Les hacía fotos a sus compañeros de clase, a su novia Amparo, y a las jovencitas del barrio Las Palmas que se dejaban impresionar. Con una de ellas realizó sus primeros desnudos.
Para finales de 1968, ‘El Chino’ ya dominaba la técnica de la fotografía y al graduarse como bachiller decidió hacerse fotógrafo social. Recién en el arranque de la década de los setenta, alguien lo invitó a una reunión de la Anapo con Israel Santamaría, quien por ese entonces era congresista de la nación y, posteriormente, sería uno de los fundadores del M-19. Fue en ese contexto que Jiménez Mendoza comenzó a ejercer de fotógrafo de campañas políticas y retrató a personajes como Augusto Rojas Pinilla y María Eugenia Rojas, entre otros.
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Varias de las fotos de ‘El Chino’ llegaron a ser portada de revistas y su fama como pornofotógrafo crecía en los círculos más bajos, así como la que se hacía por los trabajos que realizaba en una de lás células de la guerrilla del M- 19, impulsado por Santamaría.
En 1980, Nelson Cardeño, un tipo que trabajaba para un jefe conservador de la época y se desempeñaba como personero municipal de Puerto Triunfo, contactó a ‘El Chino’ para que hiciera las fotografías del evento de aniversario de la erección del municipio. Allí, Cardeño le pdió al fotógrafo que lo acompañara a una finca y lo que menos pensó fue ‘El Chino’ fue en encontrarse con su antiguo compañero de colegio.
Tras el reencuentro con Escobar, la amistad de este con ‘El Chino’ creció considerablemente, y sabiendo el capo de sus habilidades para la fotografía, le delegó la misión de retratar toda la fauna de la hacienda Nápoles. Contento con su trabajo, se animó a encargarle más cosas y así, encargo tras encargo, con el paso de los años, ‘El Chino’ se convirtió en el fotógrafo de confianza del narcotraficante.
Fue nueve años después, en el cumpleaños número trece del hijo mayor de Escobar, cuando ‘El Chino’ vio por última vez al capo. Por muchos años documentó su vida y la cotidianidad del Cartel de Medellín, a sus familiares, amigos, y a los muchos matones de turno y políticos que llegaban de paso.
Alfonso Buitrago reunió toda la historia en este fotolibro, editado por la revista Universo Centro y el sello editorial de la librería Grammata. Alrededor de 400 páginas en las que, como bien lo ha dicho el escritor Gilmer Mesa, reside un hombre que se reveló a sí mismo y ante la vida, y se internó en la historia profunda de un país y de una ciudad, “que supo ver con discreción lo que al mundo aterraba y por eso pudo ser su testigo, un hombre contradictorio, leal, pedregoso y sensible como la vida misma de las gentes que supo retratar y que por su pulso de artesano conocemos en sus luces y sombras”.
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