“A la literatura argentina le falta épica y sentido del humor”, solía decir el escritor y periodista Osvaldo Soriano. Tal vez esa haya sido su fórmula para convertirse en el autor más popular y el cronista más carismático de la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX.
Hijo único de un funcionario de Obras Sanitarias y de un ama de casa, Soriano era sereno en una metalúrgica de Tandil cuando, a los 20 años, su pasión por el cine, la literatura y el periodismo lo hizo incursionar en medios locales. Pero su talento lo llevó rápidamente a convertirse en el redactor estrella del diario La Opinión.
A 25 años de su muerte, la editorial Sudamericana publicó Soriano, la biografía del célebre periodista escrita por el argentino Ángel Berlanga. Nutrido de innumerables entrevistas, de la investigación de su obra y del acceso a archivos privados, el autor logra amalgamar la voz de Soriano con la de sus amigos, detractores, parientes, colegas y editores para construir un relato sobre su vida que es, también, el relato de toda una época.
Desde sus primeros pasos en el periodismo -con notas a las que su editor le quitaba la firma luego de achurarlas y otras que lo llevaron a abandonar su ciudad- hasta su pasión por los gatos y San Lorenzo, esta biografía monumental ahonda en la intimidad de uno de los escritores fundamentales de la Argentina del siglo XX.
Así empieza “Soriano”
I
Son las tres de la mañana de una noche de verano y Osvaldo Soriano está echado en la cama, solo, bajoneado, en el departamento que alquila, sobre la calle Mario Bravo. Buenos Aires, 1972: lleva ya casi tres años viviendo en la ciudad y varios meses como redactor en La Opinión. No le encuentra la vuelta a la novela sobre Laurel y Hardy que trabaja: quiere contar sus parábolas de anonimato, de astros de Hollywood e ídolos populares, y finalmente de caída e indiferencia para la industria. En su infancia y su adolescencia las películas del Gordo y el Flaco le encantaban. Con el tiempo se puso a averiguar todo lo que pudo sobre ellos. Poco antes de largarse de Tandil publicó una semblanza en los cuadernos de Grupo Cine, la agrupación cultural independiente que coordinaba.
En “El error de hacer reír”, la nota que escribió hace unos días en La Opinión Cultural, queda claro que sabe mucho más sobre ellos. Y que cuenta mucho mejor. Pero ahora quiere dar un salto, largar la imaginación. De Stan & Ollie le impacta que diviertan a partir de la destrucción de la propiedad y la burla de la autoridad en Estados Unidos. Big Business es su favorita, una obra maestra: el dúo le quiere vender un pino a un tipo que tiene un parque lleno de pinos y sobreviene un crescendo destructivo fenomenal.
Soriano contó hasta del paso fugaz por Buenos Aires de uno y otro allá por 1914, 1915, cada uno por su lado, y en la nota de La Opinión narró, con algunas licencias recreativas, varias escenas “biográficas”: la llegada del barco que en 1912 lleva desde Londres a Estados Unidos a Charles Chaplin y a Stan Laurel, estrella y suplente en una compañía artística de gira; o el intento que hace Hardy, ya en caída, para conseguir trabajo en la productora de John Wayne. Pero no hay caso: no consigue una trama que lo convenza.
Desde que está en La Opinión ha escrito de Pelé y de Chazarreta, de Muhamad Alí, de alguna película, de libros, sobre todo de autores norteamericanos: lo deslumbran las historias de Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Una noche caminábamos por Florida con un grupo de amigos, todos borrachos, y uno de ellos se puso a recitar un texto en prosa tan hermoso que me impresionó. Ahí mismo le preguntó a Norberto Soares, el recitador, de quién era eso. Me contestó: “¿No conocés a Chandler?”. Y al día siguiente me mandó por un cadete El largo adiós. Así descubrí a Philip Marlowe. “Dolor y dignidad”, el primer artículo que publicó en el suplemento cultural de La Opinión, fue sobre este antihéroe de la novela negra y su autor.
Mientras rumia amarguras escucha un estruendo de cacharros en la cocina. Más perplejo que asustado se levanta y va, despacio, a ver qué pasa. Entre las ollas hay un gato negro, grande, que entró por la ventana. En la penumbra el gato lo mira fijo. Soriano le habla, se acerca un poco más, y el animal da un salto a la ventana. Y ahí se quedó un rato, como diciéndome qué hacés, boludo, no te das cuenta de que la cosa es evidente… ¿Qué es evidente, qué lee ahí Soriano, qué imagina? Que bien podría ser la gata negra de Chandler. Y que se le apareció para decirle que el único capaz de investigar la historia de Laurel y Hardy es un detective profesional como Marlowe. Cuando esta idea se configura en su cabeza, el gato se va.
Esto puede parecer un chiste para quien no entiende el lenguaje de los gatos, para el que no sepa que son médiums —teléfonos, como dice Cortázar—, pero yo sé muy bien que si Triste, solitario y final existe es gracias a aquel gato.
Entonces Soriano vuelve a su máquina y escribe el encuentro de Philip Marlowe con un periodista argentino llamado Osvaldo Soriano ante la tumba de Stan Laurel, en el cementerio de Forest Lawn.
II
Osiris Troiani pasa unos días de vacaciones en Tandil, en la estancia del abogado Juan Claudio Tuculet. Es enero de 1969. Soriano, cronista del diario local Actividades, lo había conocido un año y pico atrás, cuando fue a la ciudad a dar una charla. Mucho tiempo después Soriano contará que le dio la mano “paralizado por la emoción”, sin esperar siquiera que le dirija la palabra: Troiani es por entonces secretario de redacción de Primera Plana.
Cuando puede, en textos para sí, o que publica en los cuadernos del Grupo Cine, Soriano imita el estilo, el tono de la revista. Una noche Tuculet lo invita a una cena en la que también está Troiani. “Ni bien le dije que daría cualquier cosa por escribir una nota en la revista esbozó una sonrisa sarcástica y me dijo: ‘Vaya, haga un relevamiento de la electricidad rural de todo el partido de Tandil, visite las centrales, entreviste a los responsables, a los beneficiarios, a los perjudicados, y preste atención al mundo en que viven; agréguele un poco de color y mándeme sesenta líneas en el primer ómnibus que pase’”. Soriano cumple el encargo. Poco después la nota aparece, pero son cuarenta líneas, están reformuladas y no llevan su firma.
Se suceden los días de un verano aburrido: Facundo Cabral, Jorge Di Paola y Víctor Laplace han emigrado ya de Tandil y a los otros amigos del grupo les sobran ganas de seguirlos. Una tarde, antes de que el verano termine, su madre le muestra un telegrama: “Rogamos comunicarse urgente con el señor Julio Algañaraz a los teléfonos de Primera Plana”. Soriano llama con la misma emoción con que había estrechado la mano de Troiani. Del otro lado de la línea le piden “la nota más informada, virulenta y cómica que jamás se hubiera escrito sobre la procesión de Semana Santa en Tandil”. Enseguida entiende que si hace lo que le piden tendrá que irse de la ciudad.
Entrevista, averigua, se pasa dos días corrigiendo. La nota presenta la procesión como un espectáculo decadente que utiliza la fe para traccionar turismo y negocios. También plantea un tironeo entre el conservadurismo del obispado y las críticas de algunos curas jóvenes, alineados con las ideas tercermundistas. El que lleva haciendo de Cristo desde hace ocho años reniega: “Ya no siento la interpretación de Jesús, lo pintamos como demasiado bueno, casi un bobo, no como realmente fue, un verdadero conductor de masas”. La procesión, escribe Soriano, es una caricatura del catolicismo.
La noche anterior a la aparición de la revista se despide de su novia, Ana María, y huye con una valija: lo que escribió va a hacer ruido. Cuando el ómnibus llega a Constitución, oye que los canillitas vocean que salió Primera Plana. La compra, la hojea: está su nombre al pie de la nota. En ese número firman, también, Héctor Tizón, Daniel Moyano, Francisco Juárez.
Creo que me puse a bailar en medio de la plaza, dirá en una entrevista.
Creo que estuve a punto de ponerme a llorar, dirá en otra.
Era raro que Primera Plana pusiera la firma de los autores. “A veces unas pudorosas iniciales y de tanto en tanto los nombres de Ramiro de Casasbellas, Tomás Eloy Martínez, Ernesto Schoo o Mariano Grondona”. Da por sentado que van a hacerle un lugar en “la catedral argentina del periodismo moderno”. Deja la valija en el Tandil, un hotelucho de la Avenida de Mayo por el que ya habían pasado Cabral y Laplace. Cuando se presenta en la redacción, Troiani no le da pelota: “¿Y vos qué hacés acá?”, le pregunta, y lo deriva a los mellizos Algañaraz, o a Juárez, que lo cobijan. Calienta algún sillón en la recepción, aprovecha algunos vales de comida que le habilitan los periodistas-ídolos, lee diarios y espera la chance de que lo manden a cubrir algo. Enseguida llega la carta del obispo de Tandil, monseñor Luis J. Actis, como loco por las blasfemias que publica Primera Plana sobre la procesión.
Quién fue Osvaldo Soriano
♦ Nació en Mar del Plata, Argentina, en 1943. Falleció en Buenos Aires en 1997.
♦ Fue escritor y periodista.
♦ Escribió libros como Triste, solitario y final, La hora sin sombra y Cuentos de los años felices.
♦ Guionó películas como Una mujer, No habrá más penas ni olvido y Cuarteles de invierno.
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