Para Emiliano, que por primera vez gritó Campeón
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Era una moto que hacía la fábrica SIAM en la década del 50. Era muy económica: la versión estándar sin accesorios costaba 7.580 pesos moneda nacional; unos 250 dólares al cambio de entonces. Tenía una autonomía de 250 km y podía llegar hasta los 75 km/h. La empresa le había puesto Siambretta, con doble te, pero como los primeros modelos fueron comprados por el Estado y hasta el mismo Perón la usó, muchos le decían la Pochoneta. Tenía el problema de que se le empastaban las bujías y le costaba el arranque. Y además era bastante ruidosa. Con el tiempo, la terminación “-eta” quedó asociada a productos de bajo precio, hechos con sencillez o directamente con rusticidad, que no entregaban más que lo que prometían. Y, a veces, bastante menos.
En el fútbol, el uso se difundió entre los técnicos de las inferiores: la “Cicloneta” de Roberto Mariani en San Lorenzo, la “Vitroneta” de Vitrola Ghiso en River, la “Piponeta” de Pipo Ferreiro en Independiente, que quedó segunda a un punto del Boca de Oscar Regenhardt. Con estos antecedentes, cuando Lionel Scaloni asumió la dirección técnica de la selección argentina, debido a la escasa experiencia con planteles mayores, los periodistas empezaron a hablar irónicamente de “La Scaloneta”. Que el apodo se haya popularizado por un programa que se llamaba “Programa Sin Nombre” es una más de las paradojas que deja este ciclo.
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Julio Grondona llegó a la presidencia de la AFA en 1979 y cada vez que tuvo que buscar un técnico para la selección, lo hizo siguiendo el mismo patrón. Después de España 82, Bilardo, que había ganado el torneo local con Estudiantes, reemplazó a Menotti. Campeón en México 86, siguió Bilardo. Basile asumió inmediatamente de las notti magiche de Italia 90: había ganado la Supercopa con Racing. Fue reemplazado después de Estados Unidos 94 por Passarella, que se había llevado varios torneos con River, incluyendo el Apertura 93. El campeón del mundo en el 78 —y, aunque no jugó por problemas de salud, también en el 86—, no pasó los cuartos en Francia 98. Se fue Passarella, vino Bielsa, flamante ganador del torneo Clausura 97 con Vélez. Néstor Pékerman llegó poco después del fracaso del Mundial de Corea y Japón 2002: sus títulos eran los mundiales juveniles del 95, 97 y 2001. El equipo de Pékerman era una máquina que se quedó sin nafta y pareció conformarse con quedar afuera por penales con el local en Alemania 2006. Entonces volvió Basile; un año antes había ganado absolutamente todo lo que jugó con Boca. La racha se rompió en 2008 con Diego y en 2010 con el Checho Batista, que estuvo apenas un año, y fue reemplazado por Alejandro Sabella, campeón vigente con Estudiantes del torneo local y de la Libertadores.
Hay que decir, además, que los cambios de entrenador tenían un cierto correlato con el espíritu de la época. La obsesión austera de Bilardo en el alfonsinismo, la liviandad de Basile en los primeros años de Menem, la disciplina casi marcial de Passarella que venía a poner orden cuando se empezaba a acabar “la fiesta de unos pocos”, la filosofía bielsista, la humildad de Pékerman como metáfora de un país golpeado por el 2001, la excepcionalidad de Diego en la épica del kirchnerismo.
Grondona murió en 2014 y la Asociación del Fútbol Argentino entró en una espiral de escándalos que incluyó el empate entre Tinelli y Segura. Fue 38 a 38 cuando habían votado 75 asambleístas. Y, para más INRI, la selección perdió tres finales seguidas: 0-1 con Alemania en el Mundial de Brasil 2014, 1-4 por penales con Chile en la Copa América 2015 y 2-4 también por penales, también con Chile en la Copa América 2016.
Sin una figura fuerte como Grondona, los técnicos rápidamente perdían el respaldo. Martino se fue a los dos años. Vino Bauza, que dirigió ocho partidos y dejó a la Argentina en la quinta posición de las eliminatorias. Llegó Sampaoli, que había salido campeón de América con Chile: logró la clasificación agónica para Rusia 2018 y se fue después de un mundial anodino con derrota ante Francia en octavos. Había firmado por cinco años. Duró quince partidos; siete de ellos fueron amistosos.
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Scaloni es el reverso perfecto de Messi.
De un Lionel sabemos todo: el por qué de su nombre, el de su mujer y sus hijos; sabemos los cumpleaños, cuánto le pagan en el club y cuánto recibe por las publicidades; conocemos a sus mejores amigos dentro y fuera de la cancha, los premios, los goles, los campeonatos, la comida preferida que le hace la madre, la ropa que usa en las fiestas; hemos contado las veces que no cantó el himno, que sí lo cantó, que vomitó en la cancha, que insultó, que se tocó los isquiotibiales, que se abrazó con rivales eternos, que lloró.
Del otro: nada.
Scaloni es un misterio. Había sido campeón juvenil en Malasia 97 con Néstor Pékerman —y le había hecho un golazo a Brasil que Angelito Di María remedó en la jugada del penal contra Francia—, pero de aquella selección los más recordados eran Leo Franco, Pablo Aimar, Fernando Perezlindo y un descomunal Juan Román Riquelme. En su carrera como marcador derecho alternó buenas y malas, enhebró varios éxitos en clubes módicos de Europa y, aunque estuvo convocado en la selección mayor, jugó muy pocos partidos. En Alemania 2006 entró en octavos contra México. Antes de 2018, Lionel Scaloni era una entrada en Wikipedia.
Formaba parte del plantel de Sampaoli, pero no se plegó a las renuncias posteriores al Mundial de Rusia. Le habían ofrecido quedarse a dirigir la selección Sub-20 en un torneo en L’Alcudia, España, y dijo Sí. En un deporte marcado por “códigos” tan implacables como una omertá, Sampaoli y mucha gente entendió que el que se haya quedado era una traición. Scaloni sacó campeón al Sub-20 en España con un equipo de emergencia conformado en su mayoría por jugadores de Boca, San Lorenzo y Rosario Central —River no le cedió a nadie— y, al poco tiempo, Claudio Tapia, presidente de la AFA, le propuso hacerse cargo interinamente de la selección mayor. En última instancia, Tapia no hacía más que repetir lo que su antecesor había hecho con Batista.
De ahí en más, la historia es conocida.
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Declaraciones de Diego Maradona en Sinaloa, 2018:
“De Lionel Scaloni no puedo decir nada. Es un gran chico. Yo estoy dispuesto a comer un asado con él, a tomar un café. Pero no me hablen de la selección argentina porque le queda muy grande”.
“No puede dirigir ni el tráfico. El regreso de Leo a mí me reconforta porque vamos a ver un buen fútbol, pero no llevó a Agüero. Dice que lo tenemos que ver a Agüero. Pero ¿qué? ¿Estuvo en un convento hasta ahora que no tenía televisión, Scaloni? No sé qué tiene que demostrar el Kun para ser convocado. Máximo goleador del City. ¡Un jugadorazo! Si me lo traen para acá, yo lo entreno día y noche. Esto que voy a decir me duele mucho. Porque cuando asumió el Flaco Menotti, yo dije que estaba muy bien, que estaba contento. También dije que está grande, que se acordaron tarde. Pero Scaloni, al no llamar a Agüero y al pasar por encima de Menotti, le faltó el respeto a la pelota”.
“El Tata es un amigo. Yo jugué con el Tata, yo jugué con el Tata en Newell’s. Es una gran persona. Una gran persona. Y si hoy estoy hablando del Tata acá… y nosotros, los argentinos, tenemos al muchacho este, Scaloni, que, vuelvo a repetir, no tiene la culpa de estar ahí. A Scaloni lo empujaron ahí. Y él está ahí. El problema es que se crea técnico mañana, Scaloni, y diga: ‘No, yo quiero ir al Mundial’. No, no, Scaloni. Vos podés ir al mundial: al mundial de motociclismo. De fútbol, no. A mí me da mucha bronca que tengamos que depender de un jugador que no sé si tendrá título y dejemos al Tata Martino que se lo lleven los mexicanos. Porque México no está lejos de la Argentina con respecto a los futbolistas que salen, que entran, los que vienen de afuera, que se rompen. Es una parada… Como decimos nosotros, es una parada brava. No es fácil dirigir México. Te la regalo. Pero en Argentina hacemos las cosas tan mal que nosotros nos perdemos de reflotar el fútbol argentino con el Flaco Menotti, con el Tata Martino, con el Flaco Gareca, con muchos técnicos, Alfaro, hay un montón de técnicos, Gallardo, el Mellizo, para pasar a Scaloni. Entonces yo digo que los argentinos estamos viviendo en el mundo del revés”.
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Las críticas de Diego no eran las únicas, porque ¿quién era Lionel Scaloni hace cuatro años? Salvo por la experiencia de la Sub-20, sólo había trabajado con chicos de diez y once años. Incluir aquí la lista de críticos sería ocioso: todos o casi todos los periodistas deportivos coincidían en que la designación era un desacierto, un disparate. Hubo uno que dijo que Scaloni le había hecho un golpe de Estado a Sampaoli.
Sería demasiado ingenuo pensar que Messi no había dado su visto bueno, pero la sensación compartida por muchísima gente era la de estar perdiendo el tiempo. Qatar 2022 iba a ser el último mundial de Lionel Messi. Qué pena que para tamaño desafío pusieran a un técnico sin trayectoria.
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¿Era un buen técnico Scaloni? Después de la derrota en semis con Brasil en la Copa América 2019 —muy polémica, por cierto—, mantuvo un invicto de treinta y seis partidos. Pero no tenía un esquema definido para el equipo y perdió sin atenuantes con Arabia Saudita en el inicio del Mundial. El partido imposible de perder terminó 1-2 y el camino se hizo tortuoso. Argentina tuvo la obligación de ganar cada encuentro hasta la final.
¿Fue un buen técnico Scaloni? En la Copa América del 2021, Argentina tuvo momentos de altísimo vuelo. Ese equipo era un acierto evidente de Scaloni. Primero, porque era él quien convocaba a los jugadores; y luego porque hay grandes planteles llenos de estrellas que, por no tener la dirección adecuada, no funcionaron. Argentina le ganó la final a Brasil en Brasil, en el mismísimo Maracaná. Un partido tenso, sin lujos, pero dominando y jugando bien. Y a la vez la figura del torneo fue el arquero —por sus atajadas y, claro, por sus frases—. Que el arquero sea tan relevante es señal de que las cosas no andaban del todo bien. Y, otra vez en el Mundial, Dibu Martínez fue casi tan importante como Messi.
¿Es un buen técnico Scaloni? En la Copa América, el equipo alternaba pasajes donde borraba al rival con otros en los que no encontraba la pelota. En el exitismo futbolero, cuando jugábamos bien, éramos campeones intergalácticos, y cuando jugábamos mal, éramos peor que el combinado de solteros y casados que se arma los domingos después del asado. Scaloni no pudo solucionar el desbalance del medio campo. Hay fotos de la final en donde los volantes se marcan entre ellos. Con Arabia Saudita pasó lo mismo. Recién con la incorporación de MacAllister en el partido contra México encontró una especie de equilibrio.
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Scaloni no usa jugadas preparadas. De alguna manera se parece a Guillermo Barros Schelotto en Boca: tiene demasiada confianza en el juego. No lo digo como un elogio. La creencia de que el dios de la pelota proveerá. Cuando eso sucede, se dan los goles como los de Polonia: diecisiete pases seguidos en el primero y ¡veintisiete! en el segundo. O hacen una obra de arte —porque tuvo la destreza y la belleza de una obra de arte— como el gol de Di María a Francia.
Pero confiar demasiado en la épica del juego es un peligro. Para ganar hay que jugar bien —o mejor que el rival— y, por supuesto, hay que tener una cuota de suerte. No hace falta ponerse a caminar al lado del precipicio.
No es cierto que primero hay que saber sufrir.
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El motor de la Siambretta tenía la misma arquitectura que la Vespa italiana, y la Vespa se llamaba así por el zumbido que hacía, que era parecido al de una avispa. Trrrrrrr. Pero la Scaloneta hace otro ruido. Tss tss tsss.
“Cuando hablemos del fútbol, de lo que pasó, hay un antes y un después”, decía el exfutbolista Jorge D’Alessandro en el programa español El Chiringuito. El Chiringuito fue otro de los hits de Qatar 2022. Un programa que intentaba ser de fútbol pero que era en realidad era de gritos y discusiones, donde ciertos personajes amparados en el disfraz de periodistas decían cualquier cosa y atacaban —todos, salvo D’Alessandro— a Messi. Qué gran placer era encontrarse los cortes del programa en Twitter y TikTok después de cada victoria argentina.
“Argentina cambió el fútbol”, seguía D’Alessandro. “Ha cambiado las estructuras tópicas de fútbol. No, no, no, no. Argentina fue el mejor equipo del mundial, sin ninguna duda. Una cosa es lo que pasó durante un pasaje de partido donde apareció Mbappé determinante e implacable; lo valoramos. Pero Argentina terminó inclusive en la prórroga haciendo su fútbol y llegando con claridad. ¿Argentina muerto en la prórroga? Por favor. ¡Tres, tres! Argentina cambió el fútbol del mundial. Mundial. ¡Cambió la táctica mundial! El pivote no existe más. Si cojo una pizarra te lo explico. Argentina cambió. El mediocampo cambió de estilo. Porque ya el 4-2-3-1: ¡fuera! Doble pivote: ¡fuera! Brasil juega con Casemiro: ¡fuera! España juega con carrozas en el mediocampo: ¡fuera! A casa, a gateras. Ganó el vértigo. El fútbol cambió. Los tres volantes de Argentina vuelan. ¡Vuelan! Es otro fútbol, presidente. Cambió. El pivote… Qué pivote. ¡Qué pivote! Casemiro, todo eso: ¡fuera! Argentina jugó con tres chicos que vuelan y generó algo diferente. Aunque hubiera perdido, hubiera cambiado el fútbol. Y eso es lo que yo tengo que analizar. Lo de esta charla, tal cual. Deschamps la vio picuda. Picuda. Le comieron la partida con tres volantes que no lo esperaban. Porque cuando Mbappé, gracioso, nos dice que el fútbol argentino está obsoleto y es lento. Llamamos a Enzo Ferrari: “Enzo, mandanos tres fórmula colorados”. Tres rojos le mandamos. Y a Eccleston —porque, claro teníamos que llamar a Eccleston porque el chico MacAllister juega en el Brighton—. Entonces hicieron así: Tss tss tss tssss. ¡Escuchamé! Tchouaméni: tieso. Griezmann: adiós. Rabiot: adiós. Qué me estás contando, ahí estuvo el partido. Y Messi que leyó el carril del 8. Se metió y jugó solo Messi. Todavía está solo. Cogió la copa, la capa esa y anda solo. Y Deschamps, este que pega patadas, no lo vio. ¡Deschamps, no lo viste!”
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En el país de la grieta, el fútbol también tuvo su antinomia histórica con el menotismo y el bilardismo: el fútbol “bien jugado” contra el fútbol “efectivo”. Ellos mismos, en un punto, fueron rehenes de esa rivalidad y extremaron sus posiciones al punto de terminar convirtiéndose en estereotipos.
Los técnicos que vinieron después intentaron ocupar la tercera posición. Tal vez el que más cerca estuvo fue Marcelo Bielsa, con sus análisis posicionales y la convicción de que el fútbol debe ser un deporte intelectual sin perder el chispazo de inspiración. Bielsa hubiera sido un gran ajedrecista. TPero esto es fútbol. Tuvo la desgracia de salir sorteado en el “grupo de la muerte” y quedar afuera en primera ronda.
Cuando D’Alessandro dice que Argentina cambió la táctica mundial, dice sin decirlo y tal vez sin darse cuenta que Scaloni acabó con la discusión Menotti-Bilardo. No la resolvió: la cerró, la dejó atrás. Es momento de mirar adelante.
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¿En qué momento nos enamoramos de la selección? No hablo de ilusiones, sino de amor. La ilusión estaba desde el 3-0 a Italia en la Finalissima. La ilusión estaba desde el sorteo que nos dejó en una zona accesible y con un posible cruce con Brasil recién en semis. La ilusión estaba en todas las coincidencias con el Mundial 86, que buscábamos con la fascinación del pensamiento mágico.
Pero: el amor. ¿Cuándo llegó el amor? Seguramente cada uno tiene su momento clave: el topo Gigio de Messi a Van Gaal —y queda para otra ocasión hablar de la enorme influencia que Riquelme ejerce en Messi; en este mundial, como en ninguno otro, Leo jugó cómo Román, jugó de Román—; el abrazo de Enzo Fernández a Dibu Martínez todavía en el piso después de la última atajada a Australia en el séptimo minuto adicionado; la ingenuidad tierna de Papu Gómez y su corte de pelo para parecerse a David Beckham; las charlas de Kun Agüero con Messi; el “Andá pa’llá, bobo”. Tal vez sea una mezcla de todas esas.
Yo creo que me enamoré de la selección con el gol de Messi a México. Pero no con el gol en sí, que fue un golazo —Messi siempre le ha hecho goles memorables a México— sino con el festejo: el abrazado en montonera, sin coreografías ni bailes torpes. Un festejo de todos por todos para todos: el festejo de un equipo. El gol fue en el minuto 66. El partido finalmente terminó 2-0, pero durante 66 minutos estuvimos virtualmente afuera del Mundial y entonces Messi —”¿Dónde está Messi?”, gritaban los mexicanos en la tribuna— agarró la pelota y clavó un zapatazo rasante desde afuera del área.
Con los jugadores todavía festejando, la transmisión mostró el banco de suplentes: con las caras como de nenes grandes, Aimar y Scaloni se tapaban para no mostrar que estaban llorando. En esas lágrimas había emoción, alegría, desahogo, había verdad. Me hubiese gustado abrazarlo. Ya está, boludo, ya está, llorá tranquilo. Si aquel día todavía no merecían la copa, sí, quizá, algo mucho más importante: el amor de un pueblo.
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Las eliminatorias del Mundial 86 habían sido angustiantes. Jugaban menos equipos —24 contra los 32 actuales y los 48 del próximo— y la clasificación de Argentina fue en el último partido, con una empate agónico ante Perú en cancha de River, el gol hecho a medias entre Passarella y Gareca. Las críticas a Bilardo eran feroces. Poco antes de que comenzara el torneo hubo reclamos para que dejara el cargo y se dice que hasta Alfonsín tanteó la posibilidad. Pero Grondona lo mantuvo.
En la fase de grupos, Argentina quedó primera: 3-1 a Corea del Sur, 1-1 a Italia —campeón reinante— y 2-0 Bulgaria. En las llaves siguió firme. Fue 1-0 a Uruguay en octavos, 2-1 a Inglaterra con los dos goles de Diego, 2-0 a Bélgica en semis y otro golazo de Maradona. La final se jugó el 29 de junio en el Estadio Azteca. Entre todas las banderas había una que se destacaba: “Perdón, Bilardo”, decía. El partido todavía no se había jugado.
No hubo bandera el 18 de diciembre, pero cuántos le pidieron —cuántos le pedimos— disculpas a Scaloni.
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Open, la autobiografía de André Agassi, es una de las mejores autobiografías de deportistas, si no la mejor. Cuenta todo el amor y el odio que siente por el tenis y habla mucho de la relación con el padre, el hombre que lo llevó —lo forzó— a competir. Agassi ganó su primer Grand Slam en 1992: Wimbledon, en cinco sets ante Goran Ivanisevic. Esa noche, cuando habló por teléfono con el padre, el otro, aunque emocionado, no podía felicitarlo. “Cómo perdiste el cuarto set”, le decía, “si ya estaba ganado”.
Bilardo no tocó la copa del mundo. Después de ir 2-0 arriba con goles de Brown y Valdano, los alemanes empataron el partido con los goles que llegaron desde el córner. Karl Rummenigge primero y Rudi Völler después en jugadas casi calcadas. El gol de Burruchaga le dio el título a la Argentina, pero para Bilardo ya no había nada que festejar: “Que te hagan un gol así, después de uno, dos, tres años practicando y mirando videos…”, dijo en una entrevista, “por eso no tengo medalla. Me la saqué. Me quería morir. Estaba mal”.
En Qatar, Argentina barrió a Francia durante 78 minutos. Y por errores de la defensa, después de ir 2-0 y 3-2 tuvo que ganar por penales. Pero Scaloni sí tocó la copa y la abrazó y la alzó y se sacó fotos. Cómo no lo iba a hacer.
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