¿Quién recuerda a David Foster Wallace? Han pasado 15 años desde que decidió quitarse la vida y más de 60 desde que arribó a este mundo que siempre le fue hostil. Febrero y septiembre son los meses de ambos acontecimientos. Uno pensaría, entonces, que rememorar su obra en estos días no estaría mal, pero lo cierto es que, cuanto más pasa el tiempo, menos son las personas que pueden decir con propiedad que han leído, verdaderamente han leído, a David Foster Wallace.
El escritor norteamericano fue uno de los más destacados en lengua inglesa durante la segunda mitad del siglo XX y lo que alcanzó a vivir del XXI. Su obra más notable, su “Quijote”, fue “La broma infinita”, que le mereció su lugar en el Olimpo de los escritores y con la que consiguió, creo yo, expulsar lo que le quedaba de tristeza.
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Autor enciclopédico y extremadamente irónico, Foster Wallace compartió vitrina con escritores de la talla de Jonathan Franzen, Zadie Smith, Douglas Coupland o Chuck Palahniuk, todos parte de la llamada “Generación X”, o, en su defecto, “la generación perdida”.
Si bien el término lo empleó por primera vez el fotógrafo Robert Capa, fue Coupland quien lo popularizó con su novela, titulada justamente así, “Generación X”. Ya luego vino el crítico James Wood y formalizó el asunto.
La cuestión es que todos estos autores escribían a la luz de una realidad de posguerra, en pleno auge del comunismo. Fueron una generación marcada por el consumismo y figuras como el músico Kurt Cobain y todo el fenómeno del Grunge; una generación que vio nacer el internet y vivió de primera mano el acelerado cambio del mundo a nivel tecnológico.
Estos escritores empezaron a buscar la manera de romper los estereotipos y los modelos de conducta imperantes en la época. A nivel literario, en sus obras hacen uso de la ironía y las tramas se ambientan en escenarios marginales donde, por lo general, los personajes se ven acorralados por una cantidad demoledora de información e idealismos, y se proponen acabar con todo.
Es justo eso lo que le llama la atención a Wood y por lo que, hacia el año 2000, escribe un artículo en The New Republic en donde realiza una “denuncia” de ciertos escritores que están produciendo novelas cuyas tramas se envuelven en una especie de paranoia extrema, producto del ritmo vertiginoso en el que se mueve la sociedad.
Según el crítico, autores como los mencionados anteriormente y otros como Don DeLillo o Thomas Pynchon, intentan escribir ficción alejados de la realidad, pero el realismo en sus obras es más que evidente y terminan exagerándolo todo, acudiendo a un tratamiento meticuloso del absurdo. Son novelistas que quieren decirlo todo, porque no habrá tiempo después para hacerlo.
En esta tradición se inscribe, pues, David Foster Wallace. En sus obras, como en las de la mayoría de estos nombres, el nihilismo abunda, la nada es absoluta. Su influencia trasciende lo literario y cada vez más son los lectores que hablan de él sin siquiera haberlo conocido.
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Nacido en una familia de profesores universitarios, al mismo tiempo en que John F. Kennedy firmaba el acuerdo de embargo total contra el régimen en Cuba y aceptaba incrementar la presencia de fuerzas militares norteamericanas en Vietnam; entregado por completo al tenis durante su adolescencia, Foster Wallace es, probablemente, el escritor más brillante de su generación. Para algunos críticos, se trata del escritor que cierra el siglo XX. Con su suicidio, le dio fin a todo un episodio de la historia de la literatura, que comenzó con los modernistas y sus inquietudes, y las obsesiones de la llegada del siglo XIX.
En vida, el norteamericano publicó desde novelas y cuentos, hasta deslumbrantes ensayos y crónicas. Logró un registro único con libros como “La escoba del sistema” (1987), “La niña del pelo raro” (1989), “Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer” (1997) y, desde luego, “La broma infinita” (1996), su título más ambicioso, que pone en discusión algo que no es evidente a simple vista, pero que parece ser lo que más le interesa al autor: explicarlo todo, mientras consigue una historia de carácter tragicómico y metatextual en la que toma al lector y le hace fijarse en lo más importante, que lo que realmente interesa en la vida no se encuentra a la vista de todos, sino a pie de página.
En 2023, David Foster Wallace habría cumplido 61 años. Por eso la pregunta, ¿quién realmente lo recuerda? Aquí lo hacemos, en Infobae Leamos, con cinco de sus obras, esperando que pueda ser leído con entusiasmo otra vez y en un año o dos, la pregunta ya tenga una respuesta obvia: todos.
Ilustres raperos: el rap explicado a los blancos (1990)
En 1989, David Foster Wallace se trasladó a Boston para cursar el posgrado en filosofía estética de Harvard. Se mudó al apartamento de su antiguo compañero de piso en la universidad, Mark Costello. Viviendo juntos descubrieron un interés común por la entonces naciente música rap. DFW se aventura a escribir un ensayo en el que intenta desmenuzar el ADN cultural de este género. Costello escribe pequeñas réplicas que luego extiende a ensayos completos, entrelazados con los de Wallace. El resultado es este libro, una especie de tratado que intenta encontrar el sentido del rap a partir de la sociología, la economía, la filosofía, la ley y otras tantas disciplinas en las que los autores son solventes.
Fuente: Editorial Malpaso.
Entrevistas breves con hombres repulsivos (1999)
Relatos que ocupan un solo párrafo, escritos como un esquema o como una entrada de diccionario, transcripciones de entrevistas cuyas preguntas desconocemos, pero imaginamos, notas a pie de página que puntualizan (y a veces, desmienten) lo que dice el texto. Veintitrés relatos que diseccionan personajes estrambóticos y retratan distintas anomalías de la vida.
Al interior de estas páginas, los lectores se encontrarán con “La persona deprimida”, un retrato deslumbrante sobre el estado anímico de una mujer; “Mundo adulto”, que revela los agónicos pensamientos de una mujer acerca de su confusa vida sexual con su marido y “Entrevistas breves con hombres repulsivos”, una serie de relatos hilarantes de hombres que hablan de sus obsesiones sexuales, sus fetiches y fantasías, y cuyo miedo a las mujeres los convierte en grotescos. En definitiva, una colección de relatos anárquica y exuberante.
Fuente: Penguin Random House.
Hablemos de langostas (2005)
¿Tienen miedo las langostas antes de ser devoradas? ¿Tenía Franz Kafka un sentido del humor enfermizo? ¿Quién ganó el Adult Video News Female Performer of the Year Award cuando Gwyneth Paltrow consiguió su Oscar?
David Foster Wallace contesta aquí a estas y otras preguntas más delirantes. Sumergiéndose en el circo de las campañas electorales o arriesgando su vida con descaro en el Festival de la Langosta de Maine para llegar al fondo de la cuestión crustácea, el autor se acerca a temas modernos con un atrevido punto de vista, lo que convierte este libro de ensayos en un referente del género.
Fuente: Penguin Random House.
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El rey pálido (2011)
En esta, su novela póstuma e inacabada, un David F. Wallace que actúa como el personaje faro de la historia, los agentes del Centro Regional de Examen de la Agencia Tributaria de Peoria, Illinois, le parecen de lo más normal. A medida que se adentra en la tediosa y repetitiva rutina de su trabajo, conocerá la magnífica variedad de personalidades que han sentido la llamada de hacienda. Su llegada coincide, además, con el recrudecimiento de fuerzas conspiratorias que pugnan por despojar el trabajo del rastro de humanidad y dignidad que todavía queda.
Fuente: Penguin Random House.
El tenis como experiencia religiosa (2016)
David Foster Wallace fue en su juventud un avezado jugador de tenis y durante un tiempo llegó a plantearse incluso la posibilidad de inscribirse en el circuito profesional de su país. No es extraño, por consiguiente, que dedicara al deporte de la raqueta tantos textos a lo largo de su vida.
Escritos con la pasión desbordada y el entusiasmo contagioso tan propios del autor, en los dos estupendos artículos que se reúnen en este volumen, publicados en 1996 y 2006, nos asomamos a los entresijos del US Open y asistimos a la rivalidad entre Roger Federer y Rafa Nadal, dos tenistas con personalidades y formas de jugar opuestas.
Fuente: Penguin Random House.
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