“Estoy segura de que no conocés gran parte de mi vida. Es posible, en cambio, que hayas leído o visto comentarios falsos sobre mí o que pretenden ocultar mi verdadera historia”, escribe la abogada, activista por los derechos humanos y política argentina Victoria Donda en su nuevo libro, Cuando el amor vence al odio.
Aunque aclara que ya escribió un libro sobre su vida, Donda distingue a este, editado por Sudamericana, por atreverse a narrar su vida “a través de la historia de las relaciones de amor que me sostienen e hicieron y hacen que yo sea quien soy”. Explica la autora: “En este libro hablo por primera vez de mis padres, esos jóvenes idealistas y comprometidos con una pasión que comparto: la política como canal de sueños para construir una sociedad más justa. También cuento acerca de quienes me apropiaron y de aquellos que se apropiaron de la vida y de la muerte...”.
El Premio Nobel de la Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel, conocido por su activismo por los Derechos Humanos, escribe en su ”Carta a la compañera Viki Donda” que sirve como prólogo: “Así como tú eres una sobreviviente, hay compatriotas que sobrevivimos al horror que impuso la dictadura militar; lo hicimos a través de la resistencia social, cultural, política y espiritual, somos parte de ese caminar junto a nuestro pueblo que luchó por la libertad de un país más justo y fraterno, por el derecho a la igualdad de todos y todas”.
En su nuevo libro, que estará disponible a partir del próximo 1° de marzo cuyo comienzo puede leerse a continuación, Donda pone la mirada en el futuro y en la potencia de las nuevas generaciones para enfrentar, sin miedos ni tabúes, al pasado y así participar en “la historia de un futuro que ya se está construyendo”.
Así empieza “Cuando el amor vence al odio”
Si mi nombre era mi nombre… Si tenía otros padres…
Si tenía otra historia…
Si la Historia era mi historia…
Si mi militancia por los derechos humanos tenía un antecedente…
¿Cuántas cosas más?
Ah, sí: si tenía hermanas…
***
Era tanto lo que se definía en un análisis de ADN que no me fue fácil asimilar la idea.
¿Yo, hija de desaparecidos?
¿Justo yo, que ya militaba las causas de derechos humanos?
¿Me había tocado, en serio, a mí?
¿Entonces mis padres…?
***
Desde que un grupo de HIJOS se acercó a contarme lo que sospechaban sobre mi identidad hasta que tomé finalmente la decisión de ir al Hospital Durand a sacarme sangre, pasó de todo.
En ese tiempo viví situaciones muy movilizadoras, hechos que hoy diría que se conectaron mágicamente. Pero no, no fue magia: todo es parte del engranaje de la historia.
De una herida social que comenzaba a sanar, impulsada por organizaciones como Abuelas, Madres e HIJOS.
De una política de memoria, verdad y justicia que, por fin, era política de Estado.
De una sociedad que se mostraba madura y decidida a no dar vuelta la página más oscura de su historia sino a mirarla de frente, por más dolorosa que fuera.
Y ahí, en el medio, estaba yo, con el miedo a tener que atravesar la Historia en mi propia historia, y sola, sanar todo ese dolor…
La soledad siempre y desde muy chica fue y es mi mayor miedo. Y ahí estaba, sola en mi cabeza, en mi alma, pero rodeada de amigas, amigos, compañeras… ahora que lo pienso, nunca estuve sola.
Los primeros indicios de que podía ser hija de desaparecidos coincidieron con una época en la que todo estaba revuelto en la Argentina: fines de 2001, ¿les suena? Junto a mis compañeros de militancia habíamos montado un centro cultural en el Banco Mayo de Avellaneda, que tras la crisis había quebrado y ya no funcionaba más.
Sí: un centro cultural erigido en un banco. Y ahí vivíamos.
Un día se acercaron unas chicas muy simpáticas que dijeron ser estudiantes y que querían hacerme una entrevista. Mentían, pero eso lo supe mucho después. Pertenecían a la agrupación HIJOS y estaban investigando “mi caso”.
***
Por entonces yo militaba en una agrupación de izquierda, no conocía mi verdadera identidad, me llamaba Analía, vivía sola.
Tenía algunos problemas económicos y por eso iba al menos dos veces por semana a comer a lo de mi mamá… de crianza.
Un día volvía del banco y, apenas llegué, mi “papá” me dijo:
—Me tengo que ir. En dos horas, llamá a este teléfono.
Mi mamá se sentía mal y se había acostado.
Cené sola, descontando el tiempo hasta hacer el misterioso llamado.
Finalmente, del otro lado del teléfono una voz me dijo que estaba hablando con un puesto de Prefectura.
También me dijo, sin más, que mi papá se había pegado un tiro.
***
No entendía nada. Llegué corriendo al Hospital Fernández. Me senté en la sala de espera.
En el televisor, la placa roja de Crónica transmitía una noticia de último momento:
EL JUEZ GARZÓN ACABA DE PEDIR LA EXTRADICIÓN DE 46 MILITARES
Y entonces, entre los nombres de los militares, leo el que hasta ese momento era mi apellido: Azic.
En esa sala, en ese instante, empecé a atar algunos cabos…
¿Era hija de un represor?
Con los ojos puestos en la que creía que era mi historia, una historia que se me venía encima, lo primero que decidí es que no podía seguir militando.
Llamé a un compañero y se lo dije.
Juan había sobrevivido al tiro que se pegó y empezaría un largo tiempo de recuperación. No quería seguir militando porque sabía que no iba a dejarlo solo, que no podía.
Quise verlo, necesitaba verlo.
Todavía se encontraba muy delicado y en la puerta había una guardia que impedía la entrada de cualquier familiar. Pero yo siempre fui muy obstinada…
Entré a los manotazos.
Y lo que vi sí que no me lo esperaba.
Estaba Juan (entonces, mi papá) acostado en la cama, sin cara. Se había pegado el tiro en el mentón.
En un instante se me pasó toda la bronca. Solo me dio una enorme tristeza.
En ese momento mi vida dio un vuelco. Se me fue el rencor, y a partir de ahí solo quise intentar entender todo lo que estaba pasando. Lo que me estaba pasando.
Llamé a mi hermana Carla para contarle “lo de papá”.
Hasta ahora solo yo sabía que Juan se había intentado suicidar. Él, por alguna razón, me había dado la responsabilidad de ser la primera en enterarse…
Le conté a Carla y también le di indicaciones:
—Decile a mamá que papá está descompensado. Después le contamos la verdad, juntas.
Siempre he sido la que, en circunstancias duras, se hace cargo de la situación.
***
Durante el tiempo que Juan estuvo internado, me la pasaba todo el día en el hospital y hasta me quedaba a dormir en la sala de espera.
Mi hermana cuidaba a mi mamá, y yo a Juan. A veces nos alternábamos.
Cuando Juan ya llevaba tres días internado, volvió a contactarme de repente la gente de HIJOS.
Esta vez, ya formalmente, me citaron a una cuadra del Hospital Naval, donde habían trasladado a Juan por ser militar.
Fue en un bar donde me lo dijeron, sin vueltas pero con precaución:
—Tenemos la sospecha de que podés ser hija de desaparecidos.
Corría el 28 de julio de 2003.
***
Mi primera reacción fue de pánico a tener que enfrentar el peso de la Historia en mi historia personal.
Fue la primera vez que sentí en mi cuerpo la fuerza que tiene la verdad, pero también el miedo que podemos sentir frente a ella.
Aunque yo militaba hacía años, pateaba barrios, hablaba en asambleas y me sentía formada, ningún libro, ninguna marcha, ni nada te prepara para enfrentar tu propia verdad.
Y, definitivamente, todavía no estaba preparada. Aún me pregunto si alguien puede estarlo…
***
No se puede vivir en la mentira, amar en la mentira.
No se puede soñar en la mentira, ni construir, ni avanzar, ni pelear en la mentira.
La mentira lo contamina todo; se transmite a los hechos, deteriora nuestras relaciones y termina por crear un círculo de silencio y de odio que destruye a las personas. Solo puede producir dolor.
La verdad termina siempre por salir, por más que muchas veces implique cosas que no queremos o no estamos preparados para escuchar.
En mi caso, yo tenía otro nombre y otra historia, pero yo ya era yo. Quizá mi vida ya no sería la misma, pero mi militancia por un país más justo y mis sueños por un mundo mejor no cesarían jamás.
Al contrario.
Todavía no lo sabía, pero yo ya era Victoria Analía Donda Pérez.
Quién es Victoria Donda
♦ Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1977.
♦ Comenzó a militar por los Derechos Humanos en 1998.
♦ Es abogada.
♦ Fue diputada nacional en cuatro ocasiones. Entre 2019 y finales de 2022 se desempeñó como titular del Instituto Contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI).
♦ Escribió los libros Mi nombre es Victoria y Cuando el amor vence al odio.
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