Esta semana llega a las librerías británicas el libro de la periodista Hannah Barnes “Time To Think. The Inside Story of the Collapse of the Tavistock´s Gender Service for Children” (Tiempo para pensar. La historia interna del hundimiento del servicio infantil de género de Tavistock), un trabajo periodístico en el que narra el colapso del Tavistock Center, en el oeste de Londres, una institución que durante 30 años había tratado a menores que cuestionaban su identidad de género.
A mediados de 2022, después de una rigurosa investigación, el Servicio Nacional de Salud (NHS) británico determino que el Centro Tavistock cerrara provisionalmente, tras conocer el informe de la pediatra Hilary Cass, una reputada doctora encargada del caso, quién reveló que “la clínica no era una opción segura o viable a largo plazo”, y confirmó los señalamientos de cientos de denunciantes que habían advertido irregularidades en el programa.
“Esta no es una historia que pretenda negar las identidades trans. Es una historia sobre la seguridad de base de un servicio del NHS, sobre la idoneidad de la atención que proporcionaba y sobre el uso que hizo de tratamientos basados en evidencias muy pobres para atender a algunas de las personas jóvenes más vulnerables de nuestra sociedad. Y cómo mucha gente se sentó, observó y no hizo nada” Hilary Cass.
El Servicio de Desarrollo de Identidad de Género (GIDS) de la Clínica Tavistock y Portman en 2009 atendió a 50 personas por distrofia de género. Pasados 11 años, los pacientes habían aumentado y 4,600 menores formaban parte de la larga lista de espera (2020). Ante la explosión de casos y el patrón repetitivo de países que facilitan la “transición de género”, el NHS decidió abrir una investigación.
Ahora, Hannah Barnes se encarga en su libro “Tiempo para pensar” (Time To Think) de revelar todo lo ocurrido en el centro Tavistock, a través de una serie de testimonios, incluyendo los de antiguos médicos y pacientes, que relataron su experiencia sobre el suministro de medicamentos a menores de edad después de una sola evaluación y de cómo se ignoraron muchos de los problemas mentales que ya arrastraban. El libro denuncia cómo se descartó el procedimiento, físico y psicológico de los menores.
Pese a estar respaldado con los testimonios de médicos y pacientes, Barnes ha resaltado en una entrevista con Hadley Freeman en The Times las dificultades que tuvo que afrontar para poder ver publicado el libro, por tratarse de un asunto polémico para el sistema de salud de Reino Unido. En el libro reconstruye los hechos desde la fundación del GIDS en 1989 por Domenico Di Ceglie, un psiquiatra infantil italiano, con el objetivo de crear un sitio en el que los jóvenes pudieran acceder a su identidad de género.
“En Tavistock se estaban proporcionando bloqueadores de pubertad a menores sin tener en cuenta sus circunstancias psicológicas y con consecuencias y efectos secundarios dañinos e irreversibles para su salud” Hilary Cass.
La visión de Di Ceglie era un tanto avanzada a su época, pero para aquellos años la clínica no ofrecía bloqueadores de pubertad a menores de 16 años, aunque sí remitía a los pacientes a las clínicas endocrinológicas que se los suministraban de forma responsable. Este servició pasó a ser parte de la clínica Tavistock en la década de los 2000, desde Holanda, pero en aras de erradicar el sufrimiento de sus jóvenes pacientes, se comenzó a suministrar bloqueadores de pubertad a menores siguiendo el ejemplo holandés.
En “Time To Think” la periodista detalla cómo para cuando se dio la adhesión de la GIDS al Centro Tavistock, más del 25% de los pacientes había pasado por centros de acogida, el 38% procedía de familias con problemas de salud mental y el 42% había perdido, al menos, a uno de sus progenitores. Los jóvenes contaban con antecedentes de otros problemas, como ansiedad, maltrato físico y un historial de autolesiones.
Barnes relata en su investigación periodística cómo para el 2014, bajo la dirección de la doctora Polly Carmichael, se decidió eliminar de los protocolos del GIDS el límite de edad para acceder a la medicación, permitiendo que niños de tan solo nueve años tuvieran acceso a ella, pese al desconocimiento de lo que los bloqueadores ocasionarían a sus pacientes, y cómo desde entonces los casos se dispararon provocando una sobresaturación y poca atención del personal médico para liberar espacio.
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