El valor de la atención. Por qué nos la robaron y cómo recuperarla, es el título completo del último libro de Johann Hari (44), el destacado divulgador, escritor y periodista británico que vive la mitad del año en Londres y pasa la otra mitad viajando para realizar sus profundas investigaciones. En enero salió a la venta la primera edición en español, publicada por Ediciones Península del Grupo Planeta.
Se trata de un sólido ensayo de 450 páginas que compila entrevistas, relatos y experiencias con más de 200 científicos de todo el mundo -desde Miami hasta Moscú y desde Montreal hasta Melbourne- expertos en atención y concentración para poder desentrañar un motivo: por qué cada vez tenemos más dificultades para concentrarnos y para centrar la atención en lo que hacemos. Dicho de otro modo, por qué nos distraemos tanto y cuáles son las pautas para volver a tener esa concentración que tanto necesitamos.
El valor de la atención es el tercer libro de Hari. El primero fue Tras el grito, adaptado al cine y a la televisión, y el segundo Conexiones perdidas, también con un gran éxito de ventas.
“No somos campesinos medievales en la corte del rey Zuckerberg, pidiendo migajas de atención de su mesa”.
-La lectura de su libro deja una idea demoledora: la crisis de atención que vive la humanidad es una enorme crisis que agrupa varias crisis, desde la laboral, la ambiental, la educativa y nutricional, hasta la de gobierno y representación política. ¿Cómo define la crisis de atención?
-Creo que lo expresó muy bien. Me di cuenta de la verdad de lo que dice a través de un viaje personal. Sentía que mi propia capacidad de concentración y atención estaba empeorando. Cosas tan importantes para mí, como leer libros, eran cada vez más difíciles. Esto nos pasa a muchos. El oficinista medio sólo se concentra en una tarea durante tres minutos. Por cada niño identificado con graves problemas de atención cuando yo tenía 7 años, ahora hay 100 niños en esa situación. Pero tenía miedo de investigar este problema. Pensaba que quizá sólo era débil y me faltaba fuerza de voluntad. Entonces ocurrió algo.
-¿Qué?
-Cuando mi ahijado (lo llamaré Adam para reservar su identidad) tenía quince años abandonó los estudios y se pasaba literalmente casi todas las horas que estaba despierto en casa ausente, pasando de pantalla en pantalla: su teléfono, un rollo infinito de mensajes de Whatsapp y Facebook, y su iPad, en el que veía un borrón de Youtube y porno. Le costaba mantener un tema de conversación durante más de unos minutos sin volver bruscamente a la pantalla o cambiar de tema. No podía soportar que le ocurriera esto, y no podía soportar sentir cómo se rompía mi propia capacidad de prestar atención. Decidí hacer algo drástico. Cuando era pequeño, estaba obsesionado con Elvis. Le dije: vamos a Graceland (la mansión en Memphis, donde Elvis Presley vivió desde que tenía 22 años hasta su muerte en 1977), pero hay una condición: vas a usar tu teléfono sólo una vez, al final del día. Aceptó.
- ¿Adam pudo cumplir el acuerdo?
-En Graceland no hay ningún ser humano cuyo trabajo sea indicar el lugar. Te dan un iPad, te ponés unos auriculares y el iPad te dice lo que hay que hacer: girar a la izquierda, girar a la derecha, avanzar. Así que recorrimos Graceland solos, mirando el iPad. Estábamos rodeados de canadienses y coreanos mirando hacia abajo, sin ver nada a su alrededor. Nadie miraba durante mucho tiempo nada más que sus pantallas. Los observé mientras caminábamos, cada vez más tenso. Cuando llegamos a Jungle Room, el lugar favorito de Elvis en la mansión, observé a un hombre y su mujer que deslizaban sus dedos por la pantalla para ver las macetas de plantas artificiales y les dije: “Pero hay una forma anticuada de deslizar que pueden hacer, se llama girar la cabeza. Estamos en la Habitación de la Selva. No tienen que verlo en la pantalla. Pueden verlo sin intermediarios”.
-¿Qué hicieron?
-Salieron corriendo de la habitación, mirándome con un movimiento de cabeza como diciendo: “quién es este idiota”. Me acerqué a Adam para compartir la ironía con él y liberar mi ira, pero él estaba en un rincón sosteniendo su teléfono debajo de su campera, mirando Snapchat. En cada etapa del viaje había roto su promesa. Le saqué el teléfono. “¡No podemos vivir así! ¡Te estás perdiendo la vida!”, le dije. Adam me arrebató su teléfono y me dijo que estaba actuando como un bicho raro y se fue al hotel. Más tarde me di cuenta que mi ira hacia él era realmente ira hacia mí mismo. Me estaba fracturando como ellos se estaban fracturando. Estaba perdiendo mi capacidad de estar presente también. Y lo odié. Me puse a averiguar por qué sucede esto y qué podemos hacer al respecto.
-¿Qué respuestas obtuvo tras su extensa investigación?
-Descubrí que las razones son más complejas de lo que pensamos. Hay doce fuerzas que la ciencia muestra que están destruyendo nuestra capacidad para concentrarnos y pensar profundamente. Varían muy ampliamente, desde la forma en que trabajan nuestras oficinas, los alimentos que comemos y la forma en que funcionan las escuelas de nuestros hijos.
En El valor de la atención están detallados uno por uno. Esos 12 factores son: el aumento de la velocidad y la alternancia, la mutilación de nuestros estados de flujo(momentos de profunda atención), el aumento del cansancio físico y mental, el desplome de la lectura sostenida, la alteración de las divagaciones mentales, el surgimiento de una tecnología que puede seguirnos y manipularnos, el surgimiento del optimismo cruel, el estrés se dispara, nuestra alimentación, el incremento de la contaminación, más chicos con diagnóstico de TDAH y el confinamiento físico y psicológica de los niños.
-Qué rol tan importante tienen las ciencias sociales para analizar y orientar y ayudar a reflexionar a la humanidad, y también el periodismo de investigación con la consulta a los que conocen y trabajan en cada tema…
-Esta es una cuestión muy interesante. Casi todos pueden sentir que les está pasando algo malo, y pueden ver que es desastroso para sus hijos en particular. Es el trabajo de los científicos sociales y los periodistas (¡y todos los demás!) averiguar por qué sucede esto, para que podamos revertirlo. Le doy un ejemplo de un conjunto de hallazgos del brillante científico social, el profesor Mihaly Cziseentmihaly. Se trata de la ciencia de los estados de flujo. Casi todos los que lean esto habrán experimentado un estado de flujo en algún momento. Es cuando estás haciendo algo significativo y el tiempo pasa y tu ego parece desvanecerse, y te enfocas profundamente y sin esfuerzo. El flujo es la forma más profunda de atención que los seres humanos pueden ofrecer: es un chorro de concentración que se encuentra dentro de todos nosotros, y cuando perforamos de la manera correcta, la atención llega con facilidad y puede fluir durante horas.
Algunos cambios: no sentarse a ver una película con su pareja a menos que ambos apaguen sus móviles; no invitar a amigos a cenar a menos que todos guarden sus teléfonos.
-Usted dice en el libro que se trata de una crisis mucho más profunda que los cambios vertiginosos que supuso Internet y los celulares. ¿Es entonces una crisis de salud mental? Y en este marco ¿Qué lugar ocupan la depresión, la violencia, las adicciones?
-Piense en todo lo que haya logrado y de lo que esté orgullosa, ya sea iniciar un negocio, ser una buena madre o aprender a tocar la guitarra. Sea lo que sea, eso requirió una gran cantidad de enfoque y atención sostenidos. Si su capacidad para concentrarse se descompone, su capacidad para resolver sus problemas se descompone. Su capacidad para lograr sus objetivos se desmorona. Cuando la atención colapsa, uno se siente peor consigo mismo, porque en realidad es menos competente. Así que una crisis de atención produce una crisis de mayor ansiedad y depresión. Pero no tiene por qué ser así. Podemos unirnos y solucionar estos problemas. Estos cambios que arruinan nuestra atención son bastante recientes en la mayoría de los casos. Como me explicó James Williams, ex estratega de Google, el hacha existió durante 1,4 millones de años antes de que alguien pensara en ponerle un mango. En cambio, Internet lleva solo 10.000 días de existencia. Podemos arreglar esto si queremos.
-Su ensayo muestra crudamente y con rigor informativo que los ciudadanos estamos empobrecidos en todos los sentidos y que, por otro lado, una poderosa industria pone a trabajar un ejército de publicidad, tecnología y redes sociales que finalmente logra que el ser humano duerma mal, coma mal, no pueda concentrarse, pierda el control. ¿Soy muy apocalíptica? ¿Cómo podemos arreglar todo esto? ¿Por dónde hay que empezar?
-De hecho. terminé el libro mucho más optimista que al principio. Es cierto que hay fuerzas muy poderosas que están asediando y socavando nuestra atención, pero si nos unimos, somos más poderosos que ellas; podemos derrotarlos. Vi que empezó a suceder, desde Nueva Zelanda hasta Francia. Pero el primer paso que requiere es un cambio en nuestra conciencia. Tenemos que dejar de culparnos a nosotros mismos o de exigir solo pequeños ajustes. No somos campesinos medievales en la corte del rey Zuckerberg, pidiendo migajas de atención de su mesa. Somos los ciudadanos libres de las democracias. Somos dueños de nuestras propias mentes, y juntos podemos recuperarlas de las fuerzas que las están robando.
-¿La sociedad está reaccionando?
-Sí. El contraataque ha comenzado. La gente está empezando a despertar, a ver que algo malo le está pasando a nuestra atención y a la atención de nuestros hijos. Ahora podemos comenzar a defendernos y enfrentarnos a las fuerzas que nos están haciendo esto.
-¿Cómo? ¿A partir de un gran movimiento de rebeldía de la atención, como menciona en el libro, o de acciones individuales?
-Tenemos que hacer ambas cosas al mismo tiempo: defensa y ataque. Cuanto mejor nos defendamos de los doce factores que dañan nuestra atención, mejor podremos atacarlos.
-Usted dice que El valor de la atención no es un libro de autoayuda y enumera los seis grandes cambios personales que implementó. ¿Alcanza con seguir su ejemplo para multiplicar las acciones en la sociedad? ¿O es necesario que el tema se instale en la agenda pública?
-Creo que tenemos que hacer todas estas cosas. Porque el placer de concentrarse realmente es mucho mayor que el placer de recibir la siguiente notificación de mierda en tu teléfono. Estoy apasionadamente a favor de estos cambios porque realmente ayudarán. Pero quiero ser realmente honesto con la gente: solo nos llevarán hasta cierto punto. También tenemos que ir a la ofensiva contra las fuerzas que nos están haciendo esto. Esto no nos está pasando porque todos fallamos individualmente. Está sucediendo por ser cambios que ninguno de nosotros eligió.
Algunos de los cambios personales que Hari ha adoptado son: el uso de una caja fuerte de plástico cronometrada, llamada K-Safe, que bloquea el celular por entre cinco minutos y un día entero; no sentarse a ver una película con su pareja a menos que ambos apaguen sus celulares; no invitar a amigos a cenar a menos que todos guarden sus teléfonos.
-¿Recuperaremos algo de la atención robada? ¿Cuándo será eso? ¿Lo veremos? ¿Lo verán mis hijos y tu ahijado? ¿O sus hijos?
-La forma en que lo veo es que estamos en una carrera. Por un lado, están las doce causas que socavan nuestra atención y enfoque, desde Big Tech hasta la industria alimentaria. Si no actuamos, se volverán más poderosos. Paul Garaham, uno de los mayores inversores en Silicon Valley, dice que el mundo será más adictivo en los próximos cuarenta años que en los últimos 40. Piense en cuánto más adictivo es TikTok para sus hijos que Facebook. Al otro lado de esa carrera, tiene que haber un movimiento de todos nosotros, diciendo: “No, no puedes hacerle eso a mi cerebro. No, no puedes hacerle eso a mis hijos. No, elegimos una vida mejor, una con mucha tecnología, sin duda; pero una donde podamos pensar profundamente, donde podamos leer libros, donde nuestros hijos puedan jugar afuera”. Si queremos esa vida, podemos conseguirla. En el libro muestro cómo. Pero no se obtiene aquello por lo que no se lucha. Necesitamos decidir si realmente valoramos la atención, para nosotros y para nuestros hijos. Y si lo hacemos, debemos luchar por eso.
Quién es Johann Hari
♦ Nació en 1979 en Glasgow, Escocia.
♦ Cuando tenía un año, su familia se mudó a Londres, donde creció. Estudió Ciencias Sociales y Políticas en King’s College, Cambridge.
♦ Es un divulgador cuyas obras se publicaron en 40 idiomas.
♦ Vive la mitad del año en Londres y pasa la otra mitad del año viajando para investigar sus libros.
♦ Su primer libro, Tras el grito, fue adaptado al cine –recibió una nominación a los Oscars– y a la televisión, en una serie de ocho capítulos presentados por Samuel L Jackson.
♦ Su segundo libro, Conexiones perdidas, fue también un gran éxito de ventas.
♦ Escribió en The New York Times, Le Monde y The Guardian, entre otros periódicos.
♦ Sus Charlas TED sobre adicción y depresión tienen más de 90 millones de visualizaciones, y su trabajo fue elogiado por una amplia gama de personas, desde Oprah hasta Noam Chomsky, desde Elton John hasta Naomi Klein.
♦ Su último libro, El valor de la atención. Por qué nos la robaron y cómo recuperarla se publicó en enero de 2022. Amazon.com lo nombró como uno de los tres mejores libros del año. En enero de 2023, Ediciones Península del Grupo Planeta lanzó la primera edición en español.
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“El valor de la atención” (fragmento)
El surgimiento del optimismo cruel
“Estaba con mi hija ese día -me contó Nir Eyal, diseñador de tecnología israelí-estadounidense, que recordaba el día en que cayó en la cuenta de que algo se había salido mucho de su cauce-. Habíamos planificado una preciosa tarde” (estaban leyendo un libro juntos), y ella llegó a una página en la que se preguntaba: “Si pudieras tener un superpoder, ¿cuál escogerías?”. Mientras ella lo pensaba, Nir recibió un mensaje de texto y “empecé a mirar el teléfono, y dejé de estar totalmente presente con ella”. Al levantar la vista, vio que la niña ya no estaba.
La infancia está hecha de pequeños momentos de conexión entre el niño o la niña y sus padres. Si nos los saltamos, ya no hay marcha atrás. Nir, sobresaltado, se dio cuenta. “Mi hija recibió un mensaje que le decía que cualquier cosa que viniera de mi teléfono era más importante que ella”.
Y no era la primera vez. “Me di cuenta... Vaya... debo replantearme mi relación con las distracciones”. Pero el caso es que la relación de Nir con la tecnología, que era la causante de aquellas, era diferente de la nuestra, y de una manera muy fundamental. Como Tristan, había estudiado con B. J. Fogg en su Laboratorio de Tecnologías Persuasivas de Stanford, y posteriormente pasó a trabajar con algunas de las compañías más influyentes de Silicon Valley, ayudando a idear maneras de “enganchar” a los usuarios. Ahora veía que aquello afectaba incluso a su propia hija, que le gritaba “¡Es la hora del iPad! ¡Es la hora del iPad!” y exigía conectarse a internet. Así pues, Nir se daba cuenta de que debía hallar una estrategia para superar aquello, por ella, por él mismo y por todos nosotros.
Todos deberíamos adoptar una “regla de los diez minutos”: si sientes las ganas de revisar el teléfono, espera diez minutos.
Nir propone una manera específica de abordar esta crisis que me interesa exponer con algo de detalle. Se trata de un enfoque muy distinto del que han desarrollado Tristan y Aza. El suyo resulta importante porque está bastante claro que va a ser el que la industria tecnológica nos ofrezca para los problemas de atención que, en parte, ella misma está causando.
En un rincón indeterminado de su mente, Nir ya contaba con una plantilla de lo que creía que tenía que hacer. Había sufrido un sobrepeso muy considerable, algo que me sorprendió cuando me lo contó, porque en la actualidad es delgado, casi fibrado. De niño lo enviaron a un “campamento para gordos”, y probó con toda clase de dietas y desintoxicaciones, privándose del azúcar y la comida rápida. Pero no le funcionaba nada. Finalmente, se dio cuenta: “Por más que me hubiera encantado echarle la culpa a McDonald’s de mi problema, el problema no era ese. Me comía mis sentimientos. Usaba la comida como mecanismo para enfrentarme a las cosas”. Me contó que una vez que lo tuvo claro, pudo “abordar el problema de verdad”. Entró en contacto con sus ansiedades e infelicidades, se puso a practicar lucha, y lentamente empezó a cambiar su cuerpo. “Evidentemente, la comida jugaba un papel -me dijo- causa raíz de mi problema. Me contó que había aprendido, pero no era la una lección clave: “Había algo en mi vida que yo sentía que me controlaba, y conseguí controlarlo yo”.
Nir se ha convencido de que, si hemos de superar ese proceso porque nos enganchamos a nuestras aplicaciones y dispositivos, debemos desarrollar habilidades individuales para resistir esa parte de nuestro interior que su- cumbe a dichas distracciones. Defiende que, para hacerlo, debemos sobre todo mirar hacia dentro, las razones por las que, de entrada, queremos usarlos compulsivamente. Me explicó que personas como Tristan y Aza “me cuentan lo malas que son esas empresas. Y yo les digo: ‘Y bien, ¿qué habéis intentado? ¿No? ¿Qué habéis hecho?’. Y muchas veces no han hecho nada”. Él cree que los cambios individuales deberían ser “la primera línea de defensa” y que “hay que empezar con algo de introspección, intentando entendernos un poco a nosotros mismos”. Sí, afirma, el entorno ha cambiado, “Tú [el usuario medio de tecnología] no has fabricado el iPhone. No es culpa tuya. Lo que yo digo es que es tu responsabilidad. El problema no va a desaparecer sin más. De una manera u otra, ha venido para quedarse. ¿Qué opción tenemos? Debemos adaptarnos. Es nuestra única opción”.
Así pues, ¿cómo podemos adaptarnos? ¿Qué podemos hacer? Empezó a leer la literatura existente en el campo de las ciencias sociales en busca de evidencias de los cambios individuales que pueden aplicarse. Y expuso lo que para él son las mejores respuestas en su libro Indistractible [Indistraíble]. En concreto, existe una herramienta que, en su opinión, puede sacarnos del problema. Todos nosotros contamos con “desencadenantes internos”, momentos en nuestra vida que nos empujan a ceder a los malos hábitos. Nir se dio cuenta de que, para él, estos se dan “cuando escribo... nunca me ha resultado fácil. Siempre es difícil”. Cuando se sentaba a su ordenador portátil e intentaba escribir, muchas veces se aburría o se estresaba. “Cuando escribo, se me aparecen todas esas cosas malas”. Y cuando le ocurría, se le desencadenaba algo en su interior. Para alejarse de esos sentimientos incómodos, se decía a sí mismo que debía cambiar de actividad, solo un momento. “Lo más fácil era: ‘Voy a revisar el correo electrónico un momentito nada más’. O ‘Voy a abrir el teléfono rapidito’.
Me contó que “se me ocurrían todas las excusas imaginables”. Leía las noticias compulsivamente, diciéndose a sí mismo que eso es lo que hacen los buenos ciudadanos. Buscaba en Google algún hecho supuestamente importante para lo que estuviera escribiendo, y dos horas después se descubría a sí mismo en el fondo de un pozo, repasando algo totalmente irrelevante. “Un desencadenante interno es un estado emocional incómodo -me explicó-. Todo tiene que ver con la evitación. Tiene que ver con: ‘¿Cómo salgo de este estado incómodo?’ “. El cree que todos debemos examinar cuáles son nuestros desencadenantes sin juzgarnos a nosotros mismos, pensar en ellos y encontrar la manera de alterarlos. Así notaba que pues, le llegaba esa sensación imperiosa de aburrimiento o estrés, identificaba lo que le ocurría, cogía unos pósits y anotaba en ellos lo que quería saber. Después, cuando ya había escrito bastante, se permitía a sí mismo entrar en Google. Pero no antes.
A él le funcionaba. Ello enseñó a Nir que “no estamos obligados a mantener nuestros hábitos. Estos pueden interrumpirse. Se interrumpen constantemente. Podemos cambiar los hábitos. La manera de hacerlo es entender cuál es el desencadenante interno y asegurarnos de que exista cierta separación entre el impulso de entregarnos a una conducta misma”. Desarrolló una serie de técnicas como esa. Cree que todos deberíamos adoptar una “regla de los diez minutos”: si sientes las ganas de revisar el teléfono, espera diez minutos. Dice que deberíamos practicar el “control horario”, lo que significa que deberíamos anotar un plan detallado de lo que vamos a hacer cada día, y seguirlo a rajatabla. Recomienda modificar las notificaciones del teléfono para que las aplicaciones no nos interrumpan y acaben con nuestra concentración a lo largo del día. Dice que debemos borrar todas las aplicaciones que podamos del teléfono, y que, si mantenemos algunas, que programemos por adelantado el tiempo que estamos dispuestos a pasar con ellas. Recomienda que nos demos de baja de las suscripciones a listas de correo electrónico y que, si podemos, establezcamos “horarios de oficina en el correo, ciertos momentos a lo largo del día en que lo revisamos, y que lo ignoremos el resto del tiempo.
Según me explicó, al proponer esas herramientas, “yo pretendía empoderar a la gente para que se diera cuenta de que: ‘mira, no es tan difícil. No es tan duro. Si sabes qué hacer, enfrentarte a las distracciones es bastante sencillo’ “. Parecía sorprenderle que no lo hiciera más gente: “Dos terceras partes de las personas con teléfonos inteligentes nunca cambian la configuración de sus notificaciones. ¿Cómo? ¿En serio? No es nada difícil. Es algo que tenemos que hacer”. En lugar de despotricar contra las compañías tecnológicas, afirma, debemos preguntarnos qué hemos hecho en tanto que individuos. A mí me preguntó: “¿Por qué el inicio del debate no es: ‘De acuerdo, ¿hemos agotado todo lo que podemos hacer ahora?’. ¿Podemos empezar por eso?... ¡Cambia la configuración de tus notificaciones! Vamos, es una cosa muy básica, ¿no? ¡No pongas que cada cinco minutos te salten las notificaciones del puto Facebook! ¿Y lo de planificar el día qué te parece? ¿Cuántos de nosotros nos planificamos los días? Dejamos que el tiempo nos lo arrebaten las noticias, o lo que sale en Twitter, o lo que ocurre en el mundo exterior, en lugar de decir: ¿qué es lo que quiero hacer con mi tiempo?
Yo me sentía en conflicto mientras Nir me explicaba todo aquello. Me daba cuenta de que estaba exponiendo exacta- mente la lógica que me había llevado a Provincetown. En mi fuero interno, algo pensaba de ese modo. Como él, yo también creía: ese es un problema que está en ti, y debes cambiarlo tú mismo. Había sin duda algo de verdad en ello. A mí me parece que todas las intervenciones concretas que Nir recomienda son útiles. Yo las he probado todas después de consultar su obra, y varias de ellas han supuestos cambios pequeños pero reales en mi caso.
Pero había algo en lo decía que me hacía sentir incómodo, y tardé un poco en ser capaz de expresarlo. El enfoque de Nir está en consonancia absoluta con el modo en que las compañías tecnológicas quieren que pensemos en nuestros problemas de atención. Ya no pueden seguir negando la crisis, de modo que lo que hacen es lo siguiente: nos instan sutilmente a verlo como un problema individual que debe resolverse con un mayor autocontrol del usuario, no suyo. Por ello han empezado a ofrecer herramientas que, según ellos, nos ayudarían a fortalecer nuestra fuerza de voluntad.
Todos los iPhone nuevos cuentan con una opción por la que se nos informa cuánto tiempo diario pasamos frente a la pantalla, y cuánto tiempo semanal, y disponen también de una función No Molestar con la que bloqueas la entrada de mensajes. Facebook e Instagram han introducido sus propios y modestos equivalentes. Mark Zuckerberg incluso ha empezado a usar el eslogan de Tristan, prometiendo que el tiempo pasado en Facebook será un “tiempo bien invertido”, salvo que, para él, todo se reducía a herramientas “tipo Nir” en las que somos nosotros los que reflexionamos sobre qué ha fallado con nuestros propios motivos.
Escribo este capítulo sobre Nir no porque sea una persona poco habitual, sino porque es una de las personas que con más sinceridad expone la visión dominante en Silicon Valley en relación con lo que debemos hacer en estos momentos. Nir seguía insistiendo en que las empresas tecnológicas han hecho mucho por que podamos desconectar. Para argumentarlo, puso un ejemplo de la junta directiva de una compañía a la que había asistido en la que el jefe apagó el móvil durante la reunión para que todos los demás se sintieran con la libertad de hacerlo. “No sé por qué ha de ser responsabilidad de la empresa. De hecho, en todo caso, la tecnológica nos facilita esa función tan genial que [dice] ‘no molestar’. La tecnológica nos ha dado un botoncito. Nos basta con pulsarlo. ¿Qué más responsabilidad queremos que asuma Apple? Por el amor de Dios, activa el puto botón de ‘no molestar’, durante una hora vas a mantener una reunión con tus colegas. ¿Tan difícil es?”
Mi incomodidad ante ese planteamiento se me manifestó con claridad cuando empecé a leer el libro que Nir había escrito unos años antes de que publicara su obra sobre las maneras de vencer la distracción. Estaba destinado a un público de diseñadores e ingenieros de tecnología y se titulaba Hooked: How to Build Habit-Forming Products [Enganchados: cómo crear productos generadores de hábitos]. Lo describía como un “libro de cocina” que contenía “recetas para el comportamiento humano”. Leer Hooked siendo un usuario corriente de internet es una experiencia rara, como ese momento en una vieja película de Batman en que pillan al malo y este confiesa todo lo que ha hecho hasta entonces, paso por paso. Nir escribe: “Admitámoslo: nos dedicamos al negocio de la persuasión. Los innovadores crean productos pensados para convencer a la gente de que haga lo que queremos que haga. A esa gente los llamamos usuarios y, aunque no lo digamos en voz alta, deseamos secretamente que todos se enganchen endiabladamente a las cosas que fabricamos”.
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