Dos jóvenes vascos que quisieron seguir siendo ETA después de ETA: el autor de “Patria” vuelve a meter el dedo en la llaga

Después de su gran éxito, Fernando Aramburu plantea el caso de dos militantes que van a Francia a entrenarse y allí se enteran de que la organización anunció el fin de la lucha armada. Pero no se conforman. Una novela que encara con humor un drama que todavía duele.

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Una conferencia de prensa de ETA y el libro de Fernando Aramburu.
Una conferencia de prensa de ETA y el libro de Fernando Aramburu.

El autor Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) ha dicho, en más de una ocasión, que fueron dos las historias que se le ocurrieron cuando la banda terrorista ETA anunció el cese de la lucha armada, en octubre de 2011: una fue Patria (Tusquets, 2016), donde nos hablaba del terror y el resentimiento que el terrorismo dejó en el pueblo vasco, y la otra es su última novela, Hijos de la fábula (Tusquets, 2023), en la que, desde el humor más grotesco, se pregunta si todos los militantes estaban de acuerdo con ese cese.

Esta es la historia de Joseba y Ariel, dos jóvenes vascos, veinteañeros e idealistas que se han ido al sur de Francia para entrenarse y pasar a formar parte de la banda armada. Allí viven en la granja de pollos de una pareja francesa con la que apenas se entienden, esperando a ser llamados por la organización. Es entonces cuando se enteran de que ETA ha anunciado el fin de la lucha armada y de que ellos han quedado abandonados a su suerte.

Los jóvenes no entienden nada y, en su alucinada peripecia creen ser los únicos que aún luchan por lo que ellos consideran justicia. Deciden, entonces, formar una banda nueva llamada CDG --”la victoria es nuestra”, por sus siglas en vasco-- y seguir luchando por su cuenta: solos, sin dinero, sin armas. “Lo que se percibe en Hijos de la fábula -señaló el autor en la presentación de la obra- “es la experiencia de dos jóvenes que desearon continuar con el proyecto de ETA y se quedaron colgados”.

El siguiente paso de Joseba y Asier será llegar a Toulouse, donde creen que uno de sus contactos, Txalupa, los está esperando para ayudarlos. De nuevo, nada más lejos de la realidad. El hombre, en su día verdadero militante de la banda armada, vive exiliado en la ciudad francesa, trabaja como cocinero de un hotel y no quiere sabe nada de ideales ni de luchas. Este personaje se muestra como una alegoría de la voz de la experiencia -él ha estado en la cárcel, ha visto morir a sus amigos- que contrasta con los ideales de una juventud que Aramburu presenta como radicalizada.

El giro en la historia llegará cuando, por mediación de Txalupa, conozcan a María Cristina, hija de militar, comunista declarada y defensora de la lucha vasca, que les ofrece ir a Zaragoza donde, supuestamente, hay un lugar con un alijo de armas. De nuevo los jóvenes se lanzarán a la aventura y de nuevo estará todo en sus cabezas.

La comicidad, casi caricatura, está presente en todo momento: los jóvenes militantes carecen de granadas, así que practican tirando piedras al río; tampoco tienen armas, así que para las prácticas de tiro utilizan ramas de los árboles. Hasta de sí mismo se ríe Aramburu cuando Joseba dice temer que su historia termine siendo contada “por escritores superventas que le hagan pasar a la historia como un idiota”.

Con un lenguaje rápido y directo y haciendo uso de frases cortas, el autor compone una fábula satírica, de tintes románticos, en la que todo sucede a gran velocidad. Al igual que hicieran Don Quijote y Sancho –asumiendo incluso sus papeles de ideólogo y seguidor- emprenderán un épico viaje en el que la nota central será el contraste entre los altos ideales de los jóvenes protagonistas y la ridiculez de sus aventuras.

El autor ha definido la obra como “al borde del esperpento”, y es consciente de que a muchos de sus compatriotas vascos no les hace ninguna gracia, pero no parece importarle: “Si sintiera miedo al escribir me dedicaría a la jardinería o al ajedrez”, dijo en una entrevista concedida a la agencia española de noticias EFE.

“Hijos de la fábula” (fragmento)

—olemos a mierda de gallina.

—Sobre todo tú.

Asier y Joseba compartían habitación en una granja avícola a las afueras de Albi. Hacía seis meses de su ingreso en ETA. Ingreso o medio ingreso. No estaban

seguros. Habían pasado a Francia en primavera. Les dieron alojamiento provisional en una casa de campo entre Larressore e Itxassou. De allí, escondidos en el

interior de una furgoneta, los trasladaron a finales de agosto a la granja de Albi.

Un día de tantos: que no podían quedarse en Iparralde. ¿Pues? La organización estaba cada vez más acorralada. Muchos habían ido a refugiarse al Reino Unido. Otros, a Italia, a Bélgica, a Alemania.

—¿ETA también practica la dispersión?

—Baja la voz. Te van a oír. Ante todo, disciplina.

Se hablaba de cámaras y micrófonos camuflados. De topos. De traidores y soplones. Ellos dos, ni idea. Acababan de llegar. Eran por entonces dos novatos

desconocidos por la policía. El uno, de veintiún años; el otro, de veinte. Venían de pueblos vecinos de la provincia de Guipúzcoa. No hablaban francés. No tenían experiencia en el manejo de armas, pero sí mucha ilusión.

—Somos de ETA, ¿sí o no?

—Estamos en camino.

—Tantos meses y aún no hemos aprendido a usar un arma.

—Se nos va a dormir la mano.

La granja avícola estaba a orillas del río Tarn. La formaban la casa de los dueños, de dos plantas y desván; una segunda casa enfrente, con el almacén y el garaje del tractor en la parte de abajo, y un primer piso repartido entre el granero y la habitación asignada a los dos jóvenes inquilinos; y, por último, la nave de las gallinas. En medio, un patio de tierra en cuyo centro daba sombra un nogal.

El granjero se llamaba Fabien. Era un hombre corpulento, con un párpado flojo. La mujer, Guillemette, chapurreaba el castellano. Por solidaridad con la causa nacional vasca no les cobrarían el alquiler. Tan sólo, de vez en cuando, una pequeña cantidad para cubrir algún gasto imprevisto. La habitación era todo lo contrario de lujosa. Una especie de camaranchón con dos camas, una nevera de no más de un metro de altura, un arcón para la ropa y una placa eléctrica de dos fuegos.

¿Calefacción? Las mantas y vas que chutas. El sitio, habilitado para refugio, estaba justo encima del almacén.

Con anterioridad había servido de alojamiento a otros candidatos a militantes. A Asier y Joseba, a cambio de no pagar, se les pedía ayuda en las tareas de la granja, principalmente en las de limpieza. A Asier se le daba bien cortar leña. Joseba tenía cierta maña con las herramientas. Trabajaban un rato por las mañanas. ¿Se puede llamar a eso trabajar? Bueno, hacían como si. Y por las tardes se iban andando a Albi o al campo. O daban un paseo por el río con la barca de los granjeros sin pedirla prestada. Guillemette los vio una vez. No dijo nada. Una manera de concederles permiso. La barca estaba atada a un poste, por detrás del almacén, con los remos dentro.

—Me aburro.

—Pues mira que yo.

—Ni cursillo de adiestramiento ni hostias.

—Como no hagamos prácticas con tiragomas...

—La organización igual no nos necesita.

—A estas horas ya tendríamos que ir por la tercera o cuarta ekintza.

—Me aburro.

—Yo aún me aburro más

Por regla general volvían cenados de Albi. Pero nada de restaurantes. Qué más quisieran. Bocadillos, cacahuetes, patatas fritas de bolsa, fruta del supermercado. El enlace les pasaba una modesta asignación y, a veces, instrucciones. Que no llamaran demasiado la atención. Que aprendieran la lengua del país. Que buscasen un trabajo remunerado. Dispensados de la cuota de alquiler, se arreglaban mal que bien con el dinero.

Una vez más regresaron cenados a la granja. Guillemette, qué raro, los estaba esperando en el camino. ¿Por qué hablaba tan bajo esa mujer? Allí nadie podía oírla. ¿A qué tanto misterio?

—No más de l’ETA.

Y por señas les indicó que la siguieran al interior de la casa. Era un jueves de octubre de 2011. Ya había anochecido. Guillemette tenía las tetas grandes. Asier desconfiaba. Susurrante, a su compañero:

—Esta quiere fiesta en la cama.

Dolor y más dolor. Un momento clave en "Patria", la serie filmada sobre la novela de Fernando Aramburu.
Dolor y más dolor. Un momento clave en "Patria", la serie filmada sobre la novela de Fernando Aramburu.

Quién es Fernando Aramburu

Quién es Fernando Aramburu

♦ Nació en San Sebastián en 1959.

♦ Estudió Filología Hispánica.

♦ Desde 1985 vive en Alemania, donde trabajó como profesor de español.

♦ En 2009 dejó la docencia para dedicarse a la escritura.

♦ Como novelista, arrancó con Fuegos con limón, en 1996. Su novela El trompetista del Utopía (2003) llegó al cine como Bajo las estrellas.

♦ En 2006 publicó los cuentos de Los peces de la amargura, donde habló de las víctimas de ETA. Por este libro ganó el Premio Dulce Chacón de Narrativa Breve y el Premio Real Academia Española.

♦ En 2011 recibió el Premio Tusquets de Novela por Años lentos.

♦ En 2016 salió Patria, por el que ganó el Premio de la Crítica y el Francisco Umbral al Libro del Año en el 2016. En 2020 esta novela se convirtió en una serie que emitió HBO.

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