El decano de la facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina (UCA), el sacerdote Carlos María Galli, reflexionó que la lectura e investigación sobre los archivos de la Iglesia en relación a la violencia política de los ‘70 y la dictadura constituyeron un “cierto descenso a los infiernos”, y agregó que el objetivo fue “aproximarse lo más posible a la verdad histórica de los hechos”.
En diálogo con la agencia Télam en la sede de la facultad que funciona en el edificio del seminario metropolitano del barrio porteño de Villa Devoto, Galli dio detalles del libro La verdad los hará libres. La Iglesia católica en la espiral de violencia en la Argentina 1966-1983, cuyo primer tomo -de un total de tres- acaba de ser editado por Planeta.
Se trató de una investigación hecha a pedido de la Conferencia Episcopal Argentina a partir de sus archivos declasificados y los de la Santa Sede.
-¿Qué les pidió concretamente la Conferencia Episcopal Argentina al encargarles este trabajo? ¿Cuál es el objetivo primordial de la obra y cómo fue el proceso de escribirla?
-El objetivo es aproximarnos lo más posible a la verdad histórica, abiertos a la luz de la fe, y sin relatos ideológicos ni apologías corporativas. En 2012, el Episcopado tomó la decisión de sistematizar sus archivos para ponerlos a disposición de víctimas y familiares. En 2013, cuando inicia su pontificado, el papa Francisco da instrucciones para también abrir los archivos de la nunciatura en Argentina y de la secretaría de Estado del Vaticano. Esa tarea llevó de 2013 a mediados de 2016. Cuando asume Oscar Ojea al frente del Episcopado, a fines de 2017, me pide poder hacer una investigación histórica seria que colabore a una memoria desinteresada y constructiva. Para ello formamos una comisión y se decidió que la investigación comenzara en el año ‘66 porque no se entiende lo del ‘76 sin la historia precedente inmediata. Se convoca a un grupo de investigadores e historiadores de la facultad y otros centros. Se decidió estudiar no solo a la jerarquía, sino a los distintos miembros de la Iglesia: laicos, consagrados, sacerdotes y obispos. En total trabajamos unas 40 personas en los 5 años que duró el proceso de escritura.
-En lo personal, ¿qué significó para usted formar parte del equipo que realizó esta obra inédita, largamente esperada por distintos sectores de la sociedad?
-En principio quiero aclarar que no contamos con más información de la que existe sobre el destino de los desaparecidos, sino sobre los pedidos de ayuda que recibió la Iglesia por parte de familiares de desaparecidos o secuestrados, como también de las gestiones que hizo para encontrar información. Son historias dolorosísimas, leer los archivos fue como un cierto descenso a los infiernos -como decía Ernesto Sábato-: se ve la maldad humana, se comparte el dolor de la víctima. Se observa un espiral demoníaco de violencia, los límites de la maldad humana que culminó en el terror de Estado, con todo lo cruel que implicó usar el Estado para desaparecer personas. Pero no hablamos en el libro de la suerte o el destino final de los desaparecidos. No es que la Iglesia supiera más y tuviera escondida esa información. No hay que pretender eso de los archivos. Lo que buscamos investigar es cómo actuó la Iglesia frente a los pedidos que le llegaban en base a lo que estaba sucediendo.
“No contamos con más información de la que existe sobre el destino de los desaparecidos, sino sobre los pedidos de ayuda que recibió la Iglesia”
-¿Cuál fue el papel del papa Francisco en esta investigación?
-Jorge Bergoglio, primero como integrante de la Conferencia Episcopal Argentina, promovió sistematizar y poner a disposición los archivos antes de ser papa, y como papa dio instrucciones para que se hiciera en la secretaría de Estado de la Santa Sede. Y además autorizó que pudiéramos usar lo que encontramos para esta investigación. Los archivos vaticanos se liberan recién cuando se cumplen 70 años. La apertura para nuestro estudio es excepcional, una novedad en la historiografía. No conocemos trabajos promovidos por la misma Iglesia en otros países donde hubo conflictos y violencia. Nuestro objetivo fue aproximarnos lo más posible a la verdad histórica de lo sucedido, no hay otro fin.
-¿Qué repercusiones espera que tenga la obra hacia el interior de una Iglesia que durante mucho tiempo no quiso revelar esta información, por un lado, y de parte de los organismos de derechos humanos o familiares de víctimas, que también durante muchos años reclamaron que esta información sea pública?
-Esperemos que se dé credibilidad al trabajo histórico documentado y reflexionado. Se verá si hay un debate honesto por conocer la verdad o una postura ideológica previa que quiere que la verdad sea como uno la piensa y, en ese caso, algunos dirán que el trabajo es pobre, insuficiente, o que busca lavar la cara de la Iglesia. Pero confiamos en que habrá debates a partir de la lectura completa de la investigación.
-A casi 40 años del retorno de la democracia, ¿cuál es el aporte que considera que esta obra puede hacer a la sociedad argentina?
-Hay algunas coincidencias favorables, providenciales, en la aparición de este obra en un año polarizado por el empobrecimiento general de argentinos, y por el debate político en orden a las elecciones que habrá este año. Pero también es el año en que se cumplen 40 años de democracia y 40 años de que, por primera vez, el Episcopado hiciera una autocrítica de su accionar, en el ‘83, antes de las elecciones. Para tratar de encontrarnos en cualquier comunidad hacen falta verdad, justicia, libertad, amor, amistad social. Cuando se habló desde la Iglesia de reconciliación sonó como una falsa conciliación que no buscaba verdad y justicia. Con este libro decidimos acercarnos a la verdad que nos puede ayudar a avanzar, a conocer un poco más la verdad, y que se haga un poco más de justicia. Eso ayudará a que haya una pacificación y un reencuentro de la sociedad argentina.
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