Un veterano periodista, que ha salido a protestar por el cierre de una vieja sala de cine en Madrid, se encuentra de pronto ante el problema de no recordar dónde queda su casa. Comienza a caminar, con la esperanza de encontrar el camino de regreso, y paralelamente emprende un recorrido por lo que ha sido su vida, su profesión y ese exquisito mundo intelectual en el que vivió inmerso gran parte de su existencia y que ahora parece desaparecer tan inexorablemente como su memoria, o como esas salas de cine que el quisiera defender en un inútil ejercicio de nostalgia.
Ese es el origen de “Los vientos”, el más reciente relato realizado por el peruano Mario Vargas Llosa, sobre el cual tres reconocidos autores colombianos compartieron sus impresiones para Infobae.
Andrés Mauricio Muñoz. Su libro de cuentos “Desasosiegos menores” fue considerado uno de los cinco mejores libros de ficción publicados en 2011 en Colombia. Ha publicado, además, la antología de cuentos “Hay días en que estamos idos” (2017) y las novelas “El último donjuán” (2016) y “Las Margaritas” (2019)
A través de la lucidez de un hombre mayor que no logra llegar a su casa, porque no recuerda el camino, extraviado entre los pliegues de su memoria, Vargas Llosa advierte sobre la degradación del arte, la cultura, que marchan hacia los nuevos tiempos siendo lacerados por una realidad digital, virtual, que terminará por imponer sus premisas. “Los vientos” puede leerse como un rehusarse a la decantación de la nostalgia a la que el personaje se aferra como su último reducto. Más allá de las alusiones a Carmencita, aquella mujer que dejó a cambio de otra que no valía la pena, y que la prensa rosa se esmera en asociar con su expareja, estamos, ante todo, frente a una declaración de los principios ante los que jamás debemos claudicar. Este cuento es el registro literario de una anatomía social, pero también de una disección magistral.
Ramona de Jesús. Poeta y pugilista colombiana radicada en Alemania. Su primer libro de poemas, “Dos metros cuadrados de piel”, fue ganador del Premio Nacional de Poesía Obra Inédita 2020. Ha recibido la beca de creación literaria del gobierno de Berlín y la residencia de escritura de la Fundación Jan Michalski en Suiza.
Hay una anécdota barroca que se le adjudica a Henri de Saint-Simon: en un invierno se confeccionaron una serie de máscaras que debían imitar a la perfección los rostros de los cortesanos. Llegado el carnaval se pusieron sus máscaras usando encima de ellas otras más ordinarias. Cuando terminó la celebración se le solicitó al grupo quitarse la careta y los invitados creyeron, engañados, que se encontraban frente a frente con el verdadero rostro de los cortesanos, cuando realmente lo que veían era solo las máscaras de cera detrás de las cuales se encontraba alguien que nunca se mostró. A la gente le causó mucha gracia esta broma.
Ese engaño, ese artificio es la literatura. Un texto debe generar esa impresión de desnudez, debe hacerle creer a la lectora que se ha removido la máscara y que lo que está frente a sus ojos es un rostro real, en toda su grandeza o su podredumbre, pero un rostro humano. La literatura requiere que ese ardid sea llevado a cabo. Y si bien el valor y el éxito de un texto dependen de la calidad de aquella máscara de cera que se encuentra debajo de la máscara ordinaria, debe celebrarse cada vez que un escritor, al menos, intenta realizar el truco de magia.
Hay, por supuesto, otra clase de textos, otros bailes de máscaras, en los que los cortesanos prefieren no quitarse durante toda la noche sus caretas de perro, de hombre viejo o de escritor, y la lectora, la invitada, regresa a casa intacta, sin la impresión de haber visto un rostro.
Santiago Wills. Escritor y periodista. Premio Nacional Simón Bolívar (2016 y 2021). Su primera novela, “Jaguar”, fue semifinalista del Premio Herralde en 2020.
Es propio de personas que no escriben ficción sorprenderse con coincidencias o alusiones autobiográficas en cuentos y novelas –el célebre “Madame Bovary c’est moi”, de Flaubert, uno de los preferidos de Vargas Llosa–. Usualmente, estos hechos carecen de importancia literaria. Es inevitable que estén ahí y el hallarlos es una labor más propia de biógrafos que de críticos. En esa medida, cualquier reflejo de la vida de Vargas Llosa en “Los vientos” me interesa poco. Hay otras razones, aunque quizás no demasiadas, para leer el más reciente cuento del Nobel peruano, en el que un viejo y flatulento narrador con problemas de memoria reflexiona sobre su vida y las consecuencias distópicas de la civilización del espectáculo. Hay destellos de los juegos formales que tanto le gustaban a Vargas Llosa –secciones enteras que se repiten debido a la condición del narrador, por ejemplo–, pero estos se pierden entre divagaciones sobre la cultura que, inverosímilmente, ocurren en sueños. Rescataría la manera cómo el autor trata la amistad, la culpa y los linderos de la muerte que, de forma inevitable, se recorren en la vejez.