Reescribieron los libros de Roald Dahl para remover el lenguaje “ofensivo”: ¿inclusión o censura?

La editorial Puffin Books anunció que las nuevas ediciones de libros como “Matilda”, “Charlie y la fábrica de chocolate” y “Las brujas” vendrán con (no pocos) cambios para adecuar la obra del novelista británico a los tiempos que corren. Ya no habrá adjetivos como “feo”, “gordo” o “negro”, incluso cuando refieren a objetos o animales. “Deberían estar avergonzados”, dijo Salman Rushdie.

Los libros del célebre autor de literatura infantil británico Roald Dahl serán modificados para excluir todo lenguaje que pueda ser considerado "ofensivo". En las redes se habló de "delirio cancelatorio" y de "censura absurda".

Los libros del novelista británico Roald Dahl, autor de clásicos infantiles, irreverentes y desopilantes como Charlie y la fábrica de chocolate, Las brujas o Matilda, se reescribieron con algunas modificaciones de lenguaje para que sean más inclusivos -por ejemplo, ya no es “gordo” sino “enorme” la descripción de un personaje- pero para muchos lectores y lectoras dichas intervenciones son leídas como “corrección política” en las ficciones.

Con más de 200 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo y adaptaciones cinematográficas, como la reciente estrenada en Netflix, el musical de Matilda, Dahl (1916-1990) es un autor que trascendió su tiempo, aclamado y leído por varias generaciones de pequeños y jóvenes lectores. Pero también es un escritor al que la polémica lo viene siguiendo hace tiempo con las relecturas de época que acusan a su obra de discriminadora, burda e incluso misógina.

¿Corrección política o inclusión? Sensibilidad, podrían decir sus editores británicos. Según informa Daily Telegraph y recoge The Guardian, la editorial Puffin Books contrató a lectores “sensibles” para que intervengan algunos fragmentos de los textos de Dahl en la nueva edición con la intención de que el lenguaje que utilizó el escritor no sea ofensivo para los lectores de hoy y sus libros puedan seguir siendo “disfrutados por todos”.

Por ejemplo, el Augustus Gloop de Charlie y la fábrica de chocolate es “enorme” en lugar de gordo, mientras los Oompa Loompas son “personas pequeñas” en lugar de “hombres pequeños”. Los retoques que han incorporado los editores son aquellos que tienen que ver, sobre todo, con las apariencias físicas. La palabra “feo” también desaparece.

Pero también algunas escenas tienen cambios en favor de construir un imaginario más inclusivo y con perspectiva de género. Por ejemplo Matilda ya no lee a Joseph Conrad sino a Jane Austen, y las mujeres calvas que son la identificación más exacta para descubrir a una mujer bruja -tal como narra en Las brujas- incorpora un párrafo en el que se indican que hay “muchas otras razones” por las que las mujeres pueden usar pelucas y “no hay nada de malo en eso”.

Un vocero de Roald Dahl Story Company, responsable del trabajo de edición junto a Puffin Books y el colectivo Inclusive Minds, dijo que este trabajo con el lenguaje no es novedad porque cada vez que publican nuevas tiradas de libros escritos hace muchos años “no es inusual revisar el lenguaje utilizado junto con la actualización de otros detalles, como la portada y el diseño de página de un libro”.

En las redes sociales la circulación de la noticia tiene sus detractores que la definen como un acto de censura y como la condena de la corrección política a cualquier costo. El propio escritor Salman Rushdie se posicionó al respecto: “Roald Dahl no era un ángel, pero esto es una censura absurda. Puffin Books y la finca Dahl deberían estar avergonzados”, tuiteó.

Por su parte, la actriz Cate Blanchett sostuvo que de nada sirve pretender que la censura lo arregle todo si no se tienen en cuenta los motivos que llevaron a la producción de ese tipo de discursos: “Si no leemos en su contexto histórico libros antiguos que son ofensivos, nunca lidiaremos con las mentes de la época y estaremos destinados a repetir esas cosas”.

“Roald Dahl no era un ángel, pero esto es una censura absurda. Puffin Books y la finca Dahl deberían estar avergonzados”, dijo el escritor Salman Rushdie sobre los cambios que tendrán las nuevas ediciones de la obra del célebre autor de literatura infantil para adecuarse a la corrección política de los tiempos que corren.

Además, la escritora argentina Mercedes Giuffré comentó en su cuenta de Twitter: “Me apuraré a comprar los últimos ejemplares de R. Dahl antes de que se haga efectiva la censura (es censura, las cosas por su nombre). No pienso leer las versiones manipuladas. Cuando pase este delirio cancelatorio, recuperaremos los originales desde las bibliotecas personales”.

Pero esta no es la primera vez que los libros de Roald Dahl cambian para reflejar las costumbres contemporáneas, las necesidades del mercado o el interés de Hollywood. En la primera edición de Charlie y la fábrica de chocolate (1964), los Oompa-Loompas eran pigmeos negros, esclavizados por Willy Wonka desde “la parte más profunda y oscura de la selva africana” y pagados con granos de cacao.

Algunos años después, Dahl reescribió los personajes a fines de la década de 1960 para “des-negrarlos”, según sus palabras. Para la película de Mel Stuart de 1971 protagonizada por Gene Wilder, los Oompas se convirtieron en figuras de pelo verde y piel naranja, y en la edición del libro de 1973, se habían convertido en “pequeñas criaturas de fantasía”.

Muchos cambios en sus libros se hacían, incluso, antes de ser publicados. En consenso con sus editores, Dahl solía aceptar modificaciones a los bocetos de sus novelas para que se adecuaran a las costumbres de la época. El primer borrador de El superzorro, por ejemplo, tuvo que ser alterado a causa de su “glorificación del robo”, algo que la editorial consideró como un mensaje nocivo para niños.

“Las maravillosas palabras de Roald Dahl pueden transportarte a diferentes mundos y presentarte a los personajes más maravillosos. Este libro se escribió hace muchos años, por lo que revisamos regularmente el lenguaje para asegurarnos de que todos puedan seguir disfrutándolo hoy. Las palabras importan”, podrá leerse, como aclaración, en las nuevas ediciones de sus libros.

Las palabras importan, sí. A veces, incluso más que la obra.

Fuente: Télam S.E.

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