Fueron años de peregrinaje. De Nagoya a Tokio y de Tokio a Nagoya. Los años de peregrinación del chico sin color duraron una eternidad, o al menos así lo sintió el conflictuado protagonista de la novela de Haruki Murakami, Tsukuru Tazaki, que no pegaba una.
El sinsentido de la vida desteñía todo a su alrededor, pero eso fue después de que sus mejores amigos dejaran de hablarle de un día al otro. Así y todo, esta novela del autor japonés –creo que la más sencilla de leer– es un poco más luminosa que otras de sus ya célebres historias como Tokyo Blues.
Paso a contarles. Resulta que los amigos del instituto de Tsukuru tenían algo en común: todos ellos tenían un nombre que significaba un color. Rojo, azul, blanco y negro, pero Tsukuru, no. Él era el chico sin color del quinteto y así lo llamaban. Como sea, esto no representó problema alguno para la pandilla de amigos con la que solía compartir los veranos, la adolescencia y la vida. Dicho esto, ahora imaginen a un chico al que llaman de ese modo… Inquietante, ¿no?
Lo cierto es que de buenas a primeras, y después de un verano, Saku –como solían llamarlo su hermana y su mamá- se entera que sus cuatro amigos le dejan dicho, por interpósitas personas, que no quieren verlo nunca más. Así nomas. Y ahí empieza el peregrinaje que lo lleva primero por la fantasía del suicidio y después a encontrar el sentido y la razón de la existencia gracias a una nueva amistad y a un montón de otras cosas más que comprenderán solo si leen esta apasionante historia.
“La razón por lo que la muerte atrajo hacia sí con tantas fuerzas a Tsukuru Tazaki estaba clara: un buen día sus cuatro mejores amigos, con los que tantas cosas había compartido, le comunicaron que no querían volver a verlo, y tampoco hablar con él. Lo hicieron de modo repentino y sin concesiones. No le dieron explicación (…) sobre el motivo de aquella cruel decisión. Y Tsukuru no se atrevió a preguntar. (…) Yo, en tu lugar, me habría quedado en Nagoya hasta dar con una explicación convincente- dijo Sara. No encontré fuerzas para eso- dijo Tsukuru. ¿No querías saber la verdad? Y mientras miraba sus propias manos sobre la mesa, Tsukuru eligió con cuidado sus palabras: creo que me daba miedo lo que pudiera salir a la luz, respondió…”.
Ahora se preguntarán qué sería ese “algo” que pudiera salir a la luz, que tanto temor le daba al personaje, al límite de pasarse años sin preguntar, sin regresar, y sin saber el motivo que hizo que sus amigos entrañables lo abandonaran sin más.
Hasta aquí todo bien, pero no voy a revelar ese dato. Sí puedo decirles que efectivamente fue aquel hecho -que no estaba chequeado- el que alejó a sus amigos para siempre. Y fue así que la angustia y la tristeza lo empujaron a un pozo oscuro donde el centrifugado de horrores y triquiñuelas de la mente lo retorcieron como trapo de piso. Y todo esto por no haber tenido la valentía de preguntar.
“Imagino el desconsuelo que sentiste. Claro, también entiendo que en un principio no levantaras cabeza. ¿Pero (…) no pudiste hacer nada? ¿Por qué te quedaste de brazos cruzados ante esa situación?, le preguntó Sara muchos años después, cuando finalmente y luego de hablar largo y tendido con ella, Tsukuru decide encarar de nuevo para su Nagoya natal y enfrentar ese pasado repleto de fantasmas que solo él conocía”.
Con el paso del tiempo, la madurez y la ayuda de Sara, el protagonista le encuentra la vuelta al asunto. Y todo aquello que lo llevó al borde del precipicio, paradójicamente, se transformó en lo que lo hizo renacer. De alguien que se pasó la mitad de su vida pensando en la muerte como única opción, es un montón. Y si él pudo, nosotros también.
Los años de peregrinaje del chico sin color nos enseña que todos vivimos nuestros propios años de peregrinación que van desde esos hechos que deseamos no haber vivido y nos cambian para siempre hasta el momento en que decidimos encararlos con hidalguía, amigarnos con el pasado y seguir adelante.
Al respecto y como si conociera al contrariado Tsukuru “sin color”, dijo el poeta Francisco Luis Bernardez: “Porque después de todo he comprobado / que no se goza bien de lo gozado / sino después de haberlo padecido. / Porque después de todo he comprendido / que lo que el árbol tiene de florido / vive de lo que tiene sepultado”.
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