¿Qué hubiera pasado si el hijo no reconocido de Marx hubiera sido mujer? La revolución sexual que pudo ser

La escritora argentina Clara Obligado parte de un hecho histórico y se hace una pregunta que lo cambia todo. De allí sale la novela “La hija de Marx”, en la que los cambios no son sólo sociales. Aquí, la autora cuenta cómo llegó a esas ideas cómo las desarrolló.

Karl Marx y el libro "La hija de Marx".

El libro empieza yendo directo al grano: “Un día, cuando fumaba mi pipa de opio intentando relajarme entre las almohadas, Iván Dolgorukov , al que creía mi padre, dijo:

—Annushka, he de hacerte una confesión.”

La muchacha está desnuda, se ha acostado con ese hombre. ¿Quién es, entonces, su verdader padre? Nos enteraremos enseguida: “eres la hija de Karl Marx”.

Así arranca La hija de Marx, la novela con la que la argentina Clara Obligado ganó el Premio Lumen en 1996 y que ahora se reedita.

Clara Obligado es la bisnieta de Rafael Obligado, el autor del Santos Vega. Es decir, miembro de una familia tradicional argentina, de esas que figuran en los libros de Historia.

En 1976 se exilió en España. Así se contó a la revista digital madrileña Zenda: “Yo me vine porque mataron al que era mi pareja. Yo estaba metida en militancia política, cosa muy normal. Entonces, en una noche prácticamente, decidí venirme. Estuve una semana escondida en Buenos Aires y salí por Uruguay. El día que salí me fueron a buscar a casa de mi hermana. Yo estoy viva por 24 horas”.

Fue en España, entonces, donde escribió su primera novela, La hija de Marx. Ahí retoma un dato histórico: Marx tuvo un hijo con la mucama de la casa, Helen Damuth: lo crió su compañero Friedrich Engels. Obligado, entonces, imagina que en vez de un muchacho nació una chica y que su madre era una bella aristócrata rusa.

Clara Obligado, exiliada en España desde 1976.

Es la propia autora quien cuenta aquí las hipótesis y preguntas que la llevaron a escribir.

Cómo escribí “La hija de Marx”

Corsés, miriñaques, consoladores, la luz de un candil, un primer avión que cruza el cielo, el amor entre mujeres durante las luchas contra el Zar, pasiones desbordantes, el primer coche, el tiempo que se tarda en llegar desde Rusia a París en una carroza o las prendas íntimas llevaban esas mujeres fueron algunas de las investigaciones en las que me vi sumergida durante los cinco años en los que trabajé en la escritura de La hija de Marx.

Fue, sin duda, un proceso de escritura largo y complejo, que me llevó desde España, mi lugar de residencia habitual, a Londres, a los impresionantes museos de indumentaria o a las rutas turísticas tan típicas de los ingleses en donde pude seguir los itinerarios de Marx. Visité París buscando las pistas del fin de siglo, y en esa búsqueda incesante de documentación aprendí que pocos cambios sufrió el ser humano como los que se produjeron en el paso del siglo XIX al XX.

No estamos tan lejos de esos tiempos, y solemos creer que la nuestra es una época en la que internet cambió el mundo. Pero creo que no es así, ni la luz de una habitación quedó fija en esos tiempos complejos. Dos guerras cambiarían también fronteras y paisajes, y el ser humano se asomaría a su propia capacidad de horror. En el medio, la Revolucion Rusa y la mexicana. En la literatura, pasaremos del realismo a los surrealistas. Todo en pocos años.

Esto o era más que el contexto. Cuando se busca documentación para un texto no son quizá las grandes líneas las que más importan, sino los detalles. La parte que nos pinte el todo. Imaginemos, por ejemplo, una novela policial anterior a la invención del teléfono, o una novela erótica cuando la ropa interior de las mujeres pesaba más de seis kilos. Imposible decir, por ejemplo, “el señor conde desnudó con celeridad a la condesa”, ¿cuánto tardaría una mujer en vestirse, en desvestirse? No podía hacerlo sola, necesitaba ayuda.

Imaginemos, también, que el feminismo, en su primera ola, está dando forma al sufragismo y que, a la vez, una mujer perfecta era un “ángel del hogar”. Imaginemos, por fin, que el amor no tiene nada que ver con el matrimonio, que es simplemente un contrato, e imaginemos, también, que en medio de tanta represión, la novelita libertina se abre en un espacio casi secreto de la Inglaterra victoriana. Imaginemos, por fin, que a esa Inglaterra reprimida y puritana llegan los aristócratas rusos exilados que lucharon contra el zar. Imaginemos los contrastes con el país, sus costumbres liberales, su espíritu romántico.

Imaginando estas cosas, estaremos al comienzo de mi libro, que arranca en una educación sentimental de la que han desaparecido las convenciones. ¿Escandalosa? Quizá. Las aristócratas rusas de aquél entonces tenían una maestra muy liberada, la célebre libertina Vávara Softa, hija de Catalina II, y sus no menos conocidas Memorias de una princesa rusa. Una mujer sadiana en toda la regla.

Mi novela comienza en este período apasionante, y avanza hasta Chanel, que cambió la moda, es decir, nuestra manera de percibir nuestro cuerpo, que nos liberó del corsé. Mis personajes viajan en carroza pero, pocos años más tarde, como Tamara de Lampicka, recorrerán París en coche. Para entonces la electricidad había robado la sombra de los rincones y las calles de París tenían alcantarillado.

En este clima, y con este contexto, se desarrolló mi historia. La premisa inicial era heredera de Virginia Woolf quien, en Una habitación propia, imaginó que Shakespeare no era un hombre sino una mujer. ¿Qué hubiera pasado si el hijo que tuvo Karl Marx con su criada hubiera sido mujer? ¿Qué, si hubiera nacido de una noble rusa exilada en Londres? Y, en lugar de contemplar la revolución en masculino, empecé a buscar a las mujeres que también habían participado en ella. Escribir es aprender, es creo que siempre, mirar desde otra perspectiva. Es cambiar. No salimos inmunes de la escritura. Por más que lo que escribamos parezca muy ajeno, como una novela situada en el siglo XIX. Se escribe, creo, porque algo de aquél mundo es un reflejo del nuestro: narrar el pasado es comentar el presente. ¿Y si las mujeres, además de hacer la revolución política, habían comenzado la revolución sexual? ¿Y si eran las dueñas de un cambio tan profundo como la liberación de los cuerpos? ¿Se amaban? ¿Cómo era el amor entre ellas? A estas preguntas los archivos me respondían con un empecinado silencio.

Novelar, sí, con un pie en lo real, y otro en lo posible. En la historia cabal y en la que pudo haber sido. Leer como quien cava; novelitas libertinas, grandes novelones románticos o novela de entreguerras. Investigar imaginando, imaginar investigando.

Poco a poco, a medida que los capítulos galopaban, el tono de humor que había elegido se fue trenzando con el dolor de la vida de esas mujeres y las preguntas me abrumaban. Imaginé el inicio de grandes cambios en la vida sexual, recorrí los meandros de la novela erótica vistos desde otra perspectiva. Imaginé cómo era ser madre entonces, analicé la maternidad tóxica. Hablaba de cuerpo y de política, de feminismo, del lugar secundario que podían tener los grandes pensadores de la época si se los quitaba del centro para observar qué es lo que sucedía por detrás. ¿Por detrás?

Enfocar la historia es tomar partido, es omitir y situar en la sombra aquello que se prefiere no ver, es priorizar y borrar a la vez. Después de trabajar tanto tiempo en mi texto había encontrado una voz nueva y por momentos incómoda, que cuestionaba el amor tal y su relato a través de los años.

Muchas cosas más podría decir. El proceso de escritura de La hija de Marx fue, para mi, largo y apasionante, y cambió para siempre mi manera de mirar la historia. Marx, el gran teórico, es apenas un hilo que une los capítulos. En primer plano se sitúan las mujeres que lo rodearon, muchas de ellas personajes de ficción, pero que con si manera de ver la historia cambiaron el mundo y nos enseñaron a fijar la vista en otras cosas. Se sale, siempre, de un texto con la sensación de haber perdido a un grupo de personas con quienes compartimos muchísimas horas de un disfrute particular, así salí yo de este largo y complejo proceso de escritura. Placer, dolor y aventura son los ingredientes de la historia. Terminé de corregir el manuscrito en un balneario decadente de Zaragoza. Fue el entorno perfecto y el premio que me permití después de tanto trabajo y de tantos años de investigación.

Quién es Clara Obligado

Nació en Buenos Aires en 1950.

Estudió Literatura en la Universidad Católica.

Dejó el país en 1976, cuando la dictadura que gobernaba la Argentina asesinó a su pareja.

Se instaló en España. Es una de las pioneras de los talleres literarios en ese país.

Entre otros libros, es autora de Si un hombre vivo te hace llorar (1998), No le digas que lo quieres (2002), Salsa (2002) , Mujeres a contracorriente (2004), Petrarca para viajeros (2015), Una casa lejos de casa. La escritura extranjera (2020) y Todo lo que crece. Naturaleza y escritura (2021).

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