Laura Wittner nació en Buenos Aires en 1967. Es traductora, narradora y poeta. Con su talento y conocimiento tradujo al español a autores como Leonard Cohen, Katherine Mansfield, Anne Tayler y David Markson, entre otros. Recientemente tradujo el libro Bocetos de natación, de Leanne Shapton, un inesperado tesoro para lectores sensibles que publicó Blatt y Ríos. Entre sus libros de poesía se encuentran Lugares donde una no está y Traducción de la ruta. Es autora de libros para chicos como Dime cómo vuelas, Los entusiasmos, Justo antes de dormir, Vecinos bichos, Animal entendido y Cual para tal, estos dos últimos en coautoría con Juan Nadalini.
Su libro Se vive y se traduce, publicado por Entropía, se convirtió el año pasado en un boca a boca para todos aquellos que buscan saber qué hay detrás de ese trabajo muchas veces invisibilizado y siempre fundamental: el de traductor. Se trata de un libro compuesto por notas, fragmentos, y citas de otros traductores que en conjunto componen un libro delicado y potente que habla de la tarea de aquellos que tienen que trabajar con la palabra de los otros y cuyo trabajo no concluye una vez que se cierra la computadora. La lengua, las lenguas, siguen reverberando.
Traducir un texto es traducir a una persona, intentar alcanzar aquello que quiso decir y dar a entender y es, también, traducir una cultura. De todo esto habla el agudo y hermoso libro de Laura.
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— Lo primero que tengo para preguntarte es cuándo supiste que ibas a ser traductora.
— Estoy pensando. (Risas). Yo empecé a estudiar inglés de bastante grande. Por lo menos a estudiar de manera consecuente. Fue a los 15 años recién y por insistencia de mi papá. De chica yo iba a una escuela pública y tenía inglés como materia, con profesoras muy malas y no aprendí casi nada. Y no me di cuenta hasta esa edad de cuánto me gustaba moverme en el mundo de los diferentes idiomas. Sí sabía que me gustaba escribir, escribía hacía un montón, desde muy chica, y sin embargo no había descubierto eso que por suerte descubrí a los 15. Y en algún momento, a los 17, 18, empecé algún día así, como para entretenerme, a intentar unas traducciones, que además eran unos sonetos de Shakespeare que estaba leyendo. O sea, sonetos, métrica regular, rima. Y me fasciné. Me fascinó la tarea. No así el resultado, pero me fascinó la tarea de hacerlo. Y a partir de ahí lo empecé a hacer por entretenimiento pero después, de más grande, a los veintipico, cuando participé de la revista 18 Whiskys, con José Villa tradujimos unos poemas juntos y empecé a hacerlo más como un ejercicio de escritura que pensándolo como “voy a ser traductora”. Pero en algún momento entró como muy fuertemente en mi imaginario la noción de que me gustaría ser traductora en el sentido profesional. Me lo imaginé más como una cosa fantasiosa e idealizada de una traductora trabajando en su casa con un café y un enorme ventanal, en bata.
— ¿Y qué hay de eso hoy?
— No, no, no resultó. No resultó así (risas). En bata, bueno, bata no tengo; puedo estar en short y ojotas, en pijama en invierno. Eso sí. Pero bueno, hay una parte que es un poco así, pero no es la vista bucólica que me imaginaba. Pero lo que menos es, es que se pueda vivir de eso. Es la tranquilidad. Yo en esa época no tenía hijos y un poco pensaba que no iba a querer tener, entonces ni me imaginaba que traducir consiste en ser interrumpida cada diez minutos, ahora no tanto pero sí cuando los chicos eran chicos. Y en el momento en que empecé a traducir de manera más consecuente fue en 1997, cuando pasé un año viviendo en Nueva York becada y el proyecto que yo tenía era traducir un libro entero de poesía de un poeta inglés que se llamaba Charles Tomlinson. Entonces, durante un año casi todos los días mi vida consistía en ir a la biblioteca de la Universidad y traducir un poema nuevo, llevaba mucho tiempo. Y me encantó. Me di cuenta de que eso era algo que yo podía hacer todos los días de mi vida, prácticamente. Y cuando volví a Buenos Aires tuve mi primer trabajo pago como traductora; o sea, yo ya había trabajado de traducir pero de traducir cosas técnicas para algunas empresas, algunas cosas sueltas para revistas. Pero cuando volví, que fue creo que en el 98, 99, traduje la primera novela para editorial Sudamericana.
— Ahora, cuando uno piensa en el trabajo del traductor aparecen como distintas imágenes. En tu libro Se vive y se traduce aparecen muchas de esas imágenes, no solo en textos o pensamientos tuyos sino también de otros traductores. Y yo recuerdo alguna vez a Luis Chitarroni diciendo algo así como que lo principal en un traductor es que sepa escribir en castellano.
— Perdón, es gracioso porque fue por Luis que yo tuve ese primer trabajo como traductora en Sudamericana.
— Es que cuando dijiste Sudamericana imaginé eso y me acordé. Él insistía mucho en eso, en el sentido de que contar con alguien que tenga un gran dominio de la otra lengua pero un manejo pobre de la nuestra no es ningún negocio en términos literarios, ¿no?
— No. No sirve absolutamente para nada. Incluso hay mucha gente que escribe, que son escritores, y no tienen un gran dominio de la propia lengua en el sentido de tener la conciencia de cómo su lengua se pone en relación con otras lenguas. Sí en el oficio de escribir sus propias cosas. Bueno, eso sería deseable. Pero es como un movimiento aparte, conocer tanto la propia lengua como para darse cuenta de qué manera se relaciona con otras. Igual no sé si es exactamente lo que vos decías, pero sí.
— Sí, sí, es exactamente lo que yo decía en el sentido de que la sensación de traducir también es un poco como sacarle brillo a las palabras, ¿no? Escribir debería ser algo así, pero traducir es como sacarle el brillo a las palabras del otro. Es una forma de la edición también, de alguna manera.
— Absolutamente es una forma de la edición. Sí. En muchos sentidos, no solamente en el sentido estético.
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— No claro, claro. Porque al mismo tiempo, en algún momento en Se vive y se traduce se dice esto de que lo que uno está haciendo no es solo traducir un texto en concreto, sino toda una cultura.
— Exacto, toda una cultura. Muchas veces una época. Y también una persona, que si bien se puede hacer el ejercicio de dejar absolutamente de lado la persona que escribió ese texto, por lo menos en mi experiencia, esto no es algo teórico, a mí me sirve tomar en cuenta quién es la persona que escribió ese texto y otras cosas de su vida. O sea, qué otras cosas le pasaron, qué otras cosas le pasan si es que está viva. Dónde vive, dónde vivió. De dónde puede haber venido cierta cita, cierta idea. A mí, por lo menos, eso me sirve.
— También decís en algún momento lo bueno que sería conocer exactamente las cosas o los lugares de los que habla aquello que estás traduciendo. Es decir, qué sensación distinta sería conocer esas cosas para poder darles las palabras en nuestra lengua.
— Absolutamente. Eso me parece fundamental. Y, además, gracias a que viví ese año en Nueva York, o sea, tanto tiempo en una misma ciudad, después me pasó que traduciendo se nombraban lugares que yo conocía perfectamente. Hay como una manera de instalarse y de acceder, más allá de que una se vale de las palabras del original, hay una manera de acceder a la sensación que, si estuviste en el lugar, te sirve un montón. No siempre eso se refleja en la traducción, pero sí lo sentís vos en tu tarea. A veces sí se refleja, igual.
— Laura, vos sos poeta además, o fundamentalmente, no lo sé. Pero ¿cómo ves vos el vínculo entre la traducción y la poesía? Pero no solo en lo que significa traducir poesía sino en esto que te mencionaba recién, a lo mejor de manera como más vulgar en términos de sacarle brillo a las palabras. Pero ¿qué relación encontrás entre traducción y poesía?
— Y, la traducción es una escritura. Así como tiene mucho que ver con la edición, también es una escritura en sí misma. Entonces, a mí se me hace como que es todo parte de la misma materia. Las cosas que busco y las cosas de las que me cuido cuando escribo poesía son en gran medida las mismas cosas que busco y de las que me cuido cuando traduzco. De no cometer ciertos errores, más que nada sonoros, auditivos, ¿no? Yo traduzco leyendo en voz alta, igual que como escribo poesía. Cuál es la música que va a surgir en esa traducción. No tratando de que sea mi propia música sino tratando de estar cerca del sonido, de la música, del ritmo, de la respiración del texto original. Y me parece que teniendo la experiencia de escribir poesía eso es mucho más fácil. Es como que estás familiarizada con esa tarea.
— Sí, de escribir y de escuchar ¿no? Y de ver. Porque leía que, incluso, a veces procurás ver a los poetas leyendo sus propios poemas cuando los vas a traducir.
— Sí, eso es algo que hacíamos mucho en el taller de traducción y que a veces despeja algunas dudas sobre si poner algo de una manera o de otra. Y a veces cuando los escuchás leer decís bueno, no, ahora que lo escuché me parece que va más esta. Ese es como un pequeño truquito, no sé, para tranquilizarse una. Supongo que habrá quienes no estén de acuerdo con ese sistema.
—Tal vez algo en el ritmo, ¿no? Creo que incluso hablás de eso en el libro, esta idea de que, a veces, cuando uno traduce a otra lengua cambia el ritmo en el que las palabras se encadenan y, entonces, a lo mejor ayuda escuchar el modo en que es leído por quien lo escribió, porque por algo lo escribió... Aunque en tu libro aparece Sergio Chejfec diciendo el autor suele no acordarse de por qué escribió lo que escribió.
— Sí, sí, con el ritmo, fundamentalmente. También a veces con el tono, ¿no? Si es una lectura susurrada, o si es una lectura enfática tal vez eso me ayude a elegir algún adjetivo. Y lo del autor que no se acuerda por qué escribió lo que escribió es casi permanente. Cuando vos le preguntás a una autora, a un autor, y se para a pensar y dice: “qué, ¿yo puse eso?” A ver para, mandame esa parte. Ah, sí. Ah, no, no sé. Es muy divertido. Pero es así, tal cual lo escribió Sergio.
— Hacés en tu libro una preciosa reivindicación del punto y coma, que es una figura que a mí me encanta. Me gustaría que me dijeras por qué.
— A mí me soluciona todo. Tal vez porque soy muy indecisa y siempre estoy buscando el equilibrio o el refugio a mitad de camino. Y el punto y coma es eso, incluso en su dibujo. Es a mitad de camino entre un punto y una coma. Es donde los dos se fusionan. O una especie de deformación de los dos puntos. Igual los dos puntos también me gustan muchísimo y los uso de una manera parecida. Un montón de veces editores, editoras, me dijeron mirá que los dos puntos no se usan para eso que los usás vos. Eso más en mi escritura, ¿no? Pero me parece como esa mitad de camino, de la pausa que no es ni muy grande ni muy breve y que te permite articular el siguiente pensamiento por lo menos de cinco maneras distintas. Como que lo que viene después del punto y coma no siempre es lo mismo.
— La elegancia del punto y coma además ¿no? La elegancia, básicamente.
— Sí.
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— Hablabas de la manera en que llegaste al inglés, lo mencionás también en el libro en relación a con la figura de tu papá, que es alguien que aparece mucho en Se vive y se traduce porque claro, las personas que tienen que trabajar tienen también cuestiones familiares y a vos te tocó estar trabajando en un libro mientras tu papá se enfermaba gravemente. En Boceto de natación, de Leanne Shapton.
— Así es. Sí, por suerte era un libro para el que me habían dado mucho tiempo. De hecho, yo últimamente solamente puedo tomar trabajos de traducción si hay muchísimo tiempo porque tengo que coordinarlo con muchos otros trabajos para poder armar una entrada mensual como para poder vivir. Y por suerte fue así porque cuando mi papá se enfermó -fue una cosa totalmente inesperada y horrible, una enfermedad muy horrible, él estaba perfecto y de un día para el otro hubo que internarlo- y los primeros tiempos yo no pude volver a trabajar. Y, además, por un asunto práctico: teníamos que estar ahí, haciendo trámites, acompañando. Por más que somos tres hermanos y mi mamá, cuando pasa algo así... y más a una persona que es como muy el centro de toda la organización familiar. Pero en cuanto pude me hizo muy bien volver a la traducción de ese libro y todo el tiempo pensaba esto: menos mal que fue este libro, no solo por el tiempo sino por las características del libro que estaba traduciendo. Porque las únicas dos cosas que volví a hacer en esos cinco meses entre que mi papá se enfermó y murió fue traducir ese libro y nadar, nadar de vez en cuando. Y como el libro es sobre natación, había algo como muy calmante para mí en la tarea de traducirlo. Ya traducir tiene una cosa que es que entrás en una especie de otro universo que te saca de tus... Bueno, si los problemas son graves no te saca del todo, pero por lo menos te saca de tus neurosis habituales y traducir ese libro, la verdad, me aportó algunos breves períodos de calma en cinco meses que casi no los tuvieron.
— Bocetos de natación, que publicó Blatt & Ríos, además es un libro estéticamente muy hermoso, y tiene un ritmo, ya que hablamos de eso, y tiene esas escenas que son como postales. Hay algo de la calidez del agua que te abraza y que me parece que es un muy buen libro para duelos, justamente; un libro que es muy amigable para los malos momentos.
— Que lindo esto que decís porque es así como yo lo sentí, pero el libro no habla de ningún duelo, que yo recuerde.
— No, es así, no habla.
— Lo que tiene de duelo es el duelo de esta persona que, en un momento, decide dejar lo que era la base de su existencia, que era la natación competitiva.
— Porque competía, claro.
— Pero no hay ninguna cosa de muerte de nadie. Muy por el contrario, aparecen la madre, el padre, el hermano. Y, sin embargo, ahora que lo dijiste, es como que el género “libro para acompañar un duelo” casi siempre incluye obras que tratan directamente con una muerte cercana. Y éste no y, sin embargo, a mí lo que me pasaba es que me recordaba que la vida tiene momentos lindos.
— Eso, eso sí.
— Y te daba como una sensación de posibilidad de “bueno, se puede volver a tenerlos”.
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— Bueno, y hay también una infancia narrada. Y es una infancia que está bien, una infancia no traumática. Y eso también hace bien.
— Absolutamente. Absolutamente. En mi caso, además, me acompañaba mucho desde ese lado porque yo considero que también tuve una infancia muy poco traumática y, en particular, en lo que se refiere a mi relación con mi papá. Como que todo estaba bien y todo estaba resuelto en términos de nuestra relación. Y es verdad que el libro también acompaña eso. Pero, además, como que te lleva a esos mundos que son por un lado inaccesibles, porque son lejos y porque las escenas son de lugares muy lejanos y en hoteles muy caros.
— Porque la autora es una diseñadora y está casada con un editor de las revistas de Condé Nast y entonces se movió y se mueve por lugares increíbles adonde uno no llegaría jamás. Piletas suecas, lugares en Islandia que son maravillosos.
— Esos lugares. Y el hotel ése. Entonces, yo a veces pasaba dos horas mirando. Entraba a la página web del hotel sueco, al balneario ese en Islandia. O sea, miraba todo eso y era como una especie casi de meditación, ¿no?
— Eso, exacto. Algo zen tiene también el libro. Y vos en Se vive y se traduce mencionás en un momento un lugar que sí conociste y que lo conociste también porque tiene que ver con las traducciones que hizo y hace quien es tu pareja. Hampstead Heath, en Londres, esos estanques en donde la gente va a nadar. Vos estuviste ahí.
— Sí, hermosísimo lugar. Ahí todavía yo no había ni leído Bocetos de natación pero Juan, Juan Nadalini, había traducido En el estanque, el libro de Al Álvarez que es un diario de natación. Él vivía a tres cuadras de Hampstead Heath, del parque donde están los estanques, y durante toda su vida adulta fue a nadar todos los días, con calor, con frío, con nieve, y fue registrando cada día lo que pasaba en ese momento o antes o después o entre esos momentos. Digamos que la natación es una excusa para el diario pero tampoco es tan una excusa porque tiene mucho que ver con la vida acuática. Y el libro acababa de salir cuando viajamos con Juan, que en realidad habíamos viajado a Ledbury donde hay un festival de poesía al que me invitaron y entonces después fuimos unos días a Londres y Juan fue a llevarle el libro a Al Álvarez, que todavía vivía. Murió muy poquito después.
— Que maravilla esa posibilidad.
— Sí. O sea, fuimos al parque a nadar y después él fue a llevarle el libro y estaba Al con su mujer. Yo no fui porque me pareció medio invasivo. Al Álvarez estaba ya enfermo y medio inmovilizado y no sabíamos bien cuál iba a ser la situación. Así que lo esperé tomando café ahí, por ese barrio que es hermosísimo. Pero bueno, fue una experiencia muy emocionante para Juan. Y para mí también, porque yo había acompañado mucho esa traducción. Porque los dos todo el tiempo nos vamos mostrando lo que traducimos, preguntándonos dudas. Y, después, cuando volví, inmediatamente empecé con Bocetos de natación.
— Con Juan comparten lo que tiene que ver con la vida y el oficio de traducir. Y ahora también comparten la escritura.
— Últimamente sí (risas).
— Salió hace poquito Cual para tal, un libro de la colección Buenas Noches de editorial Norma que escribieron juntos y que fue ilustrado por Mariana Ardanaz, un libro para chicos muy chiquitos, y en donde hay algo, hablando de tono y de ritmo, y yo la vez pasada te lo señalaba en relación a unas columnas tuyas en la revista La Agenda. Y en este Cual para tal vuelvo a encontrar un tono María Elena Walsh. Cuando digo un tono María Elena Walsh no estoy hablando necesariamente de la figura del epígono sino de algo maravilloso como el ritmo de los limericks, ¿no? Hay algo en ese juego de palabras para chicos que me parece maravilloso. ¿Qué te pasa con la literatura infantil? ¿Cómo es que te ponés a escribir literatura infantil?
— María Elena Walsh es mi ídola absoluta. O sea mi guía, mi guía desde chica. Quizás quien me hizo dar cuenta, no la única pero sí la principal, de lo que pasa cuando la lengua canta. De qué manera se puede rimar y hacer humor al mismo tiempo y que las rimas te tienen que tomar más o menos desprevenida para que te cause disfrute, para que esa estrofa provoque la risa. Y ella para mi es talentosísima, inteligentísima.
— El ingenio de María Elena.
— Nunca hay algo trillado. Nunca hay algo que lo ves venir. Y si te la ves venir decís: bueno, ojalá sea esto hacia donde va. Y cuando yo empecé a pensar en escribir para niñas y niños fue hace mucho, hace, no sé, como 15 años o más. Empecé a escribir en verso. La mayoría de lo que tengo publicado para chicos es en verso. A veces con rima y a veces no. Y cuando no es en verso está camuflado el verso digamos. Es lo que a mí me sale. Y en el caso de este libro que escribimos con Juan, que es el segundo que escribimos juntos porque el primero se llama Animal entendido y salió en Ediciones Tres en Línea, los dos son limericks. Esos juegos de palabras, y las rimas y todo lo que tiene que ver con entreverar y desentreverar el lenguaje es un poco como la base de nuestra relación.
— Claro.
— Sale naturalmente. Y bueno, se nos ocurrió intentar esto juntos. Él tiene un gran talento para la rima y para la métrica también. Nos encanta y lo hacemos también como una manera de divertirnos. Ya habíamos intentado otras cosas en otras épocas y las habíamos dejado medio por la mitad y, bueno, ahora volvimos con estos dos de limericks que tienen una cosa medio parecida porque juegan con la confusión. En el primero, confusión entre palabras y en el segundo, confusión entre formas, entre cosas que tienen forma parecida. En realidad tenemos un tercero que es un poco diferente y que está ya terminado e ilustrado pero está demorando en ir a imprenta. También es en verso.
— En Se vive y se traduce decís “la traducción es mi novela”. ¿Qué querés decir exactamente con eso?
— Porque yo escribo poemas, no escribo narrativa. En realidad, cuando empecé a escribir, cuando era muy chica y después muy joven, sí escribía cuentos pero eran unos cuentos bastante deformes. Incluso publiqué, lo primero que publiqué es un libro de cuentos, cuando tenía 17 años. Una cosa barroquísima que no narra mucho, digamos. Pero después siempre escribí poesía. Y no tengo ningún sistema, no tengo una continuidad. Cuando me surge, cuando me cae encima una posibilidad de un poema lo intento y si sale, sale y si no, abandono y me voy a hacer mis otras cosas. Entonces es una tarea muy fragmentaria, que si bien es lo que más me gusta hacer viene cuando viene. Y que no tiene en general una continuidad temática de un poema a otro. Aunque lo que estoy escribiendo últimamente tiene una pero creo que la veo yo nada más esa continuidad. Y siempre pienso en esa cosa de quien escribe narrativa, especialmente quien escribe novela, que es que una vez que empezás, tenés ahí un lugar de ficción, un lugar adonde ir a hacer tus cosas durante mucho tiempo.
— Una continuidad, eso decís.
— Claro. Volvés y ya hay unas bases sentadas para que entres y sigas; no tenés que empezar de cero cada vez, como en el poema. Y cuando traduzco una novela es un poco eso, ¿no? Es volver y seguir adonde había dejado. E, incluso, de una traducción a otra es un poquito seguir donde había dejado, en algún sentido.
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