Como sabrá el lector o la lectora, cada nación tiene la ucronía que se merece. Es un tópico que en la Argentina es un eslabón social de lujo: se traslada desde las polémicas en los bares a los estudios de canales de televisión que versionan su programación rondando sobre “la grieta” y hasta en las mejores, y no tanto, bibliotecas y -cuándo no- plataformas que alojan series en streaming. En definitiva, la ucronía también se aloja en la ensayística y en la literatura más actual.
Oh, la ucronía, esa cualidad especulativa sobre lo que pudo haber sido, pero que no fue, pero que mediante la ficción establece una nueva hoja de ruta de la historia misma. Para ejemplificar brevemente: en 1982 se produjo la Guerra de Malvinas y las fuerzas armadas británicas, luego de unos meses bélicos, hacían firmar la asunción de la derrota a los militares argentinos, que gobernaban el país mediante una dictadura, que al poco tiempo de esa derrota, cayó.
El ucronista se preguntaría: “¿Qué habría pasado si la dictadura hubiera vencido a los ingleses?”. Y se pondría a trabajar en el asunto.
Hace unos años, un ensayo muy esplendoroso sobre la cuestión de la ucronía tomó la forma de libro cuando el escritor Carlos Gamerro publicó Facundo o Martín Fierro (Random House) que se preguntó qué hubiera pasado en el país si el libro nacional no hubiera sido el Martín Fierro, de José Hernández, sino el Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento. Nadie debería privarse de leer esa joya. Que es mencionada no de manera gratuita, sino que hace al tema de esta reseña.
Emmanuel Carrère, el escritor francés que ha escrito varias de las novelas más potentes de las últimas dos décadas en el país galo (baste mencionar El adversario, Limonov o De vidas ajenas, entre otras), a pesar de haber escrito unos non-fiction con delectación de relojero, también le dio vueltas al asunto de la ucronía tan temprano como en 1987, cuando publicó por primera vez su galardonado El estrecho de Bering.
Décadas después, Anagrama vuelve a presentar esta ucronía a los lectores en español (y que como es un ensayo carece de esos giros lexicales de las traducciones españolas que abundan en “gilipollas”, “guarro” y etcétera, a dios gracias). El libro publicado en la Colección Compactos es un elegante, sofisticado, erudito y, ¿por qué no?, borgeano, recorrido por la historia y posibilidades para el género conocido como “ucronía”. Y sobre todo, un manual para ucronistas.
Para buscar la huella de la ucronía se remonta a 1836, cuando el escritor Louis Napoleon Geoffrey-Chateaux publicó un libro llamado Napoleón apócrifo, que se presentaba como la historia de Napoleón luego de haber alcanzado y tomado el poder en Rusia. Es decir, lo que pudo haber sido, pero que no sucedió. Pero esto le permite al autor imaginar un reordenamiento de las relaciones en la vieja Europa -es decir, el mundo- con los mismos actores bajo distinto resultado.
Este experimento iniciático permite desarrollar un género distinto del del viajero en el tiempo o similares y permite la pregunta sobre cómo desarrollar esta forma que abreva de las aguas de la historiografía para hacer de esa disciplina un subgénero de la literatura. Y viceversa.
Carrère cita cuando en la Unión Soviética las oficinas oficiales de la dirección estalinista entrenaban a un personal especializado para recortar las fotos de Trotski, sobre todo si aparecía junto a Lenin. De ese modo, la historia misma usaba los recursos de la ficción para señalar: “Esta soy yo, la verdadera ciencia de los acontecimientos del pasado” pero conociendo la limitación del punto de vista historiográfico.
En literatura, El estrecho de Bering recorre libros sobre el tema (el más elogiado, Phillip K. Dick y su El hombre en el castillo, que plantea la vida en los Estados Unidos luego de haber sido derrotados por Hitler en la Segunda Guerra) y vuelve sobre los pasos de Borges para explicar por qué Judas no fue el traidor que entregó a la muerte a Cristo, sino su más fiel siervo en esa tarea, que el argentino desarrolla en el cuento “Tres versiones sobre Judas” y cuyo argumento toma prestado Roger Callois (y que el lector puede leer fragmentos luego de esta reseña). En la erudición no empalagosa sino amable también se nota el trazo de Borges en Carrère.
Varios ejemplos más. Pero más allá de los libros específicos de ucronía, el ensayo de Carrere permite vislumbrar las posibilidades de los ucronistas. Seres literarios que parecen haber escuchado el tango “Cuesta abajo”, de Carlos Gardel (mejor en la versión de Roberto Goyeneche, nos atrevemos a aconsejar) y haber dedicado entonces el tiempo necesario a que los acontecimientos fueran otros de los que han sido, para ofensa de dios, pero no de la literatura. El tango, siempre en la melancolía al borde, parece recitar los versos de un ucronista antes de que ponga las manos a trabajar.
Ahora cuesta abajo en mi rodada
Las ilusiones pasadas
Ya no las puedo arrancar
Sueño, con el pasado que añoro
El tiempo viejo que lloro
Y que nunca volverá
Por seguir tras de sus huellas
Yo bebí incansablemente
En mi copa de dolor
“El estrecho de Bering” (fragmento)
Para Pilatos, condenar al supuesto Mesías significa estar tranquilo, evitar el choque con la institución religiosa local y quizá la desaprobación de la administración metropolitana, como ya le había ocurrido una vez, dejándolo resentido, pero también condenar al suplicio a un iluminado, claramente inofensivo, ceder de nuevo a la presión del Sanedrín, dar pruebas de una cobardía que conoce demasiado bien.
Sin embargo, el deseo de tranquilidad no es el único motivo a favor de la ejecución del galileo. También lo incitan a ella tres argumentos, desarrollados gracias a tres encuentros, cuyo valor aumenta poco a poco para ese intelectual que es Pilatos.
En primer lugar, el prefecto del pretorio plantea argumentos políticos, incluso policiales. Más vale una injusticia que un disturbio, dice, que además es muy penoso para el progreso.
Pilatos siempre ha actuado de acuerdo con esta máxima, sin sacar mucho provecho de ello. En ese momento está cansado de ella, siente cierta repugnancia. No va a ser el prefecto quien prime sobre su decisión.
El segundo encuentro lo perturba aún más. Judas, el discípulo traidor, le pide audiencia. Las palabras que le dirige le deben mucho a un relato de Borges (“Tres versiones de Judas”, que Caillois introdujo en Francia), que a su vez debe mucho a las desesperadas musas de Léon Bloy. Judas explica a Pilatos que debe condenar a Jesús, que tampoco puede pretender hacer otra cosa.
Es imprescindible, para la salvación del mundo, que el Hijo de Dios encarne en un hombre y muera en la cruz. Y para eso hacen falta hombres que lo entreguen y lo condenen, cumpliendo el designio divino. Así lo dice Judas:
La salvación del mundo depende de la crucifixión de Cristo. Si vive, si muere de muerte natural o por la picadura de una víbora, o a causa de peste, de la gangrena, o de cualquier cosa, como todo el mundo, no habrá Redención. Pero gracias a Judas Iscariote, y gracias a ti, procurador, las cosas ocurrirán de otro modo.
Al prestarse a contribuir al proyecto de Dios, asumiendo la peor de las ignominias, Judas da muestras de una abnegación que lo sitúa por encima de todos los santos. Para mayor gloria de Dios, este asceta por exceso renuncia al honor, al buen tino de los cielos, como otros, no tan heroicos, renuncian a la voluptuosidad. (“¿Por qué no haber renunciado a renunciar? -se pregunta Borges-. ¿Por qué no a renunciar a renunciar, etcétera?”). Judas es el ministro del sacrificio divino, y Pilatos también. El discípulo le dice al romano:
Desde ahora, nuestros nombres estarán eternamente asociados: el Cobarde y el Traidor. En realidad, el Valiente y el Leal por antonomasia, uno cuya flaqueza era necesaria, y el otro tan fiel que, por amor, permitió que lo marcara para siempre el estigma de la felonía. Serás execrado, pero consuélate. Él sabe que no habría podido redimir a los hombres sin mi supuesta traición y tu falsa cobardía.
(La Iglesia etíope sí lo comprendió y convirtió a Pilatos y a su esposa Prócula en santos de su calendario).
Quién es Emmanuel Carrère
♦ Nació en París en 1957.
♦ Es escritor, guionista y realizador.
♦ Entre sus libros se cuentan De vidas ajenas, El adversario y Yoga.
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