El último escándalo alrededor de la vida amorosa de Vargas Llosa podría haberse vislumbrado en uno de sus recientes cuentos, Los vientos, recientemente publicado en BajaLibros. En este texto – preciso, divertidísimo, imperdible – el narrador, un señor muy mayor, mordaz y algo senil, se lamenta de haber dejado a su mujer por una amante. “Todas las noches, parece mentira, desde que cometí la locura de abandonarla pienso en ella y me asaltan los remordimientos. Creo que solo una cosa hice mal en la vida: abandonar a Carmencita por una mujer que no valía la pena”.
Este narrador, que se la pasa discutiendo con un amigo de su edad y deambulando por la ciudad en manifestaciones por el cierre de cines, bibliotecas y otros espacios “de época”, párrafos más adelante dirá: “Ya me olvidé del nombre de aquella mujer por la que abandoné a Carmencita; volverá a mi memoria, sin duda, aunque, si no volviera, tampoco me importaría. Nunca la quise. Fue un enamoramiento violento y pasajero, una de esas locuras que revientan una vida. Por hacer lo que hice, mi vida se reventó y ya nunca más fui feliz”.
Si la literatura predice a la vida, no lo sabemos. Pero sí sabemos que la autoficción funciona y que a Vargas Llosa le sienta muy bien. Porque además de sus novelas épicas, políticas o eróticas, el hombre bien supo tomar la materia prima de su propia vida – sus amores tormentosos, por cierto – para producir relatos. Que es, después de todo, lo que Vargas Llosa mejor hace. Y sino, que le pregunten a la tía Julia.
La tía Julia
A los 19 años, el jovencísimo prometedor escritor se casó con Julia Urquidi Ilianes, su tía. El parentesco no era de sangre: Julia era hermana de Olga Urquidi, esposa de Luis Llosa, el tío Lucho, que era hermano de la madre de Mario, Dora Llosa Ureta. Julia era, por tanto, hermana de una tía política del futuro escritor y le llevaba 10 años a Marito.
El noviazgo fue un escándalo a tal punto que el casamiento resolvió (o terminó de empeorar) la situación explosiva que vivía la familia ante el hecho incontestable de que Marito y su tía anduvieran juntos y a los besos por la noche de Lima. El padre del novio había amenazado de bala al hijo si no resolvía la situación. Y legalizar el escándalo fue la salida elegante y a la vez revolucionaria de un joven Mario que por entonces acababa de publicar algunos pocos cuentos en revistas literarias y entre sus sueños húmedos estaban el de ser escritor, viajar a Europa y, sin duda, amar locamente a las mujeres. Así, en plural y en estilos diversos, según parece por lo que cuentan biógrafos, periodistas y las mismas mujeres que iba amando a su paso.
Cuando Julia y Mario se casan, en 1955, se instalan en París donde Mario continúa estudiando y empieza a escribir. Pero al poco tiempo de felicidad, Julia notó que Marito hablaba demasiado y con especial amorosidad de una tal Pilar. Pilar, Pilar, Pilar…. decía “Varguitas” en cada cena del departamento parisino. ¿Quién era Pilar? La secretaria de Office de Radiodiffusion-Télévision Française donde Mario trabajaba y la primera piedra del primer escándalo entre Julia y su esposo. Que sin embargo, pudieron remontar esta primera crisis para volver a convivir, a pesar de ciertas tensiones y el día a día que tanto desgasta.
Después de los celos por Pilar y otra serie de intempestivas alteraciones – Julia parece que era especialmente posesiva - el matrimonio marcha con bastante armonía durante un tiempo hasta que llega la prima Wanda de Perú, una de las hijas de Lucho y Olga, por tanto sobrina de Julia. Mario y Julia están encantados con la presencia de Wanda, a la que un día se suma Patricia, en plan “vamos a estudiar a París mientras vivimos en la casa de los parientes”.
Al principio, Julia se opone a la llegada de Patricia, porque el dinero no abunda y las chicas comen, pero al final cede y lo que ocurre es que Mario y Patricia se enamoran.
¡Esas cartas!
Cuando el oleaje del nuevo amor bulle en su corazón, Mario abandona el departamento, envía una carta a Julia y comienza una convivencia que deviene en casamiento con Patricia (trámite de divorcio con Julia entre tanto). Es 1965 y la historia de todo este entuerto tendrá al menos dos versiones literarias: por un lado, Vargas Llosa publica La tía julia y el escribidor (1977), una novela experimental, divertida y osada, y, por otro, la novela que escribe Julia como respuesta al texto de su ex marido: Lo que Varguitas no dijo (1983).
En Lo que Varguitas no dijo se puede leer la trama amorosa de la pareja y la copia fiel de aquella carta que Mario había enviado a Julia en momentos de su abandono. La novela de Julia Urquidi es cruda y despiadada, a tal punto que Vargas Llosa decide comprarle los derechos de publicación y quitarla del mercado. Además, fija su posición teórica con respecto a la ficción y no ficción en el ensayo La verdad de las mentiras (1990), donde dice que la novela siempre miente: “¿Qué quiere decir que una novela siempre miente? No lo que creyeron los oficiales y cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado, donde —en apariencia, al menos— sucede mi primera novela, La ciudad y los perros, que quemaron el libro acusándolo de calumnioso a la institución. Ni lo que pensó mi primera mujer al leer otra de mis novelas, La tía Julia y el escribidor, y que, sintiéndose inexactamente retratada en ella, ha publicado luego un libro que pretende restaurar la verdad alterada por la ficción. Desde luego que en ambas historias hay más invenciones, tergiversaciones y exageraciones que recuerdos y que, al escribirlas, nunca pretendí ser anecdóticamente fiel a unos hechos y personas anteriores y ajenos a la novela. En ambos casos, como en todo lo que he escrito, partí de algunas experiencias aún vivas en mi memoria y estimulantes para mi imaginación y fantaseé algo que refleja de manera muy infiel esos materiales de trabajo. No se escriben novelas para contar la vida sino para transformarla, añadiéndole algo”. Creer o no creer, esa es la cuestión (del lector).
Y novela con novela se paga, porque en Lo que Varguitas no contó, Julia Urquidi le devolvió a su ex un rotundo acto de imaginación narrativa en una prosa confesional que muestra la desventura de la vida en común con un mujeriego y seductor irrefrenable. También su afecto, la pasión compartida y el desgarro puntual del amor. “Estas historias suceden todos los días, en todas partes del mundo. No he sido la única, la primera, ni seré la última mujer que ha vivido entre el cielo y el infierno al querer salvar un amor que solo existió para ella”, declaró Julia acerca de su texto, hoy inhallable.
Discurso, aplauso y medalla para Patricia
Y entonces Varguitas siguió su vida con la prima Patricia, que a la sazón tiene el mismo apellido que su primera esposa o una combinación de (básicamente) dos apellidos, que tornan complicada la intención de desmalezar la ligustrina genealógica: el nombre completo de Julia es Julia Urquidi Illanes, mientras que Patricia se apellida Llosa Urquidi. Como los Buendía de García Márquez, pero de verdad, porque todo queda en familia.
Patricia Llosa y Mario Vargas ídem sostienen un matrimonio que podríamos adjetivar como próspero. Cuando en 2010 Vargas Llosa recibe el Premio Nobel, dedica en su discurso de agradecimiento unas palabras (más que) enaltecedoras para Patricia. “El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años”, dijo, añadiendo que “sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia”.
En los cincuenta años de matrimonio, Marito cosecha éxito tras éxito literario. Y también algunos escandaletes. Como el que tuvo con García Márquez cuando se cruzaron en Panamá en 1976. Otra vez se sospecha que por un tema de polleras que hasta el día de hoy no queda resuelto.
A pocos meses de conocerse, en 1967, García Márquez y Vargas Llosa fueron invitados por la Universidad Nacional de Ingeniería de Perú a una charla sobre literatura y política que se realizó durante dos jornadas (5 y 7 de septiembre) en un auditorio repleto de estudiantes. La charla está impresa en el libro Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina. De esa charla surgió una estrecha amistad que continuó en diversos encuentros entre el colombiano y el peruano, especialmente entre 1970 y 1974, cuando ambos vivieron en Barcelona, en el mismo barrio y a pocos metros una casa de la otra.
Hasta que en 1976, en México D.F, tras mucho tiempo sin verse, García Márquez fue a saludar a su amigo y este le propinó un gran puñetazo y le dijo: “¡Esto es por lo que le hiciste a Patricia en Barcelona!” Del puñetazo Gabo quedó con un ojo morado y una interminable pregunta: ¿Qué le había hecho a Patricia Llosa?
Hay quienes dicen que tal vez Patricia se desahogó con García Márquez acerca de las infidelidades de su marido y Gabo le aconsejó que se divorciara. Otros rumores van más lejos y dicen que el autor de Cien años de soledad se le insinuó a la señora Llosa y no falta quien piensa que fue ella la que intentó algo, en venganza por las ocasiones en que Vargas Llosa la había engañado. García Márquez declaró alguna vez que Mario fue un exagerado: “Ah, eso es un problema de Mario y de los chismes que le contó Patricia, que le llenó de cuentos la cabeza”, dicen que dijo el autor de La hojarasca, mucho tiempo después de que las marcas del golpazo abandonaran su cara. Sin duda, la que tiene la respuesta más certera en estos días es Patricia Llosa (cherchez la femme!) aunque el tiempo borra escenas y heridas.
Entre tanto, el discurso de recepción del Nobel, fue un discurso para Patricia. Dijo Vargas Llosa entonces: “Patricia hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir””.
Todo iba bien o así parecía
Todo iba aparentemente de perlas en el matrimonio hasta que en 2015, la semana siguiente de cumplir 50 (¡cincuenta!) años de casado con Patricia, Mario apareció en la tapa de la revista Hola, muy elegante y muy de la mano con su nueva pareja: la millonaria madrileña Isabel Presley. ¡Paparazzis, atrás! Pero fue tarde: ante flashes y micrófonos, Mario tuvo que reconocer estar separado de su esposa y pidió respeto por su vida privada. Un año más tarde todos nos enteramos de su divorcio. Y también de otra carta – las famosas cartas de Mario – en la que explicaba a Patricia algo siempre inexplicable.
Mientras tanto, Presley y Mario formaron una pareja de alta visibilidad mediática. En 2019 concedieron una entrevista en su propia casa al periodista peruano Santiago Roncagliolo en el que se elogian mutuamente y se disfrutan con placer casi exhibicionista. Está en youtube.
Y todo parecía asentarse en esta extraña calma hasta el pasado diciembre Preysler sorprendió: “Mario y yo hemos decidido poner fin a nuestra relación definitivamente. No quiero dar ninguna declaración más y agradezco a los amigos y medios de comunicación que nos ayuden en esta decisión”.
Nada termina allí: el jueves el 8 de febrero, convocado a asumir su lugar en la Academia Francesa de Lenguas (dato inédito por tratarse de un autor que jamás escribió en francés) Vargas Llosa aparece en la premiación junto a Patricia –la fiel Patricia – y uno de los hijos del matrimonio, Álvaro Vargas Llosa.
¿Quién era Isabel Presley, alguien se acuerda?
Porque otra vez la clave está en la literatura, y el enigma de esta escena puede empezar a descifrarse con la lectura atenta del cuento Los vientos, donde ese narrador anciano, mordaz, senil y sincero dice: “Ya me olvidé del nombre de aquella mujer por la que abandoné a Carmencita. (…) Fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ya no me sirve para nada, salvo para hacer pipí. ¿Por qué sigo diciendo “pichula”, algo que no dice nadie en España? La fuerza de la costumbre, por supuesto. Abandonar a Carmencita es un episodio que me atormenta todavía”.
Reflexivo, autoficcional y con algo de anuncio o de presagio. Lo que Varguitas no cuenta, cuenta. Y también, por supuesto, lo que seguirá contando. Continuará.
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