“Desde la boca del monte, sobre un barranco negro tallado por la lluvia, bruñido por el viento cortante que soplaba con fuerza, se veía allá abajo el estrecho valle iluminado por un rayo de sol. Una mata de frailejón, peludo y gris como la oreja de un burro, brotaba entre las grietas del barranco. Su flor amarilla tiritaba mecida por el viento. A la orilla de un río que espejeaba en su lecho de rocas, resplandecía el pueblo en medio del valle, blanco, limpio, luminoso. La torre de la iglesia era la flor del frailejón, apuntando al cielo lechoso del páramo, que cernía la luz de las primeras estrellas” - (Fragmento).
Así inicia “El Cristo de espaldas”, una de las novelas más destacadas del escritor Eduardo Caballero Calderón y una de las más importantes de la literatura colombiana durante el siglo XX.
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Publicada originalmente en la década de los 50, reeditada en varias ocasiones durante los años 90 y ahora revisitada por Panamericana Editorial, en un ejemplar editado por Julián Acosta Riveros, esta novela narra los días de un joven cura citadino que se aísla en un lejano pueblo de Colombia, con el ánimo de seguir sus inquietudes religiosas. Se desplaza hacia una zona en algún páramo de la región cundiboyacense donde no llega ni la electricidad y allí se somete a sus silencios y la comunión con su espíritu.
Allí, transcurrirán cuatro días en que el cura tendrá que verse enfrentado a la realidad de la violencia. Lejos de poder cumplir su propósito, habrá de encontrarse ante la insensatez de la política de turno y su dominio radical en el campo colombiano.
Con gran virtuosismo, Caballero Calderón retrata la vida de las personas de provincia, a través del relato de este fiel creyente, durante la época de la guerra bipartidista en el país, marcada por una fuerte idiosincrasia que se encontraba de frente con el fanatismo religioso, una educación a la luz de las reglas de la Iglesia y una política en extremo polarizada.
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En su momento, la novela supuso una fuerte crítica a la incompetencia de los partidos políticos que, en lugar de regir el país con vigor, dejaban que la gente se matara la una a la otra por el simple hecho de no tener las mismas ideas.
Para algunos críticos, el escritor colombiano, además de dar cuenta de la realidad del país en esa época, también quiso posar su ojo sobre la pomposidad del clero y su apoyo a la corrupción política, que ha sido el estigma del país por tantos años.
En las páginas de “El Cristo de espaldas”, alrededor de 245 en la edición de Panamericana Editorial, Eduardo Caballero Calderón se adentra en las formas más radicales del espíritu conservador y al tiempo que narra, reflexiona sobre las relaciones políticas, sociales y económicas que caracterizaban a Colombia en las décadas del 40 y el 50, tiempos en los que nadie podía ser neutral. O se era de un bando o del otro, pero no cabía la posibilidad de mantenerse alejado del conflicto.
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“Desearía enseñarles a vivir una vida más noble y más alegre, que comenzara por aquellas menudas cosas, que si no la embellecen, por lo menos la levantan un poco sobre el nivel de las ovejas que vegetan en las corralejas y los apriscos del páramo. Querría transformar la escuela en un sitio amable y acogedor, donde los niños aprendiesen, junto con las verdades cristianas, y la ciencia oficial, el arte de mejorar la tierra” - (Fragmento)
Muchas buenas novelas se publicaron en aquella época, pero pocas como “El Cristo de espaldas” consiguieron tal impacto. Con una prosa clara y amena, dando cuenta de su agudeza y sentido crítico, Caballero Calderón le obsequió a la literatura colombiana una de sus obras maestras. Lo que vino después, no ha podido comparársele.
Han pasado más de setenta años desde su publicación y aún hoy se discute la rigurosidad de su relato, que pese a retratar una época ya lejana, parece seguir hablándonos de lo que sucede aquí y ahora.
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