Juana Bignozzi nació en el barrio de Saavedra en 1937 y murió en el Hospital de Clínicas, luego de una corta internación, el 5 de agosto de 2015. Su padre era un obrero anarquista del gremio de los panaderos. Como buen anarquista, opinaba que un obrero no debe tener dos trabajos ni quitarle el trabajo a otro. Debido a esa férrea convicción, la familia vivía con pocos ingresos. Bignozzi decía que tuvo “muy poca ropa y un único par de zapatos, el que me exigían en la escuela, pero que también servía para las fiestas”.
En 1937 el barrio de Saavedra tenía calles de tierra. Era una época difícil para educarse, especialmente para una mujer: “Para que se dé una idea del lugar de donde vengo, de las veintidós chicas que éramos en la primaria, sólo dos fuimos al secundario”. En cambio, en su casa había muchos libros y una vez por mes toda la familia asistía al Teatro Colón. Según ella, era una decisión sobre en qué cosas se debía gastar el dinero y en cuáles no.
Bignozzi estudió varias carreras, pero no terminó ninguna. Empezó Letras varias veces. También, Derecho. Pero dejó esas carreras para estudiar idiomas, primero en la Alianza Francesa y luego en la Dante Alighieri. Trabajó como ayudante de contador, como empleada administrativa y haciendo encuestas a lo largo y ancho del país. El último empleo fijo que tuvo fue en el Centro Editor de América Latina.
De joven, militó en el Partido Comunista, donde se vinculó con gente como Juan Gelman, Andrés Rivera y Juan Carlos Portantiero. Pero no estuvo allí mucho tiempo, debido a un enfrentamiento con un dirigente.
Bignozzi reivindicaba una poesía ideológica y, así, la diferenciaba de la poesía esquemáticamente “política”. “La ideología es la forma de eternidad que tenemos”, decía.
La poesía de Juana Bignozzi mantiene con la de la generación del sesenta algunas características definidas: el tono conversacional, que recoge el lenguaje de la calle y lo transcribe a poemas vívidos, con versos de largo aliento; los temas cotidianos, que revelan la intención de poetizar la vida. Su sintaxis es clara, aunque no llana, por lo que sus poemas en general carecen de puntuación.
Nunca practicó una poesía intimista, sino que su intimidad estuvo siempre en medio del conflicto, transmutada en una voz socializada. Bignozzi maneja la ironía de manera mordaz; su verso es incisivo y muchas veces sentencioso, aunque no solemne.
Su estilo asertivo proviene de lo que ella misma define como poesía ideológica: en sus poemas Bignozzi discute con su época. En su poesía no hay resentimiento: se resiste a sepultar su pasado; mantiene una viva polémica ideológica con el presente sin renegar de su militancia política: “acechada por cultos pensadores que han confundido / la ideología con las ciencias aplicadas / la ética con el espontaneísmo / el arte con la habilidad manual / y la lucha de clases con la renovación de generaciones / veo cómo los nuevos dueños de la cultura / han destruido lo que amé y dado rostro al enemigo / pero minuto a minuto recuerdo / que no debe quebrantarse el frente interno / aunque ya ese frente sólo sean / mi memoria y mi soledad”. Con este poema de Regreso a la patria, Juana Bignozzi se define política y poéticamente.
Vivió en España entre 1974 y 2004, donde trabajó como traductora de italiano y francés, con autores como Marguerite Duras y Jean Marie Gustave Le Clézio. En 2000 recibió el Premio Municipal de Poesía y obtuvo el Premio Konex por el quinquenio 1999-2003. En 2013 la Biblioteca Nacional le otorgó el premio Rosa de Cobre.
Publicó los libros de poesía Los límites (1960), Tierra de nadie (1962), Mujer de cierto orden (1967), Regreso a la patria (1989), Interior con poeta (1994), Partida de las grandes líneas (1996), La ley tu ley (obra reunida, 2000), Quién hubiera sido pintada (2001), Antología personal (2009), Si alguien tiene que ser después (2010) y Las poetas visitan a Andrea del Sarto (2014).
*Las citas son fragmentos de un reportaje que el poeta Jorge Fondebrider le hizo a Juana Bignozzi en 2010.
Poemas
mientras mis colegas escriben los grandes versos de la poesía argentina
yo hiervo chauchas balina
señora me dijo el verdulero ni anchas ni finas pura manteca
también me dedico a otras alegrías la exposición sobre las guerras de brigadier y su época
ni un alma mirando
afuera la gente pasea al sol en puerto madero
sin saber que en la sala
los mapas las modas las costumbres
la magnífica sangre que pintó bernaldo
podrían explicarles quiénes son
y estamos sólo nosotros
entre ingenuos y esnobs
casi todo me ha sido robado
pero la cocina y sus nobles productos y el viento de tormenta aún sin desatar
entre la brutalidad de las nuevas costumbres sociales
y un cierto exceso de papel impreso
tengo yo también un exceso de propiedad
desde mi ventana
este viento de comienzos de la noche
y la cúpula del congreso
siguen siendo míos
rodeada de creadores que oscilan
entre la jactancia y la humillación
no digo soberbia
porque es un pecado mayor de almas mayores
rodeada de treintañeros que se vuelven cuarentones cincuentones
y se colocan en el umbral técnico de la vejez
suelo creer que me rodea gente a la que alguien contó una historia
en la que no entraba la jerarquía del escenario
la nitidez de la palabra
ni la respuesta a la eterna pregunta
¿quién soy yo en este oficio
y en éste mi espejo?
los grandes poetas escriben sin el corazón
los frívolos sin el alma
los triunfadores narrativos sin el pensamiento
los magísters de jóvenes
los que aspiran al lugar del privilegio
que abandonan los lúcidos sin ideología
y un mínimo grupo de solitarios sin música
con el gran sueño de una clase un líder un país
leo siempre en las poetas invocaciones a la madre
y vengo a excusarme a decirte que aún hoy
ya casi en el final
no sé qué protección esperar más que
los mitos que implacablemente me impusiste
leo en las poetas
madre del horror ampárame en tu mundo sin dolor
pero vos marcabas mi vida para la verdad
el desamparo
y yo sólo puedo disculparme y arrepentirme de no haber caído
por miserable
en todos los abismos que soñabas para mí
De Si alguien tiene que ser después (Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2010)
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