Nos encontramos inmersos en un periodo crucial en el ámbito de la exploración espacial. La humanidad está a punto de dar el primer salto hacia otro planeta de nuestro sistema solar: Marte. Una migración como hace la vida desde que surgió en la Tierra, hace casi 4 mil millones de años, extendiéndose hacia otros ambientes, con todo lo que conlleva: los mares y océanos, las tierras, la atmósfera y, ahora, hacia el espacio. En este camino imparable, la Luna es nuestro primer paso.
El excelente libro Back to the Moon (”Regreso a la luna”), que acaba de publicar el prestigioso astrofísico y cosmólogo Joseph Silk, plantea las implicaciones de nuestra salida hacia el cosmos y la importancia de llevar a la sociedad, la educación y la cultura el significado y la pertinencia de la exploración espacial en el siglo XXI.
Por qué la Luna
Hace poco más de 60 años que Yuri Gagarin se convirtió en la primera persona en lograr el hito de la navegación espacial. Más adelante, en 1969, conseguimos llegar de manera tripulada a la Luna, lo que marcó un proceso imparable en nuestra salida hacia el cosmos.
Este periodo trascendental que vivimos y del que somos testigos supone un cambio de paradigma, desde la ciencia y la tecnología, que marca todo nuestro bagaje sociocultural y supone un desafío científico y también educativo.
La Luna, como objetivo más cercano, es extremadamente relevante por distintas razones, ya que no solo encierra muchas de las claves sobre nuestros orígenes, sino que constituye una plataforma privilegiada a partir de la cual alcanzaremos nuevos conocimientos sobre el universo, contribuirá a la sostenibilidad de nuestro planeta y nos ayudará a trasladarnos a Marte… y más allá.
El interés internacional por la Luna
En este contexto, Back to the Moon aborda estos desafíos desde una perspectiva muy amplia y ejemplifica claramente cómo este retorno está impregnando nuestra realidad actual, aportando un enfoque educativo interdisciplinar sobre el universo.
Realmente, el regreso de la humanidad a la Luna, ahora con la misión Artemisa, es solo una justificación para plantear objetivos mucho más ambiciosos y complejos, no solo ligados al cosmos, sino también a valoraciones sobre cómo la ciencia y la tecnología influyen en nuestro entorno sociocultural y en nuestro día a día.
Participamos en una nueva vorágine espacial posterior a la guerra fría de Estados Unidos y la antigua Unión Soviética. Ahora, agencias espaciales de distintos países (EE. UU., China, Rusia, Europa, Japón, India, Emiratos Árabes Unidos, entre otros) y también empresas privadas son nuevos agentes implicados en muchos ámbitos de la exploración e investigación del espacio cercano a la Tierra (principalmente nuestro satélite) como primer lugar en el que la humanidad desarrollará sus actividades en el próximo siglo.
Son muchas las cuestiones y los retos que se presentan:
♦ ¿Podremos aprender de la Luna sobre los orígenes de la Tierra?
♦ ¿Podremos establecernos en nuestro satélite, con bases como las actuales del Ártico o la Antártida?
♦ ¿Seremos capaces de aprovechar y utilizar los recursos in situ existentes allí, como el hierro, el titanio, el hielo, el helio-3, el suelo y las propias rocas, para la construcción de carreteras, pistas de despegue, aterrizaje, escudos antirradiación, etc.?
♦ ¿Será factible utilizar el suelo basáltico lunar como base para el crecimiento de plantas y alimentos?
♦ ¿Habrá telescopios lunares que nos ayuden a comprender mejor el universo y a monitorizar los objetos potencialmente peligrosos que pudieran colisionar contra nuestro planeta?
♦ ¿Servirá la Luna como una plataforma intermedia para viajes a Marte o más allá y para evaluar cómo se comporta la vida (incluida la nuestra) en el espacio, o la búsqueda de vida extraterrestre?
La importancia de incluirlo en los planes educativos
Back to the Moon constituye una obra magnífica y muy recomendable que, poco a poco, se adentra en todos estos temas de gran interés social y educativo, de manera pionera, como lo hizo Carl Sagan con Cosmos.
Silk abre la puerta a debatir con naturalidad sobre todas estas cuestiones candentes que, en ocasiones, son tan difíciles de trasladar desde la ciencia a la sociedad o parecen muy distantes. Ya no está lejos que hablemos de medicina espacial, derecho espacial, ética espacial, agricultura espacial o arquitectura espacial. Tal vez, incluso, de política espacial.
Tal conjunto de desafíos incita a plantear y preguntarnos de qué forma el proceso científico y tecnológico revolucionario podrá incorporarse a los programas de enseñanza a distintos niveles. Realmente supone casi una necesidad en la modernización y actualización de muchos contenidos temáticos y aspectos docentes y una obligación ética para las futuras generaciones.
Este artículo fue originalmente publicado en The Conversation
Seguir leyendo: