“Para no saber nada del río ni de la pesca, estoy escribiendo bastante sobre el asunto. He oído decir, ¿no lo dije yo también muchas veces?, que hay que escribir de lo que se sabe. Sin embargo, así como escribo para responderme algunas preguntas también escribo por curiosidad y porque, justamente, no sé”, dice la autora argentina Selva Almada en el texto que inaugura la recién publicada antología Mujer y escritura.
Editada por Gwendolyn Díaz-Ridgeway y coeditada por Claudia Ferradas, es una selección de textos de autoras de todo el país (premiadas, reconocidas, emergentes) cuyo fin es presentar un panorama de la “variedad y riqueza” de la obra de escritoras argentinas, con “especial atención al acto de escribir en sí”, más que proponer textos alusivos al género.
Además del texto de Almada, al que la autora de Ladrilleros y No es un río llamó “Pescar y escribir”, el libro reúne escritos inéditos, otros con circulaciones restringidas, cuentos completos, o fragmentos de libros que ya fueron publicados de Alicia Dujovne Ortiz, Mariana Enriquez, Esther Cross, Elsa Osorio, María Teresa Andruetto, Gabriela Cabezón Cámara, Luisa Valenzuela, Ana María Shua, María Rosa Lojo.
Mujer y escritura, publicado por Fundación La Balandra, es un proyecto que nació en 2021 como iniciativa del Centro PEN Argentina para rendir homenaje a los 100 años de la organización internacional que reúne a poetas, ensayistas y narradores alrededor de todo el mundo.
“La antología celebra la variedad y riqueza de la obra de las escritoras argentinas de hoy, con especial atención al acto de escribir en sí”, explica en entrevista con Télam Gwendolyn Díaz Ridgeway. ¿En qué consiste el proceso escritural? ¿De dónde surgen los textos? ¿Cuáles son las condiciones en que se escribe? ¿Qué es lo que inspira la escritura? ¿Qué lugar ocupa la escritura en la identidad individual y en la social del país?, son algunas de las preguntas que hilvanaron este mapa de voces y registros.
La compilación no propone textos temáticos alusivos al género, más bien lo que dejan estas páginas es una conversación con la escritura, la literatura, la ficción, lo propio, el universo creativo. Como advierte su editora, “no se trata aquí de debatir si la literatura escrita por mujeres difiere o no de la escrita por hombres, sino más bien de ofrecer un panorama actual (aunque inevitablemente acotado) de la producción literaria de las escritoras argentinas, con atención a la variedad, calidad y cantidad de producción en el país”.
Así, escribe, por ejemplo, en un poema Cristina Piña: “Cautela y silencio/ privacidad/ para que la voz/ se atreva a salir/ para que diga/ todo lo que calla/ lo que no se atreve/ a decir,/ no quiere.” Ana María Shua indaga en “La cocina de la creación” sobre lo que llama el “misterio” de “la creación” y dirá: “Pero si el núcleo de la creación es indemostrable, pertenece al reino de lo indecible, en cambio sí es posible hablar del oficio”. Y Luisa Futoransky confía: “Alguna puerta se entreabre donde nace el poema y una vez más, por un tiempo, me pongo a salvo”.
Como toda selección, detrás hay arbitrio. No están aquí todas, nunca podrían estarlo. Pero la antología intenta expandir las voces, las representaciones y las geografías. Todas se relacionan con la Argentina: las que nacieron y viven aquí, las que eligieron este país como patria o las que se fueron pero siguen escribiendo desde una lengua que dialoga con esta tradición. “La variedad de la obra de las autoras aquí reunidas subraya la importancia de una voz inclusiva en el desarrollo de la conciencia nacional y social del país, como también en el ámbito cultural y escritural en particular”, sostiene la editora.
En este sentido, Mujer y escritura hace un gran aporte con un mapa federal que va por Entre Ríos, Chaco, Córdoba, Tierra del Fuego, entre otras provincias. Incluso la antología incluye poemas bilingües de Liliana Ancalao, escritora e investigadora de origen mapuche, y de Claudia Herrera que recupera el idioma huarpe. Como señala Díaz-Ridgeway, la edición tuvo “en cuenta la diversidad geográfica, la diversidad étnica, la diversidad de estilos y géneros literarios y la diversidad de producción al incluir autoras de renombre internacional junto a autoras emergentes”.
¿Cómo leer el auge o la visibilización de escritoras argentinas en el mundo editorial y sus reconocimientos? ¿De qué modo la riqueza poética, literaria, ensayística que se está viendo en estos momentos potencia o expresa la omisión que han vivido las mujeres en el campo de la escritura o en el sistema canónico de décadas atrás?
La editora reconoce que la lectura sobre este tema fue cambiando con los años. “Hacia fines de la década de los ochenta no era nada común hacer una tesis circunscrita a escritoras argentinas contemporáneas. Cuando entrevisté a Beatriz Guido me preguntó si confiaba en que me aceptaran una tesis ´sobre mujeres nada más’. En 2009, cuando se publicó mi libro Mujer y poder, en la literatura argentina ya no sorprendía un libro sobre mujeres nada más. En la actualidad, la obra de las autoras argentinas y latinoamericanas en general goza de un reconocimiento demostrado por la cantidad de premios nacionales e internacionales que han recibido”.
En el plano social, Díaz Ridgeway asocia esta situación “posiblemente” al hecho de “que desde hace algo más de una década, y particularmente desde Ni una menos, los medios han dado más atención a la escritura de mujeres. Siempre ha habido valiosas escritoras mujeres en la Argentina, pero no siempre se les dio su lugar en las casas editoriales. Por ejemplo, es difícil encontrar un solo nombre de mujer en el Boom Latinoamericano que llevó a figuras como Vargas Llosa a recibir el Nobel. Sin embargo, hubo excelentes escritoras en esa época, como Sara Gallardo y Elvira Orphée por ejemplo”.
Dice la editora en el prólogo de este volumen que hay una complejidad en la noción de la escritura con respecto al género. ¿Qué dificultades supone entonces asociar un texto al género de quién escribe? ¿Cómo no caer en una guetificación? “El discurso sobre la escritura de la mujer se ha ido transformando radicalmente en las últimas cuatro décadas. “En los ochenta se debatía cómo difería la escritura de la mujer de la del hombre”, identifica.
“Ese debate aún perdura, pero al mismo tiempo ha surgido un nuevo debate que cuestiona si en efecto hay diferencias. Ya no se considera el género como una oposición binaria. Para la generación de escritores más reciente, la identidad sexual no se polariza, sino que se considera un espectro fluido y cambiante, incluso para un mismo individuo. Obviamente, esto complica la noción de la escritura con respecto al género”, concluye.
Fuente: Télam S.E.
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