Son diez los cuentos que componen este trabajo del escritor ruso Maxim Ósipov, en los cuales retrata su país con tal delicadeza que, por momentos, pareciera tomar la piel de Antón Chéjov y llevarla con ahínco.
Los personajes que presenta aquí el autor –médicos, maestros de escuela, políticos, delincuentes– personas comunes y corrientes en la época postsoviética, habitan entornos grises, ambientes impredecibles, transitan sin rumbo caminos llenos de lirismo y engañosa sencillez.
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Como Chéjov, Ósipov también ejerce la medicina y puede que eso sea un punto de referencia entre los escritores rusos, pues este, al igual que el autor de “El jardín de los cerezos”, consigue una cuentística que da cuenta, como pocas piezas, de la cotidianidad de las gentes, la corrupción a la que se ven enfrentados, la violencia y la eterna promesa de redención.
Las historias de “Piedra, papel, tijera” están abarrotadas de personajes en extremo, cotidianos, trágicos y cómicos a la vez. Los lectores vivirán a flor de piel sus alegrías y frustraciones, y puede que ese sea uno de los más grandes aciertos de la pluma de Ósipov, que lo confirma como uno de los grandes escritores de la literatura rusa contemporánea.
En las 328 páginas del libro, publicado en español por la editorial Libros del Asteroide, con la traducción de Ricardo San Vicente, Rusia es una sociedad enferma, sin expectativas, al borde de la total resignación. La felicidad se asoma como una ilusión en la vida de las personas y no falta mucho para que todo sea nada más que tinieblas.
“Hace cuarenta minutos que se ha ido Rafael. De nuevo han pasado más tiempo escuchando música que tocando; en las últimas dos semanas él no ha tenido ni tiempo ni ganas de practicar. Primero Rafael ha tocado, mientras tarareaba y se balanceaba, una vieja pieza bastante hermosa, pero sin mayor interés. Luego ha sido él mismo el que le ha pedido que le hablara de autores contemporáneos. Han escuchado varias piezas y a él le ha asaltado el convencimiento de que sencillamente le estaban tomando el pelo. Dos meses y medio, que es el tiempo que lleva recibiendo lecciones de música, no es mucho, claro, pero ya ha aprendido algunas cosas: ha escuchado a los clásicos vieneses y a Shostakóvich, y se ha enterado, por ejemplo, de que hubo dos Strauss y de que es de mal gusto que te guste Johann Strauss, mientras que, en cambio, Chaikovski puede gustarte más o menos, es cosa de cada uno. También ha descubierto que a Rafael le gustan los chismorreos, que Poulenc era homosexual y que Shostakóvich no era judío, que el compás de tres cuartos es un tiempo de tres, y, en cambio, el de seis octavos es, en contra de toda evidencia, de dos. Pero que la pieza que han escuchado hoy (¿cuál era el apellido de la mujer?) sea algo que guste, que pueda producir placer (porque, ¿para qué, si no, existe el arte?)… no, eso no puede ser” - (Fragmento)
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Escritos entre 2009 y 2017, los cuentos aquí reunidos tratan temas como el pasado histórico, la política, la religión, la crisis de los valores y la perdida de la fe, tópicos que, para el autor ruso, describen la condición humana y el día a día de la sociedad rusa en el siglo XXI.
“Los ricos, como se dice, tienen sus manías. Por ejemplo, el jefe toca el piano. No tiene nada de malo, en América incluso aprenden a los setenta años, lo que pasa es que aquí no estamos acostumbrados. Trajeron un piano grande, tanto que tuvieron que mover las paredes. Si hay que hacerlo, se hace. Como digo, los ricos tienen sus manías” - (Fragmento).
Los personajes de estas historias han bajado las manos por completo, han suspirado en más de una ocasión y han decidido entregarse a la abulia, al vacío de los días. En el retrato de esas sensaciones, en la descripción de esta manera de comprender el mundo, el autor ruso es un verdadero artista, pues consigue llevar al lector a lo más profundo de la mente de sus actantes.
Apoyado en una buena cantidad de referencias musicales y literarias, “Piedra, papel, tijera” termina siendo un libro para lectores melómanos, aunque no le cierra la puerta a nadie. Su estructura está pensada a modo de banda sonora. Cada línea, cada diálogo, cada escenario, una canción, un sonido.
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La inmigración, las relaciones familiares, la incomunicación, las clases sociales, la decepción, la soledad, la miseria y la supervivencia, entre muchos otros temas, se presentan ante los lectores para hacer que cada personaje sea exageradamente humano, y cada una de las historias, infinitamente bellas.
“Ósipov nos ofrece una mirada cargada de doloroso escepticismo, de amarga resignación ante la triste cotidianidad y la desilusión continua, que hunde sus raíces en el pasado y que no ha conseguido desaparecer. (…) En un estilo impresionista, Ósipov se dirige a nuestra conciencia y la llena de inquietud. Y es dentro de esta inquietud donde surge la posibilidad de la comprensión”, ha dicho la escritora española Soledad Puértolas. Y es que cada uno de los cuentos del autor ruso tienen la capacidad de hacer vibrar al lector, despertarle emociones dormidas, sugerirle que la imposibilidad de una salida, a veces, suele ser común.
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