El ingreso del escritor peruano Mario Vargas Llosa a la Academia Francesa lo convirtió en el primer autor extranjero en ingresar al club de los “Inmortales” y el primer escritor en ingresar a las filas de la institución fundada por el cardenal Richelieu sin escribir en francés. Los festejos de su ingresó dieron comienzo el pasado 8 de febrero (2023), con el ritual inicial de entrada, en el cual recibió la mítica espada con la que se oficializó su acceso, un arma hecha por el armero Antonio Arellano hecha de acero toledano con decoraciones grabadas al agua fuerte bajo la antigua y casi perdida técnica del forjado
Durante la ceremonia Hélène Carrère d’Encausse recordó ante la audiencia que “algunos expresaron su queja de que usted no escriba en francés”; sin embargo, el autor guarda en su trayectoria e historia personal no pocos vínculos con Francia, desde sus primeros encuentros con la literatura francesa, hasta convertirse en “inmortal”.
Desde sus primeros pasos en la escritura, su prosa y vocación se vieron influidas por París, convirtiendo la cultura y la literatura francesas en un elemento fundamental literatura de su obra su corazón y cabeza al punto de que en 2008, fue distinguido con la condecoración de la Orden de las Artes y Letras en el grado de Comendador de Francia.
“Sin Flaubert no hubiera sido nunca el escritor que soy, ni hubiera escrito lo que he escrito, ni como lo he hecho. Flaubert, al que he leído y releído una y otra vez, con infinita gratitud, es el responsable de que ustedes me reciban hoy aquí, por lo que les estoy, claro está, muy reconocido” Mario Vargas Llosa en su discurso de ingreso a la Academia Francesa.
El premio Nobel de Literatura en 2010 nunca ha ocultado su gusto por la literatura francesa, en especial por Víctor Hugo o su maestro literario, Gustave Flaubert, a quien después dedicara el espléndido ensayo “La orgía perpetua”. El autor peruano también ha publicado “La tentación de lo imposible”, sobre Víctor Hugo, y “El paraíso en la otra esquina”, sobre Flora Tristan y Paul Gauguin.
Su relación con Francia podría llamarse de muchas formas, menos casual. Vargas Llosa a lo largo de su formación académica, literaria e intelectual ha nutrido su prosa de textos y lecturas de autores franceses como Alejandro Dumas, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Madame Bovary, Albert Camus, André Malraux y Jean-François Revel, por mencionar algunos. Inclusive Sarte se convirtió en su referencia directa y su primer modelo como escritor.
Uno de sus primeros contactos con la literatura procedente de Francia se dio cuando estudió en el Colegio Leoncio Prado, entre 1950 y 1951. Un instituto al que fue confinado por su padre con el objetivo de “forjarlo como hombre”. En la biblioteca, un joven Mario se dedicó a devorar títulos como “Los tres mosqueteros”, “El conde Montecristo” y “Los miserables”.
Otra de las sorpresas que encontró en el colegio fue la llegada del profesor de francés, nada menos que el poeta César Moro, quien escribía directamente en la lengua de Víctor Hugo. La literatura francesa seguía rondando su vida, a los 16 años, en Piura, se le apareció Flaubert y Madame Bovary.
Su segundo encuentro con el autor de Bovary fue en San Marcos, cuando se realizó un homenaje por el centenario de esta publicación, durante el cual conoció “La leyenda de San Julián”, otro libro del autor francés, traducido por Manuel Beltroy. Durante sus estudios en esta provincia, junto con sus amigos Raúl Porras Barrenechea, Luis Loayza y Abelardo Oquendo, formaron un grupo de amigos listos para el debate, conversaciones en las que Vargas Llosa se empecinaba en defender a Sartre, razón por la que recibió el apodo “Sartrecillo Valiente”.
Para el verano de 1958, Vargas Llosa llegó finalmente a tierras parisinas y se hospedó en el hotel “Napoleón”. Para el joven escritor estar en esa ciudad de la que tanto había leído, era un sueño hecho realidad. Una de sus mayores ilusiones en este viaje era una cita con Sartre, que no sucedió, pero sí pudo intercambiar algunas palabras con Albert Camus. Un año después regresó nuevamente y lo primero que hizo fue comprarse la novela Madame Bovary en su idioma original.
Se instaló en París y se propuso convertirse en un escritor consagrado a toda costa, hizo suyo el barrio latino de París y, para sobrevivir en tan costosa metrópoli, trabajó en todo, a la par de su esposa. Fue cargador de costales, hasta que consiguió empleo en la École Berlitz y en la Agencia France-Presse. Entre los viajes de Barcelona a París, más tarde conocería a Julio Cortázar, García Márquez y otros autores, pero esa es otra historia.
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